Contacto balsámico
En este décimo día de diciembre de 2018 he recibido con gran alegría un saludo por Twitter de Yosy Figueira, hija de Abel Figueira Chaves, quien fuera el dueño de Automercado Los Palos Grandes. Ella puso: «Buenas noches, no sé si le sea familiar después de tantos años, pero yo soy la hija de Abel Figueira; entiendo que era su amigo». Nada mejor hubiera podido ocurrirme hoy, y en agradecimiento le comuniqué lo que sigue:
Me alegra mucho su contacto. En efecto, me consideraba amigo de su padre, Don Abel Figueira Chaves. El diseñador de mi primer libro (Krisis – Memorias prematuras) concibió la portada para representar un paquete postal con varios sellos que sugirieran que anduvo de una dirección a otra; yo escogí como etiqueta del destinatario el nombre de Don Abel. (Puede ver la portada en el enlace precedente).
En el texto lo menciono primero cuando refiero una cierta revista (Válvula) que concebí y dirigí en 1984; así puse:
Diego Urbaneja dijo que la revista le había caído como un bálsamo y que le había levantado el espíritu. La repartí con orgullo. Al Dr. Úslar Pietri le había encantado. Recomendó su envío a España y a universidades norteamericanas. La llevé o entregué personalmente a una buena cantidad de gente. A mi madre y mis hermanos, a mis suegros, a Marcel Roche, que pasaba unos días en Venezuela antes de regresar a representar a Venezuela ante la UNESCO en París, a Abel Figueira Chaves, el dueño del Automercado Los Palos Grandes, a Isidro Dos Santos, mi suplidor de leche y periódicos, a Oscar Avilán, el amistoso cobrador de las cuotas del automóvil, al profesor Horacio Vanegas, a Cruz Arguinzones, mi mensajero, a Elías Santana, el dirigente de las asociaciones de vecinos, a Gerardo Cabañas, entre otros. Son personas en las que tiendo a pensar cuando tengo algo que dar.
Más adelante dejo esta constancia:
Una mañana fui, como lo he hecho muchas veces en los últimos seis años, a comprar algunas cosas a la casa de abasto Los Palos Grandes. Abel Figueira estaba al frente de su negocio, como todos los días. Al igual que siempre, me preguntó: “¿Cómo están las cosas?” Le dije que estaba pensando seriamente irme del país, que me era cada vez más difícil aguantar la presión. El silencio de Abel fue un helado y terrible reclamo. Su mirada se dirigió hacia la calle, perdida en algún punto indiferente. Su brazo derecho se desplomó hacia abajo, y su mano dejó caer un bolígrafo que sostenía. Era como si lo que le había dicho constituyera una traición personal que le hacía, como si yo le estuviese abandonando a él al abandonar mi lucha, de la que Abel se enteraba ocasionalmente en nuestras fugaces conversaciones. Durante muchos días esta imagen de la silenciosa demanda de Abel me poseyó, penetrando en mi espíritu con intención de no abandonarme. Más de una vez había yo pensado en Abel como ejemplo admirable de la Venezuela que sufre, adaptándose a la crisis con silencioso redoblar de esfuerzos. Su ejemplo se sumaba al de muchos que laboran incesantemente y cada vez mejor. Algún acostumbrado vendedor ambulante que se notaba más aprendido y profesional, la cuadrilla de obreros del servicio eléctrico que reparaba frente a mi casa una lámpara de la calle a las dos de la madrugada, un empleado del Aseo Urbano que llamó para cerciorarse de que un perro muerto hubiese sido efectivamente recogido. En los últimos años, en los años de la depresión de nuestra economía, son incontables los ejemplos que he visto de los habitantes de este país que compensan con mayor trabajo la dureza de los tiempos. Abel era epítome de estas gentes, y me acusaba en silencio porque yo, que tanto me la pasaba hablando de política y de las buenas posibilidades del país, estuviese dispuesto a claudicar y abandonarlo todo. Esto me removió, y me puso a buscar fuerzas de profundidades insospechadas para combatir de nuevo. Pensando en él y en su honor compuse un corto texto que transcribo acá:
santamaría
A María Ignacia, hija que quise tener.
abasto. (De abastar.) m. Provisión de bastimentos, y especialmente de víveres. || 2. abundancia. || 3. En el arte del bordador, pieza o piezas menos principales de la obra. || 4. adv. m. ant. Copiosa o abundantemente. Ú. en Sal. || dar abasto. fr. Dar o ser bastante, bastar, proveer suficientemente. Hoy se usa más con neg.
Abel es un Latino Portugués que vive en Venezuela y despacha todos los días desde su casa de abasto. Tiene faena muy tempranera, cuando él mismo va a buscar los víveres del mayorista, pero tampoco comienza tarde los demás días, cuando solo le toca comenzar la jornada abriendo la santamaría de su tienda. Allí trabaja de ocho a ocho de lunes a sábado, y los domingos podrá comprarse cualquier cosa de ocho a una del día, y hasta obtener, si uno es conocido, algo de dinero efectivo para hacerle a los niños el domingo o jugarlo a los caballos, presentando algún cheque que a veces el girador y el mismo Abel sabrán, en silencio, que no tiene fondos y habrá de ser cubierto días más tarde. Abel transcurre casi toda la jornada de pie, desde la caja, dando salida a las provisiones, concediendo crédito y sacando cuentas, ordenando el tráfico de servicios de sus empleados, tomando nota de cuando alguna cosa se ha agotado, recibiendo envíos o enviando a domicilio los pedidos que se le hacen por teléfono, planeando los bastimentos que regalará por Pascua de Navidad a los parroquianos más constantes, pensando su empresa, aceptando la charla de los muchos que aprecian su frugal pero entendida conversación o de los que sólo pueden, por los momentos, pagar por los alimentos con palabras. Después, en su casa, todavía quitará tiempo al descanso para alguna administración que se precise.
Un tiempo atrás la casa de abasto Los Palos Grandes no estaba tan ordenada como ahora, y Abel atendía la clientela las más de las veces sin haberse afeitado. Pero ya la economía de Venezuela no es tan próspera como hace no mucho lo fuera y la respuesta de Abel a la depresión ha sido presentarse con la cara limpia para abrir su tienda transformada. Ahora la mercancía está mejor clasificada y dispuesta según una estética mejor, y la atención del personal es aún más cortés y servicial. No impidió su valerosa reacción la mayor frecuencia de los robos nocturnos ni la de los asaltos diurnos que la creciente miseria de algunos caraqueños le impusiera. (Hace unos meses una bala generosa le agujereó la pierna del pantalón perdonándole la propia.) Y no se queja en voz alta de la lentitud de la cobranza ni del endurecimiento de los suplidores que ahora sólo quieren venderle la mercancía de contado. Algún suspiro se permitió exhalar el día que un árbol viejo se vino, por la lluvia, sobre el letrero que anuncia su razón social resquebrajándolo. Pero allí está Abel trabajando mejor cada día que pasa, aunque cada día se le haga más difícil dar abasto.
Abel es paradigma de la experiencia latina de este momento. Los latinos estamos, por un lado, perdiendo. En otro nivel vamos ganando, vamos dándonos cuenta. Es tanto el sufrir que no podíamos soportarlo sin transmutar esa disminución en crecimiento.
El habla es un registro de la vida de un pueblo. En nuestra experiencia de latinos hubo tiempos de abundancia que proveyeron suficientemente. Era época en la que se podía dar abasto. Así nos da a entender el diccionario, al referirnos que ahora dar abasto se usa más como expresión negativa. Nuestro lenguaje diario retrata la presente coyuntura. No es nueva la penuria. En la memoria latina el recuerdo de nuestra prosperidad es antiguo; la conciencia del trabajo es más reciente, más actual la recesión.
Por debajo del dolor, sin embargo, fermenta más rápido ahora una dulce catástrofe. Un cataclismo de la conciencia de los Estados desunidos. Ya se ha invertido la tendencia que nos llevó por las rutas de la dispersión. Los hermanos se aproximan. Cada vez más los discursos latinos aluden al contexto máximo, más allá de las fronteras que distinguen sus países pero que nunca pudieron, en el fondo, anular el verdadero Estado. “Unirse es renunciar cada uno a estar por encima de los demás”. Pronto el dolor nos permitirá la humildad para entender esa serena admonición de Paulo VI.
Entonces, visto el astro que surcará el firmamento con el Año Nuevo, nacerá el Estado de Estados, porque es menester que la carne se haga verbo. Y así Abel renacerá, a pesar de los caínes, y reconocerá la prosperidad que su trabajo merece. Así nos presentaremos, con un mismo pasaporte, a ofrecer al mundo lo que Dios ha querido que pase por la santamaría. Ya aprendemos la nueva economía y pronto sabremos que el costo de no hacerlo no es más que el desperdicio de la oportunidad.
costo2. (Del lat. costus, y éste del gr. kóstos.) m. Hierba vivaz, propia de la zona tropical, y correspondiente a la familia de las compuestas. El tallo es ramoso, las hojas alternas y divididas en gajos festoneados, las flores amarillas, y la raíz casi cilíndrica, de dos centímetros de diámetro aproximadamente, porosa, cenicienta, con corteza parda y sabor amargo; pasa por tónica, diurética y carminativa. || 2. Esta misma raíz. || hortense. hierba de Santa María.
Luego añadí: «Muchas gracias por su mensaje, que transforma el día para bien, como su padre hacía», y después:
A continuación del extracto del libro que transcribí, se lee esta explicación:
Hay veces cuando creo ser testigo de la magia. “La lógica le da al hombre lo que necesita; la magia le ofrece lo que él quiere”.* Así como aquella vez cuando recibí el trabajo de Yehezkel Dror con su afirmación del carácter clínico de las “ciencias de las políticas”, poco después de haberme puesto yo a formular algo parecido. El texto que llamé “santamaría” lo concluí una madrugada. Había estado jugando, como lo hago en ocasiones, con el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. Busqué la palabra “abasto” para encabezar la composición con una trascripción del artículo del diccionario, habiendo ya decidido el nombre del título, en alusión tanto a mi hija, que lleva ese nombre, como en referencia a esas puertas de acero corrugado arrollable que son características de nuestras casas de abasto y que en Venezuela llamamos “santamaría”. También, por supuesto, es ése el nombre de la nave capitana del Descubridor. Al haber terminado de escribir fui a cerrar el diccionario, colocado a mi izquierda sobre el escritorio. Había quedado abierto en una página cuya última palabra resultó ser “costo”, que había usado en la última frase del texto. Resultó ser que además de la acepción económica significaba también una hierba propia de la zona tropical, como nuestros pueblos, dividida en gajos, como nuestros pueblos, y resultó llamarse también hierba de Santa María.
*Frase en Another Roadside Attraction, la primera novela de Tom Robbins.
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Gracias eternas para Abel, gracias a su hija. LEA
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