Personajes que hicieron inevitable a Chávez

 

A José Rafael Revenga, constante maestro y amigo

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Como refiriera en la entrada anterior, trabajé en PDVSA como Consejero de la Presidencia (de marzo de 1982 hasta mayo de 1983): «Renuncié a mi último empleo en mayo de 1983. Hice algún sondeo como para no saltar al vacío y decidí que empezaría a trabajar como asesor externo de organizaciones. Don José Antonio Giacopini Zárraga me aconsejó pensarlo muy bien. Su avezado ojo vislumbraba tiempos más difíciles, inconvenientes para abandonar la seguridad de un ingreso regular. Razón no le faltaba, pero eludí su consejo y di el salto».

Así comienza el libro Krisis – Memorias prematuras; mi primer libro, mis primeras memorias. No está contado en él, por tanto, mi paso por la mayor empresa del país. La renuncia a mi cargo en ella tuvo que ver con una serie de desengaños que referiré a continuación, pero también obedecía a la recuperación de mi verdadera vocación: la política. (Dos años más tarde, elaboraba un proyecto de asociación política que superase los partidos tradicionales).

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El gran Marcel Roche

Era época de mis últimos días como Secretario Ejecutivo del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas; había hecho conocer a Raimundo Villegas, Ministro de Estado para la Ciencia y la Tecnología, mi deseo de asumir la Presidencia del organismo en momentos cuando éste se aprestaba a cambiar su Directorio de cinco miembros y el resto de su Consejo. Entre los acicates de esa intención fue el más importante una entrevista solicitada por Marcel Roche, el hombre-ciencia del país que fundara el CONICIT. El Dr. Roche me visitó para comunicarme: «Luis Enrique: toda la comunidad científica sabe quién ha sido en los últimos dos años el verdadero Presidente de este organismo; todo el mundo sabe que ése eres tú». Recuerdo mi azoro y mi gratitud por el reconocimiento a que hubiera podido «cambiar hacia lo positivo un dañado clima organizacional, inspirar y conducir un ambicioso plan operativo, y completar casi el 100% de sus metas físicas en el 80% del tiempo y con un consumo de 70% de los recursos presupuestados». (Cuestionario prerrevocatorio). Villegas no hizo caso y optó por seleccionar para la Presidencia a Ernesto Palacios Pru; como él mismo, miembro del Opus Dei. Palacios Pru confirmó la evaluación de Roche; al instalarse en su cargo lo primero que hizo fue presentarse en mi oficina a decirme: «Tú has sido últimamente el verdadero Presidente del CONICIT, pero yo acabo de ser elegido para ese cargo y aquí no caben dos presidentes. Creo que tienes que irte».

Cuando aún no me había ido, llamó a mi casa Wolf Petzall, antiguo, dulce y entrañable amigo a quien debo cosas que todavía no he pagado. Me dijo de una vez: «Por fin tendremos plata para un think tank. El Directorio de PDVSA aprobó en diciembre la creación de la Unidad de Estudios Especiales que responderá directamente a la Presidencia. Tú eres quien más sabe de think tanks en el país, y creo que estás mandado a hacer para montarla y dirigirla. Ven a conversar conmigo». Nada podía alegrar más mi inminente desempleo.

Petzall me reunió con Alirio Parra, el director de enlace con la nueva unidad, quien me invitó a cenar con mi señora en compañía de la suya. Ya Wolf le había mostrado unas primeras notas mías sobre su composición y se mostró encantado. Cumplidas las formalidades burocráticas, empecé a trabajar en la holding petrolera con el encargo de establecerla y conducirla.

Poco después llegó, procedente de Viena, el exembajador de Venezuela ante la Organización de Países Exportadores de Petróleo, Félix Rossi Guerrero. Me enteré de que él sería en verdad el director de la unidad cuando me encontró en mi oficina y preguntó ¡qué hacía yo en su escritorio! Mi queja ante Petzall no dio resultados; me explicó que Rossi era amigo de Parra y que la dirección de enlace—y la de la Unidad de Asuntos Internacionales (para la que también presenté un diseño el 4 de mayo de 1983)—se le había conferido a este último como un caramelito de consuelo. (Parra había sido hasta hacía poco el Director de Enlace de la poderosa Coordinación de Comercio y Suministro de PDVSA; se le había quitado esa función al conocerse manejos dudosos de su hermano en negociaciones de petróleo venezolano desde Londres para su propio lucro). Petzall razonó que, por su carrera diplomática, Rossi asumiría seguramente la jefatura de la Unidad de Asuntos Internacionales, aún inexistente, y yo volvería a dirigir la de Estudios Especiales.

Absorbí la nueva situación hasta que Rossi se dedicó a encerrarse en su oficina con su secretaria, una dama especialmente agraciada, con el pretexto de que tenía que ver el Campeonato Mundial de Fútbol de ese año. (España: 13 de junio a 11 de julio de 1982). Me quejé con Petzall, mi padrino, porque mi actividad había sido reducida a redactar «una paginita» al mes, mientras ganaba una importante remuneración. (Nuestra industria petrolera clasificaba a su personal en grupos, siendo el más alto el del Directorio de la empresa, el 31; a mí me habían clasificado en el 29, justo por debajo de los coordinadores funcionales, y percibía un atractivo sueldo mensual). Me sentí mal de ganar tanto por tan poco trabajo. Wolf volvió a tranquilizarme; me aseguró que la situación era temporal y me aconsejó: «Entretanto, hazte útil al General. El 27 de agosto será la Asamblea Anual de PDVSA. Escríbele el discurso«. Eso hice; a partir de allí el general Alfonzo quiso conversar conmigo prácticamente todos los días.

Aproveché de solicitar su permiso para visitar al Ministro de Hacienda, Luis Ugueto Arismendi. Corría el rumor de que Leopoldo Díaz Bruzual, quien presidía con rango de Ministro el Fondo de Inversiones de Venezuela, maniobraba para que las divisas internacionales de PDVSA, hasta los momentos bajo control de la empresa, fuesen entregadas a la discreción del Banco Central de Venezuela, que él presidiría después. Yo creía que podría transmitir criterios sobre el delicado asunto a Ugueto; a regañadientes, Alfonzo me dio su autorización.

A las 6 de la tarde del 19 de agosto de 1982, visité al Ministro de Hacienda en su despacho del Centro Simón Bolívar. De entrada le espeté: «Luis, estoy viendo disparidad de opiniones en el Gabinete Económico; tú dices una cosa, Maritza Izaguirre dice otra, Calderón Berti otra más y el ‘Búfalo’—Díaz Bruzual—otra distinta. No creo que eso convenga al país». Ugueto reaccionó de inmediato, muy molesto: «¡Eso no es verdad! ¡El gabinete económico es un solo hombre!» (¿Él?) «¡Lo que pasa es que el presidente Herrera quiere una segunda voz en materia económica, y ésa es Díaz Bruzual!» De seguidas, introdujo él mismo el tema de las divisas de PDVSA: «Yo no estoy de acuerdo con transferir las divisas al Banco Central, aunque eso sea la ley. Usualmente, los abogados no conocen de realidades económicas». Me despedía de él con la invaluable información de que PDVSA contaba con Ugueto como aliado.

Rafael Alfonzo Ravard

Regresé a PDVSA, donde el general Alfonzo me esperaba; entré en su despacho a las 7:20 de la noche. Estaba de pie tras su escritorio; conmigo prefería hablar así—él de pie, yo sentado—, creo que por nuestras respectivas estaturas. Le conté la conversación y le dije: «General, lo que me ha dicho el ministro Ugueto es señal de que podemos establecer una entente cordiale con el gabinete económico. Mi consejo es que procure aliviar el problema de caja del Gobierno; decrete dividendos extraordinarios que le alleguen dinero fresco, pero no permita que le cambien las reglas de juego y se lleven las divisas de la empresa al BCV».

No pude dar crédito a mis oídos con la instantánea respuesta de Alfonzo: «Luis Ugueto no sabe nada de economía; Maritza Izaguirre es una come concha; Calderón Berti lo que quiere es serrucharme el puesto. ¡Yo no voy a a acordarme en nada con el gabinete económico!» Ocho días después decía, en la séptima asamblea de PDVSA, que «habría que apartar una cuota de 100.000 barriles diarios de petróleo durante diez años para pagar la deuda. Entre los asistentes al evento se encontraba el presidente Luis Herrera Campíns, a quien no le gustó nada tal declaración. El discurso sirvió asimismo para que el Contralor General de la República, Manuel Rafael Rivero, quien hasta los momentos no se había manifestado al respecto, ofreciera a la prensa solemnes y preocupadas declaraciones sobre la deuda de la Nación. El presidente Herrera declaró que estas manifestaciones de altos funcionarios públicos no eran convenientes. Pocos días después se produjo su decisión, en contra de la mayoría del gabinete económico, de centralizar todas las divisas del sector público en el Banco Central de Venezuela, incluyendo, muy especialmente, las de la industria petrolera”. (Cuando PDVSA era una empresa).

Al día siguiente, 20 de agosto, me recibiría Rafael Caldera en la sede del partido COPEI. Me había dicho que quería hablar conmigo de think tanks porque yo sabía «mucho de eso». Al inicio de la conversación indicó: «Yo creo que los think tanks pueden ser muy útiles para generar ideas. Por ejemplo, el hueco de la esquina de Pajaritos está así desde mi gobierno. Un think tank podría decir qué se debe hacer allí; un estacionamiento pigeon hole, por ejemplo». Mi visita sirvió fundamentalmente para saber que Caldera no tenía idea de la cosa y que tampoco, por cierto, estaba muy informado de los problemas económicos del gobierno de Herrera.

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Desanimado de lo que se exigía de mí en PDVSA, comencé a pensar que tal vez podía mudarme a alguna de sus subsidiarias: Lagovén, Maravén, Corpovén, Menevén. Arrancando 1983, fui a hablar primero con Frank Alcock, antiguo amigo y Presidente de Corpovén (empresa que convenientemente compartía con PDVSA la torre de oficinas de La Campiña), acerca de mi incomodidad. Al rompe me dijo: «Acá no tengo puesto para ti, pero ¿qué es lo que quieres? ¿No quieres comer m… del General y la vas a comer de Quirós Corradi en Lagovén?» Luego de la implícita recomendación, fui a hablar con Renato Urdaneta, el Presidente de Menevén. Éste respondió pocos días después con la oferta de un interesante trabajo desde el que supervisaría cuatro unidades funcionales, incluyendo la Secretaría de la Junta Directiva. Acepté en principio, pero el general Alfonzo impidió mi traslado. Él quería que trabajara con él hasta al menos el mes de septiembre, pero me permitió hablar a la junta que Urdaneta presidía sobre un verdadero think tank para la industria.

Un think tank es un instituto de investigación con un número considerable de al menos, quizá, treinta investigadores que suelen trabajar, en grupos multidisciplinarios y especializados, en la formulación de políticas, en proyectos dirigidos sobre todo a procesos sociales amplios y de largo alcance o carácter estratégico, que examinan sus creaciones y recomendaciones con la mayor rigurosidad científica. Un think tank ha sido establecido porque se cree en la utilidad de un servicio de esa clase (pública o privadamente, pública o secretamente) y por tanto se le dota adecuadamente, hasta generosamente, de recursos (bibliotecas, salones, oficinas, computadoras, correo electrónico y “navegación” en Internet, asistencia en búsqueda y apoyo administrativo). Un think tank, para que sea verdaderamente tal, debe tener garantizada la libertad de pensar y expresar lo que piensa, debe gozar de un derecho equivalente a la libertad de cátedra, de un derecho a la investigación. (De héroes y de sabios, 17 de junio de 1998).

RAND, que visité en 1977

Llevé a Menevén el modelo del más grande think tank del planeta, la Corporación RAND, cuyos proyectos se agrupaban en tres programas: el original programa de investigación para la Fuerza Aérea de los EEUU (Project RAND), el más general para su Departamento (ministerio) de Defensa y el Programa Doméstico que acometía problemas de la más variada índole, como el diseño de políticas de manejo de ciudades, policiales o antiterroristas, por ejemplo. Así, argumenté que un núcleo del think tank que me parecía factible debía dedicarse al desarrollo de nuestra política petrolera nacional, otro a la más amplia política energética y, finalmente, un «programa doméstico» en el que cupieran, por caso, proyectos educativos o sociales. Llegué al salón de juntas con suficiente antelación para preparar el recinto, y me enfrenté al rotafolio en busca de una página libre:

…hace unos años ya en una de las operadoras de PDVSA, nuestro dechado de virtudes gerenciales, un conferencista buscaba una página en blanco en el rotafolio de la junta directiva a la que hablaría en unos instantes. En ese proceso se topó con una página en cuyo centro estaba escrito lo siguiente: “A la industria petrolera no le conviene tener demasiada gente inteligente”. (De héroes y de sabios).

Mi visión de entonces no tuvo acogida. Petzall me llamó poco después para comunicarme que Humberto Calderón Berti, el Ministro de Energía y Minas, quería confiarme una misión; si decidía aceptar, se me mantendría en nómina de PDVSA con todas mis prebendas mientras durase la «comisión de servicio». Acepté sólo la invitación de Calderón Berti a almorzar en su despacho, donde me comunicó que él quería que lo ayudara dirigiendo una fundación que pensaba establecer, para lo que debía yo viajar a alguna isla italiana (no recuerdo cuál) para asistir a un simposio, y también que él quería ser el próximo Presidente de PDVSA. Mi reacción consistió en mostrarme confundido: «Tú, Humberto, eres el jefe del Presidente de PDVSA, ¿y me dices ahora que quieres ser subalterno del cargo que ahora ocupas?» Calderón Berti respondió sin pensarlo mucho: «Sí, pero es que allí es donde está el poder». Lo que en verdad quería, como igualmente el general Alfonzo, era ser Presidente de la República de Venezuela; la fundación que pensaba establecer era para ese propósito.

Decidí no aceptar.

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Todavía intenté ser útil a PDVSA y su Presidente. En enero de 1983, supe que por primera vez en su historia se proyectaba para fin de año un déficit de caja de la empresa; los precios del petróleo continuaban en depresión y ya no se contaba con las divisas internacionales, sustraídas a PDVSA mientras Alfonzo estaba de viaje. Obtuve un nuevo permiso del general Alfonzo, esta vez para hablar con banqueros locales que fácilmente podían resolver el problema; a regañadientes de nuevo—Alfonzo se codeaba con el Morgan y el Sumitomo; es decir, con grandes ligas, no con «pulperías» como el Banco Mercantil o el Provincial—, me permitió conversar con cinco banqueros que Iván Lansberg Henríquez reunió a almorzar en su oficina de la Torre La Previsora para que me oyeran: José María Nogueroles (Provincial), Gustavo Antonio Marturet (Mercantil), Iván Senior (Unión), Andrés Velutini (Caracas) y Alfredo Laffé (La Guaira). Como había previsto, con la mayor celeridad los cinco se mostraron en total disposición de cubrir el déficit. Me quedaba tiempo, y se me ocurrió solicitarles que me complacieran consintiendo participar en un ejercicio:

El ejercicio consistió en leer las palabras textuales de un fragmento de discurso, y pedirles que intentaran identificar a quien las había dicho. Las palabras mismas se referían a un país y a sus hábitos económicos. El orador fustigaba a los oyentes y decía que en su país la gente se había endeudado más allá de sus posibilidades, que quería vivir “cada vez mejor y mejor trabajando cada vez menos y menos”. Al cabo de la lectura los banqueros comenzaron a asomar candidatos: “¡Úslar Pietri! ¡Pérez Alfonzo! ¡Jorge Olavarría! ¡Gonzalo Barrios!” No fue poca su sorpresa cuando se les informó que las palabras leídas habían sido tomadas del discurso de toma de posesión de Helmut Kohl como Primer Ministro de la República Federal Alemana en octubre de 1982. El ejemplo sirvió para demostrar cuán propensos somos a la subestimación de nosotros mismos. Si se estaba hablando mal de algún país la cosa tenía que ser con nosotros. Al oír el trozo escogido los destacados banqueros habían optado por generar sólo nombres de venezolanos ilustres, suponiendo automáticamente que el discurso había sido dirigido a los venezolanos para reconvenirles. A partir de ese punto la reunión con los banqueros tomó un camino diferente. De hecho, uno de los banqueros presentes acababa de regresar de Inglaterra—se estaba, como quedó dicho, a inicios de 1983, cuando ya había emergido el problema de la deuda pública externa venezolana tras los casos de México y Polonia—y contó una conversación con importantes banqueros ingleses que mucho le había sorprendido. En esa conversación, nuestro banquero, quien hacía no mucho había sido Presidente del Banco Central de Venezuela, preguntó a sus colegas ingleses si albergaban preocupación por la deuda externa de los países en desarrollo. A lo que los financistas británicos contestaron: “Bueno, ciertamente que sí, pero ¡la que no nos deja dormir es la deuda de los Estados Unidos de Norteamérica!” (Este piazo’e pueblo, 27 de julio de 2006).

Bueno, el 18 del siguiente mes cayó en viernes y fue de color negro. La última cosa que recomendé a Alfonzo (a fines del año anterior) fue que aprovechara su relación con bancos japoneses, para obtener lo que Luis Ugueto Arismendi no pudo lograr: el refinanciamiento. En esta ocasión pareció acoger la sugerencia, pero me fui de PDVSA antes de saber si intentó llevarla a la práctica. Pocos días después renuncié a mi posición en busca de libertad, la que siempre he tenido por más valiosa que la seguridad. LEA

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