Debo dar el beneficio de la duda a Nicmer Evans, politólogo de moda, y a Ulises Daal, Director de Investigación y Asesoría en Políticas Sociales de la Asamblea Nacional. Pudiera ser que Pedro Pablo Peñaloza, aunque lo dudo, hubiera transcrito mal declaraciones suyas sobre algunas reacciones críticas a la pieza de teatro que lleva el escueto nombre de Proceso Constituyente para la Elaboración Colectiva del Plan Socialista de la Nación 2013-2019. Claro que respeto el profesionalismo de Peñaloza, desde que el 1º de agosto de 2005 su constancia arrancara a Alejandro Plaz, entonces capo de Súmate, la admisión de que no se podía demostrar fraude en el revocatorio de 2004. En esta ocasión creo que debo llamar su atención a un error importante en su nota «Proceso constituyente está permanentemente abierto». El problema, creo, es que ha entrado—inadvertidamente, supongo—en la novísima trampajaula terminológica del oficialismo. Peñaloza escribe hoy 13 de noviembre en el diario El Universal: «El poder constituyente avanza. (…) El fin de semana pasado demostró estar vivito y coleando». De la redacción de esta nota de Peñaloza se desprende que se ha tragado, si no el cuento, al menos la nomenclatura del gobierno. Claro que están más confundidos el gobierno mismo y, especialmente, Evans y Daal. La glosa será útil para justificar esta última afirmación.
Escribe Peñaloza: «El poder constituyente no ha fenecido, está permanentemente activo», subraya el politólogo Nicmer Evans, defensor de la revolución bolivariana. Por supuesto que no ha fenecido, pero la buena salud del Poder Constituyente Originario no es una concesión del Estado, que debe estarle por entero subordinado. No depende para nada de esta piratería del «proceso constituyente». Mientras haya una nación venezolana tendrá existencia ese poder, aunque Hugo Chávez no le pida que le mande papelitos. Y sugiero a Peñaloza que ponga más atención a la terminología chavista para no consagrarla; la escritura correcta es revolución «bolivariana«, esto es, llamada «bolivariana», con el adjetivo escrito entre comillas. (Ver en este blog la coletilla a Reivindicación de la clínica).
Escribe Peñaloza: El chavismo en pleno, encabezado por ministros, gobernadores y candidatos, llevó adelante el «proceso constituyente» del Segundo Plan Socialista de la Nación 2013- 2019. Se trataría, según explicaron sus promotores, de abrir un debate nacional para que todos los venezolanos nutran con sus ideas el programa de Gobierno que el presidente Hugo Chávez aplicará en el próximo sexenio. Ningún debate ha sido abierto. Cada ciudadano que quiera empatarse en el sarao enviará sus ideas individualmente y, según explicó Jorge Giordani abundando en la patraña, “El inicio de este debate público permitirá que el pueblo venezolano aporte sus ideas para ser evaluadas por el Presidente de la República…» Será él quien debatirá, en soledad,* consigo mismo las ideas que se le envíen. La cosa no pasa de ser un gigantesco buzón de sugerencias, típicos de las empresas estadounidenses y base de numerosas comedias de Hollywood y caricaturas de prensa.
Escribe Peñaloza: «El llamado al ‘proceso constituyente’ es la utilización de una consigna que ratifica la intención de movilizar la discusión del plan de la patria», ilustra el experto. (?) Acá se traiciona Evans; consigna es (nos dice el DRAE): «En agrupaciones políticas, sindicales, etc., orden que una persona u organismo dirigente da a los subordinados o afiliados». Es una consigna, además, electorera. Es el intento de usar incorrecta y engañosamente la marca «constituyente». Es la campaña «paraguas» de la elección de gobernadores. Y en ningún caso es el plan de la patria; si acaso, el del «corazón de su patria». La Patria no lo ha elaborado, y nadie puede hablar por ella.
Escribe Peñaloza: Evans aclara que Chávez no está convocando a una Asamblea Nacional Constituyente para modificar la Carta Magna. «El Presidente está llamando al país para discutir el uso de los recursos, solicita la incorporación de elementos puntuales para el desarrollo y la concreción del plan», acota el académico. Tal vez sea únicamente Henrique Capriles Radonski quien necesite esa aclaratoria, a juzgar por sus reacciones al asunto: El gobernador Henrique Capriles Radonski alertó que la posible Constituyente que evalúa el Ejecutivo Nacional en el marco del Plan de la Nación Socialista es un «golpe» a la Constitucional [sic] aprobada en 1999. (El Universal, nota del 12 de noviembre).
Escribe Peñaloza: Ulises Daal, director de investigación y asesoría en políticas sociales de la Asamblea Nacional, señala que el proceso constituyente implica que «el pueblo ejerza de manera permanente su soberanía». Si se tratara de ejercer la soberanía, el Pueblo tendría que aprobar el bendito plan de desarrollo, no estar constreñido a enviar sugerencias.
Escribe Peñaloza: El numeral 18 del artículo 236 de la Constitución, establece que el Jefe de Estado tiene entre sus atribuciones y obligaciones «formular el Plan Nacional de Desarrollo y dirigir su ejecución previa aprobación de la AN». Daal resalta que antes de someter su propuesta a consideración de la Cámara, Chávez ha resuelto impulsar la democracia participativa y protagónica abriendo una consulta popular inédita. Claro, con papelitos o mensajes protagónicos insertados en la web dispuesta al efecto.
Escribe Peñaloza: El funcionario [Daal] cita el artículo 62 de la Constitución, que reza: «La participación del pueblo en la formación, ejecución y control de la gestión pública es el medio necesario para lograr el protagonismo que garantice su completo desarrollo». Exactamente: para que algún ciudadano o asociación remita al Presidente de la República ideas que él, en su soberana y solitaria majestad, considerará si incluye en su plan, no se requiere ni invitación ni autorización presidencial, mucho menos el espectáculo que se ha montado; bastaba un simple anuncio de Miraflores.
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No basta para que algo sea un proceso constituyente que alguien, así sea el Poder Ejecutivo Nacional, lo designe como tal. En Política, y en Derecho Constitucional, constituyente es lo que constituye una república, lo que le da el ser, lo que establece su marco general de actuación. Nuestra república está constituida desde 1811, y ha sido reconstituida con cada nueva constitución, la última vez el 15 de diciembre de 1999. Es una distorsión manipuladora el uso adjetival del término para referirse al vistoso teatro—montado en función sabatina de estreno en varias salas por el gobierno (aunque no en las del Circuito Radonski)—de esta pomposa e insignificante «participación protagónica». Esta película sólo tiene un protagonista, Hugo Chávez; ni siquiera tiene actriz principal. Maduro, Giordani, Evans y Daal son actores de reparto; los ciudadanos somos extras del espectáculo.
Por lo demás, Nicolás Maduro, en su carácter de Vicepresidente Ejecutivo de la República, precisó hoy que el proceso «constituyente» estará abierto ¡todo un mes completo! Debo, pues, reformular mi cálculo de Puro show: si tan sólo uno de cada diez electores (representatividad de 10%) enviare una única idea al Presidente de la República, éste tendría que considerar un poco más de un millón ochocientas mil sugerencias en ese lapso-ultimátum de treinta días; es decir, tendría que leerse 60.000 mensajes diarios. Esperemos, por su salud física y mental, que las proposiciones sean breves. Quizás puedan enviarse en tuits de 140 caracteres cada uno.**
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*Al comienzo de su primer gobierno, Hugo Chávez cerró una famosa carta a la Corte Suprema de Justicia con estas consideraciones: «Esas son las razones por las cuales el Jefe de Estado conduce, en soledad, la política exterior y, en soledad, es el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas Nacionales. Inmerso en un peligroso escenario de Causas Generales que dominan el planeta (Montesquieu; Darwin), debo confirmar ante la Honorabilísima Corte Suprema de Justicia el Principio de la exclusividad presidencial en la conducción del Estado». (Destacado del presidente Chávez). Nada puede contradecir más frontalmente el Artículo 62 citado por Daal.
**Un total de aproximadamente 420.000 palabras diarias.
LEA
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Excelente. Le quitó la máscara. Les echó a perder el show.
Gracias por la generosa apreciación. Son cosas como ésa lo que no ha podido hacer jamás la oposición profesional venezolana. Quizás fuera la primera vez que escribiera sobre la necesidad de refutar el discurso chavista lo que copio abajo, de la Carta Semanal #56 de doctorpolítico. (Del 2 de octubre de 2003. Entonces la llamaba Carta de Política Venezolana).
En 1999 fue posible recomendar que no se entendiera la oposición a Chávez como su negación. Era imposible negarle. Era un fenómeno telúrico, como el Caroní.
Lo primero que puede intentarse ante un fenómeno así es la contención. Se contiene el río con diques para que no se desborde asolándolo todo. La oposición pudo hacer bastante más contención de la que hizo.
(…)
Pero no basta, naturalmente, la mera contención. Para ganarle a Chávez hay que rebasarlo con un discurso de orden superior. La única oposición viable a Chávez es por superposición.
Y aquí la cosa es más grave, pues nunca ha habido un discurso opositor que haya sacado la alfombra argumental del piso de Chávez, cosa que fue posible durante la campaña de 1998 y no se hizo, cosa que fue posible desde su primer año de gobierno y no se hizo. Nadie ha sido capaz, no ya de acusar a Chávez, sino de refutarlo. (Por lo menos entre quienes han tenido las oportunidades comunicacionales para hacerlo).
Ya hace, pues, al menos más de nueve años desde esa advertencia, que he repetido las veces que fue pertinente a través de los medios a mi alcance. Desde 1992 he refutado más de una vez el discurso oficialista. Este blog, que acumula entre muchas otras cosas lo que he hecho en ese sentido, es prueba de esa pretensión. El protocolo opositor venezolano, evidentemente ineficaz, consiste en acusarlo todos los días (por ejemplo, desde «Aló ciudadano»); nunca en refutarlo. No lo hizo Salas Römer, no lo hizo Rosales, no lo hizo Capriles, para mencionar sólo a los candidatos y prescindir de Arias Cárdenas, probablemente un quintacolumnista.
Todavía es posible esa refutación.