En el día de San José, la agencia Reuters ha publicado una nota de Brian Ellsworth que pinta una actitud de oposición en Petare que es muy diferente de las protestas de Chacao. Es una historia del municipio cuyo Alcalde es Carlos Ocariz. El 4 de noviembre de 2004, reportaba la Carta Semanal #111 de doctorpolítico:
De los juveniles de Primero Justicia tal vez quien haya alcanzado más proyección política es, paradójicamente, el perdedor Carlos Ocariz. A menos de cuarenta y ocho horas de las votaciones concedió la victoria a su adversario, no sin destacar que había perdido por sólo 1.500 votos. De los ‘tres justicieros’ postulados a alcaldías caraqueñas (…) fue el único que se midió en municipio de población mayormente proletaria, y estuvo a punto de ganar. Se ve claramente que hizo un buen trabajo.
Y el 10 de julio de 2008 decía la Carta #294: “…Carlos Ocariz—por quien el suscrito votará para la Alcaldía del Municipio Sucre, justamente por su valentía al decir cosas ‘políticamente incorrectas’, como que en octubre de 2004 había perdido las elecciones por abstención opositora y no por fraude gobiernista—…”
El 30 de septiembre de 2007, ponía Luis Vicente León en su acostumbrado artículo dominical: “Carlos Ocariz lo entendió en carne propia cuando perdió la alcaldía de Sucre no porque era minoría, ni por que nadie lo robó, sino porque su mercado natural no votó, pensando que era imposible ganar, cuando la historia está llena de ejemplos que indican que nada, en política, es imposible”.
Por considerarlo de interés, se coloca acá, sin autorización, el texto de Ellsworth traducido. Ojalá no me demanden él, Jorge Silva, que tomó la fotografía, o Reuters (o todos a una). LEA
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LOS BARRIOS DE VENEZUELA ELUDEN LAS PROTESTAS CON TRABAJO COMUNITARIO
Los activistas de oposición en los barrios del este de Caracas esperan desbancar al presidente Nicolás Maduro, pero no cerrando calles o quemando cauchos. Se proponen construir parques y reparar calles para mostrar que la oposición puede hacer más por los vecindarios pobres que los socialistas gobernantes.
Los barrios de la capital casi no han visto las barricadas humeantes y las manifestaciones violentas que han afectado las áreas de clase media por más de un mes, en los peores disturbios de una década en la nación sudamericana de la OPEP.
En los recrecidos barrios de Petare, un laberinto empinado de viviendas de ladrillo rojo que fuera una vez baluarte del fallecido líder socialista Hugo Chávez, los organizadores de la oposición dicen que los que lanzan piedras están extraviados.
“No queremos ni violencia ni calles cerradas; así no es cómo vamos a salir de este presidente”, dice Junior Pantoja, un concejal que trabaja en Petare con el partido Primero Justicia.
“Hemos ganado a más chavistas que los que usted se imagina. ¿Cómo? Trabajando. Eso es más eficaz que marchar”.
En Petare y otros barrios que marcan las laderas al extremo este de Caracas, muchos ven los disturbios como el renacer de protestas de calle que comenzaron hace 12 años en un esfuerzo fallido por abollar el atractivo del carismático Chávez, que murió de cáncer el año pasado.
Petare, compuesto de centenares de vecindarios que van desde ranchos de zinc hasta hogares humildes pero embellecidos, ha sido un ejemplo de cómo la oposición puede usar políticas lúcidas para desafiar al gobierno aun en zonas empobrecidas.
Un alcalde de oposición ganó el distrito en 2008, aprovechando el descontento con el alcalde socialista en funciones y consolidando apoyos al prestar atención a los problemas de las comunidades pobres.
Esto marcó un cambio de enfoque para la oposición después de años de intentar la salida de Chávez con un golpe torpe, una huelga petrolera de dos meses y virulentos ataques verbales contra el presidente y sus partidarios.
Muchos venezolanos pobres dicen que apoyan las manifestaciones pacíficas contra la creciente inflación y la escasez crónica de productos. Pero también señalan que las protestas se han metido en su vida cotidiana y hacen poco para debilitar a Maduro.
La escasez de alimentos ha empeorado con el cierre de las calles, y la perturbación diaria del orden público ha impedido las entregas.
Mientras las barricadas cierran las calles y las protestas cierran o desvían las rutas del servicio de autobús, los residentes de los barrios, que de por sí enfrentan dificultades formidables para ir y venir de su trabajo, encuentran que ahora tienen que gastar más tiempo en tránsito.
Modelos de coexistencia
“Para mí, la oposición está dañando a su propia gente con todas estas barricadas”, dice José Guevara, de 44 años, quien trabaja en reparaciones y vive en Caucagüita, un vecindario en la cima de una colina de edificios altos y deteriorados en el tope de Petare.
Guevara dijo que, a pesar de ser un ardiente partidario de Maduro, apoya al alcalde opositor Carlos Ocariz porque se ha ocupado de arreglar la iluminación de las calles, recoger la basura y mejorar los caminos.
Aunque las protestas han desatado la animosidad partidaria en las áreas de clase media, los barrios como los de Petare son a menudo modelos de coexistencia donde los vecinos tratan las diferencias políticas como no más significativas que las fanaticadas de equipos deportivos rivales.
Los residentes alcanzaron un colorido compromiso al pintar la escalinata que lleva a la casa de Pantoja, alternando entre rojo y amarillo para incluir los colores del Partido Socialista gobernante y el partido Primero Justicia.
“No entiendo toda esta confrontación. No la creo necesaria”, dijo Pantoja, que juega en un equipo de bolas criollas del vecindario que atraviesa las líneas políticas.
“¿Usted cree que esa gente son mis enemigos porque piensan diferente?”
Quienes apoyan a Maduro y los críticos del gobierno en este vecindario también se reúnen ocasionalmente para juegos amistosos de “chapita”, una forma de béisbol improvisado en el que un bateador trata de darle con un palo a la tapa de una botella lanzada por el equipo contrario.
¿Qué sentido tiene?
Petare, originalmente una hacienda colonial del siglo 17, se llenó progresivamente con el establecimiento de ocupantes durante el siglo 20, hasta convertirse en un denso laberinto de calles estrechas con una población que va de la clase trabajadora hasta indigentes.
Mientras las partes de mayor progreso tienen calles pavimentadas y abundante comercio, los establecimientos más recientes son poco más que ranchos y caminos de tierra donde las líneas de electricidad cuelgan precariamente de troncos o árboles podados.
“No estoy de acuerdo con los que hacen todas esas marchas allá afuera porque, al final, ¿cuál es su sentido?”, preguntaba Rosmely Florián, de 39 años, ama de casa, de pie al frente de su modesto hogar en un establecimiento particularmente pobre que se llama Mariscal Sucre. Dijo que la única ayuda que la comunidad ha recibido es un puente de concreto que el municipio construye sobre una quebrada hasta la comunidad vecina.
Los opositores de línea dura como Leopoldo López, que el mes pasado fue encarcelado por ser la punta de lanza de las protestas nacionales, dicen que las protestas de calle son la única opción porque las instituciones del Estado están demasiado degradadas como para que el cambio democrático sea posible.
Los partidarios de Maduro dicen que la oposición busca desestabilizar su gobierno mediante violentos disturbios del orden público que han dañado espacios públicos y puesto en peligro vidas.
Las protestas arrancaron en serio a mediados de febrero después que tres personas fueran muertas tras una marcha de la oposición en Caracas.
Desde entonces, ha habido una combinación de marchas pacíficas y violentas refriegas, con jóvenes encapuchados que lanzan cocteles Molotov, erigen barricadas y queman basura.
La policía y la Guardia Nacional disparan gas lacrimógeno con gran cuidado, según el gobierno, pero los críticos denuncian esto como represión brutal, citando innumerables videos tomados con celulares que muestran a protestantes desarmados mientras son golpeados o violentados.
Las manifestaciones nocturnas en la plaza de la acomodada urbanización de Altamira parecen haber cedido después de que la Guardia Nacional tomara control del área esta semana. Las nubes de gas lacrimógeno han sido reemplazadas por reuniones pacíficas y hasta algo de arte escénico. Muchos ven esto todavía como una distracción de asuntos más apremiantes, incluyendo la escasez de productos básicos como harina de maíz, aceite de cocina y leche que los críticos del gobierno dicen que es la amenaza mayor al socialismo.
“Las casas de abasto están vacías, la gente no puede encontrar comida y gasta todo el día en colas. ¿Para qué necesitamos tantas protestas si la gente se da cuenta por sí misma de que el sistema no funciona?”, dice Ana Castro, de 33 años, una trabajadora municipal en Caucagüita. “No estoy de acuerdo con esta violencia que está destruyendo las pocas cosas buenas que nos quedan”.
(Reportaje de Brian Ellsworth; edición por Daniel Wallis y Andrew Hay).
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La señora Ana Castro dice que la gente no consigue comida y pasa muchas horas haciendo «colas» y que ello es suficiente para demostrar que el sistema no funciona. Tiene parcialmente razón pues, si bien no estoy de acuerdo con las confrontaciones violentas, creo que las protestas multitudinarias,organizadas y bien conducidas surten un efecto devastador sobre el corrompido e ineficiente»Sistema» que nos mal gobierna.
No veo el «efecto devastador». DRAE: devastar. 1. tr. Destruir un territorio, arrasando sus edificios y asolando sus campos. 2. tr. destruir (‖ reducir a pedazos o a cenizas). No lo hubo en el ciclo de protestas de 2002 a 2004, que fueron realmente multitudinarias. Ni siquiera hubo un efecto así en la reciente votación de la OEA, si acaso contra los EEUU, Canadá y Panamá, derrotados por 29 goles a 3.