Ya no vivimos la Revolución Industrial, cuando toda ideología se inventara; ahora vivimos la de la Internet, la telefonía móvil, las tabletas, las interacciones instantáneas, las enciclopedias democráticas, las apps. La de la biogenética, la cirugía mínimamente invasiva, la posibilidad de introducir al planeta especies vegetales o animales nuevas. La de una sonda espacial posada sobre un cometa, la comprobación experimental de la partícula de Dios o Bosón de Higgs, la fotografía cada vez más extensa y detallada de los componentes del cosmos, la materia oscura, la geometría fractal y las ciencias de la complejidad. La de la explosión de la diversidad cultural, la del referendo, del escrutinio inmisericorde de la privacidad de los políticos y el espionaje universal. La del hiperterrorismo, las agitaciones políticas a escala subcontinental, el cambio climático. Nada de esta incompleta enumeración cabe en una ideología, en la cabeza de Stuart Mill, Marx, Bernstein o León XIII. Cualquier ideología—la pretensión de que se conoce cuál debe ser la sociedad perfecta o preferible y quién tiene la culpa de que aún no lo sea—es un envoltorio conceptual enteramente incapaz de contener ese enorme despliegue de factores novísimos y revolucionarios. Ésta es una revolución de revoluciones.
El medio es el medio – 29 de abril de 2015
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Pudiera añadirse a la enumeración precedente los automóviles eléctricos que se manejan a sí mismos, los drones de todos los tamaños—uno enorme fletado por Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, se alimenta de energía solar y llevará la Internet a miles de millones de personas que aún no la conocen—, la impresión en tres dimensiones que permite «imprimir» todo tipo de herramientas y hasta casas completas, o la inteligencia artificial y las construcciones de realidad virtual como las que muestra este video:
Tecnología 7D
Y eso que la cosa está empezando. LEA
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