La dolencia más aguda del soma político venezolano es el chavoma. Un signo precoz de esta patología se hizo patente el 4 de febrero de 1992, a tiempo para echar a perder nuestra celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento. Luego se derribaría la estatua de Colón en Los Caobos y entraría en vigor el nuevo nombre para el Cerro Ávila: el ridículo Waraira Repano, como si los teques y caracas que vivían a sus faldas y lo llamaban así tuvieran alfabeto y escritura, no digamos la letra W. (DRAE. w. Vigésima sexta letra del abecedario español, y vigésima tercera del orden latino internacional, usada en voces de procedencia extranjera). Un socialista «bolivariano»* que se respetara ha debido insurgir en defensa de la grafía Guaraira para no emparentar la cosa con Washington o, al menos, exigir consistencia y escribir Río Waire, Puerto de La Wuaira, Warenas o Waracarumbo. (Esto es, para consagrar la wachafita revolucionaria).
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El término oncológico es apropiado para referirse a la dominación política instaurada en Venezuela a partir del 2 de febrero de 1999, puesto que no se trata de enfermedad inoculada por algún vector externo—un anófeles o chipo—sino de un proceso que residía en las entrañas del pueblo venezolano desde mucho tiempo antes de que hiciera eclosión.
Como anota Toro en su blog, Briceño Guerrero interpreta “…la cultura latinoamericana como una mezcla de tres ‘discursos’ separados, mutuamente incompatibles: el discurso Racional-Occidental, el discurso Mantuano y el discurso Salvaje”. El libro de Briceño Guerrero fue escrito entre 1977 y 1982, y por tanto no podía ser una referencia específica a Chávez. Es Toro quien establece—como otros lectores del apureño lo han hecho—una relación significante entre la descripción del discurso salvaje y el chavista: “…explica no sólo por qué existe el chavismo, sino también por qué tiene éxito. La atracción política de Chávez está basada en el lazo emocional que su retórica crea con una audiencia que resiente profundamente su marginalización histórica. Funciona al hacerse eco de la profunda resaca de furia de los excluidos, una furia que Briceño Guerrero explica poderosamente. La retórica de Chávez está basada en una comprensión intuitiva profunda del discurso no occidental/antirracional en nuestra cultura, un discurso que ha sido alternadamente atacado, descontado y negado por generaciones de gobernantes de mentalidad europea. Chávez valida el discurso salvaje, lo refleja y lo afirma. Lo encarna. En último término, transmite a su audiencia un profundo sentido de que el discurso salvaje puede y debe ser algo que nunca ha sido antes: un discurso de poder”. (Discurso salvaje).
Es por tal razón que son insatisfactorias las caracterizaciones del chavismo (del chavoma) como la mera llegada al poder de una nueva y delincuente oligarquía. Seguramente ha habido y hay entre jerarcas mayores y menores del régimen chavista-madurista gente corrupta y malhechora, verdaderamente forajida; tal vez en proporción mayor que la que hubiera en regímenes anteriores a 1999, acá y en toda otra nación del planeta. A fin de cuentas, los más radicales izquierdistas venezolanos nunca superaron electoralmente el «seis por ciento histórico» hasta el año del advenimiento de Chávez como Presidente de la República, y como en ellos había hambre longeva de poder y de prebendas, la corrupción actual supera la de quienes los precedieron.** Pero es un juicio más ajustado a la realidad explicar el chavismo como el producto de la acusada decadencia de la política que lo anticipara, y su sustitución por una nueva hegemonía fundada en la creencia de que Marx tenía razón. La mayoría de los socialistas venezolanos cree seriamente que la explicación de todo mal social debe encontrarse en el afán de lucro de «la burguesía»; es decir, está profunda pero honestamente equivocada.
Luego, el sistema chavista es claramente pernicioso, puesto que invade terreno propio de la sociedad y sus ciudadanos, como un cáncer que se extiende ocupando y destruyendo tejido de órganos imprescindibles del cuerpo que aqueja. La conjunción de su origen y su naturaleza autoriza que lo entendamos como proceso canceroso.
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Paradójicamente, es más fácil curar el chavoma que la insuficiencia política crónica*** que permitió su entronización en las instituciones públicas venezolanas. El tratamiento eficaz no es otro que remitir el asunto al Poder Constituyente Originario, la apelación al Soberano para que se pronuncie, en referendo consultivo, sobre la conveniencia de implantar en Venezuela un régimen político-económico socialista, pretensión que el chavismo-madurismo no oculta. (Todo decreto del Ejecutivo que publica la Gaceta Oficial lleva ahora este inequívoco encabezado: “Con el supremo compromiso y voluntad de lograr la mayor eficacia política y calidad revolucionaria en la construcción del socialismo…”)
Una consulta de esa naturaleza puede ser causada por decreto del Presidente de la República en Consejo de Ministros y por decisión de la Asamblea Nacional en simple mayoría, y es evidente que jamás harán una cosa así. El oficialismo no ignora este dato de noviembre del año pasado (Datanálisis): 80,1% de los entrevistados estuvo de acuerdo con esta afirmación: «El socialismo del siglo XXI es un modelo equivocado que debe ser cambiado».
El chavismo no se pondrá la soga al cuello; sabe que un referendo tal rendiría un resultado adverso, a tal punto que provocaría la renuncia del presidente Maduro, pues no podría en ninguna forma creíble repudiar el socialismo a estas alturas. Pero tampoco la dirigencia opositora ha querido oír de esta iniciativa (propuesta por vez primera a mediados de 2009; ver Parada de trote). El 28 de junio, el semanario La Razón publicó una entrevista en la que dije:
…el fondo del asunto es esta consideración: ante una crisis de la dimensión que padecemos, es insólito que no se procure el pronunciamiento del Pueblo, el Poder Constituyente Originario, en una democracia supuestamente participativa. Ni el oficialismo ni la oposición formal están interesados en consultarle; sólo quieren que elija mandatarios o representantes, es decir, que sólo haga democracia representativa. Así conservan ellos el protagonismo mientras dan discursos sobre la democracia participativa protagónica, histórica, endógena, biométrica y demás esdrújulas.
Tendrán que ser actores distintos quienes promuevan la consulta desde la iniciativa popular, y eso es perfectamente posible: Datanálisis midió hace un mes en 57% la proporción de venezolanos que se definen como independientes; es decir, quienes no están afiliados al PSUV (18%) o a la MUD (17%). LEA
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*Nunca hubo el menor atisbo de socialismo en Simón Bolívar; al término de la Campaña Admirable (1813), confió a Francisco Iturbe: “No tema Ud. por las castas; las adulo porque las necesito. La democracia en los labios y la aristocracia aquí”, poniendo la mano en el corazón. No había entonces ningún socialismo bolivariano.
**En Costos y beneficios políticos de la Ley Orgánica de Salvaguarda del Patrimonio Público (1983), Humberto Njaim estimó que el perezjimenismo incurrió en peculado equivalente a 1% del Presupuesto Nacional, mientras que los gobiernos democráticos que lo sucedieron habrían superado ese nivel al llevarlo a 1,5%. (Este porcentaje parece muy pequeño, pero el presupuesto que Caldera dejó a Chávez era de 20 billones de bolívares de la época, de modo que 1,5% de eso hubiera sido la considerable cantidad de 300.000 millones de bolívares perdidos por corrupción de haberse mantenido el índice Njaim). El suscrito intentó obtener de cuatro destacados economistas una estimación de lo que sería el peculado actual de los socialistas; ninguno tenía una cifra confiable, aunque alguno lo conjeturó en 10% a partir de la magnitud conocida de dólares administrados en la burocracia del control de cambios.
*** «…el chavoma es sólo el aspecto más agudo de la enfermedad política venezolana, una manifestación superpuesta y derivada del crónico cuadro de insuficiencia política—la incapacidad de las instituciones políticas para resolver los problemas públicos de importancia—que tiene su origen en la obsolescencia, por esclerosis, de los marcos mentales de los actores convencionales». (¿Qué se debe hacer? (I))
(Continuará)
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