La opresión genera furia

La opresión genera furia

 

Extracto de Lección de Paz, 7 de mayo de 2009:

 

Por estos días, quien escribe cree haber entendido incidentes diversos como verdaderas revelaciones. Si pensara en inglés, diría que ha sido sujeto de sucesivas epifanías.

La primera de ellas tiene que ver con la ira, que es pecado capital al que el suscrito tiene alguna propensión. Varios episodios inconexos fueron manifestaciones de ira inexplicable, desproporcionada, injustificada. En uno de ellos, observado a corta distancia, el conductor de un automóvil dobló a su derecha para entrar al garaje de su residencia, en calle de poco tráfico dentro de urbanización usualmente apacible. Detuvo su carro enfilado a la puerta y se bajó para abrirla. Detrás de él venía otro carro, manejado por una dama que hizo sonar la corneta del vehículo con furia e insistencia. El aludido gritó y manoteó en el aire, reclamando la agresión auditiva. La señora se bajó del carro que conducía y manoteó en el aire y gritó largo rato, reclamando con insultos y groserías la ausencia de una luz de cruce a quien llegaba por fin a su casa a descansar, quién sabe atravesando qué tráfico. Siguieron discutiendo. Mutuas amenazas fueron proferidas en un tono tan airado que merecería causas verdaderamente heroicas. Minutos después se disolvió el diferendo. El señor logró entrar en su casa; la señora prosiguió su camino. Cada uno habrá pensado: “¡Ahora sí me voy del país!”

La reverberación de los gritos pareció permanecer todavía unos buenos minutos, levitando en el sitio del intrascendente suceso. Con facilidad se entendía que la ira expuesta con tanta intensidad no podía provenir del mero episodio. La adrenalina de los ciudadanos conductores había estado, previamente, a punto de desbordarse, almacenada en cantidad creciente, retenida a duras penas. Uno no se pone así, no llega a esos extremos por causa tan insignificante. Habrían bastado una o dos groserías normales de lado y lado.

El incidente referido fue el más resonante y dramático; los otros fueron, sin embargo, del mismo tipo: la manifestación de una ira previa, no proporcional al estímulo inmediato que la desataba. Las condiciones basales de la gente venezolana son hoy de enfurecimiento retenido, y su matriz de origen es política.

Es estar atónito ante el atropello indetenible de un régimen que no respeta ninguna disidencia lo que pone al ciudadano común, desesperado porque no ve salidas, en anomia destructiva que se emprende contra quien se ponga por delante. Es tener miedo. Es trocar el temor en ira. Es un estado que el régimen busca. Es, cree el régimen, algo que le conviene.

El enjambre ciudadano, paulatinamente, se africaniza.

LEA

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