La paranoia es un proceso mental que se cree está fuertemente influido por la ansiedad o el miedo, a menudo hasta el punto de la irracionalidad y la alucinación. Típicamente, el pensamiento paranoide incluye creencias persecutorias, o en una conspiración que concierne la percepción de una amenaza contra uno mismo. (P. ej. “Todo el mundo está contra mí”). La paranoia se distingue de las fobias, que también envuelven un miedo irracional pero usualmente sin culpar a nadie. También acompañan a la paranoia las acusaciones falsas y una desconfianza general en los demás. Por ejemplo, una persona paranoide puede creer que ha sido intencional un incidente que la mayoría de las personas vería como accidente o coincidencia.
Wikipedia
Detectar conspiraciones cuando no hay ninguna es un síntoma de paranoia; detectarlas cuando sí existen es un signo de salud mental. Un conocido mío dice que si uno no es un poco paranoico en los Estados Unidos hoy en día entonces está loco.
Carl Sagan – Los dragones del Edén
El autoengaño de Fausto (…) ilustra en forma dramática la tendencia de los líderes políticos a distorsionar y falsear las imágenes de sus logros. Tienden a ver los resultados ambiguos como grandes éxitos, los éxitos menores como tremendos logros y sus encandilantes fracasos como una empresa heroica que ha sido arruinada por terceros.
Yekezkel Dror – Avant-Garde Politician: Leaders for a New Epoch
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La casi totalidad de los ciudadanos de Venezuela carece de elementos de juicio para afirmar o negar, seria y responsablemente, la veracidad de la denuncia gubernamental acerca de un frustrado plan de golpe de Estado, y yo formo parte de ese masivo contingente. La inmensa mayoría del país, ante el enésimo sobresalto político de los últimos años, no sabe si la denuncia es verdad o es falsedad. Los más opuestos construirán sus respuestas opuestas según, casi exclusivamente, el «carácter del reo»; los que condenan al chavismo dirán que lo mentiroso es habitual en el gobierno, los que condenan a la burguesía que ella hará lo que sea por restituir sus privilegios de clase.
Pero la verdad es que la mayoría de la nación no sabe. Si quiere pensar responsable y seriamente sobre el asunto, no puede descartar por imposible ninguna de estas posibilidades: 1. que la cosa sea verdad, 2. que la cosa sea media verdad, 3. que la cosa sea inventada, 4. que la cosa sea creída por paranoia gubernamental. Sólo es serio sostener que cada una de tales afirmaciones es posible.
Leopoldo Puchi da por sentado que en verdad fue develado un golpe de estado: «…lo más inquietante no es el reciente movimiento desmantelado, sino lo que pudiera venir. Ni al Gobierno ni a la oposición democrática le puede interesar que Maduro sea desalojado por la fuerza». (En Hay que tener cuidado con los pasos en falso, donde asimismo opina: «Julio Borges es de los dirigentes de oposición que se ha ubicado con mayor persistencia en la línea electoral. Es constantemente cuestionado por ‘blando’ y ‘colaboracionista’. Tal vez estaba como mucha gente al tanto de la conspiración develada, pero no luce creíble que haya participado en la organización del conato de golpe». Fue justamente éste el argumento que se ofreciera en el programa #131 de Dr. Político en RCR, cuando se reprodujo palabras de Borges del 29 de mayo de 2005: “Los que piensan que acá no hay salidas electorales, pues que organicen su conspiración. Los invito a que lo hagan. Conmigo no cuenten”).
Es posible que, en efecto, existiera realmente la conspiración denunciada por Nicolás Maduro y a medias detallada por Diosdado Cabello: «En todo tiempo, en todo sistema político, subsiste una fracción de personas, muy reducidas las más de las veces, que piensan en un golpe de Estado por la fuerza como solución a los problemas. Hay conspiradores por vocación, que necesitan la excitación del secreto y la urdimbre de siniestros planes para hacerse con el poder». (Sobre la posibilidad de una sorpresa política en Venezuela, septiembre de 1987; esas palabras del trabajo fueron citadas, junto con las que anteceden de Julio Borges, en Opinión perniciosa, artículo en este blog del 27 de enero). Una particular fracción de personas «que piensan en un golpe de Estado por la fuerza como solución a los problemas» fue, por supuesto, la de los conjurados de 1992. Por esto no es tan injustificada cierta propensión a pensar mal y aducir el conocidísmo refrán castellano: «Cada ladrón juzga por su condición».
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El gobierno ha ofrecido una interpretación del comunicado del 11 de los corrientes—acá en versión .pdf: Comunicado—, firmado por Antonio Ledezma (hoy preso), Leopoldo López (preso hace un año) y Ma. Corina Machado (despojada de su condición de diputada y la protección de la inmunidad parlamentaria), en el que abogaron por un tal «acuerdo nacional para la transición». Según la interpretación oficialista, esa fórmula es un llamado al golpe de estado tanto genérico como específico, pues habría sido la señal convenida para iniciar una insurrección criminal que tendría entre sus propósitos asesinar a Nicolás Maduro. (Tal como sostuvo Carlos Andrés Pérez, cuando se apresuró a afirmar el 4 de febrero de 1992, en los considerandos del decreto de suspensión de garantías de esa fecha, que entre los fines de la asonada del MBR 200 estaba matarlo). Los comunicadistas no son los únicos que leen que «el gobierno de Maduro entró en fase terminal». De modo menos extremo, opiné el 18 de noviembre de 2014 que aumentaba el caudal del caño de futuro que conduce a la cesantía anticipada del presidente Maduro (en programa con Nehomar Hernández, transmitido por Radio Caracas Radio el 30 de diciembre), y la semana pasada cité recientes palabras de Luis Ugalde S. J.: “Pienso que el país necesita un nuevo gobierno ya. Es una necesidad. Y ya es ya: enero, febrero, marzo». La terminación anticipada del gobierno de Maduro está desde hace tiempo en el ambiente; más de una encuesta mide que dos terceras partes del país la prefieren, y ese gentío no está empatado en ninguna conspiración.
Que la publicación del comunicado de los salidistas haya sido una señal es también posible. En 1993, un amigo me comunicó que se planeaba un atentado contra el sistema eléctrico de Guri—el 30 de octubre de ese año, bajo la presidencia de Ramón J. Velásquez, se produjo un apagón masivo en el país—y me mostró unos cuantos titulares en la primera página de deportes en El Nacional que entendía como mensajes crípticos para el previsible levantamiento. Pero por sí mismo esto no confiere veracidad a la interpretación de Maduro, y su triunfal declaración—»¡Yo tengo el manifiesto! ¡Yo lo tengo!»—no tiene el menor valor. Todos lo tuvimos, pues fue justamente publicado en la prensa nacional.
Claro que los señalados son políticos de cierta radicalidad. Ya en época de la Coordinadora Democrática, Ledezma era el líder principal del «Comando Nacional de la Resistencia»— con Oscar Pérez y Patricia Poleo por socios—y abogaba por la abstención electoral, pues a su criterio las elecciones no eran una solución. Machado admitió en 2006 que sus esfuerzos eran conducentes a una «crisis de gobernabilidad»—aludida en la Carta Semanal #187 de doctorpolítico, 27 de abril de ese año—, y con López estableció un discurso salidista, aparte de la postura de la Mesa de la Unidad Democrática, desde el 7 de diciembre de 2013. Su reunión con George W. Bush (31 de mayo de 2005) y su conexión panameña no pueden ser sino signos sospechosos a los ojos de los policías de Maduro, para no mencionar la conversación que se le grabó con Germán Carrera Damas (reproducida parcialmente en La salida). Sin embargo, ninguno de esos indicios es comprobación fehaciente de su participación en un golpe de Estado en grado de frustración.
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La cosa puede ser una media verdad. Puede que haya habido militares a punto de rebelión armada sin que todos los civiles señalados estuvieran involucrados en el alzamiento planeado. No lo sabemos.
Puede que todo el asunto sea un montaje del gobierno. Los revolucionarios marxistas se creen en posesión de «valores superiores» que les autorizan a la inmoralidad vista por ojos burgueses; guerra es guerra. Además, la credibilidad del gobierno en materia de denuncias de golpes, sabotajes y magnicidios es bajísima; son demasiadas las instancias en las que ha asegurado que tan aviesos procedimientos existieron, pero nunca ha presentado pruebas convincentes de las tantas veces que ha dicho que viene el lobo (o la iguana). Todavía espera el país por una explicación suficiente acerca del siniestro de Amuay del 25 de agosto de 2012, que el gobierno intentó atribuir (Eulogio Del Pino) a sabotaje.
Pero también se creyó que era un montaje gubernamental el asunto de los paramilitares de la finca Daktari (Robert Alonso) en 2004. Entre otros, Antonio Ledezma, Jesús Torrealba, Alejandro Peña Esclusa, Rafel Huizi Clavier, Felipe Mujica, César Pérez Vivas, Henry Ramos Allup y Henrique Capriles Radonski interpretaron la cosa como puro teatro; «novela», la llamó Ledezma. Poco después, nada menos que el gobierno de Álvaro Uribe Vélez admitió que la intención de un atentado violento contra Hugo Chávez era verídica. Francisco Santos, el Vicepresidente de Colombia, declaró por entonces: «Nos alegra muchísimo que las fuerzas de seguridad venezolanas hayan capturado el domingo a gente que está o pretende delinquir allá”.
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Sin ser un montaje, la denuncia del golpe puede provenir de un estado paranoide del oficialismo. El gobierno está grandemente preocupado por la situación general del país, pero en lugar de reconocer su responsabilidad primaria en tal estado de cosas, prefiere creer que su Plan «de la Patria» es «una empresa heroica que ha sido arruinada por terceros». (Ver Alquimia de la culpa, 9 de diciembre de 2014). Las encuestas mantienen al gobierno en ascuas, enfrentado como está a las cruciales elecciones de Asamblea Nacional, con el reiterado registro de un rechazo mayoritario y creciente de la administración de Maduro. Ese estado psicológico puede llegar a considerar como hechos lo que sólo son especulaciones más o menos verosímiles. En todo caso, conviene a sus necesidades electorales la desarticulación de la dirigencia opositora por cualquier medio y que cunda en los votantes la útil idea de que no habrá jamás elecciones limpias bajo su régimen.
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Noticias 24 informaba ayer:
El presidente del Parlamento Latinoamericano capítulo Venezuela, Ángel Rodríguez, rechazó el llamado a un Acuerdo Nacional de Transición que hicieron la semana pasada varios dirigentes de oposición. En este sentido, manifestó que en Venezuela “no hay ningún mecanismo constitucional que hable de transición”.
Bueno, tampoco está en la Constitución ninguna mención o prescripción del socialismo, a pesar de lo cual todo decreto presidencial publicado en Gaceta Oficial lleva ahora este encabezado: «Con el supremo compromiso y voluntad de lograr la mayor eficacia política y calidad revolucionaria en la construcción del socialismo…»
Resulta incomprensible cómo en esta enorme crisis no se busca un pronunciamiento del poder supremo de nuestro Estado, el Poder Constituyente Originario, el Soberano, la Corona. (Una vez más está equivocado Eduardo Fernández, quien hoy firma en Últimas Noticias el artículo Elecciones parlamentarias, donde asegura: «De acuerdo con la Constitución Nacional el Poder Legislativo es el primer poder del Estado. En consecuencia, de acuerdo con la teoría constitucional y con la letra de la Constitución vigente, nada puede ser más importante que la elección de la Asamblea Nacional». El primer poder del Estado es el Pueblo, y nada puede ser más importante que la manifestación de su voz en referendo).
Nada es más necesario en esta atribulada hora de la República que la manifestación soberana del Pueblo en un referendo que coincida, para ahorros financieros y logísticos, con las próximas elecciones parlamentarias. Para resolver los problemas de fondo que agobian a la sociedad venezolana, que la neurotizan, nada más indicado que dejarla hablar. El tratamiento verdaderamente definitivo es la decisión soberana sobre la implantación en Venezuela de un esquema socialista. (En noviembre, Datanálisis midió 80,1% de opinión contraria al «socialismo del siglo XXI», y el gobierno hace como si tal opinión no existiera).
Un referendo sobre el socialismo resultaría en un claro y contundente repudio de la arrogante y extraviada pretensión oficialista. Un referendo así forzaría la renuncia de Nicolás Maduro (no es asunto de «pedirla», sino de mandarla). Un referendo consultivo sobre el socialismo se convoca con la mitad de las firmas requeridas para un referendo revocatorio (10% de los electores en vez de 20%), y no se necesita esperar al año que viene.
Es momento de dar la palabra al Pueblo. LEA
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