A Marcel Granier
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En tan solo pocos días, 7.500 millones de seres humanos habitarán la Tierra. Al cierre del siglo XXI, se estima que la población mundial alcanzará 11.200 millones de personas, o 50% más que la población actual (añadiéndose 3.700 millones en 83 años apenas). Somos mucha gente, y seremos mucha más.
Tardamos entre 100 y 200 mil años, desde nuestro origen en la sabana africana, para que fuéramos 1.000 millones de personas a comienzos del siglo XIX, pero un poco más de un solo siglo para que ese hito millardario se duplicara, en un crecimiento que continuó acelerándose. Tan enorme variedad de seres humanos se expresa en una rica gradación de colores de piel y estaturas, de inclinaciones vocacionales y niveles de inteligencia, de sentimientos y afiliaciones… Muchas son las patrias chicas en que nacemos, muchas las biografías concretas, innumerables los sufrimientos y las alegrías de esa biomasa bípeda. No en balde nos cuesta comprender a la humanidad.
Por eso, bastante antes de que alcanzáramos los números de hoy, los pensadores y científicos intentaron entendernos como miembros de algunos pocos tipos. Venimos en cuatro sabores temperamentales, se nos dijo mientras los médicos fueron los de la antigüedad grecorromana: sanguíneos, coléricos, melancólicos y flemáticos. Nuestro biotipo necesitó mas tarde sólo tres clases: longilíneo (flaco y alto), pícnico (gordo) y atlético. Después se habló de clasificarnos introvertidos o extrovertidos, cuando se distinguía desde hacía tiempo entre cinco razas: blanca, negra, amarilla, roja y cobriza, obviamente definidas por el color de la piel.
La política siempre buscó pocas categorías para tratar la diversidad: en Esparta, o se era homioi (ciudadano pleno), perieco (una especie de clase media) o ilota (esclavo; bueno, también había los esclavos-mercancía); en la Edad Media europea uno era de los oratores (clérigos), bellatores (militares) o laboratores (siervos de la gleba), una clasificación tripartita que de algún modo mutó en los tres «estados» de la sociedad francesa, representados en los États généreaux de su revolución. El marxismo simplificó todavía más el problema con facilidad dialéctica, reduciendo la clasificación tripartita a la pareja antagónica de poseedores versus desposeídos. Desde la Revolución Francesa se habla de izquierda, centro y derecha políticas, pero se preguntaba Carlos Fuentes en artículo publicado en Madrid y Ciudad de México el día de su muerte (Viva el socialismo. Pero…, 12 de mayo de 2012): “¿Cómo responderá François Hollande a este nuevo desafío, el de una sociedad que ya no se reconoce en ninguna de las tribus políticas tradicionales: izquierda, centro o derecha?” Para Nicolás Maduro, dicotómicamente marxista, no hay sino la Revolución Bolivariana y la derecha.
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Hace dos días recibí, en repago de una cita de Will Durant en Los placeres de la filosofía, un pasaje de Comercio y Civilización, artículo de Don Boudreaux (3 de junio de 2004):
El comercio y la civilización están íntima e indisolublemente conectados. El comercio crea civilización. Mientras mayor sea la libertad de comerciar, más civilizada será la sociedad… La gente, en la medida en la que es civilizada, no restringe a la fuerza el rango de las personas con las que los demás pueden comerciar en paz. La gente, en la medida en la que es civilizada, no asigna significación especial a la nacionalidad de quienes ofrezcan comerciar pacíficamente. El historiador Will Durant (1939) produjo una de mis descripciones favoritas de los beneficios últimos de un comercio abierto y libre, al señalar que la razón es ella misma hija de ese comercio: «Las encrucijadas del comercio son el lugar de encuentro de las ideas, el terreno para la atrición de las costumbres y las creencias rivales; las diferencias engendran los conflictos, la comparación el pensamiento; las supersticiones se anulan las unas a las otras… y la razón comienza».
Es así; el comercio puede hacernos mejores personas y también mejores políticos, llenos de comprensión y empatía:
Una tercera virtud política, exigible de los líderes que adquieren poder público… es la compasión… la capacidad para compartir la pasión y la falibilidad del otro, para la comprensión y el perdón. Todos tenemos derecho a la vergüenza. Quien odia es un mal político; quien se mueve con el poder en pos de sus resentimientos es un mal político, pues desecha parte integral del tejido social y niega a otros la libertad de mejorar, de dejar atrás sus errores y progresar moralmente. El peor atentado contra la libertad del otro es congelarle en su pasado. (El político virtuoso).
Asimismo nos hace mejores el arte; por esto propuso el periodista Ryszard Kapuściński en Los cínicos no sirven para este oficio:
Hoy, para entender hacia dónde vamos, no hace falta fijarse en la política, sino en el arte. Siempre ha sido el arte el que, con gran anticipación y claridad, ha indicado qué rumbo estaba tomando el mundo y las grandes transformaciones que se preparaban. Es más útil entrar en un museo que hablar con cien políticos profesionales. Hoy en día, como el arte nos revela, la historia se está posmodernizando. Si le aplicáramos a ella las categorías interpretativas que hemos elaborado para el arte, quizás lograríamos desentrañarla mejor y tendríamos instrumentos de análisis menos obsoletos que los que, generalmente, nos empeñamos en utilizar. Caídas las grandes ideologías unificadoras y, a su manera, totalitarias, y en crisis todos los sistemas de valores y de referencia apropiados para aplicar universalmente, nos queda, en efecto, la diversidad, la convivencia de opuestos, la contigüidad de lo incompatible. Puede derivarse de todo ello una conflictividad abierta y sanguinaria, arcaica, el enfrentamiento difuso, el renacimiento de los localismos y de los más feroces tribalismos, pero también podría surgir un lento aprendizaje de la aceptación de lo distinto a uno mismo, de la renuncia a un centro, a una representación única. Como el arte posmoderno nos enseña, quizás podríamos darnos cuenta de que hay espacio para todos y que nadie tiene más derecho de ciudadanía que los demás.
En el instante de cerrar esta nota, ya éramos 7.495.897.489 humanos en el planeta, y la política de la polarización es la política de los trogloditas. LEA
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