El siguiente texto está tomado del epílogo (Delta y profecía) de Las élites culposas (Libros marcados, 2012).
Desde el punto de vista de la Medicina Política resulta muy importante tener una noción clara de qué es una sociedad normal. Los estudiantes de Medicina, antes de estudiar la enfermedad, deben aprender primero cómo está organizado y cómo funciona un organismo sano. A eso dedican dos años de estudio.
¿Qué sería una sociedad normal para la Medicina Política? En materia de renta, de riqueza o de pobreza, una sociedad normal ostentará una distribución estadística normal: unos cuantos serán muy ricos, un poco más serán ricos, muchos más serán una clase media muy amplia, bastante menos serán pobres y muy pocos serán muy pobres. En los extremos, la mucha riqueza y la mucha pobreza son tan resistentes como escasos componentes de la realidad de una sociedad normal. Esta noción fue ya propuesta en el Documento base de la Sociedad Política de Venezuela (febrero de 1985), un proyecto de organización política que no contó con apoyo suficiente, tal como se relata en mis Memorias Prematuras:
Por ejemplo, la distribución teóricamente «correcta» de las rentas, de adoptarse un principio meritológico, sería también la expresada por una curva de «distribución normal», dado que en virtud de lo anteriormente anotado sobre la distribución de la heroicidad y en virtud de la distribución observable de las capacidades humanas—inteligencia, talentos especiales, facultades físicas, etc.—los esfuerzos humanos adoptarán asimismo una configuración de curva normal. Esta concepción que parece tan poco misteriosa y natural contiene, sin embargo, implicaciones muy importantes. Para comenzar, en relación con discusiones tales como la de la distribución de las riquezas, nos muestra que no hay algo intrínsecamente malo en la existencia de personas que perciban elevadas rentas, o que esto en principio se deba impedir por el solo hecho de que el resto de la población no las perciba. Por otra parte, también implica esa concepción que las operaciones factibles sobre la distribución de la renta en una sociedad tendrían como límite óptimo la de una «normalización», en el sentido de que, si a esa distribución de la renta se la hiciera corresponder con una distribución de esfuerzos o de aportes, las características propias de los grupos humanos harían que esa distribución fuese una curva normal y no una distribución igualitaria, independientemente de si esa igualación fuese planteada hacia «arriba» o hacia «abajo». No es la normalización de una sociedad una tarea pequeña. La actual distribución de la riqueza en Venezuela dista mucho de parecerse a una curva normal y es importante políticamente, al igual que correspondiente a cualquier noción o valor de justicia social que se sustente, que ese estado de cosas sea modificado.
La existencia de una exigua clase muy rica no depende, por ejemplo, del sistema político. Fidel fuma Cohíbas, no cualquier tabaco, y Chávez Frías no almorzaba precisamente pasta con sardinas. No ha habido revolución que no genere una clase privilegiada, como nos enseñó Milovan Djilas respecto de la soviética. Aquí en Venezuela, lo que produjo Chávez es la sustitución de una hegemonía por otra, de una clase social influyente por su propia oligarquía, militar y socialista. Y esto no resolverá el problema de la obviamente enferma distribución de las rentas en nuestro país, que se compone de los inevitables y escasos ricos presentes en todo sistema político, una delgada clase media en vía de depauperación, una grande y creciente masa de pobres. Lo que queremos no es que los Rangel Ávalos sustituyan a los Vollmer Herrera, sino que cada segmento de la curva de distribución mejore y crezca.
La curva normal o de Gauss—la de forma de campana, la que describe la distribución de la renta en una sociedad sana—y la curva que resulta de la distribución de la riqueza en Venezuela son ambas casos especiales de una sola función matemática: la función Lambda. Esto significa que una es transformable en la otra y viceversa. La tarea es, entonces, la de normalizar la distribución de los ingresos, no la de hacer a todos iguales. Esta pretensión es de suyo imposible, puesto que equivale a negar la naturaleza de la especie humana.
Hay sólo una forma de lograr esa normalización: el porcentaje del crecimiento de la renta de los que tienen menos debe ser mayor que el porcentaje de crecimiento de la renta de los que tienen más. Los Estados Unidos se dan con una piedra en los dientes cuando superan un crecimiento anual de 2%, y las tasas de interés en ese país normalmente no llegan a 5%; de hecho, hoy son casi iguales a cero. (En Venezuela, una cuenta a plazo fijo devenga alrededor de 15%). Claro, el 5% de un trillón es cantidad bastante más importante que el 10% de un billón.
De modo que una alta tasa de crecimiento para el conjunto es traducible en una mezcla de crecimientos que sean mayores para los que tienen poco y más lentos para los que ya tienen mucho. Estas cuentas dan, y la sociedad sana a este respecto sería aquella en la que los habitantes de menores recursos tengan un ingreso muy suficiente para el acceso a una vida digna y los beneficios de la tecnología más moderna, aunque haya otros habitantes que tengan ingresos mayores y hasta muy mayores que los primeros. Lo que decididamente no es sano es la estandarización de los habitantes como si fueran hormigas socialistas y tampoco, reitero, que la disparidad implique la pobreza para la mayoría.
Heinz Dieterich, pintoresco teórico marxista, antaño favorito de Hugo Chávez, concedió hace unos años una entrevista a Luis Juberías Gutiérrez: El socialismo del siglo XXI. La economía de equivalencias. (AVANT, 7 de abril de 2004). Allí decía que el asunto del socialismo se reducía a la democracia participativa y a «una sociedad en la cual el objetivo sea dar igual nivel de vida a todos los ciudadanos». Y explicaba: «El ideal de justicia de que todos tengan la misma gratificación por el mismo esfuerzo laboral, a mi juicio, sólo se consigue en el comunismo. Para que esto suceda no es suficiente la voluntad, sino que se exigen unas condiciones objetivas. Para que cada uno pueda aportar lo mismo con igual esfuerzo, necesitas niveles semejantes de alimentación, educación, participación, etc., es un proceso de voluntad política y de condiciones prácticas que te hacen una sociedad homogénea en cuanto a realizar y aportar más o menos lo mismo». Es decir, una sociedad de hormigas idénticas, clonadas, sobre las que, por supuesto, es muy fácil perpetuar una dominación.
Los discursos políticos convencionales parten de la idea de que una “injusta” distribución de las riquezas es culpa del gobierno de la sociedad que la exhiba, que es la responsabilidad gubernamental enderezarla y, lo que es peor, que tal cosa le es posible.
Los Estados, por supuesto, pueden establecer reglas de juego que limitan lo que una sociedad puede hacer, pero son las sociedades mismas las que construyen sus economías. Los Estados pueden estimular alguna dirección conveniente; Irlanda, por caso, entendió al fin que su prosperidad no provendría de las actividades pastoriles, agrícolas y textiles que durante centurias la mantuvieron en la miseria. Con ayuda de importantes impulsos gubernamentales, los irlandeses se atrevieron a entrar en el campo de la tecnología informática y vieron un progreso inusitado, por más que ahora, por falta de prudencia, sus finanzas públicas estén desarregladas.
Pero no hay un “proyecto de país” en Irlanda o en Holanda, como tampoco los Padres Fundadores de los Estados Unidos dibujaron un plano detallado de su nación; se limitaron a implantar unas reglas de juego sensatas, que no imponían una camisa de fuerza, una sobre-reglamentación a los habitantes. Pero también en ese país admirable el paradigma político convencional ha entrado en crisis. Una encuesta de agosto de 2011, encargada por el Washington Post, registraba que tres cuartas partes de los estadounidenses creían que el gobierno federal—la Casa Blanca y el Congreso—no son capaces de resolver los problemas de la economía. Una gran mayoría opinaba que su proceso de decisión es inestable e ineficaz. LEA
_________
Buenas tardes. He leído su artículo; me ha parecido muy interesante y de verdad vale la pena comentarlo todo. Sin embargo, hay dos cosas que me llaman la atención y que son de mi interés: una es sobre el proyecto nacional, ese concepto muy usado en la historiografía venezolana, en la cual se ha usado que en Venezuela la idea de proyecto nacional no se ha concretado o que se concretó fue en el siglo XX luego de la muerte de Gómez. Sin embargo, cuando uno mira las ideas o reflexiones que se plasman en las constituciones nacionales, intentan regular muchos ámbitos de la sociedad venezolana así como también de plantearse toda una serie de metas tan trascendentales en manos del Estado que pasan por una serie de regulaciones, de otorgamientos de derechos y privilegios que en muchos casos no se cumplen, por no sonar exagerado al decir que son imposibles. Que, como señala, tal vez ese «proyecto nacional de Estados Unidos» y un ejemplo de ello es su constitución, intenta generar sólo las condiciones idóneas para que sus ciudadanos se procuren su existencia, puedan dedicarse a toda una serie de actividades que les sean de mayor provecho, y si se presentan problemas que corregir al no estar enmarcados en una contitución pueden solucionarse sin grandes traumas.
El otro comentario es que, por lo que se ve, en el discurso político venezolano no se hace referencia al principal problema en el acceso a los ingresos: aquellos que tienen más y los que no tienen, que es la forma como se distribuye la renta petrolera y quién es el que decide su distribución. Por lo tanto, pareciera que se sigue con un discurso de que se es pobre o aumenta porque se roba o malversa, pero ninguno señala que es un probleama el que la pobreza siga creciendo, porque el modelo económico de la distribución de la renta sigue en manos del Estado en forma discrecional, que debe haber un cambio en ello.
Muchas gracias por su interés y sus atinados comentarios. He tratado con más detalle el mito de un «proyecto-país» en varias ocasiones; por ejemplo, en Mitología proyectiva. Y me causó agradable sorpresa leer en el Programa de Gestión de la candidata María Bolívar esta claridad: «Entendiendo que ningún Estado puede darle entera satisfacción material ni cultural a la sociedad, le corresponde mantener un ambiente propicio para que la sociedad trabaje en su propia satisfacción y en la provisión de recursos para el Estado. No debe subordinarse la sociedad al Estado. Debe subordinarse el Estado a la sociedad».
La constitución estadounidense tiene la virtud de la simplicidad y de lo práctico. No obstante, es un documento perfectamente capaz de causar problemas. Porque la Guerra de Independencia de los EEUU se hizo en gran medida con milicianos, la seguridad de la nación naciente dependía mucho de ellos, ciudadanos comunes armados. De allí viene la Segunda Enmienda que eleva a la condición de derecho constitucional la posesión y el porte de armas. Ahora que ese país se preocupa por la epidemia de asesinatos masivos por enajenados mentales, lo lógico sería repeler esa enmienda, pues hace ya mucho tiempo que la seguridad de los EEUU sólo depende de una fuerza armada profesional.
Era costumbre del Derecho español que las riquezas del subsuelo fuesen propiedad de la Corona; de allí que sea ahora el Estado quien se cree dueño de los hidrocarburos. Esto es un concepto equivocado. Al convertirse un territorio antaño del Rey de España en república, la soberanía ya no reside en la Corona, sino en el Pueblo. Lo correcto sería devolver al Pueblo esa soberanía sobre los recursos del subsuelo. El Estado debiera ser limitado al papel de administrador.
Actualmente sé que en el Centro de Estudios de Energía y Ambiente del IESA se está desarrolando una serie de seminarios y discusiones sobre la factibilidad de crear un fondo donde se tranfiera el ingreso petrolero, y se le otorgue dividendos a los ciudadanos sobre ese fondo y el Estado luego cobre impuestos sobre esos dividendos, pero que también parte de ese fondo sirva para financiar un sistema de salud o de pensiones, tal vez inspirado en el fondo noruego o el fondo de Alaska. Son opciones que lucen interesantes para su divulgación y discusión; tal vez permita que la gente se entere de que existe otra forma de administrar el ingreso petrolero.
En cuanto a la cita sobre María Bolívar puede ser que no la haya escrito ella, pero es una idea diferente frente al discurso político actual, que debiera ser fuente de debate para los venezolanos actualmente.
No se dispone aún de los estados financieros de PDVSA para el ejercicio 2012. En 2011, la ganancia antes de impuestos fue de algo por encima de 35.000 millones de dólares, luego de pagar regalías y otros impuestos por más de 17.000 millones. Eso hace una ganancia total de unos 53.000 millones de dólares. Si la empresa no invirtiera, esa renta, dividida entre 29 millones de venezolanos, significaría un ingreso ciudadano de 1.827 dólares per cápita al año, lo que no nos convertiría en millonarios.
He leído con mucho interés este tema que aparece en tu libro. Desde luego, este asunto merece en sí un libro en el cual se estudie el tema económico con la profundidad y detalle necesario. Tus planteamientos de la sociedad normal, desde luego no son realizables en el socialismo. De modo que tiene que ser en un régimen económico y político en el cual la gente decida dónde vivir, trabajar y educar a sus hijos en un ambiente de libertades. Además, se deduce que la riqueza debe ser generada por los habitantes de ese pais. Tomemos el caso de Japón por ejemplo. Este país produce el mejor acero del mundo, no tiene mineral de hierro, ni petróleo. Suecia y los países escandinavos son sociedades ricas en las cuales sus ciudadanos son quienes producen la renta. En el caso de Venezuela, tenemos que el Estado, sobre todo en el período de Chavez ha asumido, además de la exclusividad del petroleo al desechar la apertura en la forma que fue concebida, el cemento, la agricultura, electricidad, teléfonos, la distribución mayoritaria de alimentos, la agroindustria, el acero, el aluminio, en fin… Y éste es un modelo que no cumple, ni mínimamente con el de una sociedad normal. Aun con misiones y todas la dádivas, gran parte de la produccion de bienes y servicios está en manos del Estado. Cada vez con mayor pobreza acumulada. La sociedad venezolana tendrá que cambiar estas circunstancias hacia un Estado, con menos participacion administrativa de la producción, hacia uno regulador y supervisor, incluso la exclusividad de petróleo. Y dejar en manos de los venezolanos la producción de bienes y servicios. Más Estado y menos administración, segun Ramón Martín Mateo, catedrático de ciencias políticas en España.
Te animo a seguir escribiendo sobre estos temas, lo haces muy bien y, siguiendo a Kotepa Delgado; «Escribe que algo queda»
Gracias, Aurelio, por tu generosa opinión. No sé si ella lo escribió, pero en el Programa de Gestión de María Bolívar se lee esta clarísima formulación: «Entendiendo que ningún Estado puede darle entera satisfacción material ni cultural a la sociedad, le corresponde mantener un ambiente propicio para que la sociedad trabaje en su propia satisfacción y en la provisión de recursos para el Estado. No debe subordinarse la sociedad al Estado. Debe subordinarse el Estado a la sociedad». Es una verdad que la mayoría del electorado apreciará.