La respuesta obvia a una pregunta común

La respuesta obvia a una pregunta común

El título de este artículo es la transliteración al alfabeto romano del cirílico, que dice en ruso: ¿qué debe hacerse? o ¿qué debemos hacer? Sirvió primero como título de una novela políticamente radical, escrita en prisión por Nikolai Chernyshevsky. (…) La obra fue criticada por Dostoievsky y por Tolstói (quien escribió un panfleto argumentativo con el mismo título), pero se convirtió en un clásico entre los socialistas y anarquistas europeos hasta que, finalmente, el mismísimo V. I. Ulianov, o Lenin para los íntimos, escribiera su propio panfleto político y preguntara de nuevo (1902): ¿qué debemos hacer? (…) Es ésa—¿qué debe hacerse?—la misma pregunta que se hacen muchos venezolanos, especialmente quienes ejercen o quieren ejercer, eficazmente, oposición al régimen político encabezado por (…) Chávez. Algunos, más aún, creen—creemos, para ser sinceros—tener la respuesta a esta cuestión. La semana pasada, se daba cuenta acá de cómo hay quienes creen que ella es la formación de una nueva organización, bajo la premisa de que la oposición formal expresada en los partidos aliados en la Mesa de la Unidad no sería capaz de capitalizar el creciente deterioro del gobierno en materia de apoyo político a su favor (lo que no es, ni con mucho, la única razón válida para proponerla).

Shto delat’? (Carta Semanal #352 de doctorpolítico, 8 de octubre de 2009)

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A un reciente comentario de Don Yunis Zujur Meneses en mi blog—»¿cuál es la respuesta frente a lo que está pasando en el país?»—, contesté: «…no hay una ‘respuesta’ fácil y única. Es preciso educar políticamente al pueblo y a quienes tengan vocación pública. Me comprometo a escribir una entrada en este blog con una explicación más completa y detallada». Después de haber hecho la promesa creí entender que él se refería a la respuesta en términos del planteamiento de Gonzalo Pérez Petersen en la edición #156 de Dr. Político en RCR: que la muy preocupante y dolorosa situación nacional podía ser respondida con huida, parálisis o pelea (que él postuló en términos constructivos). Voy a hacerme el sueco y pretender que Don Yunis preguntaba por una respuesta general al problema; no pienso desaprovechar el pretexto que me ha brindado.

El foco de lo que sigue, como en Chernyshevsky y Lenin, estará sobre lo que debemos hacer, no sobre lo que podemos hacer; nadie tiene el deber de hacer lo que no se puede, así que lo que se debe hacer de suyo exige que sea posible, aunque Daniel Kahneman observara: «A veces ocurre lo imposible y a veces no ocurre lo inevitable». (En Conflict resolution: A cognitive perspective, 1995. Conocí la frase por envío de un libro más que interesante—Expert Political Judgment, de Philip E. Tetlock—, que debo a Leonardo Durán). Y como no hay una respuesta fácil y única a esto tendré que escribir bastante, así que manejaré el asunto por entregas; esta primera tiene carácter introductorio.

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Primero que nada, debemos estar claros acerca de la naturaleza del problema.

Hace años que saber esto se ha entendido como la elección de una etiqueta; graves voces hemos escuchado sostener que si no comprendemos que vivimos en dictadura—que, para peor, sería una dictadura comunista—no seremos capaces de superar la situación actual en Venezuela. Pero, por un lado, dictadura comunista fue la que viviera Rusia bajo la dominación soviética, o la de Cuba, o la coreana norteña, o la china establecida por Mao Tse-tung (o Zedong), y de ellas las tres últimas subsisten, aunque los chinos han declarado en el 18º Congreso de su Partido Comunista (Plan 383, noviembre de 2013) que se proponen «fortalecer los cimientos de una economía basada en el mercado por medio de la redefinición del rol del gobierno; reformar y reestructurar las empresas del Estado y los bancos del sector público; desarrollar el sector privado; promover la competencia; y profundizar las reformas en cuanto a los factores tierra, trabajo y mercados financieros”. Por su parte, los cubanos han iniciado una morosa apertura de su economía en la misma dirección, proceso que será acelerado por el restablecimiento de relaciones diplomáticas con los Estados Unidos.

Dictador comunista (desconfíe de imitaciones)

Dictador comunista (desconfíe de imitaciones)

Pronto será sólo en Corea del Norte, por tanto, que se viva bajo una dictadura comunista. Técnicamente no lo es, sin embargo, porque la propiedad estatal de los medios de producción es el rasgo definitorio del socialismo—DRAE: Sistema de organización social y económico basado en la propiedad y administración colectiva o estatal de los medios de producción y en la regulación por el Estado de las actividades económicas y sociales, y la distribución de los bienes—; según Carlos Marx, la fase comunista es ulterior: la propiedad sería común, es decir, habría desaparecido la propiedad privada que sería el asiento de la lucha de clases y por ende el Estado mismo se haría innecesario y también desaparecería. Dicho de otro modo, en ningún momento de la historia se ha visto un solo caso de sociedad comunista como los comunistas la entienden; lo que ha existido son dictaduras administradas por partidos que se llaman comunistas.

El mismo tipo de error terminológico se produce al asegurar que los países escandinavos son socialistas; en realidad se trata de naciones con economías de mercado que «socializan » algunas cosas, como el sistema de salud en Inglaterra, la cuna de la Revolución Industrial, claramente «capitalista». España no se convirtió en un «país socialista» porque Felipe González o José Luis Rodríguez Zapatero fuesen dirigentes del Partido Socialista Obrero Español.

Si, por otra parte, viviéramos bajo una dictadura común y corriente como, digamos, la de Pérez Jiménez o la de Pinochet, las columnas semanales de Laureano Márquez serían imposibles. Es solamente vistosa la explicación de la prisión de Leopoldo López sobre la noción de que está en la cárcel «por pensar distinto»; tal eslogan deja de explicar por qué están libres, entonces, tantas personas que piensan distinto de Nicolás Maduro, el suscrito incluido. Naturalmente, el país ha visto en los últimos años un agresivo ventajismo del gobierno en contra de más de un medio de comunicación en manos opositoras, y la represión física en contra de más de un comunicador; pero en una dictadura seria no se permitiría que Alberto Franceschi abriera la boca. (Por supuesto, Iósif Stalin no lo habría tolerado).

Propongo, pensando en quienes no pueden dormir si carecen de etiquetas con las que caracterizar al régimen venezolano, que hablemos, en el peor de los casos, de una subdictadura, en el mismo sentido en que un médico diagnostica casos de tiroiditis subaguda. Al cabo de año y medio de dictadura castrista, no había una empresa privada en Cuba, y centenares de pobladores habían sido detenidos, torturados y fusilados en paredones, y claramente no es esto el caso venezolano. La dictadura estalinista tuvo en su haber nueve millones de muertos; ella, con propiedad, fue una dictadura «comunista», no lo que aquí sufrimos.

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Una exageración análoga es la calificación del actual estado de cosas en nuestro país como «crisis humanitaria». El 20 de mayo de este año, Ma. Corina Machado enviaba una carta «con carácter de urgencia» a la Mesa de la Unidad Democrática, para que ésta se pronunciara perentoriamente sobre «presuntos crímenes de enorme gravedad, que involucran a individuos que ostentan los más altos cargos en el Gobierno y en las Fuerzas Armadas. Todo lo cual, de ser ciertas las denuncias, significaría que estamos ante la presencia de un narco Estado». (Otra etiqueta). Entonces observó este blog (en Ma. Corina y Shakespeare):

La Sra. Machado hace gala de retórica hiperbólica en la misiva, al certificar en nuestro país una “crisis humanitaria”. El 11 de febrero sólo se atrevía a sugerir su inminencia, en el comunicado que firmó junto con Antonio Ledezma y Leopoldo López: “La precariedad y las tensiones que resultan de esta crisis y la insistencia del régimen en ‘profundizar’ el modelo que la genera, pueden llevarnos en muy corto plazo a una emergencia humanitaria”. (Llamado a los venezolanos a un acuerdo nacional para la transición). Crisis humanitaria, por Dios, fue la que vivió Haití a partir del poderoso terremoto de 2010, seguido por una epidemia de cólera, para un total de 300.000 muertos, otros tantos heridos y un millón de personas sin hogar. Quizás pueda llamarse crisis humanitaria la epidemia del virus de Ébola para Guinea, Liberia y Sierra Leone en 2014, a la que la Organización Mundial de la Salud le atribuye 11.135 muertes y un total de 26.969 casos probables hasta el 17 de este mes.

La utilidad de etiquetar al régimen no pasa de proveer—a los héroes y heroínas de Facebook, Twitter y llamadas telefónicas a ciertos programas de radio—una fórmula simple y autosuficiente para denostarlo. Pero no sirvió de nada a los rusos, checos, húngaros, polacos, albanos, búlgaros, rumanos y alemanes orientales tomar conciencia de que vivían bajo dictaduras «comunistas». Bautizar un problema no es lo mismo que resolverlo, y partir de premisas incorrectas o falsas es garantía de que las estrategias que se fabriquen a partir de ellas serán ineficaces. (Si Eisenhower hubiera ordenado a Patton tomar Berlín y le hubiera provisto de mapas donde la capital alemana se mostrara al este de Moscú…)

Que tal es el caso de la estrategia reiterada de la oposición venezolana es indiscutible. Para empezar, su «falla de origen es, justamente, entenderse como oposición, como algo que está definido en función de un tercer ente externo a ella. Si ese ente deja de existir ¿qué la justificaría?» (La Razón como anfitrión). Henry Ramos Allup declaraba el 9 de marzo de 2011 a Ciudad Ccs: “La política suele hacer extraños compañeros de cama. Hoy compartimos propósitos, no ideales ni visiones”. Los propósitos, naturalmente, son los de salir del chavismo, y el medio para obtenerlos la descalificación ritual. La única estrategia opositora ha sido la de acusar al régimen todos los días, nunca refutar su discurso, que siempre ha sido la tarea necesaria. En abril de 2005 dijo Hugo Chávez ante unos empresarios: «Ser rico es malo, es inhumano». Diez años después, no ha aparecido el dirigente opositor que pudiera refutar esa paráfrasis de Pierre Joseph Proudhon: «La propiedad es un robo».

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Reiteración en 2007 ante Seguros Nuevo Mundo

Reiteración en 2007 ante Seguros Nuevo Mundo

¿Significa lo que antecede que valoro al régimen chavista-madurista como algo de escasa gravedad? En absoluto; ya en febrero de 2003 lo había llamado chavoma, para enfatizar su carácter pernicioso e invasivo, y reiteraba un tratamiento radical para su extirpación—propuesto el año anterior y desatendido por la dirigencia opositora de la época—que se fundaba en la actuación especial del Poder Constituyente Originario (Memoria Clínica: Tratamiento de abolición). Pero el chavoma es sólo el aspecto más agudo de la enfermedad política venezolana, una manifestación superpuesta y derivada del crónico cuadro de insuficiencia política—la incapacidad de las instituciones políticas para resolver los problemas públicos de importancia—que tiene su origen en la obsolescencia, por esclerosis, de los marcos mentales de los actores convencionales. Ellos son, fundamentalmente, la idea de que la política es una lucha por el poder justificada sobre una ideología particular, noción que es compartida por los actores políticos en todo el mundo, lo que explica por qué la política misma es lo que está en crisis en todas partes. (Ver Habas en proceso de cocción).

La muy mediocre y nociva «revolución bolivariana» para lo que ha servido es para disimular la muy mediocre y no tan nociva política de sus opositores profesionales, la Coordinadora Democrática y su hija única: la Mesa de la Unidad Democrática. (Ver La torta). Fue, además, la inocultable decadencia de la política que hacían nuestros partidos tradicionales—AD, COPEI, MAS, La Causa R y otros menos importantes—lo que permitió la llegada de Chávez al poder, un candidato que doce meses antes de las elecciones de 1998 no superaba 7% de intención de voto a su favor. Todavía a estas alturas esos actores y los más nuevos—Primero Justicia se presentaba a su fundación como una organización que reemplazaría la «política vieja»— se bastan con el hecho evidente de la nocividad del chavismo-madurismo:

La ritual execración de la figura presidencial proporciona al opositor adicto un progreso indirecto en la imagen ética que tiene de sí mismo. En efecto, mientras puedo hablar peor del Presidente, mientras más malvado lo encuentro, yo soy por implicación una mejor persona. Como no soy como él—¡Dios me libre!—entonces soy bueno. Mi bondad progresa relativamente, sin que yo haga mérito independiente, porque su maldad crece todos los días. Así obtengo satisfacción moral». (Enfermo típico).

Pero la negatividad del adversario no me legitima, la maldad de Hitler no me convierte en santo. LEA

(Continuará)

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