Me fue concedida la enorme fortuna de conocer a Adolfo Aristeguieta Gramcko, médico, psiquiatra, educador, venezolano cabal, gracias a la radio. A fines de 1993 comencé a conducir el programa dominical Argumento en Unión Radio (hasta fines de 1995), y él me escuchó decir una vez que yo canonizaría a Pierre Teilhard de Chardin; llegué a nombrarlo como San Pedro Teilhard. Bueno, Adolfo era tal vez más teilhardiano que yo y, de algún modo, obtuvo mi número telefónico y llamó a mi casa para presentarse e iniciar una intensa, fructífera y, lamentablemente, corta amistad. (De esas cosas dejé constancia en las palabras que su viuda, Eva, me pidió dijera en la misa de cuerpo presente al día siguiente de su muerte, acaecida el 31 de julio de 1998. Allí puse: «Adolfo Aristeguieta Gramcko era político. Era infalible, para empezar, en materia de justicia social. Esto le venía de una sensibilidad especial y una rapidez prodigiosa para relacionar la varia simultaneidad del flujo político. Le venía de una invariable irritabilidad ante lo injusto»).
Con frecuencia, almorzamos y conversamos en un restaurante de comida china en San Bernardino, a distancia de a pie de su consultorio pero, antes y a raíz de su llamada inicial, le hice llegar algunos textos y un ejemplar de Krisis: Memorias Prematuras. Guardo con el mayor celo las quince páginas que me enviara con sus comentarios, producto de la incipiente y generosa amistad que me brindara y sus dotes médicas y constructoras de patria. Es con orgullo y amor que reproduzco acá esa comunicación segunda, sobre la que apunté reacciones que pensaba plantearle en cuanto nos viéramos por primera vez. LEA
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