La nación debe ser sedada

La nación debe ser sedada

histeria. (Del fr. hystérie, y este del gr. ὑστέρα, matriz, víscera de la pelvis). 1. f. Med. Enfermedad nerviosa, crónica, más frecuente en la mujer que en el hombre, caracterizada por gran variedad de síntomas, principalmente funcionales, y a veces por ataques convulsivos. 2. f. Estado pasajero de excitación nerviosa producido a consecuencia de una situación anómala. ~ colectiva. 1. f. Comportamiento irracional de un grupo o multitud producto de una excitación.

Diccionario de la Lengua Española

Histeria, en su uso coloquial, describe excesos emocionales inmanejables. Las personas «histéricas» a menudo pierden su autocontrol, a causa de un miedo abrumador que puede originarse en eventos del propio pasado que involucraron algún tipo de conflicto severo.

Wikipedia
(traducción del artículo en inglés)

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La primera obligación de un gobernante es la preservación de la paz y la seguridad de la comunidad. Un verdadero jefe de Estado procura siempre esas condiciones esenciales de la vida social; no se conduce como miembro prominente de una pandilla pendenciera. El Presidente electo, Nicolás Maduro, está fuera de ese deber, con su verbo incesantemente belicoso e insultante. También el Presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, que niega arbitraria e ilegalmente a diputados de oposición el derecho de palabra y permite su asalto físico y verbal. Si amenaza con abrir investigación de la Asamblea Nacional acerca del comportamiento de Henrique Capriles Radonski, antes debió iniciarla sobre los partidarios del gobierno que amedrentaban, armados y en gavillas motorizadas, a votantes de opinión contraria a la suya; antes ha debido señalarle al Presidente encargado su obligación de destituir al Ministro de la Defensa por la violación pública y descarada del Artículo 328 de la Constitución: «La Fuerza Armada Nacional (…) está al servicio exclusivo de la Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna».

En el instante de la metamorfosis

En el instante de la metamorfosis

El actual líder de la oposición acicatea esa conducta inaceptable cuando él mismo se refiere a Maduro como «el ilegítimo». Maduro se encargó de la Presidencia de la República por interpretación correcta de la Constitución, texto al que Capriles se opuso en 1999 y ahora blande como todo el resto de los opositores. Al producirse la falta absoluta de Hugo Chávez, Maduro dejó de ser Vicepresidente—cargo sobre el que pesa el impedimento del Artículo 229 constitucional—e ipso facto se convirtió en Presidente habilitado para presentarse a la elección del 14 de abril. Previamente, el 9 de enero, la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia resolvió defectuosamente la laguna constitucional acerca de una falta temporal del Presidente electo (el 7 de octubre): decidió que se iniciaría al día siguiente el período 2013-2019 aunque Chávez no pudiera juramentarse en tal oportunidad. También incurrió el TSJ en negligencia al no someter la enfermedad de Hugo Chávez al escrutinio de una junta médica que pudiera certificar su incapacidad física o mental permanente. Pero una vez que decidiera así el 9 de enero, Maduro era el Vicepresidente del nuevo período en suplencia de Hugo Chávez y, al deceso de éste, pasó a ser Presidente encargado. Es la decisión del 9 de enero la que Capriles debió impugnar si no estaba de acuerdo con ella; no le asiste derecho para desconocer la correcta decisión del 8 de marzo y por tanto irrespeta al Presidente encargado, ahora Presidente electo por estricta aplicación de la ley, al llamarlo «ilegítimo».

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George W. Bush fue reelecto Presidente de los Estados Unidos en 2004 por una ventaja de 2,4% sobre John Kerry (50,7% a 48,3%), históricamente la menor alcanzada por un presidente en ejercicio, y a nadie se le ocurrió entonces solicitar allá un recuento de los votos. En cambio, cuando fue electo por primera vez en 2000, obtuvo su cargo gracias a los votos electorales de Florida, estado del que su hermano era gobernador; ganó por 5 votos electorales—271 votos contra 266 obtenidos por Al Gore—, y Florida le aportó 25. Esa vez, hubo recuento de votos en Florida (nadie exigió un recuento total en todos los estados) que determinó una ventaja de Bush de 537 votos en más de seis millones de sufragios. A pesar de que superó nacionalmente a Bush por 543.895 votos, el Premio Nóbel de la Paz—por algo lo es—respetó la microscópica diferencia y las reglas del sistema estadounidense de segundo grado y concedió la elección a su oponente. El Departamento de Estado de los EEUU no tiene el menor derecho de desconocer la proclamación de Nicolás Maduro como Presidente electo, por una diferencia de 234.935 votos (234.398 más que los que dieron a Bush su primer triunfo), cuando se disponía del 99,12% de las actas y éstas habían sido auditadas, como lo determina la normativa electoral, en 54% del total, lo que es sin duda una muestra muy representativa, bastante más que suficiente. Las previas y desconfiadas declaraciones de Roberta Jacobson (a El País de Madrid, el 15 de marzo), Secretaria de Estado para América Latina, indicaban la predisposición de Washington, y el editorial artero e irrespetuoso de El Nacional que la defendió el 20 del mes pasado delataba la existente en algunos opositores venezolanos. (Ver en este blog El sentido de María Bolívar).

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Es ciertamente muy pequeña la ventaja de Maduro sobre Capriles. Aunque las cosas resultaron en ella, hay mucho fundamento para imaginar que una semana más de campaña habría redundado en un triunfo del candidato de oposición; era la candidatura oficialista la que colapsaba con rapidez creciente en un bandazo pendular de la opinión. En sólo 39 días, Maduro se encargó de dilapidar una buena parte de la fortuna electoral que Chávez legara el 8 de diciembre y su heredero cobrara el 5 de marzo. No es, por consiguiente, descabellada la petición de la oposición; lo que ésta debe hacer es atemperar su retórica y hablar en términos de respeto, pues hasta ahora no hay prueba firme de fraude electoral alguno. (No es una prueba, sino mera retórica efectista, sugerir que es imposible creer que Maduro haya podido superar la votación de Chávez en algún centro electoral; más de una explicación alternativa de ese dato, distinta de algo sospechoso y enteramente natural, puede también imaginarse). De todos modos, luce conveniente una revisión de la cosa en procura de la paz, y hubo un acuerdo inicial entre Maduro y Capriles para el recuento total de la votación, con una muestra del tamaño del universo. Pero las mutuas andanadas insultantes—más de parte del gobierno que de la oposición—amenazan con impedir ese procedimiento tranquilizador.

Considero poco probable que un recuento del 100% de los votos invierta el orden de llegada pero, si ése fuere el caso, entonces Capriles resultaría ser el Presidente electo con legitimidad igualmente bajísima, y cabría aplicarle a su hipotético triunfo todo lo que ahora se le observa al de Maduro. (El propio candidato opositor, y otros voceros de su comando, han declarado que habría ganado «por una pequeña diferencia»). Esto, sin contar con que tendría que gobernar con el resto de los poderes nacionales en su contra; una inmediata presidencia suya sería tanto o más inestable como la que ahora es la de Maduro.

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jugando-con-la-histeria-colectiva

Un tal gioco è meglio non giocarlo

Buena parte de los partidarios de ambos candidatos ha alcanzado el paroxismo; basta para convencerse de eso leer el tráfico de mutuas agresiones en las redes sociales. Los ánimos han llegado a cotas histéricas. Es por esto que el Estado en particular, y el liderazgo político en general, deben por encima de cualquier cosa asegurar la tranquilidad del país; a nadie sino a los más radicales de cada bando conviene la prolongación de esta condición crispada. Ayer me indicaba Eduardo Fernández, una voz prudente entre las prudentes, que de continuarse en la insensata descalificación de nuestro sistema electoral, no habrá base para estimular la votación en las pendientes elecciones municipales ni la de un eventual referendo revocatorio. Es necesario recuperar la confianza en nuestras instituciones electorales; no debemos permitir que las suspicaces especulaciones en su contra, con grave sesgo y distorsión y en ausencia de pruebas, destruyan la columna vertebral de nuestro procedimiento democrático.

La mayor responsabilidad recae sobre Nicolás Maduro; su conducta permite dudar de su competencia política. Es justamente su iracundia lo que le puso en grave riesgo de perder la elección; la repetición de la cólera lo descalificaría como estadista y barrería con la poca legitimidad que le resta. En 2007 ya se deterioraba el apoyo al mismo Chávez, de un modo que le significó la derrota en su estratégico referendo de reforma constitucional de ese año que, por cierto, perdió por sólo 1,41 puntos, en desempeño peor en 0,18 puntos que el de Maduro. (Chávez no exigió que la exigua diferencia se verificara en recuento, ni total ni parcial, de los votos, pero «Mucho antes del proceso canceroso de su organismo, partidarios que habían sido suyos ya lo desahuciaban políticamente, tan evidente era su agresivo engreimiento». Las élites culposas, pág. 380). El país pide mayoritariamente la reconciliación; no puede el Jefe del Estado conducirse como baladrón siempre amenazante, por más que su predecesor, su modelo, haya sido un redomado perdonavidas. No debe vomitar odio y presentarse, hipócrita y descaradamente, como amoroso.

Pero Capriles no debe diferenciarse de él solamente en urbanidad; la cosa no está en comer con cubiertos, en decir, como los japoneses de caricatura, honolable desglaciado. Si el Presidente de Uruguay debió ofrecer sus excusas a la Presidente de Argentina por un comentario imprudente, Capriles debe cesar de inmediato en su caracterización de Maduro como ilegítimo; yo le aconsejaría que se disculpara por eso, pues acrecentaría su autoridad moral para exigir que Maduro le respete.

Después del fracaso, en 36 horas, de la conspiración de Carmona, un grupo de militares antichavistas «liberó» la Plaza de Altamira y se asentó en ella como un forúnculo. Entonces no se habían recuperado suficientemente los partidos opositores, que entraron en catatonia en diciembre de 1998 con el primer triunfo de Chávez. (Henry Ramos Allup intentó esconder su condición adeca al postularse a la Constituyente en Apure por iniciativa propia, y Capriles Radonski, Presidente de la Cámara de Diputados, continuó despachando luego de la «preeliminación del Senado» en 1999; entonces no protestó como lo hace ahora). La resistencia contra Chávez fue liderada al comienzo por operadores atípicos, medios de comunicación y organizaciones no gubernamentales, que intentaron llenar el vacío partidista. Pero la copiosa asistencia a la plaza «forzó» a los dirigentes de partido a aparecer en su tarima, primero tímidamente, luego a ritmo cotidiano. Poco a poco se envalentonaron.

La audiencia de Altamira es la misma que exige a estas alturas el voto manual—«¡Como se hace en todos los países civilizados!» (el nuestro, según ella, no lo sería)—, cuando la reforma de diciembre de 1997, antes de Chávez, a la Ley Orgánica del Sufragio, ya establecía: «Artículo 154. El proceso de votación, escrutinio, totalización y adjudicación será totalmente automatizado». Es la misma que condenó a Manuel Rosales en diciembre de 2006 por reconocer con prontitud, como un hombre serio, la victoria de Hugo Chávez; la oposición neurotizada que hizo lo mismo a Capriles Radonski el 7 de octubre de 2012 por reconocer responsable y prontamente lo mismo. Luego vino la transformación del gentil Dr. Jekyll-Capriles en Mr. Hyde-Radonski. La breve campaña hacia el 14 de abril lo mostró más agresivo que el año pasado, y ahora puede pensar que este cambio de actitud fue lo que casi le reportó la victoria. Si esto es así, es natural que crea que debe continuar en esa tónica pugnaz, pero estaría equivocado. En la medida que alimente la cólera de su clientela, con insinuaciones que no ha demostrado, malgastará lo que ha crecido como político, que es mucho. La oposición profesional venezolana ha logrado un éxito considerable, que no creí posible; no debe mancharlo con inmadura imprudencia. LEA

Para descargar esta entrada en .pdf: TERAPIA ANTIHISTÉRICA

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