…un texto llamado a ser tomado en cuenta por quienes ahondan en el estudio del gran problema venezolano del poder.
Ramón J. Velásquez
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En la práctica agotada la primera edición de Las élites culposas, la situación de la industria gráfica nacional hace difícil una segunda. Por tal razón, he creído conveniente poner a disposición del público general su texto íntegro, ofreciendo acá el archivo en formato .pdf a partir del cual se imprimiera. Abajo, pues, hay un enlace para descargar el libro completo.
La obra es la historia de un cuarto de siglo de política venezolana, vista con los ojos de alguien que fue testigo o actor de reparto en unas cuantas de sus peripecias. Concluye el recuento a fines de 2012, habiéndolo comenzado poco antes de la campaña electoral de 1988. Vista en conjunto, la trayectoria recorrida permite explicarse la llegada del chavismo al poder. Un capítulo último intenta penetrar en el futuro, e incluye este juicio: «Y ésa es la tragedia política de Venezuela: que sufre la más perniciosa dominación de nuestra historia—invasiva, retrógrada, ideologizada, intolerante, abusiva, ventajista—mientras los opositores profesionales se muestran incapaces de refutarla en su discurso y superarla, pues en el fondo emplean, seguramente con mayor urbanidad, el mismo protocolo de política de poder afirmada en la excusa de una ideología cualquiera que, como todas, es medicina obsoleta, pretenciosa, errada e ineficaz. Su producto es mediocre».
Pero no es el libro una lectura pesimista, sino un llamado a la acción correctora:
Es de esperar que el pueblo venezolano aprenda de estos años terribles, tal como los alemanes—hoy la nación más sólida de Europa y no sólo económicamente—pudieron aprender de una de las dictaduras más espantosas que ha sufrido alguna parte de la humanidad. Pero no puede dejarse eso al azar. Es preciso educar al Pueblo, es necesario elevar su cultura política. Es ineludible hacer una política responsable y seria, que abreve de las más modernas nociones aportadas por la ciencia. Es urgente identificar y ayudar a liderazgos más modernos y clínicos. Es imperioso acercar recursos a cabezas nuevas que tienen otro enfoque de la tarea política, que discurren acerca de las implicaciones concretas de la vocación política desde nuevos paradigmas.
Esto es así porque la política ideológica está en crisis en todo el mundo; Carlos Fuentes dejó un último artículo antes de morir—Viva el socialismo. Pero…—; en él alude a «este nuevo desafío, el de una sociedad que al cabo no se reconoce en ninguna de las tribus políticas tradicionales: izquierda, centro o derecha». Las peculiaridades del problema político venezolano impiden percatarse de ese problema de fondo.
Tal vez tenga razón Victoria De Stefano en su nota prologal a Las élites culposas:
…si bien registra las raíces del proceso, la cronología y secuencia de los acontecimientos con rigor de archivista, sin derrotismos y sin optimismos vacuos, sin sacrificar la anécdota pertinente y las esclarecedoras ironías o humoradas que muchas veces comportan, también se eleva por encima de ellas y, lo más importante, por encima de las tendencias en conflicto para un mejor diagnóstico de las opciones democráticas a las que, en nombre de su salud y sobrevivencia, debiera apostar nuestra voluntad colectiva.
Es con placer que obsequio a los lectores de este blog mis Memorias imprudentes. LEA
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Para descargar el libro v.8.0_Las élites culposas_v. imprenta para revisión_27.03.2012
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Estimado Alcalá:
He leído con detenimiento el libro Memorias Culposas, y lo he hecho no sin cierta emoción, dado que lo relatado allí es parte importante de nuestras vidas. Algunos incluso, por haber estado en ciertas actividades públicas o partidistas que permitían asomarse desde una ventana privilegiada para observar cómo se desmoronaba el mundo tal y como lo conocíamos, y con la angustia personal de intuir, sin poder evitarlo, lo que se nos venía encima.
Me he propuesto referirme a algunos contenidos de la primera parte del libro, los más lejanos en el tiempo, aunque alguien me lo ha desaconsejado, con el argumento de que todo eso ya es agua pasada. Puede ser, pero lo que veo en la actual oposición es que muy pocos han aprendido la lección; al contrario, lo que ha habido es un desaprendizaje masivo de los pocos fundamentos democráticos que aun aleteaban en aquellos tiempos. Por tanto no es cosa pasada, sino futura, porque no puede permitirse el repetir los errores de las castas opositoras de algunos países de la región -unas castas opositoras en lo político, más no necesariamente en lo económico- cuando les tocó ocupar el vacío dejado por el dictador de turno. Unos errores de tal magnitud que terminaron por causar el regreso del anterior amo, y por una via electoral inapelable, además. Para ejemplo aquella Nicaragua que gobernó Chamorro con tal revanchismo derechizante que abrió las puertas al regreso de Ortega.
El libro es valiosísimo, porque puede ser utilizado de varias formas, tanto para quienes quieren repasar los aciertos analíticos del autor (y algunas de sus predicciones algo erradas, porque nadie es adivino total, ni siquiera aquel astrólogo invitado por el Grupo Santa Lucía), como para aquellos que desean disponer de una retrospectiva con análisis y referencias -cuya selección puede ampliarse, porque inevitablemente éstas siempre serán incompletas-, pero cuya validez es muy clara, en virtud de que proveen el marco que delitaba a cada episodio narrado.
Más valor añadido podemos apreciarlo en su combate a la desertificación de la memoria que estos tres lustros han producido en nuestro país, cosa inevitable porque este lapso casi equivale al de una generación; y si la anterior Venezuela ya venía haciendo agua en la formación de sus dirigentes -IFEDEC incluído, a partir de cierto momento de los años 90- pues imaginemos la incapacidad de los actuales jóvenes, con natural inclinación a la política y al servicio público, para articular ideas y disponer de un modelo.
Porque el modelo no existe, en virtud de que durante estos años, los partidos opositores han primado el combate al régimen, pero no la elaboración programática, ni la formación de su relevo, añadido al hecho de que internamente son poco o nada democráticos, con lo cual, dicho valor pasa cada vez más al olvido.
Lo urgente se ha tragado a lo importante, y todo está sujeto al paradigma de la unidad opositora para sacar a los bárbaros del poder. Y luego veremos qué hacemos con el país. Mala cosa pues. Por tanto cualquier documento coherente -por estar basado en una lógica y en unas fuentes válidas- que abarque la historia de la pérdida de la república desde las propias y verdaderas causas primigenias, debería ser utilizado desde ya en la formación del relevo político. Y este libro es uno de ellos.
Por ello, agradezco mucho que se nos haya permitido bajar de la red esta versión del libro. Quien no sabe recibir no sabe dar, decían en mi pueblo. Y espero que el esfuerzo tenga mucho éxito y proyección.
Intentaré lanzar una suerte de tips referidos a lo que veía desde mi ventana personal en COPEI, un mirador no muy alto en el rascacielos del poder, pero sí por encima del activismo de base; por tanto, el obvio desconocimiento de lo que se cocinaba en otras mesas de dicho poder, se compensaba con la perspectiva psicológica de los personajes rutinariamente frecuentados; y la limito a la primera parte del libro, porque los acontecimientos a partir de 1999 hasta la actualidad, han sido intensamente cubiertos y analizados por muchísima gente -me incluyo con mi modesto blog-, dándonos a todos, afortunadamente, muchas y diversas perspectivas. Cosa diferente con lo narrado en la primera parte, puesto que la escasez de fuentes casi que obliga a remontarse a las crónicas de Jorge Olavarría en su revista Resumen, y a las de Alfredo Tarre, el gran Sanín que escribía en El Nacional.
Intentaré hacerlo siguiendo la cronología, aunque no siempre lo logre:
1- En efecto, el país ya venía enfermo desde hace tiempo. Desde CAP I; LHC no pudo revertir esa inercia a la descomposición institucional. Seguramente los momentos en que se proponía hacerlo eran arropados por la lealtad a algunos de sus nefastos colaboradores. Solo él lo sabía.
2- Tal vez lo más descriptivo para captar en qué manos estábamos, es el episodio relativo a la invitación y presencia de un astrólogo en una reunión del grupo Santa Lucía el año 1996. Quién lo diría, tan acomodaditos todos ellos, tan almidonados, tan preparados académicamente, tan ungidos de autoridad, tan seguros en sus escaños y cargos de dirección. Solo queda recordar aquel parráfo de las memorias del emperador Adriano: «Cuando los cálculos complicados resultan falsos, cuando los mismos filósofos no tienen ya nada que decirnos, es excusable volverse hacia el parloteo fortuito de las aves, o hacia el lejano contrapeso de los astros.»
3- Si le hacemos caso a lo contado por el General Peñaloza en su blog «Puesto de Combate» (www.puestodecombate.org), el error de dejarle mano libre a Chávez ya venía desde mucho antes, al no apresarlo por conspirador. El indulto de Caldera, ciertamente con el consenso de todos los actores relevantes en ese momento, solo fue la tapa de un frasco que contuvo una ceguera que duraba ya décadas, reforzada con el obvio sustrato de autocomplacencia de la casta política, económica y mediática venezolana.
Un ejemplo de aquella autocomplacencia, seguramente, involuntario, y quizás inevitable, por ser ya parte de engranaje de una maquinaria logística y organizativa cuyos reflejos iban siendo cada vez más lentos, fue un discurso de Eduardo que presencié en Tucupita ante un auditorio de militantes de base, no precisamente equivalentes a los militantes de la CSU que llenarían un local en Munich. El orador se lanzó con el discurso de la «plantilla» que correspondía usar durante esas semanas, y que resaltaba al dirigente polaco Walesa. ¡En Tucupita!. Aplausos, ciertamente sí, pero empatía, o comprensión, ninguna.
4 – Nuevamente, si le damos credibilidad a lo que escribió Peñaloza en el referido blog, tal vez lo más dañino de la presencia de Castro en la «coronación» de CAP II no fue la lluvia de alabanzas y tocamientos al tirano caribeño, sino la entrada masiva de armamento desde el terminal dispuesto al efecto para la llegada de su comitiva. Un armamento que iría a ser utilizado en el «Caracazo», y cuyos efectos potenciaron la importancia y alcance de esa revuelta.
5- No, Giusti para nada hubiera sido un buen presidente, sino un ministro excelso. Lo de la desafección social de los llamados -con desdén- «pedevecos» era una realidad. Giusti lo evidenciaba en cada una de sus actuaciones. Demasiada deformación profesional causada por los power points y las fórmulas de evaluación financiera de proyectos. Eso siempre ha sido parte de nuestra desgracia como país: los mejores no se mojan, no hacen activismo partidista, y los partidos quedan a merced de los políticos ignorantones en materias fundamentales como la económica, o la internacional.
Giusti no era Fujimori, y Venezuela no tenía condiciones equivalentes para un outsider. La prueba misma fue Sáez y Salas Röemer, quienes, al margen de sus evidentes errores de campaña, eran outsiders de facto en la política nacional.
6- Yo estuve presente en la sesión del Comité Nacional que decantó la candidatura presidencial hacia Irene Sáez. Surrealista, por decir lo menos. A los personajes mencionados en el libro que promovían esa candidatura, hay que añadirle a Hilarión Cardozo, cuya intervención, a mi modesto entender, fue decisiva para sellar aquella reunión.
7- Si la candidatura de Sáez -mediocre personaje, por lo demás- fue una loquera -y locura-, más lo fue el cambiar de caballo a mitad del río y lanzarse con Salas. Aun no me explico cómo Henrique no se percató de que eso le liquidaba como alternativa a futuro, porque siguiendo solo, con su Proyecto Venezuela, se habría convertido en el opositor nato a Chávez, tragándose con el tiempo a AD y COPEI, e incluso al incipiente Primero Justicia, y otras organizaciones menores. A lo mejor veía las cosas desde muy arriba.
8- Hablar en 1997 de constituyente, esto es, de cambio de sistema, le preparó la cama a Chávez, puesto que era él quien representaba dicho cambio, y eran quienes hablaban de esa constituyente los mismos que no hicieron los cambios indispensables luego del golpe fallido de Chávez. Y por tanto no eran ya creíbles para nadie. Es historia conocida, porque así lo indica la evolución de los contenidos de sus discursos, que el sustito del golpe se les iba pasando con los meses, al punto de archivar todos los proyectos de cambio constitucional que se habían planteado.
9- El daño, por omisión, ya estaba hecho. En el caso de COPEI, además saltaba a la vista lo extraño de las asignaciones en las comisiones parlamentarias: Tarre, un experto constitucionalista en la parte económica, Oberto, ingeniero de gran valía, encargado de lo legislativo, y Haydee Castillo, brillante economista, en lo internacional. Oberto estaba encargado de las propuestas de reforma constitucional, y como siempre fue muy eficaz y efectivo, pues las alistó en poco tiempo, pero le pusieron el freno de mano. Consta la admonición de Eduardo, diciéndole que no se apurase tanto.
10- Keller siempre acertó en sus estudios de opinión pública. Llevaba décadas indicándole a las fuerzas vivas la realidad en la que vivían de espaldas. Nunca hubo voluntad política para actuar en consecuencia.
11- El clasificar como extremismo y moderación los polos de izquierda y derecha que representaban Velázquez, Caldera, Fermín y Alvarez Paz es correcto.Hasta los momentos no he conseguido a nadie que haya profundizado en el tema de los resultados electorales de 1993, desde la perspectiva de una posible adulteración numérica que presuntamente le escamoteó la victoria a Velázquez. Claro que, si actualmente casi toda la oposición piensa que ni Chávez ni Maduro hicieron fraude -solo ventajismo-, menos se podría haber insistido en aquella posibilidad hace mas de veinte años, porque eran los mismos, y pensaban igual.
12- Recordemos que el alejamiento de la casta política y partidista de la realidad de base no solo fue producto de esa autocomplacencia, que a su vez se derivaba de aquello de «hoy me toca mandar a mí, y en cinco años te tocará a tí, -y mientras tanto ambos cobramos a fin de mes», sino también de la entrega de imagen y contenidos a los asesores electorales locales e importados -cuales Spin-doctors, cuyo andamiaje es muy distinto al concepto médico de Doctor Político-, que obligaban a medir cualquier gesto y palabra, terminando así por almidonar a los dirigentes, a tal punto, y durante tanto tiempo, que éstos, ya por deformación profesional, olvidaron el significado y el alcance de la espontaneidad.
13- La presencia de Dáger -simpatiquísimo-, y su proyección a los máximos niveles de dirección partidista siempre fue inexplicable para muchos de nosotros.
14- El dinero raro -o la corrupción- no merecen mayores comentarios. Todo eso es muy difícilde probar, y solo se sabrían más cosas si -como ahora en España- a quienes gestionaban la captación y la administración se le incautasen unas cuantas libretas. si acaso las tenían. Lo que contaba, desgraciadamente, no eran los hechos mismos, sino la creencia de la gente en éstos. Y justamente de eso se trata la política: de creencias.
15- En la elección de CAP II, y aceptando el concepto de piñata al referirse al episodio de Lepage «ahora le toca a Octavio», el hecho es que realmente en 1993 le tocaba a Eduardo, puesto que él tenía el mejor programa, y un innegable carisma. Su campaña fue magnífica, y hasta mejor que la del ganador.
16- Fernández ya llevaba dos períodos como Secretario General, con dominio total sobre la organización, llegando inevitablemente al «dedo» -o «dedazo» mexicano- para ungir candidatos a cargos internos y públicos, pero luego de esa derrota. él debió retirarse de la Secretaría General; y su empeño por continuar en dicho cargo durante un tercer período, a cuenta de que era indispensable en la continuidad de su proyecto presidencial, lo citó con el destino aquella madrugada del golpe.
17- Hay que recordar que toda esa generación de AD y COPEI, que ocupaba los cargos de dirección, ni fomentó el relevo ni tenía ninguna intención de aflojar, lo cual, después de más de una década exponiéndose inevitablemente, les estaba generando un gran desgaste.
Fernández ciertamente tiró por la borda su carrera presidencial con esa aparición televisiva en la madrugada del golpe. En justicia hay que decir que la autoridad moral que adquirió fue enorme -pero solo en la gente pensante-, y seguramente ello le permite dormir con la conciencia tranquila. En contraste, el discurso de Caldera en el Congreso, que al margen de basarse en lo cierto, sabemos que fue venenosamente oportunista -también para la gente pensante- le privó de autoridad moral; y si el personaje estaba dotado de conciencia, seguramente a partir de entonces no habría podido dormir con tranquilidad. Aunque lo dudamos.
La vida ciertamente a veces es muy injusta, porque Eduardo, ni necesitaba meterse en aquel lance, ni el pueblo debió ser tan ciego como para hacerlo uña y carne de un aborrecido CAP II.
18- A Fernández solamente hay que reprocharle una cosa, y es que, habiéndose declarado plenamente responsable del episodio, y por tanto -de acuerdo a todos los sondeos de opinión del momento- haber tirado al piso la aceptación de su partido en la opinión pública, no renunció a la Secretaría General. Debió apartarse, como hace todo político de un país serio al dar un traspiés.
Pero él también es humano; y todo esto es justamente una muestra de los claros y las sombras de todo personaje político.
19- Otra muestra es lo mencionado en el libro respecto a la mezquidad de Eduardo con relación a Luis Herrera. Ciertamente así lo pareció, aunque la intención era consolidar ese espacio recién conquistado como Secretario General frente a un Pedro Pablo Aguilar que tenía simpatía y apoyo de los entonces «herreristas» (si cabe el término). Hay que recordar que Eduardo triunfó por muy pocos votos, y que el ambiente interno, con el gobierno de Herrera de por medio, estaba muy polarizado incluso por varios meses luego de la elección.
Por ello, tal vez haya otros ejemplos de mezquidad más representativos: el de Caldera hacia el mismo Eduardo, luego de que éste le ganase en buena lid la candidatura presidencial, y el del mismo Eduardo frente a Oswaldo Álvarez Paz, luego de que éste a su vez le ganase la nominación para las elecciones de 1993.
20- Pero si bien todas las mezquindades son moralmente reprochables, sus alcances no lo son, porque el hecho de que Caldera se retirase a sus cuarteles, o incluso fuese hostil a la campaña de Eduardo en 1988, difícilmente constuía un factor decisivo de victoria o derrota, porque el dominio partidista de Eduardo era abrumador, y la cantidad de votos obtenidos, al igual que la de Pérez fue inmensa. Además, difícilmente se puede suponer que los «calderistas» de entonces (valga de nuevo el término) votasen masivamente por CAP II.
En cambio, ese mismo dominio partidista que aun poseía Eduardo, al darle la espalda a Oswaldo sí que fue decisivo, y ello se evidenció por la gran merma de votos del mismo partido, causada por ese daño directo de la indiferencia «eduardista» (término más válido que los anteriores). ¿Habría ganado Oswaldo con el pleno apoyo de la maquinaria creada a imagen y semejanza de Eduardo, y que se quedó con los crespos hechos al perder la candidatura como efecto de aquella declaración mencionada?. Tal vez ni con eso, pero aunque no haya forma de saberlo, las cuentas están allí.
21- En el libro se resalta el Congreso Ideológico de COPEI. Ese evento estaba llamado a impulsar a toda la organización dotándola (o recordándole) su razón de ser. Pero hubo dos trabas que lo impidieron: la primera es que el proyecto no tuvo continuidad, al menos en lo relativo a la formación, porque al instituto responsable de ésta -el IFEDEC- se le debió dotar de muchísimos más recursos, ya que no solamente había que (re)formar a los cuadros juveniles de alcance nacional y local -objetivo que ya era una faena de por sí- sino a los mismos dirigentes del partido, que solo se limitaban a (re)leer la cartilla discursiva que emanaba de la cúpula; y más aun, para abordar un programa de formación a liceístas y universitarios, incluso colaborando con AD en los contenidos básicos de una educación cívica para la democracia que el mismo sistema educativo ya no atendía, porque a los partidos se les puso contra la pared con el siguiente dilema: no se puede sustituir a la educación formal que está a cargo del Estado (en instituciones públicas y privadas, claro está), pero el Estado, al no cumplir con su deber, al final lo que está decretando es el final de la democracia, y como sin democracia no hay partidos, pues éstos estaría obligados a saltarse el precepto anterior, y actuar en consecuencia. Pero sin recursos.
Pero en tres o cuatro años habría de venir un segundo golpe, el definitivo para quebrale el alma (socialcristiana) al partido, y fue la caída del muro de Berlín, el triunfo del neoliberalismo o capitalismo salvaje impulsado años antes con Reagan y Thather, al punto que muchos dirigentes del partido, serios y capaces, a sabiendas además de que las finanzas de la república estaban enfermas, terminaron proclamando las bondades liberales, cosa razonable, ya que los presupuestos hay que equilibrarlos, pero totalmente en contra de lo que a la gente socialcristiana se le había enseñado durante generaciones, como fue el que ellos eran una alternativa al marxismo y al capitalismo.
Ese quiebre conceptual, artificial o real, nunca fue explicado, y cuando por su parte los alemanes de la CDU comenzaron a hablar de economía social de mercado, la ensalada estaba servida: Eduardo y parte de la dirigencia nacional tenían las ideas claras sobre el rol privado y el papel subsidiario (mínimo) del Estado, pero el resto de la gente percibía un claro vuelco a la «derecha», confirmado con el «paquete» de CAP II, reconfirmado con la declaración de Fernández la bendita madrugada esa, envenenada progresivamente por la demagogia populista de Caldera y potenciada por las continuas declaraciones de dirigentes como Calderón Berti, el mismo Oswaldo, más la gente de PDVSA.
Obviamente, ese gentío, económicamente ignorante, que estaba en COPEI sin saber muy bien las razones (las ideológicas, no las de conveniencia personal), y que además percibía una cercanía de sus dirigentes con el FMI, a la postre no solo votaría por Chávez, sino que se convertiría en chavista. Y los porcentajes que obtiene el actual COPEI así lo confirman.
La última razón sobre el alcance limitado de aquel congreso se deriva de una sospecha algo mezquina de algunas personas, y es que dicho evento en realidad fue una fachada más dentro de un proyecto presidencial, un envoltorio más que un contenido. Pero eso parece injusto, porque quienes trabajaron y dieron todo lo que tenían, como el intelectual y poeta Yepez Boscán, jamás se prestarían a un show con esas caracrerísticas. El espíritu del congreso fue genuíno.
23- En el libro no se toca otro punto importante -para COPEI- cual fue la reforma estatutaria, la cual fue un intento -parcialmente fallido- de democratizar al partido mediante elecciones universales y uninominales para todos los cargos.
El experimento falló, porque si bien permitió este tipo de elección para el candidato presidencial, internamente degradó la calidad de los cuadros dirigenciales al separar la elección de las directiva de los comités del resto de sus integrantes, y quienes perdían la directiva luego votaban por los peores -tanto de un equipo como del otro- para integrar el resto de cada comité, con la finalidad de hacerles la vida imposible a la directiva ganadora.
Es una suerte de picardía criolla, mezquina, y claramente una consecuencia de la falta de ética que ya se imponía en todas partes, pero era legal, dada la torpeza de quienes decidieron que esa era la vía reglamentaria a sancionar.
Más aun, el gran Carlos Moros Ghersi, figura importante de nuestra UCV, y de la historia de la medicina venezolana, pero algo despistado en lo que debía ser la organización partidista, incluso promovía la desaparición de la Convención Nacional como tal, y votar a distancia por el Comité Nacional desde cada centro electoral, cargándose así un rito quinquenal que no solo era electoral, sino una herramienta básica para renovar el compromiso partidista, un voto de hermandad, un reencuentro para proyectar nuevas figuras, y para escuchar en vivo a los líderes que eran referencia para todos.
24- En otras palabras, el partido, ya a finales de los años 80, andaba mal. Y ello es lógico, puesto que si aceptamos que también la república estaba enferma desde mucho antes de lo que un vistazo superficial sugería ¿Cómo no lo iban a estar sus instituciones partidistas?
Lo que sucede es que, con relación al partido, ese vistazo era engañoso porque a partir del segundo mandato interno de Fernández hubo una clara dicotomía: el partido por una parte, y el proyecto presidencial por otro. Uno se alimentaba del otro y viceversa, pero eran muy diferentes en cuanto a finanzas, organización y objetivos. Y el avance en positivo del proyecto presidencial no necesariamente implicaba el del partido, sino al contrario, porque la gestión diaria de los asuntos partidistas, a cargo de dos subsecretarios con autoridad muy limitada, en virtud de la larga sombra del Secretario General, para éste era una suerte de molestia, dado que su objetivo era otro: la candidatura y la presidencia.
¿Era esto perverso o malo? No, porque respondía a una evolución natural de la política en las democracias de todo el globo: desde las campañas centradas en el partido, pasando por las campañas basadas en el candidato para llegar (últimos 30 años) a un mix entre lo centrado en el candidato y lo basado en los consultores electorales (Campaign Craft -The Strategies,Tactics, and Art of Political Campaign Management, FourthEdition. Michael John Burton and Daniel M. Shea).
El problema era que éste factor no estaba solo en el proceso de difuminación de identidad partidista e ideológica, y la combinación de todos ellos, al final fraguó la tormenta perfecta.
25- Una tormenta perfecta que en lo interno ahogó a Donald Ramírez, quien alcanzó la Secretaría General en una convención nacional llena de tracalerías -por descuido de sus rivales, y por triquiñuelas de sus miembros de mesa, que eran veteranos en estos asuntos dada su labor dentro de la secretaría de organización del partido. Donald fue el candidato de lo que restaba de la maquinaria partidista que siempre apoyó a Eduardo. Su rival fue Paciano Padrón, infinitamente más preparado para el cargo, y con un pasado de combate popular y parlamentario muy diferente al estilo acomodaticio de Donald, que nunca polemizaba ni se hacía enemigo alguno.
Era natural que Donald, al margen de las tracalerías, tuviese una real oportunidad de triunfo, porque él representaba ese partido que pensaba que los tiempos que se vivían en el país eran transitorios -la autocomplacencia, pues-, y que todo se arreglaría con una que otra medida, y que lo de tener a Irene como candidata era una genialidad. Y era lógico que Paciano tuviese en contra a ese partido formal al que siempre incomodó, en parte diciendo casi todas las cosas que acá se desgranan. Sin mencionar los callos que fue pisando en AD, a Lusinchi, a su fiscal Serpa Arcas, a la CTV, etc.
Esa convención fue la culminación de la mezquindad copeyana, porque ese partido sabía que Paciano estaba mejor preparado para intentar capear el temporal que venía. Pero apostaron a la calma, y todos perdimos.
26- ¿Qué ha sido de todos ellos? Pues Donald en EEUU cual missing in action, desaparecido, y seguramente sin problemas económicos; Paciano dando clases, más su jubilación como parlamentario, escribiendo diariamente y sumando esfuerzos opositores; el resto también jubilados del Congreso, y casi todos fuera de juego, cosa natural, porque después de todo ellos no estaban en esto para darle camino a vocación de servicio alguna, sino por otros motivos.
27- ¿Excepciones? pues además de Paciano, que sigue activo, mencionemos solo a dos: el mismo Eduardo, siempre trabajando y siempre atento. Nunca se sabe: sus llamados al diálogo se remontan desde cuando Chávez estaba vivo, y podrían, en una carambola que lleve al país a una transición, hacer que fuese aceptado por todos los bandos para timonear al país por un tiempo. Quien sabe.
Y el mismo Aveledo, cuyo equilibrio y paciencia son fundamentales para medio mantener unidos a los opositores, y aunque a muchos no les guste tanta serenidad, hay que recordarles que él no necesita eso, puesto que podría dedicarse a otras cosas menos ingratas.
Pero es que todos nacimos para esto. Aunque no lleguemos hasta el final.
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Creo que he sido irrespetuosamente extenso.
Un cordial saludo
Hermann Alvino
Su comentario es ciertamente extenso, pero no tiene nada de irrespetuoso. Más todavía, añade penetrantes lecturas del proceso copeyano, y más de una me era desconocida. Gracias por el complemento.
Ahora, unas pocas reacciones a sus muy interesantes interpretaciones. Primero que nada, en su comentario post scriptum hay un error: el libro no es unas «memorias culposas». Lo culposo es el comportamiento de las élites; las memorias en sí son «imprudentes». Habría sido iluso imaginar que el libro no me granjeara antipatías, y «culposo» es, por supuesto, algo menos grave que «culpable». Escogí el término porque, en general, no hago caso de la hipótesis de que la política es actividad intrínsecamente sucia, y que eso sería la explicación de sus resultados negativos. La política es actividad de los hombres, y son éstos quienes son imperfectos, lo que se manifiesta cuando hacen política, o negocios, o deporte o cultura. En una población lo suficientemente grande mediremos 5% de personas con estatura superior a 1,80 metros, y la misma proporción de quienes miden menos de 1,60; la gran mayoría tiene una estatura entre 1,60 y 1,80. Del mismo modo, si Hewlett-Packard inventara un moralímetro, encontraríamos que la distribución de cualidades morales en el mundo entero sigue también una distribución gaussiana o normal. Hay una Madre Teresa de Calcuta por planeta; la proporción de héroes y santos es muy pequeña, como afortunadamente lo es la de malandrines a tiempo completo. La mayoría genera un producto moral promedio, y es capaz de sostener por cuatro días un acto heroico cada 11 años y nueve días, y también de traicionar al compadre cada 8 años y siete meses. Ni es verdad que los empresarios desean que el pueblo sea pobre ni el Comité Nacional de COPEI trataba, como primer punto de su agenda de los lunes, el asunto de cómo fregar a los venezolanos. Lo mismo puede decirse de Acción Democrática y, si a ver vamos, del PSUV. La noción de que quienes apoyan el gobierno actual o todos sus funcionarios son delincuentes aprovechadores es insostenible. Sus equivocaciones, o las de las élites empresariales, son de otra índole: culposas, imprudentes, pero no culpables.
Es verdad que no traté la reforma estatutaria de COPEI, pero no es el libro una historia de este partido y, como advertí en el preámbulo: «Son muchos los incidentes que he apartado en el relato, las más de las veces de modo intencional; la historia completa del tiempo que cubro es mucho más nutrida que la que aquí refiero. Otros, simplemente, los desconozco, y no he suprimido con insinceridad ninguno que pudiera contradecirme para conveniencia de mi interpretación». Sobre la separación de la Secretaría General de quien quisiera ser candidato, aconsejé a Eduardo Fernández sobre eso tres años antes de que terminara haciéndolo, a pesar de lo cual escribí en Estudio copeyano (octubre de 1994, mencionado dos veces en el primer capítulo del libro): «…los cambios introducidos por Eduardo Fernández, a quien es justo reconocerle importantes esfuerzos de ‘modernización’ del partido, han ido en la dirección de una ‘norteamericanización’ de COPEI, con la adopción del sistema de primarias abiertas y un incipiente reconocimiento de la inconveniencia de conjugar en una misma persona la Secretaría General y la candidatura presidencial. Los presidentes norteamericanos, los candidatos presidenciales estadounidenses, no tienen un origen en el aparato profesional partidista de los operadores políticos demócratas o republicanos».
Por otra parte, COPEI es un ejemplo más del agotamiento de lo ideológico como fuente válida o guía eficaz de la acción política. En el estudio citado, hay un análisis de cómo se presentó el problema en el partido verde, pero lo mismo confrontó AD, o el MAS, o el Partido Republicano en EEUU y el socialista de Hollande en Francia. («¿Cómo responderá François Hollande a este nuevo desafío, el de una sociedad que al cabo no se reconoce en ninguna de las tribus políticas tradicionales: izquierda, centro o derecha?» Carlos Fuentes – Viva el socialismo. Pero…, su último artículo). Las ideologías son panaceas vencidas, recetas generales concebidas en el siglo XIX para manejar sociedades muchísimo más simples que las del siglo XXI. Ya no dan más. Creo que eso es el problema profundo: la necesidad de un salto paradigmático en el modo de entender y practicar la política. Sin negar que, por razones biológicas (ver Política natural), la emulación y la competencia siempre estarán, como en toda actividad humana, en el ejercicio de la política, es preciso que se la conciba y, sobre todo, se la exija como una actividad de carácter médico; esto es, como una profesión que tiene por objeto resolver problemas de carácter público. La concepción convencional, naturalmente, es que su único sentido es la lucha por el poder justificada por la posesión de una ideología que la dignificaría. A la larga, la creciente informatización de las sociedades terminará forzando ese cambio.
Es posible consentirse el juicio crítico sobre las personalidades de nuestra política, como en todas partes; por ejemplo, la de Rafael Caldera. En un primer libro mío (en el blog, Krisis – Memorias prematuras, que debo también ofrecer como archivo .pdf, ahora que lo pienso), ya distinguía cierta rigidez de Caldera en 1983. Así escribí, justo al comienzo de su primer capítulo: «Participé en la campaña de Caldera a pesar de sostener la opinión, que expresé ante algunos amigos en una cena en la casa de Francisco Aguerrevere, de que elegir a Caldera representaría a los venezolanos el pago de un costo. Un costo de rigidez e inercia conceptual ante las nuevas situaciones que seguramente se darían». Pero, con todo, casi siempre lo consideré preferible a Fernández. Al menos no era invertebrado. (Una vez me dijo Fernández, a comienzos de 1994: «Yo creo que Aristóbulo tiene razón cuando me dice que soy el único político venezolano que es a la vez de los Leones del Caracas y los Navegantes del Magallanes». Eso lo define; está hecho para la transacción, y prefiero guiarme por un insight de Yehezkel Dror, quien advirtiera que si se quiere obtener consenso los valores deben permanecer opacos, mientras deben ser transparentes si se quiere ser eficaz. Opto por lo segundo).
Tampoco creo que la postura de Caldera fuera alguna vez populista. Hablamos de quien redactara nuestra primera Ley del Trabajo en 1936, de quien propugnara su reforma en 1990 y 91, de quien definiera a COPEI en 1963 como partido de centro-izquierda. A comienzos de su segundo gobierno salí al paso de un prejuicio común en medios empresariales, escribiendo en el #6 de mi publicación referéndum:
Para quienes se tomaron la democracia cristiana en serio, los principios de esta ideología están muy claros. Son fácilmente aprendibles en el trabajo de Enrique Pérez Olivares—Principios de la Democracia Cristiana—o en un pequeño libro del propio Rafael Caldera: Especificidad de la Democracia Cristiana.
El título del libro de Caldera es definitorio: los principios de la democracia cristiana le serían tan específicos que sin ellos no sería democracia cristiana. Uno de esos principios es el principio de la “subsidiaridad del Estado”. Lo que viene a significar, ni más ni menos, que el Estado concebido desde una perspectiva social o demócrata cristiana prefiere que la mayor parte de la actividad social y económica sea desempeñada por actores privados. Es cuando el agente privado no puede o no quiere acometer alguna labor necesaria que el Estado, subsidiariamente, decide entrar en funciones.
Obviamente, el Estado tiene funciones que le son propias, y en éstas su cometido es esencial, no subsidiario, pero en el resto de las cosas la democracia cristiana prefiere y estimula la actividad privada.
Tomándose muy en serio estos principios, ésa es la posición exacta de Rafael Caldera ante la actividad económica privada, y antes lo ha demostrado al presentar lucha frontal contra posturas socializantes, como la que antiguamente definía a Acción Democrática y como la que sostuvo por una época no muy lejana el actual Embajador en Colombia, el fugaz Presidente del Fondo de Inversiones Abdón Vivas Terán. Cuando Vivas Terán despachaba como Secretario General de la Juventud Revolucionaria Copeyana y predicaba las excelencias de una cierta “propiedad comunitaria”, el mismo Rafael Caldera instrumentó su intempestiva salida y su suplantación por el menos “cabeza caliente” de Oswaldo Alvarez Paz.
Así pues, constituye una interpretación incorrecta la comprensión de Rafael Caldera como contrario a la empresa privada. A lo que Rafael Caldera es contrario, como lo es la ideología social cristiana desde sus inicios—desde aquella encíclica hito de 1891, la Rerum Novarum—es a la postura liberal que pone a la economía por encima de los intereses generales, del Bien Común. No hace mucho—1991—el Sumo Pontífice Wojtyla volvió a insistir sobre la inhumanidad de un capitalismo “salvaje”. No hace mucho, pues, que la ideología social cristiana ha recibido una reinyección de activación de sus líneas conceptuales básicas.
Lo que puede haber llevado a engaño respecto de Caldera no es su propia posición, perfectamente consistente y estable a lo largo de los años, sino la de otros muy notorios dirigentes de un partido que se llama a sí mismo demócrata cristiano y que ha venido desechando toda referencia ideológica para hacerse practicante del más puro estilo de Realpolitik.
La clave para entender a Caldera está en la lectura del muy sencillo código principista de la democracia cristiana original, del que nunca se ha desviado, y ese código incluye una muy decidida defensa de la propiedad privada como derecho natural. Lo que no obsta para que sea igualmente un principio demócrata cristiano la noción de una función social de la propiedad. Principio este, por lo demás, que está inserto en el texto constitucional que nos rige. (Artículo 99).
El artículo completo puede leerse dentro de la nota Rafael Antonio Caldera Rodríguez, que puse en este blog a raíz de su muerte.
Creo que recuerdo bien si reconozco dos equivocaciones, admitidas en el libro, en mi análisis de los últimos treinta y un años dedicado a lo político: la primera es haber creído poco probable un golpe de Estado izquierdista en 1987 (Sobre la posibilidad de una sorpresa política en Venezuela); la segunda, mi ingenua esperanza sobre la potencia del paro petrolero de 2002-2003. Esto último era una predicción errónea, y lo primero una lectura equivocada. Lo digo porque Ud. escribe: «algunas de sus [mis] predicciones algo erradas». Me ocupo menos de ser profeta; creo ser político y, por consiguiente, más bien produzco crítica y tratamientos a los problemas políticos. Si se hace política con seriedad y responsabilidad, y esto incluye pensar dentro de marcos mentales actualizados y más poderosos, el resultado tiende a ser un análisis muy frecuentemente correcto. (Tal vez quiera divertirse con la lectura de Reivindicación de la clínica, que refiere algunos aciertos predictivos). Tocqueville, por cierto, definía el «verdadero arte del Estado» como «una clara percepción de la forma como la sociedad evoluciona, una conciencia de las tendencias de la opinión de las masas y una capacidad para predecir el futuro». (L’Ancien Régime et la Révolution).
Le agradezco el tiempo que ha tomado para escribir un comentario tan iluminador.
PD. Se me ha pasado por alto decir que lo de «memorias culposas» no es un gazapo, sino una ironía, por tanta culpa que le asignan a aquellas élites.