El Grupo Santa Lucía, cuyo origen se remonta a 1977, viene siendo una muestra representativa de las elites venezolanas de la «4a. República», en inexacta terminología chavista. Su reunión anual de 1984 tuvo lugar en Aruba. Entonces pude estar presente gracias a la ayuda económica de Eduardo Quintero Núñez y Andrés Sosa Pietri. En ella ocurrió la presentación informal en sociedad del Grupo Roraima, un movimiento de empresarios de relativa juventud, y pudo conocerse el anticipo de lo que luego sería un best seller de la literatura político-gerencial venezolana de los años ochenta. En mis Memorias Prematuras relato este último acontecimiento, y es de ellas de donde extraigo los párrafos que siguen.
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La última mañana del seminario de Aruba estuvo dedicada a la discusión de un trabajo de Ramón Piñango y Moisés Naím, directores del Instituto de Estudios Superiores de Administración. El trabajo consistía en un capítulo sintético final de lo que luego aparecería publicado en forma de libro como “El Caso Venezuela: Una Ilusión de Armonía”. (El libro se compone de trabajos escritos por varios autores, entre los que se encuentran los nombrados, Gustavo Escobar, Gustavo Pinto Cohén, Gustavo Coronel, Diego Bautista Urbaneja, Asdrúbal Baptista, Eva Josko de Guerón, Ignacio Ávalos, Elisa Lerner).
El libro es un gran aporte a la calibración de la crisis nacional. Más de un trabajo contribuye a desmitificar las interpretaciones usuales de la situación venezolana. La moraleja de conjunto se sintetiza en el subtítulo del libro: en Venezuela ha operado una ilusión de armonía gracias a que, hasta 1982-83, ha habido suficientes recursos financieros como para aceitar los conflictos potenciales de nuestra sociedad. Ahora ya no se dispone de la bonanza y será muy difícil pretender la posibilidad de un consenso, en ausencia de “un poderoso marco ideológico capaz de aglutinar esfuerzos, exigir sacrificios, postergar gratificaciones y dar un sentido de orientación al país o sus grupos dirigentes”. (El Caso Venezuela, página 546.) Por esto la recomendación de los autores es la siguiente: “No hay razones para pensar que el conflicto social vaya a disminuir. Con seguridad se va a intensificar. Quienes han dominado la discusión pública del país han insistido en la urgente necesidad del consenso. Desde nuestra óptica, más bien, lo urgente es preparar el país para manejar adecuadamente los conflictos. La búsqueda del consenso hay que dirigirla hacia las maneras de organizarnos para solucionar los conflictos”. (Página 575). Estoy de acuerdo con esa definición. El diseño que ya tenía del proyecto de la “sociedad política de Venezuela” era una respuesta a ese problema.
Con muchas de las cosas contenidas en el análisis de Naím y Piñango estoy de acuerdo. Con dos, particularmente, estaba en desacuerdo. Una era el tono de reconvención y regaño implícitos en el trabajo. Hay algún punto en el que, acertadamente, los autores critican implacablemente a la práctica de la exhortación como herramienta políticamente ineficaz: “Pero la exhortación va mucho más allá para decirnos, a través de todos los medios posibles y con toda la amplificación necesaria, cómo deben comportarse los venezolanos y sus organizaciones”. (Página 568). Tan difícil es, en abono a su tesis, separarse del exhortacionismo, que pocas páginas después, (en la 574), ellos mismos incurren en la práctica y empiezan: “Poco cambiaremos si no cambiamos prácticas como esas”. Y luego viene una lista de “cómo deben comportarse los venezolanos y sus organizaciones”. (Por ejemplo, la selección de los jueces “…deberá depender más de los méritos de cada candidato a juez, y los partidos deberán reconocer lo perniciosa que es su intervención sistemática en el nombramiento de funcionarios judiciales”). Exhortacionismo del más puro.
Un punto más de fondo es la recomendación de Naím & Piñango de enfatizar la “carpintería” de las cosas: “El mejoramiento de la gestión diaria del país requiere que los grupos influyentes abandonen esa constante preocupación por lo grandioso, esa búsqueda de una solución histórica, en la forma del gran plan, la gran política, la idea, el hombre o el grupo salvador. Es urgente que se convenzan de que no hay una solución, que un país se construye ocupándose de soluciones aparentemente pequeñas que forman eso que, con cierto desprecio, se ha llamado “la carpintería”. Si bien no hay dudas de que la preocupación por lo cotidiano es mucho menos atractiva y seductora que la preocupación por el gran diseño del país, es imperativo que cambiemos nuestros enfoques”. (Pág. 579). Veamos que hay detrás de esa nueva “exhortación” de Naím y Piñango. Hay, primero que nada, una legítima preocupación con la miríada de operaciones concretas que son necesarias para que el más pequeño o el más grande proyecto pueda ser llevado a la práctica. Estoy de acuerdo en que despreciar los detalles es una actitud perdedora. Se puede apuntar, por otro lado, que la mayor clientela del IESA se concentra en el sector privado de la economía, orgulloso de su capacidad “carpintera”, lo que hacía esa exhortación conveniente desde el punto de vista de la aceptación del libro y las relaciones públicas de la institución. Hay, también, en esa postura una sintonía con recientes cambios en la moda gerencial. Unos años atrás los enfoques gerenciales más prestigiosos estaban ligados a la noción de planificación estratégica. (Entre los más renombrados postulantes de la necesidad o la moda de planificar estratégicamente estuvo, por ejemplo, un grupo de consultores conocido como el Boston Consulting Group, al que hoy en día pocos le hacen caso). Luego vendría la crisis y el descrédito. Firmas como EXXON abandonaron algunos de sus intentos por leer el futuro y en todas partes comenzó a cuestionarse fuertemente la planificación estratégica y a gestarse una “rebelión de los tácticos”. Se exigía capacidad de maniobra operacional al tiempo que se desacreditaba la planificación estratégica.
Creo que ese enfoque es erróneo. Si lo que está mal es la estrategia esto no se resuelve poniendo a los tácticos en el sitio de los estrategas, sino consiguiéndose estrategas diferentes. Si lo que está mal es el diseño del mueble, eso es lo que hay que cambiar y no hacer una carpintería sin diseño y sin sentido, pues el mueble resultaría incoherente. Es perfectamente posible ejecutar eficientemente una política ineficaz. LEA
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Mi interpretación del propósito de LEA al referirse al libro de Piñango y Naím—una contribución que pienso fue verdaderamente innovadora hace 27 años—es, tal vez, para hacernos ver que la planificación estratégica en ese momento era algo que se consideraba la manera sabia de gerenciar proyectos, establecer las pautas para darles la dirección necesaria y el manejo adecuado de los recursos, que entonces había un espíritu planificador y proyectista serio en expansión, y que estábamos seriamente comprometidos con la modernización. Trayendo esta interpretación y confrontándola con el (triste) estado presente de las cosas, no dudo que hoy también haya empresarios que traten de utilizar estos métodos de planificación efectiva pero, lamentablemente, ese espíritu se ha convertido, por la fuerte intervención gubernamental en el control de las actividades de la empresa privada (y en contraste, por el relajo de los principios gerenciales en las empresas estatales), en una visión de la más absoluta inmediatez y la maldición del «como vaya viniendo vamos viendo». Sin duda necesitamos de todo, estrategas, tácticos, carpinteros y toda la suerte de recursos que permitan retomar el sendero de la planificación con miras a futuro (o como se llame hoy). Pero, sobre todo, hay mucha informalidad e improvisación en lo que se hace y cómo se hace.
Jokin Zubizarreta
En verdad, amigo Jokin, era mi intención mostrar cómo hay gente capaz de dar bandazos extremistas. La prédica de Naím y Piñango era refugiarse en el nivel microscópico porque no habría un marco general convincente. Es decir, por tal circunstancia repudiar los marcos generales en su totalidad. Pero, como puse, es posible ser muy eficiente en la ejecución de una política incorrecta o, incluso, intentar la vida sin una política o guía general. No cité todo lo que opiné en esas Memorias Prematuras acerca del libro. Después de lo que transcribí venía esto:
No obstante lo anterior, tanto el trabajo de Piñango y Naím como el libro completo publicado por el IESA al año siguiente, en 1985, son indudablemente muy valiosos. (Son mis trabajos favoritos dentro de ese conjunto, los dos de Gustavo Escobar y el de Janet Kelly de Escobar, el de Antonio Cova y Thamara Hannot, el de Eva Josko de Guerón, el de Gustavo Pinto Cohén. Son muy serios todos y algunos de ellos contribuyen a no ver las cosas enteramente por lentes de coloración negativa. Hay otros que forman una colección a la vez exhortacionista y cínica. El artículo que menos me gusta es el que abre la serie, el capítulo primero. Está tan bien escrito, y Elisa Lerner es tan perspicaz, que precisamente es por eso tan peligroso. Es uno de esos textos que agravan la sensación de culpa venezolana, que aumentan la autoflagelación, que pretende retratar al país más por lo notorio que por lo notable, y que hace, definitivamente, mofa de nosotros mismos. Si no fuera porque introduce una lista de tareas, el artículo de Ignacio Ávalos habría competido con el de Lerner por el primer lugar entre los varios artículos que, de un modo u otro, enfocan el análisis a partir de una denigración).
Para que se entienda las razones de ese rechazo, recomiendo leer Este piazo’e pueblo, en este blog. Antes de este último trabajo, ya había sonado una campana de alarma en junio de 1986 (Dictamen):
Reiteradamente, la mayoría de los diagnosticadores sociales nos restriega la culpa de nuestra desbocada conducta económica en nuestro pasado inmediato. Esto viene haciéndose desde hace ya varios años de modo sistemático. Las “proposiciones” de solución a los problemas vienen usualmente formuladas en términos de la transferencia de la culpa hacia otros. “Estamos mal porque aquél se portó mal”. Todos los días.
Pero esta exageración es, por supuesto, desmedida. No se trata de negar que se ha incurrido en conductas inadecuadas y hasta patológicas. Pero, en primer término, el proceso ha sido en gran medida eso: una patología. Como tal patología, la conducta social inadecuada puede ser juzgada con atenuantes. ¿Qué sociedad bien equilibrada no hubiera exhibido patrones de conducta similares a los venezolanos luego de la tremenda indigestión de moneda extraña que tuvo lugar durante la década de 1973 a 1983? ¿Qué conducta podía esperarse en una sociedad que, como la nuestra, ha retenido largamente la satisfacción de necesidades y se ve súbitamente anegada de recursos y posibilidades? Recordamos la similitud con aquellos campesinos que de repente eran llevados a los cursos de un mes de duración que patrocinaba el Instituto Venezolano de Acción Comunitaria, y que se enfermaban con la ingestión de tres comidas diarias, porque esta dieta era para ellos un salto enorme en la alimentación a la que estaban acostumbrados. Recordamos aquellos suicidios “anómicos” registrados por Émile Durkheim en Europa de fines de siglo, cuando una persona se quitaba la vida al experimentar un súbito desnivel entre sus metas y sus recursos, así fuera cuando el desequilibrio se produjese por la repentina y fortuita adquisición de una fortuna.
La dimensión del atragantamiento de divisas provenientes del negocio petrolero ha sido enorme. Bajo otra luz distinta a la que habitualmente se dispone para el análisis de este proceso, bien pudiera resultar que halláramos mérito en nuestra sociedad, pues tal vez nos hubiera ido peor, con una menor capacidad de absorción del impacto.
En términos relativos, además, nuestra conducta se compara con similitud ante la de otros países. El Grupo Roraima, en importante trabajo sobre la inadecuación de ciertos axiomas clásicos de nuestra política económica, no hizo más que constatar la semejanza de comportamientos de Venezuela con los de países que, con arreglo a otros indicadores, son habitualmente considerados como más desarrollados que nosotros. (Reino Unido, por ejemplo). Es conocido el regaño que Helmut Kohl imprimiera a sus compatriotas en el discurso inaugural como Primer Ministro de la República Federal Alemana, hace sólo tres años. La revista “Time” exhibió crudamente la conducta económica desarreglada de muy grandes contingentes de norteamericanos en un famoso artículo de 1982. Etcétera.
Esto es importante constatarlo, no para refugiarnos en el consuelo de los tontos, el mal de muchos, sino para salir al paso de muchas implicaciones, explícitas e implícitas, que suelen poblar la constante regañifa que, desde hace años, soporta el pueblo venezolano. Es decir, implicaciones que establecen comparación desfavorable de nuestra inadecuada conducta con la supuestamente regular conducta de países “realmente civilizados”.
Está bien, ya basta. Nos comportamos mal. Dilapidamos. Pero ya basta. No tenemos siquiera ahora la capacidad de dilapidar. Es hora de emprender otra clase de reflexión que no sea la abrumante de la autoflagelación.
Más aún. Ya basta de hacer residir la explicación de estos hechos en una supuesta tara congénita del venezolano, en “huellas perennes”, en la inferioridad del español ante el sajón, en la costumbre de la flojera indígena o la tendencia festiva del negro. Es necesario acabar con esa prédica, porque ella realimenta el síndrome de la sociedad culpable, que nos anula.
LEA, le agradezco mucho su paciente y magistral explicación a mi atrevido comentario a su escrito ¨Recuerdos de Aruba¨. No pude vencer la tentación, casi irreflexiva y crónica en los venezolanos que rayamos en los 50s, de proyectar el pasado al presente, para contrastar lo que creemos y sentimos que hemos perdido o ha empeorado desde entonces. Sus explicaciones han sido extremadamente útiles para comprender una historia que desconocía en su contexto más amplio. Saludos.
Estimado Jokin: no nos conocemos personalmente, y me gustaría que encontráramos la forma de remediar esa insuficiencia. Pero su participación en este blog, presta a la corrección sin revirar con inmadurez, me da pie para pensar que dialogo con una persona superior. Lo más raro en los hombres es admitir una equivocación a la que, por otra parte, absolutamente todos estamos sujetos. Eso es signo de inteligencia y desarrollo personal.
He iniciado la escritura de un libro que cubrirá la historia política nacional desde 1988—año de la campaña ganada por Pérez—hasta el presente; espero que su lectura le sea útil. Pero he ido hoy un poco más atrás—Hipoteca en 2do. grado—para referir el tránsito de Luis Herrera Campíns por la Presidencia de la República, al saber que Ramón Guillermo Aveledo presentará pronto su biografía del portugueseño. Le encarezco que lea lo que antes recomendé: Este piazo’e pueblo. No es tanto historia como sociología, pero creo que nos cura el dañino vicio de considerarnos inferiores a otros pueblos.
Queridos Luis Enrique y Jokin,
Mi jefe Luis Enrique y mi amigo Jokin, qué coincidencia ésta tan pero tan felíz. Desde Margarita -por el momento- un fuerte abrazo para ambos. Qué rica la lectura de sus comentarios. Qué bueno este nivel de reflexión en medio de tanto disparate que vuela por todas partes a donde mires en la Venezuela de hoy. Qué dicha el constatar la vida y conducta de nuestras voces analíticas, aún buscando la sensatez así sea a tientas. Qué sabroso haberlos encontrado por ¿casualidad? hoy en la red, a qué no se imaginan cómo… ¡buscando información sobre el Grupo Santa Lucía!, para enviarla como referencia a un grupo de venezolanos de la edad de Jokin ( y de mi hermano Juan Bautista y sus amigos) a los que intentaba iluminar sobre la Venezuela reflexiva sobre sí misma que se gestaba enlos 70´s.
Gracias por seguir diciendo las cosas. Siempre queda algo sobre lo cual alguien seguirá construyendo.
Un abrazo para ambos.
Elena
Mil gracias, Elena, por este saludo sorpresivo. Hace tiempo que Jokin no comenta en mi blog, pero siempre ha aportado cosas muy bien pensadas y dichas.
Kevin Kelly dijo: “Soy optimista acerca de lo único que, por definición, podemos ser optimistas: el futuro. Cuando anoto lo positivo y lo negativo que hoy trabajan en el mundo, veo progreso. El mañana luce como que será mejor que hoy. No sólo en progreso para mí, sino para todo el mundo en el planeta tanto en conjunto como en promedio… Como dijera una vez el rabino Zalman Schacter-Shalomi: ‘Hay más bien que mal en el mundo, pero no por mucho’. Inesperadamente, ‘no mucho’ es todo lo que necesitamos cuando tenemos el poder del interés compuesto en operación. El mundo sólo necesita ser 1% mejor (o incluso una décima de por ciento mejor) cada día para acumular civilización. En tanto creemos 1% más de lo que destruimos cada año, tendremos progreso. Este incremento neto es tan pequeño que es casi imperceptible, especialmente ante el 49% de muerte y destrucción que nos afronta. Sin embargo, este minúsculo, delgado y tímido diferencial genera progreso”. Concurro con esa penetrante idea.
Me alegra mucho saber de ti.