Hay unas cuantas reglas para deponer a un gobierno. Asegúrese de que tiene a los militares de su lado, o al menos los suficientes para disuadir de su posible intervención a las tropas que no simpatizan con el alzamiento. Reparta dinero para inspirar lealtad. Determine qué sector del populacho se unirá a su levantamiento, qué sector resistirá y cuál se apartará para mirar. Neutralice rápidamente la resistencia; tome los medios de forma que pueda diseminar órdenes. Una vez que el gobernante haya sido desplazado, mátelo o sáquelo del país tan rápidamente como sea posible. Cuando Juan Guaidó, el líder de la insurrección venezolana anunció la «fase final de la Operación Libertad» el 30 de abril, pareció que no había hecho ninguna de esas cosas.
Jon Lee Anderson, The New Yorker, 10-17 de mayo de 2019
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Las desalmadamente cínicas recomendaciones del epígrafe son las frases iniciales de un artículo de dieciséis páginas (acá en .pdf: Venezuela’s Two Presidents Collide) publicado recientemente en la reputada revista The New Yorker. Su autor es un conocido periodista de investigación que adquiriera fama en 1997 con una biografía de Ernesto «Che» Guevara. En unas ciento veinte palabras, Anderson recomienda el asesinato y la compra de adhesiones, mientras se refiere al Pueblo despectivamente como populacho. (populacho 1. m. Parte ínfima de la plebe. 2. m. Multitud en revuelta o desorden. plebe Del lat. plebs, plebis. 1. f. Clase social más baja. 2. f. En la antigua Roma, clase social que carecía de los privilegios de los patricios. 3. f. En el pasado, clase social común, fuera de los nobles, eclesiásticos y militares. Diccionario de la Lengua Española). El previo sumario de la pieza dice: «El levantamiento de Juan Guaidó, apoyado por los Estados Unidos, fracasó en deponer a Nicolás Maduro, pero sus seguidores permanecen leales. ¿Conducirán las divisiones del país a una crisis internacional?»
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La pieza de Anderson no es despreciable, dada la amplitud de sus consideraciones y algo de enfoques inusuales. Entre éstos se halla el registro de un ángulo supersticioso en la política venezolana:
Una mañana de marzo, pocas semanas antes del levantamiento, Guaidó me llevó con él a Vargas, su lugar de nacimiento, en la costa del Caribe. Durante el viaje, a una hora desde el apartamento de Guaidó en Caracas, nos sentamos atrás en una camioneta blindada. Un hombre con lentes de búho estaba entre ambos. Se presentó a sí mismo como David, el astrólogo del Presidente. Mientras salíamos, David dijo que esperaba que no encontráramos a los colectivos—grupos de matones paramilitares, que rondan en motocicletas disparando a opositores que protestan. Los colectivos, declaró, eran «la encarnación del mal» y los «representantes del Demonio en la tierra». (…) David me informó que Guaidó era un descendiente de Guaicaipuro, un cacique indígena del siglo XVI que combatió la conquista de los españoles antes de caer en una emboscada y ser muerto. Chávez había resucitado a Guaicaipuro como héroe nacional, ordenando que sus restos fueran simbólicamente trasladados al Panteón Nacional. Al notar la diversión en mi rostro, David explicó que todos los líderes venezolanos eran la reencarnación de predecesores. Chávez quería ser Simón Bolívar pero era en realidad Guaicaipuro, mientras que Guaidó era por su mayor parte Guaicaipuro, con un poquito de Tiuna, otro cacique indígena. Maduro, sin embargo, sólo era «el eje del mal». David explicó que «los cubanos»—el rumorado equipo de consejeros secretos de Maduro—habían practicado las «artes oscuras» de la Santería para conducir a Maduro hacia el mal. «Venezuela está destinada a ser el mejor país en la región y, luego de una guerra mundial que se libra en la actualidad, recibirá mucha gente de todo el mundo», dijo. «Pero debe ser liberada para que esté lista». Guaidó traería esa liberación, y afirmó: «Lo conocí en diciembre y le dije: ‘Tú eres el elegido'».
Anderson añade: «Muchos de los seguidores de Guaidó son asimismo fervientes, pero por más prácticas razones: él ofrecía esperanza, y estaba dispuesto a arriesgar una argumentación pública por un cambio de gran amplitud. Luego de almorzar, su equipo condujo a una pequeña plaza, donde él saltó a una tarima y dio un discurso. Fue, como todos sus discursos, económico e inspirador. Dijo a la multitud que no faltaba mucho para que ‘nosotros, el pueblo’ ocupara Miraflores, el palacio presidencial donde aún vive Maduro, ‘el usurpador’. Pero un largo camino estaba por delante, y la unidad y la fortaleza eran esenciales. Un grupo de mujeres en la muchedumbre levantó sus manos al aire como creyentes en un sermón pentecostal. Una tenía cerrados los ojos, con una expresión beatífica en la cara».
Con percepciones como ésas, no debe sorprender que Anderson escoja el término populacho para referirse al pueblo venezolano.
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¿Política del siglo XXI? Más bien una telenovela o, aun más precisamente, una soap opera, por cuanto su libreto ha sido escrito en los Estados Unidos por un equipo que dirige no Delia Fiallo* sino Marco Rubio**, el amigo de Lilian Tintori. LEA
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*Delia Fiallo (La Habana, 4 de julio de 1924) es una escritora y guionista de radionovelas y telenovelas cubana residente en Miami, Florida. Sus obras televisivas se han producido principalmente en Venezuela pero también ha escrito historias para las televisiones de Argentina, Perú, Puerto Rico, Brasil, Estados Unidos, Colombia y México. (Wikipedia en Español).
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**Marco Rubio nació en Miami, Florida, como segundo hijo de los inmigrantes cubanos Mario Rubio y Oria García. Sus padres habían emigrado de Cuba a los Estados Unidos en 1956 y se nacionalizaron como ciudadanos en 1975. (Wikipedia en Español).
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