La despedida de un maestro de la República

La despedida del Maestro de la República

 

Cuando el gran Pedro Grases fue entrevistado por Rafael Arráiz Lucca tres meses y tres días antes de su deceso, habló a éste de quiénes habían sido sus amistades. Lo que Grases dijo desde la punta de la lengua fue: “Entre mis amigos, Ramón J. Velásquez ha sido de los más entrañables”. Cuando el Dr. Velásquez recibía de la Universidad de Los Andes el Doctorado Honoris Causa en Historia, dijo Grases de él: “Su integridad humana, formada en la tradición tachirense, fue modelando su carácter de hombre probo, recio, honesto, intransigente con el error y la picardía…” Grases es el dueño de un aforismo con el que cerró otra entrevista, que el diario El Universal le hizo con motivo de sus setenta y cinco años: “La bondad nunca se equivoca”. La certificación que hiciera un hombre así del Dr. Velásquez es, por consiguiente, sólida como la cordillera de su cuna.

Testigo excepcional

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Con la noticia de la muerte de Ramón J. Velásquez, amaneció hoy enlutada Venezuela. Uno de sus hombres más completos, de los más benéficos, de los más pedagógicos, se ha despedido cuando faltaban cinco meses para que cumpliera 98 años; durante una de las visitas que le hice redondeó la cosa: «He vivido un siglo».

Como político, tanto como historiador, estuvo siempre cuidándonos, advirtiéndonos, señalándonos el camino. No es fácil conseguir otro nombre que representara mejor lo bueno del país. Poseedor de una memoria histórica infalible, escribió libros imprescindibles; protagonista él mismo, su trayectoria fue ejemplar, viril, meritoria, sabia, sus lecciones claras, dirigidas a lo esencial:

Hace unos días, en un sorprendente ejercicio de lucidez, por lo demás habitual en él, el Dr. Ramón J. Velásquez dibujó con hábil pincel grueso el trayecto histórico que nos ha traído a este insólito momento. Con toda la intención trazó la rúbrica de cierre: “El resultado de todo esto es que el país está dividido”. (Principal virtud. Carta Semanal #320 de doctorpolítico, 19 de febrero de 2009).

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Ramón José Velásquez toleró dos o tres comentarios aparentemente informados de nosotros y retomó la narración para, también aparentemente, sólo marcar con algunos hitos el tránsito más reciente. La crisis de Diógenes Escalante, que vivió en primera fila como secretario del enloquecido candidato medinista. El segundo gobierno de Rómulo Betancourt, del que fue pivote principal como Secretario de la Presidencia: “Tuvimos que afrontar conspiraciones mensualmente”. Entonces pareció proponernos una adivinanza, al añadir repentinamente: “Pero hay otro partido, muy importante”.

De nuevo, la pausa sugería que podíamos intercalar la respuesta, y pensé que se refería al partido de Medina Angarita y su eco de los años sesenta: el uslarismo. Así que pregunté: “¿El partido medinista?” Eludió contradecirme directamente y dijo, como si yo no hubiera hablado: “Es el partido de los militares”, e hizo otra pausa, lapidaria. “Siempre ha estado allí, desde que Gómez calzó, vistió y educó a los soldados. Fíjese que ellos manejaron la crisis de Escalante, entonces con civiles. En una casa no muy lejana de ésta, el Dr. Edmundo Fernández los reunió en 1945—Vargas, López Conde, Pérez Jiménez—con Betancourt y Raúl Leoni. Pero después volvió ese partido a emerger, de nuevo con civiles, para derrocar a Marcos Pérez Jiménez y además uno de los suyos, el contralmirante Wolfgang Larrazábal, fue candidato presidencial”. Terco y desatendido, acoté: “Y cuando usted fue Presidente, conspiraron en su contra”.

No se dio por aludido. Venía el remate de una clarísima línea de historia: “Después permitieron los militares un largo período de civiles: Betancourt, Leoni, Caldera, Pérez y los otros. Y ahora tienen de nuevo directamente el poder, sólo que con un lenguaje del siglo XXI”. La tesis no necesitaba ser nombrada: los militares conforman el partido más importante de la historia de Venezuela. El silencio del historiador formó el nuestro durante el minuto que empleó en escrutar nuestros rostros. (RJV: «El siglo que he vivido», 9 de abril de 2012).

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Mi familia debe agradecer su distinguida gentileza, expresada en notas generosas para un libro mío y un artículo sobre uno de mi señora. (Sólo pagamos cuando regaló su persona a nuestra casa en algunos desayunos—uno con pisca andina—y con unos pocos dulces de leche de cabra coriana que llevé a la quinta Regina). Por eso pensé para él un tratamiento sugerido por el que se dirige a los papas: Su Suavidad.

Fue un amigo el que se nos ha ido, más que un maestro. Murió como quiso, en día de batalla. LEA

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