Si algo es evidentísimo es que el nuevo modelo de oposición al segundo gobierno de Nicolás Maduro está muy bien articulado: no se trata de una mera temporada adicional de protestas en las calles de Venezuela; ahora hay todo un plan detalladamente preparado y en ejecución, comenzando por su coartada constitucional primaria. Un componente esencial de su coreografía es mediático y Maduro está perdiendo en ese terreno, a juzgar por el collage internacional de portadas que reportaron los acontecimientos del sábado pasado en dos de las fronteras venezolanas. Al día de hoy, y según Google News, ya el asunto ha pasado a segundo plano en el ciclo de las noticias; los Premios Oscar parecen ser más apremiantes. (Y la próxima reunión de Donald Trump con un verdadero dictador comunista; el Presidente de los Estados Unidos acaba de declarar: «Es una cosa muy interesante de decir; he desarrollado una muy, muy buena relación…» con el líder de Corea del Norte, Kim Jong Un. Le cae mejor que Nicolás Maduro).
Como era de esperar, la versión opositora de los hechos y la oficialista difieren diametralmente: Jorge Rodríguez ofreció ayer una hora de exposición y rueda de prensa sobre lo acontecido en zonas fronterizas; según él, todo habría sido un montaje de «falsos positivos» y fake news, y las gandolas incendiadas habrían sido obra de la oposición para pintar al gobierno como entidad desalmada; del otro lado, «la periodista venezolana Karla Salcedo Flores denunció no solo el plagio de sus fotografías sino su uso para tergiversar con fines propagandísticos los hechos de este sábado en la frontera colombo-venezolana, donde el régimen de Nicolás Maduro reprimió brutalmente a venezolanos que abogaban por la entrada de la ayuda humanitaria y quemó tres camiones con insumos médicos, publicó el diario La Nación«.
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Volvamos al comienzo. Es notorio el esfuerzo de diseño y posterior coordinación de las aventuras de Juan Guaidó, razón por la que resulta prácticamente increíble que el plan que ejecuta en equipo—el «equipo de Guaidó», reiteran algunos medios—no previese que el gobierno de Maduro intentaría impedir la entrada de los considerables envíos de alimentos y medicinas a Venezuela, aunque tal actividad incurriese en el costo de muertes; ya eso ha ocurrido reiteradamente en los últimos cinco años. Ese gobierno ha negado la existencia de una emergencia humanitaria en el país, y había anunciado que se opondría a los intentos de penetración, sobre todo después de una preocupante nota de EV TV Miami (Presidente Guaidó no descarta una intervención militar en Venezuela), en la que se lee (ver Delirio total):
La Asamblea Nacional tiene la facultad de autorizar el uso de una fuerza internacional para restituir el orden constitucional en Venezuela, advirtió el presidente encargado de la república, Juan Guaidó, en una entrevista con el periódico El País, de Montevideo… (…) Al responder a una pregunta, Guaidó señaló que “si fuera requerida una fuerza internacional para restituir el orden constitucional, y proteger la vida de nuestros ciudadanos, existe la atribución legislativa taxativa de aprobar una acción así por parte de la Asamblea Nacional (Artículo 187 de la Constitución)”.
El plan del que Juan Guaidó es el mascarón de proa incluía, pues, la certeza de que habría represión y su consecuencia casi garantizada: muertes de ciudadanos venezolanos que servirían para un mayor descrédito de Nicolás Maduro, si es que tal cosa es posible. En otras palabras, se pagó por ese descrédito ulterior con sangre de manifestantes y colaboradores del operativo de ayuda humanitaria. Si ésta hubiese sido lo primordial ¿a qué venía anunciar su llegada con tanta anticipación y tanto detalle? (Suficientes para competir en materia de conciertos).
Hace tiempo que la economía de unas cuantas muertes es ingrediente descontado en la lucha contra Maduro; bastante antes, contra Chávez. Mi esposa y yo asistimos, previamente a la marcha del 11 de abril de 2002, a la del 23 de enero de ese mismo año, luego de la cual comenté a un visitante en nuestra casa cómo la manifestación primera permitía concluir que Chávez habría «perdido la calle». Una larga y gélida pausa se instaló después de su réplica: «Sí, pero hasta que no pongamos unos muertos el mandado no estará hecho». Dos años después, un asiduo asistente a una reunión semanal de comentario político recomendó con la mayor tranquilidad: «Lo que tenemos que hacer es detonar un nuevo Caracazo». (Claro, ni él ni sus hijos irían a saquear enfrentando soldadesca armada).
Finalmente, hace casi tres años me escribió un amigo a quien he dejado de tratar:
La buena noticia es que la crisis continúa y por lo tanto que la calle espontánea continúa… la mala es que quien hoy tiene la 1ra. opción para capitalizar esa rebelión espontánea son los militares (aún podría cambiar), mientras, como no tenemos control de ese factor medular, recemos para que aunque sea nos toque un Pinochet (cosa difícil) que por lo menos acomode la economía.
Se trata de gente sofisticada; ella sostiene que la continuación de la crisis aumenta el sufrimiento popular y con éste el rechazo al gobierno, lo que es buena cosa. La crisis convendría, las muertes ayudarían al objetivo final de liquidar a Nicolás Maduro. Por eso había que anunciar las gandolas, en lugar de hacerlas pasar discretamente. LEA
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