Arma explosiva hecha de fragmentos desprendibles

 

El 7 de septiembre de 1984, escribía una carta a Arturo Sosa hijo, el financista, ministro y padre de Arturo Sosa Abascal S. J., Padre General de los jesuitas del mundo. Está recogida íntegramente en Krisis – Memorias prematuras, mi primer libro. De esa comunicación tomo dos fragmentos hacia el final, descriptivos de una nueva clase de organización política que ya estimaba necesaria en Venezuela. Lo que sigue es, entonces, el primer esbozo de un posterior proyecto político que aún no ha cristalizado. (O terminado de explotar. Ver Tarea pendiente, 5 de octubre de 2016).

Una nueva sociedad política, no un partido. No una organización que sólo acierta a definirse si postula, casi en el mismo instante de su nacimiento, un candidato a la Presidencia de la República. Una nueva sociedad, un pacto social. Que sea ella misma el paradigma para la sociedad venezolana. Que para ella sea inconsecuente que alguno de sus miembros sea, por supuesto, mujer o negro o empresario o musulmán o militar, como que tampoco tenga necesidad ninguna de impedir la entrada de los que sean copeyanos, adecos, masistas, o fieles a cualquiera otra de estas subrreligiones, con tal de que entiendan que ninguno de esos puntos de vista fragmentarios tiene la respuesta a los verdaderos problemas de hoy día. Y que por ende les dote de un lenguaje común en el que puedan formular proposiciones que les hagan acordarse, si es que aún no se han percatado de que son sus puntos de partida los que les mantienen enconados.

Una idea, que genere un movimiento que funde una organización que preste un servicio. Una organización que emplee recursos de su presupuesto central para alimentar operaciones políticas. Como campañas pro leyes que se introduzcan por iniciativa popular. O como la elección de miembros a cargos representativos, siempre y cuando cada uno de éstos haya sido capaz de juntar un grupo de electores que lo apoye. Una sociedad que propugne un pacto social cuya encarnación no se limite a ser la Comisión Nacional de Costos, Precios y Salarios. Que lo extienda más allá de una transferencia de la economía pública a la economía privada, y que lo lleve a la transferencia de lo hipertrofiado del gobierno central al estrato del interés y la gerencia provincial y municipal. Que no restrinja la formulación de un “plan de la Nación” a la recomendación terapéutica y tenga la audacia de emplear concentrada y concienzudamente una fracción de sus recursos en conquistas más audaces. Una sociedad que lleve a todas las aulas la revolución de la informática y que al mismo tiempo establezca una comunicación regular con sus miembros que trascienda la esporádica convocatoria a un “acto de masas”. Una sociedad que nunca más se refiera a sus miembros como “masa”. Una sociedad que haga uso de la inmediata posibilidad tecnológica para dar paso a la participación de la voz del pueblo, que promueva la encuesta, la consulta, el referéndum.

Ya hace, pues, más de treinta y cuatro años que propugnara por primera vez consultas referendarias, y tres meses después de lo reproducido hablaba de la política como arte de carácter médico. He aquí otros dos fragmentos de la granada:

En una reunión de Diego Urbaneja, Andrés Sosa Pietri, Alberto Krygier y yo, llegamos a la estimación de que la emergencia pública de la “sociedad política de Venezuela”, cuyo diseño estaba prácticamente listo, no debía producirse en un tiempo tan cercano a la Navidad. De hecho, en el mes de enero siguiente el país estaría dominado por la presencia de Juan Pablo II. Su atención estaría poco dispuesta a interesarse por un planteamiento como el nuestro. No obstante, quise hacer una reunión en diciembre con los nombrados y con la adición de Tulio Rodríguez, un profesional empleado en Krygier, Morales & Asociados a quien conocí en un curso que dicté a la División de Consultoría de esa empresa. También quise incorporar a Ariel Toledano, el inteligente diseñador de Válvula. La reunión se efectuó un lunes de diciembre en las oficinas de Alberto Krygier. La noche de la víspera, el domingo, pedí a Diego Urbaneja y Gerardo Cabañas que pasaran por la casa a conversar, en preparación de la reunión. Ya yo le había hablado a Urbaneja de Gerardo. Este último, tal vez por su inmersión cotidiana en lo operativo, tenía un tono distinto al de Urbaneja ante los proyectos. Mientras Diego presentaba dudas, expresaba inseguridad, enumeraba obstáculos, Gerardo exhibía una conducta práctica y positiva. Le dije a Diego que nos convenía un hombre como él. En esa reunión en mi casa expuse por primera vez mi noción de la ruta que estaba marcada para nuestra legitimación en tanto políticos como un camino “médico”. La llamé “la metáfora médica”.

El acto político es un acto médico, dije, pues en el fondo se trata de proponer, seleccionar y aplicar tratamientos a los problemas. De hecho, tesis como la que propuse en Válvula o aún la misma receta de la “sociedad política de Venezuela” no eran otra cosa que tratamientos, propuestos para ofrecer respuestas que, a diferencia de las respuestas insuficientes, las respuestas sub-estándar emitidas por los actores políticos tradicionales, fuesen al menos un intento de atacar los problemas en sus dimensiones más importantes. (Krisis).

En la carta a Sosa, se nombra la Comisión Nacional de Costos, Precios y Salarios. Un fragmento de Dictamen (una granada posterior, de junio de 1986) ofrece contexto y significado:

Así, por ejemplo, se constituye durante el presente período constitucional la Comisión Nacional de Costos, Precios y Salarios. El empleo de un mismo paradigma por parte de los partidos opuestos—Acción Democrática y COPEI—se pone de manifiesto al recordar que el expresidente Luis Herrera Campíns también intentó la constitución de un “Consejo Nacional de Precios, Costos y Salarios”. El Nacional del sábado 2 de enero de 1983 destacaba su reportaje sobre la alocución de Año Nuevo de Herrera Campíns con el siguiente titular: “La creación del Consejo Nacional de Precios, Costos y Salarios y el bono alimenticio de cien bolívares lo más sobresaliente del Mensaje”. El Presidente Lusinchi cambió el orden en “CONACOPRESA”—primero los costos y después los precios—y la denominación de “Consejo” por la de “Comisión”. (El bono alimenticio de Herrera Campíns, jamás realizado, corresponde al subsidio familiar preconizado por Luis Matos Azócar, el que tampoco ha sido llevado a la práctica).

Así quise destacar que dos presidentes, de ideologías distintas—socialcristianismo, socialdemocracia—, proponían en el fondo la misma cosa, sobre la noción de que el «país nacional» (distinto del «país político» del Estado y los partidos) quedaba completamente representado en las cúpulas empresarial y sindical. Era como la respuesta aprendida al caletre a una pregunta estándar de la escuela primaria: ¿cómo se divide el cuerpo humano? Pues en cabeza (gobierno), tronco (empresas) y extremidades (sindicatos). La política era entonces verdaderamente simple. LEA

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