Los instrumentos más eficaces tienen una cualidad vocal.
Robert Wyatt
Soft Machine – Canterbury Scene
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Marshall McLuhan vería a un instrumento como extensión de la voz. (Understanding Media: The Extensions of Man, 1964). Después de los pájaros y las ballenas, fueron los hombres y las mujeres quienes hicieron música con sus gargantas y labios, más allá de la percusión meramente rítmica y ruidosa que habrán producido antiguos homínidos. Si, como dice Herbert Read, la imagen precedió a la idea a juzgar por las pinturas de Altamira y Lascaux que antecedieron a la escritura, el canto ha debido anteceder a la palabra. Sería después cuando alguien perdido en la prehistoria descubriría que soplando un caracol podía producir notas definidas; más tarde aún, aparecerían los primeros instrumentos fabricados por los humanos, los espejos de la voz. La flauta simple más antigua data de hace 67.000 años, pero las madres del género Homo ya existían hace dos millones y medio de años; seguramente calmaban el sueño de sus crías con ancestrales canciones de cuna en las planicies africanas. La voz que canta es anterior al instrumento que es su espejo.
Así como la rueda era la extensión del pie y las lentes y los espejos del ojo, evolucionados en tecnológica expansión hasta el carro de Fórmula 1 y el telescopio Hubble, los instrumentos de una orquesta sinfónica son un refinamiento que ha sobrepasado las capacidades sonoras de las cuerdas vocales y, si en ella suena comúnmente una veintena larga de instrumentos distintos, son centenares los instrumentos musicales de hoy día, sin que la invención de muchos nuevos, en la actualidad acicateada por la disponibilidad de la electrónica, se haya detenido. Por mencionar un caso, tan sólo en la categoría de flautas de concierto es posible distinguir ocho tipos diferentes.
Aun así, sigue clasificándoseles por el rango de la voz humana, desde el registro de soprano hasta el de bajo; un sistema (Hornbostel-Sachs) establecido en 1914, los ordena en cambio por el modo de producción del sonido—columna de aire, vibración de una membrana, vibración de una cuerda, vibración del cuerpo mismo del instrumento—y es inclusivo de los instrumentos de toda cultura. Más de dos mil años antes, el tratado Natya Shastra, una exhaustiva obra india sobre las artes de ejecución—música, teatro, danza—, usaba categorías muy parecidas.
Pero incluso la música producida por los instrumentos de percusión puede ser entendida como extendida desde las capacidades de los humanos; todo cultor del flamenco sabe que las palmas son más esenciales que las castañuelas, y Stephen (Steve) Michael Reich (1936) ha producido música con los aplausos de un grupo coordinado:
Clapping music
Reich es, sin duda, un compositor minimalista; antes que él, Louis Thomas Harding (1916-1999), un músico ciego norteamericano que adoptó el nombre artístico de Moondog—decidió vivir en las calles de Nueva York, inventaba instrumentos y se disfrazaba de Odín—tomó inspiración de los ruidos de la calle o sonidos elementales como el de la trompa de niebla de los barcos y remolcadores. En el segundo ábum con su nombre (1969) incluyó una pieza con varios significados y obvia tensión entre el hombre y la máquina: Stamping ground. (Stamping o stomping ground designa a un sitio donde uno pasa considerable tiempo, un terreno que se patea, que en su caso eran las calles de Manhattan. To stomp es marchar pateando el suelo y ruidosamente; zapatear, pues). La pieza permite escuchar al inicio ruidos callejeros, que incluyen los pasos de uno que otro peatón. Moondog dice entonces crípticamente: «Machines remised on men’s reliance, once upon a time, but now that is the opposite: it’s twice upon a time». (Había una vez máquinas que atacaron de nuevo la confianza del hombre, pero ahora es lo opuesto: había dos veces. Remise es en esgrima un segundo ataque luego de que falle uno primero). Ground, por otra parte, es el término inglés para passacaglia (pasacalle), que alude (DRAE) a una marcha popular de compás muy vivo y origen español, pero es una forma musical del Barroco en el que se repite una y otra vez un mismo bajo sobre el que suenan variaciones del motivo repetitivo. (La más famosa es, por supuesto, la Passacaglia y Fuga en Do menor para órgano de Juan Sebastián Bach. Ver en este blog Las músicas azules). Es justamente una passacaglia la forma adoptada por Moondog para la penetrante marcha que escuchamos a continuación:
Stamping ground
Los instrumentos musicales son máquinas (artificios «para aprovechar, dirigir o regular la acción de una fuerza»), y hay máquinas creadas para otros propósitos que pueden ser empleadas como instrumentos que hagan música. Leroy Anderson (1908-1975) tiene dos piezas con máquinas puestas en papel musical: The Syncopated Clock (1945)—síncopa: Enlace de dos sonidos iguales, de los cuales el primero se halla en el tiempo o parte débil del compás, y el segundo en el fuerte—y The Typewriter (1950). Oigámoslas una tras otra. (Ver también De la música como retrato, para la estricta imitación de una locomotora Pacific 231 por Arthur Honneger).
El reloj sincopado
La máquina de escribir
Puede ocurrir que se prefiera la voz humana al instrumento; lo contrario puede también pasar: hay momentos cuando aun una pieza compuesta para el canto quiera escucharse en versión instrumental. Tal cosa es perfectamente posible, más fácilmente si las melodías son muy hermosas; todo depende del mood. Traigamos ahora cuatro parejas de canto acompañado y sólo instrumentos: Vocalise, de Sergei Rachmaninoff (1873-1943); el Dueto de la flor (Viens Malike), aria de Lakmé, la ópera de Léo Delibes (1836-1891); Canción de la India, de la ópera Sadko de Nikolai Andreievitch Rimsky-Korsakoff (1844-1908); Canciones que me enseñó mi madre, la hermosísima pieza de Antonín Leopold Dvořák (1841-1904) con la que cierra esta nueva entrada musical del blog. Primero sonarán en versión puramente instrumental y luego con voz de féminas cantoras: Rachmaninoff por el Ensemble de Violines del Teatro Bolshoi y Renée Fleming en una canción sin palabras; Delibes por el Cuarteto de Cuerdas de Dublín (todas mujeres) y el dúo extraordinario de Katherine Jenkins y Kiri Te Kanawa (Dame de la Orden del Imperio Británico); Rimsky-Korsakoff en versión de orquesta bajo la batuta de Tommy Dorsey y en la voz de Lily Pons; finalmente, Dvořák por Yo-Yo Ma al violonchelo y de nuevo por Renée Fleming, mi cantante operática favorita en la actualidad. (¿O es Angela Gheorghiu, o Elīna Garanča, o Anna Netrebko, o…?)
Vocalise – Violines del Bolshoi
Vocalise – Fleming
Dueto de la flor – Cuarteto de Dublín
Dueto de la flor – Jenkins/Te Kanawa
Canción de la India – Dorsey
Canción de la India – Pons
Canciones que me enseñó mi madre – Yo-Yo Ma
Canciones que me enseñó mi madre – Fleming
Pero lo mejor es, como acabamos de oír, la voz acompañada, el hombre y el instrumento; más bien, hoy la voz de la mujer enmarcada por la orquesta. LEA
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