Ficha del libro de Nacha Sucre

 

A mi amada

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Descubrí hoy en Internet una compacta descripción del libro de mi esposa, Cecilia Ignacia (Nacha) Sucre Anderson: Alicia Eduardo – Una parte de la vida, que fuera editado por Fundación Empresas Polar en 2009. Traduzco la ficha de Open Library:

Nacha Sucre ha escrito una conmovedora historia de amor y de muerte, la de sus abuelos, Alicia Eduardo (Edwards) y Andrés Sucre. Una serie de poderosas anécdotas comienza en 1894 y concluye en 1950 con un vuelo trágico en Venezuela, sobrepuestas a previos eventos dolorosos que habían ocurrido en Maracaibo, Caracas y Lourdes (Francia). Una vena poética, y un talento para mover una historia, son recursos que la autora pone en juego para ofrecer una fabulosa y, sorprendentemente, edificante novela biográfica que se extiende de la Belle Époque en París, a través de la Gran Guerra, hasta tiempos de dictadura en Venezuela.

Tuve el honor y la suerte de escribir el prólogo de ese libro; la profesora de Nacha, Milagros Socorro, indicó que quien prologara los libros surgidos del VI Taller Periodismo y Memoria de Fundación Empresas Polar debía ser alguien que conociera bastante a sus autores, así que de esto dejé constancia al comenzarlo:

Quien escribe esta nota conoce a la autora de este libro de vista, trato y comunicación, puesto que es su esposo. Ha sido testigo del arduo y feliz proceso de su factura, y en alguna ocasión fue puesto en funciones subalternas de asistente de investigación y corrección. Puede certificar, por tanto, y con detallado conocimiento de causa, cómo es que Nacha Sucre emprendió camino de casi un año en la escritura, con dedicación admirable y seriedad característica de cronista responsable y justa.

La historia contada acá es entrañable, a veces desgarradora, siempre hermosa. Poblada con acontecimientos increíbles, sin duda el eco de sus peripecias emergerá de nuevo en novelas que Nacha emprenda, las que seguramente aguardan en su corazón, como mármol bruto, por las órdenes de su cincel de escritora.

Hasta que la escribiera se había limitado, desde hace no mucho, a construir relatos breves: cuentos tiernos o cómicos que sacaba de sus memorias infantiles o incidentes más próximos, unos con moraleja implícita, otros urgidos por contrastes y conexiones que sólo su conciencia había percibido. La profesora Milagros Socorro, puesta en autos de algunas de estas narraciones, entrevió con penetrante intuición que en ella había una escritora que esperaba florecer. Así fue como le sugirió inscribirse en el VI Taller Periodismo y Memoria patrocinado por la Fundación Empresas Polar, que nuestra Premio Nacional de Periodismo concibiera y conduce. Nacha decía que era ella sólo un ama de casa, algo asustada por el prestigio del taller y la reputación de los alumnos compañeros de los que se ha hecho amiga agradecida.

Gracias a esta experiencia tenemos una nueva Nacha, pues el taller le ha cambiado la vida. Mejor dicho, es la misma Nacha Sucre de siempre, sabia ante la vida y el amor, la misma mujer de fresca relación con lo real, que escribe as a matter of fact de modo eficaz y bello con el don de los escritores natos. Siempre estuvo allí; lo que ocurre es que la oportunidad del trabajo sistemático le hizo sentirse segura en la constatación de su poder, y ya sabe que es irreversiblemente una escritora.

Era método del Taller Periodismo y Memoria proyectar en una gran pantalla—el «paredón»—avances del trabajo de los alumnos, que eran criticados por los compañeros del autor y, naturalmente, por la maestra. El día en que Nacha presentó la primera muestra de su texto (4 de abril de 2006), me escribió Milagros Socorro:

Luis, podemos sentirnos orgullosos. Tú, porque, efectivamente, vives con una escritora. Y yo, porque mucho antes de comenzar el taller de este año, cuando hablamos tú y yo del ingreso de Nacha, tuve la intuición—ahora confirmada—de que ella sería un gran aporte al grupo. Así ha sido. Nacha tiene el don. Ya sabes, el de encantar a la audiencia con sus relatos, con sus visiones, con su percepción del mundo y ese tino para apuntarle a lo importante dejando lo adjetivo fuera de su foco. Además, por si no fuera suficiente, tiene la gracia: verbal, narrativa, conceptual.

Con su lectura de hoy, ha colocado al grupo en el anaquel del profesionalismo en el oficio. Eso es muy importante. Yo le hice una observación de las que se hace a iniciados. A los escritores que tienen una buena historia, unos personajes, un punto de vista, un proyecto narrativo (de dónde parten y para dónde van), un tono bien afinado y, lo más importante, un gusto de contar. Su lectura fue la demostración no sólo de su talento sino de que ha aprovechado muy bien las clases que hemos dado hasta ahora: tiene una buena historia y la sabe ubicar en un contexto físico y espacial. Lo que he hecho es ayudarla a hacer consciente de que tiene unos personajes a cuyo punto de vista debe acostar el del narrador (o narradora); que si sus personajes se alejan del puerto, también debe el narrador seguir ese desplazamiento, de manera que si ella quiere contar la historia de Maracaibo, porque la ciudad ha acompañado el desarrollo de su personaje, debe valerse de herramientas narrativas (flash back, evocación, reflexiones del personaje) para aludir a ese contexto. Y no suspender la trama, descuidando el traslado de su personaje (que en ese momento se aleja del puente y va en el barco hacia la barra) descarriándose por la ciudad, que ha sido abandonada por el personaje.

En fin, teníamos razón.

Por supuesto, la teníamos. He aquí el primer párrafo que Nacha irguiera valientemente ante el paredón de fusilamiento:

Cada vez que aquellos hombres de puerto soltaban alguna de las gruesas amarras del barco, Juan se desprendía un poco más de su tierra natal, a la que más nunca volvería. En las suntuosas casas de comercio que daban su frente al lago, abrían ventanas para que entrara la luz y la brisa de la mañana. Jóvenes mujeres sacudían alfombras y ropas de cama en las ventanas de los pisos altos. Su rítmico movimiento hacía que parecieran inmensos pañuelos despidiendo a los viajeros.

Por lo que respecta a la vena poética que impresionara al anónimo (a) comentarista de Open Library—quien tiene razón al llamar al libro una novela—, he aquí el trozo de la obra que es mi favorito, por apenas cuatro palabras que destaco en negritas:

Para ellos fue impactante la cercanía de la imponente cordillera, el cerro Ávila, de inmensa mole verde como gigante siempre presente. Las ciudades donde hasta ahora habían vivido eran todas planas, y este cerro, este norte tan cercano de donde bajaban burros con flores de Galipán al amanecer, y adonde volvían las periqueras en las tardes después de bañarse en el río Guaire, los sobrecogió por algún tiempo.

Vivo con una escritora. LEA

El día de la presentación del libro en la Casa Lorenzo Mendoza de la Esquina de Veroes, hace diez años. En primer plano, Nacha—tomada de las manos con nuestra hija María Ignacia—y Andrés Sucre Eduardo, el hijo mayor de Alicia Eduardo. Detrás de ellos, Eugenia Josefina y Luis Armando, primeros de nuestra prole.

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