He debido titular Teclado prestado. No; más propiamente, sustraído. Traté sin éxito de obtener autorización de The Washington Post para que me permitieran traducir un lúcido artículo de Andrés Miguel Rondón, publicado el viernes de la semana pasada; sin permiso suyo o del venerable diario, pongo abajo una traducción apresurada. (Hoy pensé en él cuando elogiaba una inteligencia similar, la de Francisco Toro Ugueto, a su tío y padrino: José Toro Hardy. Mi intuición no andaba descaminada: Andrés Miguel Rondón escribe para Caracas Chronicles, el extraordinario blog iniciado por Toro).
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En Venezuela, no pudimos parar a Chávez. No cometan nuestros mismos errores.
Cómo permitir que un populista los derrote una y otra vez
Andrés Miguel Rondón – 27 de enero de 2016, 1:54 PM
Andrés Miguel Rondón es un economista que vive en Madrid y nació y fue criado en Venezuela.
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Donald Trump es un capitalista confeso; Hugo Chávez era un socialista con sueños comunistas. Uno construye rascacielos, el otro los expropiaba. Pero las políticas son sólo la mitad de la política; la otra mitad, la más oscura, es la retórica. Algunas veces, la retórica predomina. Tal ha sido nuestro destino en Venezuela durante las dos décadas pasadas, y ése es ahora el de ustedes, americanos. Porque, en un sentido, Trump y Chávez son idénticos. Ambos son maestros del populismo.
La receta del populismo es universal. Consiga una herida común a muchos, encuentre alguien a quien echarle la culpa y construya una buena historia que contar. Revuélvalo todo. Dígales a los heridos que usted sabe cómo se sienten. Que usted ha encontrado a los malvados. Etiquételos: las minorías, los políticos, los empresarios. Caricaturícelos: como gusanos, conspiradores malévolos, gente que odia y que pierde, lo que sea. Entonces retrátese a sí mismo como el salvador. Capture la imaginación de la gente. Olvídese de políticas y planes, simplemente cautívelos con un cuento. Uno que comience en furia y concluya en venganza. Una venganza en la que puedan participar.
Es así como la cosa se convierte en un movimiento. Hay algo calmante en toda esa ira. El populismo se construye sobre el irresistible encanto de la simplicidad. El narcótico de la solución simple a una cuestión intratable. Ahora el problema se simplifica.
El problema es usted.
¿Cómo sé eso? Porque crecí como el “usted” en el que Trump se apresta a convertirlos. En Venezuela, la clase media urbana de la que vengo fue representada como el enemigo, en la lucha política que sobrevino luego de la llegada de Chávez en 1998. Durante años, vi con frustración que la oposición no pudo hacer nada ante la catástrofe que se sobreponía a nuestra nación. Fue más tarde cuando me di cuenta de que este fracaso fue autoinfligido. Así que ahora, para mis amigos americanos, he aquí algunos consejos sobre cómo evitar los errores venezolanos.
No olviden quién es el enemigo
El populismo sólo puede sobrevivir en medio de la polarización. Funciona mediante el incesante vilipendio de un enemigo de tiras cómicas. Nunca olviden que ustedes son el enemigo. Trump necesita que ustedes sean el enemigo, así como toda religión necesita un demonio. Un chivo expiatorio. “¡Pero los hechos!”, dirán ustedes, enteramente equivocando el punto.
¿Qué los convierte en el enemigo? Para un populista la cosa es muy simple: si Ud. no es una víctima, Ud. es culpable.
Durante las protestas lideradas por los estudiantes en 2007 contra el cierre de RCTV, entonces el segundo mayor canal de TV en Venezuela, Chávez iba al aire continuamente para representarnos a nosotros los estudiantes como “cachorros del Imperio Americano”, “partidarios del enemigo del país”, bebés malcriados y antipatrióticos que sólo querían ver telenovelas. Usando nuestra procedencia como su acusación principal, buscó estereotiparnos como los herederos directos de los oligarcas mayormente imaginarios de la generación de nuestros padres. Los estudiantes que apoyaban al chavismo eran “hijos de la Patria”, los “hijos del Pueblo”, “el futuro del país”. Ni por un momento fue el análisis del gobierno más allá de esas caricaturas.
El problema no es el mensaje sino el mensajero, y si ustedes no se dan cuenta de eso están perdiendo su tiempo.
No exhiban desprecio
No alimenten la polarización, desármenla. Esto implica dejar atrás el teatro de la decencia herida.
Esto incluye retruécanos como el que el elenco de “Hamilton” dedicó al Vicepresidente electo Mike Pence poco después de la elección. Aunque sincero, sólo antagonizó a Trump; seguramente no convenció a ningún seguidor de Trump para que cambiara su punto de vista. Avergonzar nunca ha sido un método de persuasión eficaz.
La oposición venezolana luchó durante años para obtener eso. No pudimos dejar de pontificar acerca de lo estúpido que era el chavismo, no sólo hacia nuestros amigos extranjeros sino también hacia la base electoral de Chávez. “En serio ¿este tipo? ¿Están locos? Ustedes deben estar locos”, decíamos.
Estaba claro el subtexto. “Miren, idiotas: él va a destruir el país. Se alía descaradamente con los malos: Fidel Castro, Vladimir Putin, los supremacistas blancos o las guerrillas. Él no es tan inteligente. Está amenazando con destruir la economía. No respeta la democracia ni a los expertos que trabajan duro y saben cómo se hacen los negocios”.
Oí tantas veces variaciones de tales comentarios que mi despertar político se produjo por la tectónica toma de conciencia de que Chávez, sin importar su maldad, realmente no era estúpido.
Tampoco lo es Trump. Llegar al cargo más alto del mundo no sólo requiere una gran fuerza de voluntad, sino también una precisión retórica grandemente calculada. La clase de precisión con la que nacen sólo unos pocos genios políticos, ésa que él blande con extravagancia.
“Estamos en un sistema amañado, y una buena parte de la causa está en esa gente deshonesta de los medios de comunicación”, dijo Trump hacia el final de la campaña, cuando sonaba más parecido a Chávez. “¿No es sorprendente? Ni siquiera quieren verlos a ustedes”. La conclusión natural es muy clara: apaguen el televisor, escúchenme sólo a mí. Al menospreciar a los seguidores de Trump, ya han perdido la primera batalla. En lugar de combatir la polarización, han caído en ella.
Lo peor que pueden hacer ustedes es empaquetar juntos a los moderados y los extremistas y creer que los EEUU se dividen en racistas y liberales. Ésa es la definición de librito de la polarización. Nosotros creímos que nuestro país estaba dividido en oligarcas traidores y la base de Chávez, crédula y sin educación. El único beneficiario fue Chávez.
No traten de deponerlo
Nuestra oposición probó todo truco del libro. ¿Golpe de Estado? Hecho. ¿Una ruinosa huelga petrolera? Hecho. ¿Boicotear elecciones con la esperanza de que los observadores internacionales intervinieran? Ya saben.
Miren, los opositores estaban desesperados. Teníamos razón de estarlo. Pero un puño enfurecido no es una estrategia.
Quienes están del otro lado—y crucialmente los independientes—se rebelarán contra nosotros si parecemos estar enloqueciendo. Sólo estaríamos demostrando ser precisamente lo que decimos combatir: un enemigo de la democracia. Mientras tanto, le estamos dando al populista y sus seguidores suficiente combustible retórico para llamarnos con derecho saboteadores e intrigantes antipatrióticos, durante años y años.
Para una gran parte de la población, la oposición venezolana es todavía ese intrigante malcriado y antipatriótico. Eso minó la eficacia de la oposición en los años cuando más la necesitaríamos.
Claramente, los Estados Unidos tienen instituciones más fuertes y un más justo equilibrio de poderes que Venezuela. Aun fuera del poder, los demócratas no tienen un deseo aparente de intentar algo como un golpe de Estado, lo que está bien. Tratar de deponer a Trump, en vez de cavar para combatir su agenda, sólo distraería al público de cualquier política fallida que su administración ponga en práctica. En Venezuela, la oposición se enfocó en tratar de rechazar al dictador por cualquier medio posible, cuando hemos debido seguir señalando cómo el régimen de Chávez dañaba a la gente que precisamente decía servir.
Encuentren una contraargumentación. (No, no la que están pensando).
No pierdan su tiempo intentando demostrar que esta gran idea es mejor que aquélla. Boten todas las palabras grandiosas. El problema, recuerden, no es el mensaje sino el mensajero. No es que los partidarios de Trump son tan estúpidos como para distinguir lo correcto de lo incorrecto, es que ustedes les son más valiosos como enemigos que como compatriotas. Vuestro reto es probar que ustedes son de la misma tribu que ellos, que ustedes son americanos en exactamente la misma forma que lo son ellos.
En Venezuela, caímos en esa trampa de mala manera. Una y otra vez escribimos acerca de los principios, acerca de la separación de los poderes, de las libertades civiles, el papel de los militares en la política, la corrupción y la política económica. Les tomó diez años a los líderes de la oposición darse cuenta de que realmente tenían que ir a los barrios y el interior del país. No para un discurso o un mitin, sino para un juego de dominó o a bailar salsa, para mostrar que también eran venezolanos, que no sólo regañaban severamente sino que podían batear una pelota, que podían contar eficazmente un chiste. Que podían romper la división tribal, descender de las carteleras y mostrar que eran reales. Esto no es populismo disfrazado. Es el único medio de establecer su postura. Es tomar la decisión de no vivir en una cámara de eco. Poner pausa al canto de sirena de la polarización.
Porque si la música sigue, sí, ustedes verán vecinos deportados y amigos de credos diferentes y orientación sexual diferente que vivirán con miedo y ansiedad, mientras la desigualdad económica de su país se profundiza por ese camino. Pero algo peor pudiera pasarles. En Venezuela, generaciones enteras se partieron en dos. Se borró el sentimiento de una cultura compartida. La retórica ocupó el lugar de nuestros libros de historia, de nuestro futuro, de nuestra percepción de nosotros mismos. Perdimos la libertad de ser algo más que caricaturas.
Esto no tiene por qué ser vuestro destino. Ustedes pueden ser diferentes. Reconozcan que ustedes son el enemigo que Trump necesita. Muestren preocupación, no desprecio, por las heridas de aquellos que lo llevaron al poder. Por sobre todo, tengan paciencia con la democracia y luchen incesantemente para liberarse de los grillos de la caricatura de ustedes que los populistas han dibujado.
Se trata de una gran exigencia. Pero la alternativa es peor. Créanme.
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