No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa.
José Ortega y Gasset
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A L. H. B.
Por todas partes hay desarreglos políticos importantes. En nuestro continente, Ecuador vive ahora un estado de excepción, Perú tiene una crisis en la que no se sabe bien quién gobierna, Argentina padece de nuevo serísimos problemas económicos, Brasil está gobernado por un neurótico tan desequilibrado como Donald Trump, Justin Trudeau enfrenta problemas de credibilidad y gobernabilidad en Canadá, el México de López Obrador parece no dar pie con bola, Nicaragua no sale de sus problemas, Venezuela los sufre mucho peores… Cruzado el Atlántico, Inglaterra vive una crisis tras otra de su sistema parlamentario en el manejo del Brexit, Francia no ha terminado de reducir la militante insatisfacción de los chalecos amarillos, Italia; bueno, Italia… Los chinos se han enredado en Hong Kong, Arabia Saudita insiste en sus anacrónicos y crueles medios de regir, Siria ha incurrido en gravísimas violaciones de derechos humanos…
¿Será que la raíz de tales procesos es común? Bien pudiera ser que esos casos clínicos de enfermedad política, en apariencia dispares, tengan que ver con cosas como éstas:
En situaciones muy críticas, en situaciones en las que una desusada concentración de disfunciones públicas evidencie una falla sistémica, generalizada, es posible que se entienda que más que una crisis política se está ante una crisis de la política, la que requiere un actor diferente que la trate.
De héroes y de sabios, 17 de junio de 1998
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Es evidente la proliferación de crisis políticas en el mundo en estos tiempos, y tal cosa sugiere que más que sólo eso estamos ante una crisis planetaria de la Política en tanto profesión. No otra cosa es el fenómeno manifestado en el Movimiento de los Indignados, Occupy Wall Street, el ascenso de Podemos en España, el de Syriza en Grecia y la sorpresiva votación de las últimas elecciones del Parlamento Europeo, que fueron un rechazo a las organizaciones políticas tradicionales y la vigorosa expresión de radicalismos de derecha e izquierda.
Una especie política nueva, 11 de marzo de 2015
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¿Es que podemos afirmar que falta mucho para que ocurran “caracazos” a escala planetaria, continental o subcontinental? ¿Podemos decir que son imposibles? Por más que avancen las tecnologías del poder, el poder último es el de la humanidad, que perfectamente puede manifestarse en alteraciones del orden público a escala del mundo, como la misma tierra parece alterar el clima, la marcha de los océanos, el vulcanismo, en reclamo por nuestras agresiones. Pobladas simultáneas en las principales ciudades suramericanas tendrían efectos tan drásticos y extensos como los del Niño.
La crisis como antifaz, 26 de junio de 2003
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Un tsunami político se ha desatado en el mundo árabe y no ha cesado. Comenzó al norte de África, en Túnez; alcanzó al Yemen; llegó a tierra de faraones, donde la inundación de ciudadanos egipcios está dando al traste con una dictadura de 30 años; ha hecho que el Rey de Jordania ponga sus bardas en remojo y, poco después, que parezca inminente la llegada de la ola a Siria. Ahora Hosni Mubarak, otrora hombre fuerte de Egipto, se ha visto forzado a declarar que no buscará otra reelección en las previstas elecciones de septiembre de este año. Ya no podrá gobernar “hasta el 2021”, pero es muy poco probable que llegue a septiembre.
Lista de espera, 1º de febrero de 2011
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…en la quincuagésima emisión del programa Dr. Político por Radio Caracas Radio (29/06/13), sugerí al presidente Maduro la utilidad de verse en el espejo egipcio, cuatro días antes de que los militares depusieran el gobierno de Mohamed Morsi, que el domingo pasado cumplió escasamente un año de haber sido electo. Ayer, diecisiete millones de egipcios protestaban su gobierno en muchas de las ciudades de Egipto, y ese enorme enjambre ciudadano forzó su término y la transición en circunstancias que llaman a la preocupación. Wael Ghonim, un respetado ícono cívico en Egipto que había apoyado a Morsi hace un año, lo acusó de polarizar y paralizar al país, y opinó así: “Ningún país avanza cuando la sociedad está dividida de este modo, y el principal papel del Presidente de la República es unir, pero, desafortunadamente, el Dr. Morsi, el Presidente de la República, ha fracasado miserablemente en este objetivo”. Es Nicolás Maduro quien no ha dejado de citar al toro del atentado y… los toros embisten.
Huele a humo, 27 de junio de 2017
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El cambio político necesario en el país (y en el mundo) es paradigmático; más que crisis políticas particulares, asistimos a una crisis de la política que ha adquirido dimensión planetaria. En una comprensión de la política como lucha por el poder, no puede sorprendernos que la fuerza militar ocupe un lugar privilegiado, y ya hemos visto que el último año y medio de la política local ha alojado un ping-pong jurídico de sentencias de desacato, enmiendas de recorte de período, declaraciones de abandono del cargo presidencial, demandas de la Fiscal General de la República ante el Tribunal Supremo de Justicia, discusiones sobre la interpretación del Artículo 347 de la Constitución, etcétera. Birretes de legista y gorras militares parecen ser lo que cuenta.
Necesitamos una Política Clínica, que se entienda a sí misma como arte u oficio de resolver los problemas de carácter público. El abogado y el militar deben estar subordinados a esa tarea, que es para lo que el Pueblo, el Poder Constituyente Originario, ha dado origen al Estado. De lo contrario, la institución perfectamente representativa de los venezolanos va a terminar siendo un tribunal militar.
El paradigma jurídico-militar, 26 de julio de 2017
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Intervenir la sociedad con la intención de moldearla involucra una responsabilidad bastante grande, una responsabilidad muy grave. Por tal razón, ¿qué justificaría la constitución de una nueva asociación política en Venezuela? ¿Qué la justificaría en cualquier parte?
Una insuficiencia de los actores políticos tradicionales sería parte de la justificación si esos actores estuvieran incapacitados para cambiar lo que es necesario cambiar. Y que ésta es la situación de los actores políticos tradicionales es justamente la afirmación que hacemos.
Y no es que descalifiquemos a los actores políticos tradicionales porque supongamos que en ellos se encuentre una mayor cantidad de malicia que lo que sería dado esperar en agrupaciones humanas normales.
Los descalificamos porque nos hemos convencido de su incapacidad de comprender los procesos políticos de un modo que no sea a través de conceptos y significados altamente inexactos. Los desautorizamos, entonces, porque nos hemos convencido de su incapacidad para diseñar cursos de acción que resuelvan problemas realmente cruciales. El espacio intelectual de los actores políticos tradicionales ya no puede incluir ni siquiera referencia a lo que son los verdaderos problemas de fondo, mucho menos resolverlos. Así lo revela el análisis de las proposiciones que surgen de los actores políticos tradicionales como supuestas soluciones a la crítica situación nacional, situación a la vez penosa y peligrosa.*
Proyecto SPV, 8 de febrero de 1985
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Entre 1989 y 1993, muy connotados profesores así como gerentes reconocidamente capaces del sector privado ejercieron [en Venezuela] importantes funciones públicas. Por esta razón resulta interesante contrastar este caso local de miopía técnica con el juicio que mereció a Tocqueville la ceguera de los funcionarios del gobierno de Luis XVI cuando la Revolución Francesa estaba a punto de estallar: «…es decididamente sorprendente que aquellos que llevaban el timón de los asuntos públicos—hombres de Estado, Intendentes, los magistrados—hayan exhibido muy poca más previsión. No hay duda de que muchos de estos hombres habían comprobado ser altamente competentes en el ejercicio de sus funciones y poseían un buen dominio de todos los detalles de la administración pública; sin embargo, en lo concerniente al verdadero arte del Estado—o sea una clara percepción de la forma como la sociedad evoluciona, una conciencia de las tendencias de la opinión de las masas y una capacidad para predecir el futuro—estaban tan perdidos como cualquier ciudadano ordinario». (Alexis de Tocqueville: El Antiguo Régimen y la Revolución).
Los rasgos del próximo paradigma político, 1º de febrero de 1994
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…la actual crisis política venezolana no es una que vaya a ser resuelta sin una catástrofe mental que comience por una sustitución radical de las ideas y concepciones de lo político. (…) …la revolución que necesitamos es distinta de las revoluciones tradicionales. Es una revolución mental antes que una revolución de hechos que luego no encuentra sentido al no haberse producido la primera. Porque es una revolución mental, una «catástrofe en las ideas», lo que es necesario para que los hechos políticos que se produzcan dejen de ser insuficientes o dañinos y comiencen a ser felices y eficaces.
Krisis – Memorias prematuras, 14 de febrero de 1986.
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En general, nuestros políticos típicos o convencionales están pendientes de atender—en su ansiedad por insertarse con declaraciones ocurrentes en el «ciclo de las noticias»—lo episódico, lo anecdótico, lo chismoso, lo zahiriente, cuando el problema de fondo es sistémico. Por ejemplo, el diario El Nacional creyó importante destacar ayer declaraciones vistosas, pretendidamente sabias, de Henry Ramos Allup:
“Los golpes lo dan los militares, no los damos los civiles. A veces los civiles acompañan como comparsa los golpes militares y terminan empalados porque nadie va a dar un golpe para que mande otro. Militar da golpe pa’ militar, militar no da golpe pa’ civil”, subrayó.
Ya no recuerda la historia de su propio partido; el golpe de Estado de 1945 contra Isaías Medina Angarita encaramó a una Junta de Gobierno presidida por el civil Rómulo Betancourt, la que daría lugar a las elecciones que instalaron al civil Rómulo Gallegos en la Presidencia de la República. También parece haber olvidado que la deposición de Marcos Pérez Jiménez, y su sucesión por una junta cívico-militar, terminó en el mismo año de 1958 con la elección del mismo Rómulo Betancourt quien, como está dicho, era un civil.
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Propongo a los actores políticos nacionales esta ruta alterna, distinta de la promovida por Juan Guaidó: 1. cese de la usurpación de las ideas primitivas y obsoletas; 2. gobierno de transición mental; 3. elecciones libres que abran la puerta a políticos verdaderamente eficaces, transideológicos, clínicos. (Eso sí: obtenidas no de un acuerdo cupular constitucionalmente incompetente en Barbados o Barbuda, sino por mandato específico del Pueblo pronunciado en referendo). LEA
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* Al diagnóstico del Proyecto SPV se le opuso argumentación característica: «Por esos días publicó Eduardo Fernández un artículo que llamó ‘La conspiración satánica’, haciendo uso de la frase de Caldera de hacía unos meses. En este artículo, publicado en el diario El Nacional, Eduardo hacía una especie de retrato hablado de los ‘conspiradores’, advirtiendo contra quienes osaran cuestionar a los partidos, puesto que criticar a los partidos equivaldría automáticamente a denigrar de la democracia como sistema. No hacía más, pues, que repetir la falacia de la identificación de partidos concretos con democracia». (Krisis – Memorias Prematuras). Casi treinta años después, persistía ese procedimiento: «Leopoldo Castillo creyó ver—A través de la mordaza—, en la crítica de la sociedad española a los principales partidos políticos de su país, un grave peligro: que España siga un camino parecido al venezolano, en el que el descrédito de Acción Democrática y COPEI habría abierto la puerta a la llegada del chavismo en las elecciones de 1998. Lo malo no fue, según Castillo, que AD y COPEI se portaran mal sino decirlo; no la sordera de los políticos sino la locuacidad de quienes nos atrevimos a criticarlos». (A llorar p’al valle, 8 de agosto de 2013).
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