Mi señora y yo tuvimos el privilegio de asistir a la última función de Piaf, voz y delirio, un insólito espectáculo montado sobre los hombros de María Carolina (Mariaca) Semprún en el Centro Cultural Chacao. La habíamos visto en teatro puro—Un informe sobre la banalidad del amor, de Mario Diament—, cuando encarnó a Hannah Arendt en el teatro de la Asociación Cultural Humboldt, y ya aquella tarde en San Bernardino nos impresionó su poderosa y competente actuación en la pieza que da cuenta de los accidentados amores de la pensadora judía con Martín Heidegger, el importante filósofo alemán. Eso fue a comienzos de 2011; en septiembre del mismo año sentimos curiosidad por ver su interpretación como María Von Trapp en la Sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño, donde se montó una precisa y ágil rendición de La Novicia Rebelde (Rodgers & Hammerstein). No sospechábamos que pudiera cantar tan bien, y nuestra admiración creció al constatar cómo pasaba con facilidad de la palabra declamada a la cantada. Cinco años después, oímos los rumores elogiosos de su desempeño como avatar de Édith Piaf y nos agenciamos dos boletos cuyo costo asumió mi señora (gracias). Íbamos preparados para ver un trabajo importante, pero nuestras expectativas fueron grandemente excedidas por la maravilla de su encarnación del Gorrión de París.
Su esposo, Leonardo Padrón, escribió el texto inteligente, profundo, fresco, sabio, instantánea e irreversiblemente convincente de sus parlamentos, acicateado por la idea original de Mariaca y «el remolino» de su temprana y concienzuda preparación para el desafío, que incluyó la ayuda de un coach de francés. Luego de incorporar al director—Miguel Issa—y su hábil concepto teatral, se inició la fase de ensayos; entonces reporta el libretista:
Y una tarde, en un espacio desnudo de artificios teatrales, con una luz que atravesaba limoneros y matas de mango, mientras Mariaca desconfiguraba su cuerpo para simular la artrosis y la decadencia de Piaf, mientras de su garganta salían los primeros versos de «La Vie en Rose», y unos largos percheros giraban a su alrededor simulando una escenografía en movimiento, ocurrió un instante decisivo: el presentimiento de la belleza.
Eso fue lo que vimos ayer mi señora y yo en una sala repleta: dos horas de belleza actoral y lírica, dos horas de monólogo—otros actores de apoyo no pronuncian palabra mientras cambian constantemente el escenario o inyectan morfina a la Momme—, y ella sola canta ¿una veintena de canciones? No es sólo la potencia de su voz o su entonación, es la metamorfosis de Piaf desde su juventud hasta su término vital, cuando nos confía: «Je ne regrette rien». ¿Cómo puede alguien monologar y cantar durante 120 minutos con tanta eficacia? ¿Cómo pudo ella envejecer ante los ojos del público, cada gesto a la vez estudiado y espontáneo, cómo mostrarnos su dolor y su amor esencial—«¡es físico!»—por su canto, cómo aprendió los pasos cortos y deslizantes de una persona mayor disminuida por el deterioro físico y la pena? Gesticulación, dicción, énfasis, convicción, ritmo, amalgamados en un profesionalismo asombroso, digno de Nueva York, Londres o, por supuesto, París.
La increíble performance se apoyaba, además, en una escenografía que diseñara Alfredo Correia como móvil perpetuo, y una información visual de la época de los acontecimientos que se proyectaba sobre el panel traslúcido que retenía atrás la maravillosa ejecución de los músicos, que tocaban los arreglos de Hildemaro Álvarez, el estupendo pianista del conjunto. Todo digno de Nueva York, Londres o, por supuesto, París; todo digno de Édith Piaf.
¡Bravo! ¡Bravísimo! ¡Gracias! El público, que premiaba cada fiel canto con explosivos o tiernos aplausos, siempre agradecidos y asombrados, se puso unánimemente en pie para la ovación de cierre en una explosión de alegría y orgullo venezolano, en gritos y silbidos de júbilo y gratitud incontenibles por lo que se nos había concedido, digno de Nueva York, de Londres, de París, de Piaf, en cada detalle de la producción. ¡Qué Maraca’e Piaf! LEA
………
No pudiendo disponer del registro de lo que escuchamos en la voz de Mariaca Semprún, deberemos pasar con seis canciones en la de Édith Piaf. C’est dommage!
Sous le ciel de Paris
La foule
La vie en rose
Les feuilles mortes (en inglés)
Padam, padam
Non, Je ne regrette rien
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