El mes que viene se cumplirán 19 años de protestas opositoras de calle. En 2000, el infame decreto 1.011 de Hugo Chávez Frías, relativo a la designación de supervisores de educación con inconvenientes poderes, provocó una marcha de madres, que entonaban el lema «Con mis hijos no te metas», hacia el Tribunal Supremo de Justicia. Todavía las manifestaciones no habían adquirido el alcance generalizado de rechazo al gobierno como un todo; habría que esperar dos años.
No fue sino hasta el mes de enero de 2002 cuando pudo cuajar la convicción de que Chávez era derrotable, de que su salida era posible aún antes de que venciera su período presidencial. La gran marcha del 23 de enero así lo demostró. Chávez hizo todo lo posible por minimizar la significación de la marcha, hasta el 11 de abril la mayor manifestación pública escenificada en Venezuela. Desde prohibir el sobrevuelo de helicópteros como intento de impedir que los medios de comunicación pudieran mostrar su verdadera magnitud, hasta su mentira directa y patética al comparar el tamaño de la concentración opositora con el de la de sus partidarios. El país no cayó en el engaño, sin embargo, y todo el mundo supo que Chávez, por primera vez, había “perdido la calle”. Previamente había buscado negar la importancia de la efemérides, preguntando qué era lo que había que celebrar en esa fecha. (…) El 11 de abril se reunió la más gigantesca concentración humana que se haya visto en Venezuela en torno a las oficinas de PDVSA en Chuao. Un descomunal río de gente desbordaba la arteria vial de la autopista Francisco Fajardo. Personas de todas las edades y extracciones sociales se daban cita para protestar el atropello de la industria petrolera y exigir, a voz en cuello, como ya se había gritado el 23 de enero, la salida de Hugo Chávez de Miraflores. Confiado en su innegable y colosal fuerza, y estimulado por la consigna de los oradores de Chuao, que veían excedidas sus más optimistas expectativas, el inconmensurable río comenzó a desbordarse en dirección a ese palacio de gobierno. Por aclamación de unanimidad asombrosa, la mayoría aplastante del pueblo caraqueño, para asombro y terror de Chávez y sus secuaces, pedía que los militares se pronunciaran y sacaran al autócrata de la silla presidencial. (…) Luego los muertos. Muchos portaban chalecos que les hacían aparecer como fotógrafos de prensa. Asesinados a mansalva, con ventaja, con alevosía. La sociedad civil puso los mártires necesarios a una conspiración que, sordamente, se había solapado tras la pureza cívica de un movimiento inocente. (…) Semanas antes del sangriento día, un corpulento abogado trasmitía las seguridades que enviaba una “junta de emergencia nacional” a una reunión de caraqueños que habían descubierto su vocación por lo político en la lucha contra Chávez. Enardecido, con una bandera norteamericana prendida en la solapa, admitía que conspiraba junto con otros, que una junta de nueve miembros—cinco de los cuales serían civiles y el resto militares—ineluctablemente asumiría el poder en cuestión de días. Un editor rechazaba un artículo ofrecido a su revista en el que se exploraba caminos constitucionalmente compatibles, porque lo que iba a pasar era que “los factores reales de poder en Venezuela” depondrían a Chávez y luego darían “un maquillaje constitucional” a un golpe de Estado. Pedro Carmona Estanga emergería como el líder de un golpe cuyo blanco, antes que Hugo Chávez, depuesto por la presión de un pueblo, era este mismo pueblo, manipulado y utilizado por la sofisticación artera de operadores políticos que habían decidido la operación con bastante antelación. (…) Viajaron a los Estados Unidos para consultas, coordinaron calendarios, calibraron la temperatura creciente de la protesta popular, y estuvieron listos para el golpe de mano. Nada de esto sabían los que marcharon el 11 de abril. Nada sabrían hasta que la verdadera cara de los golpistas emergiera al día siguiente, 12 de abril de 2002. (…) Pedro Carmona Estanga traicionó sin escrúpulo la confianza de la sociedad venezolana, que había visto en él a uno de sus líderes. Al presidir un acto arbitrario como el de su autoproclamación y el del monstruoso decreto “constituyente” del 12 de abril, echó por tierra el enorme esfuerzo, regado con sangre, de la sociedad civil que había logrado el milagro político de deponer al autócrata de Sabaneta. (…) La sociedad civil venezolana no tiene nada que agradecer a Pedro Carmona Estanga. Por lo contrario, tiene mucho que reclamarle y cobrarle. El no es nuestro líder. Menos ahora, que abandona la escena en procura de su seguridad individual, mientras el resto de los venezolanos debe continuar sufriendo los despropósitos de Hugo Chávez. Chávez ha significado el más crudo y acelerado de los aprendizajes políticos para los venezolanos. Pedro Carmona, esperemos, representa para nosotros la pérdida definitiva de la inocencia más desprevenida. (Tragedia de abril, 14 de junio de 2002).
Ésas sí fueron marchas, bastante más al oeste de Caracas que la Plaza Brión de Chacaíto, que en sí misma es un progreso; al menos ya no se trata de la quinta Unidad—a pocos metros de la quinta La Esmeralda—, en la popular y populosa barriada de Campo Alegre que servía de sede a la Coordinadora Democrática, la madre de la Mesa de la Unidad Democrática. Por cierto ¿qué es de la vida de la MUD?
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La imaginación estratégica de la dirigencia opositora venezolana es realmente escasa*, lamentable; desde 2002 no hace otra cosa que convocar a marchas, y al menos la de 19 años atrás tenía un objeto específico para el repudio. Nunca ha sido capaz esa dirigencia de imaginar al Pueblo mandando en lugar de marchar y protestar. Jamás ha considerado llamarlo a decidir.
María Corina Machado, quien por cierto firmara al pie del monstruosos decreto de Pedro Carmona, acaba de declarar: “En el caso de los venezolanos son ya 20 años de lucha ejemplar de la ciudadanía pero se han cometido** errores garrafales que le dieron tiempo recursos y legitimidad para que la tiranía se asiente en el país y avance en su proceso de desestabilizar a otras naciones, por eso el TIAR representó un hito que trajo una gran esperanza a la sociedad venezolana y a otras naciones, nadie creía que podría aprobarse el TIAR en la AN y la OEA y se aprobó”.
No hay como insertarse en el «ciclo de las noticias», pero tampoco es ella muy imaginativa que se diga; no hace sino repetir sus propios y muy garrafales errores. Ya el 31 de mayo de 2005 había sido recibida en el Salón Oval de la Casa Blanca por el mismísimo George W. Bush, cosa que Juan Guaidó no ha logrado ni logrará con Donald Trump; esto es, ella anda en busca de intervenciones extranjeras, específicamente gringas, desde hace al menos catorce años, y eso es verdaderamente un error garrafal, y no precisamente porque en aquel entonces no hubiera pensado en invocar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca el que, dicho sea de paso, jamás fue concebido para tumbar gobiernos americanos. El año anterior había cometido el error garrafal de contratar a Ricardo Hausmann para «probar» que había habido fraude en el referendo revocatorio contra Hugo Chávez, el que nunca existió. El fallido intento—Alejandro Plaz, su colega en Súmate, admitió el 1º de agosto de 2005 ante asedio insistente de Pedro Pablo Peñaloza que le entrevistaba para El Universal, que no se había podido demostrar fraude y que tampoco se podría en el futuro—inauguró la mortal matriz de desconfianza en el sistema electoral venezolano, que tanto daño ha hecho a una larga serie de candidaturas de oposición. Tampoco Machado piensa en el Pueblo como agente de decisión.
No puede ocultarse lo pernicioso del régimen chavista, y la condición a la que ha sometido al país es repudiable en todo sentido. Es por ello que las ganas de mucho pueblo de protestarlo son harto explicables; el gobierno nos ha llevado a los límites de la exasperación. Pero mandar es muy preferible a protestar. La grave situación de la república, consecuencia de la necia intención de imponerle una camisa de fuerza socialista, sólo puede resolverla la Corona: el Soberano, el Poder Constituyente Originario. Éste es un poder supraconstitucional, sólo limitado por los derechos humanos y lo que la nación haya convenido con las soberanías equivalentes de otras naciones. Es éste el gigante que debe ser despertado para que hable, para que se pronuncie, para que manifieste su voluntad. No para que marche o fabrique pancartas, no para que golpee cacerolas o abuchee presidenticos en juegos de pelota, sino para que ordene. No hay eventos electorales próximos en el calendario nacional, pero siempre es tiempo de referendo. Podemos convocarlo cuando queramos. Más que nunca, es el tiempo de preguntar al Soberano si está conforme con la implantación en Venezuela de un régimen político-económico socialista, que es la coartada fundamental del actual gobierno y los que lo antecedieron desde 1999. (Hace dos días, en su amoroso programa Con el mazo dando, el Presidente de la Asamblea Nacional insistía, al comentar la “movida”, la irresponsable “salida” de López & Machado, que “la salida” era el socialismo). Es hora de que hable Su Majestad. Para esto es necesario, naturalmente, que el pueblo venezolano adquiera conciencia de Corona. Que se percate de que no tiene que desfilar para pedir o protestar, que no tiene que rogar pues puede mandar. Entonces bastará que diga tersamente, como la poderosa reina Victoria: “We are not amused”; cuando ella pronunciaba esas palabras, rodaban cabezas en Inglaterra. Bastará que digamos: “No estamos divertidos con el socialismo”. (La marcha de la insensatez, 12 de febrero de 2014, a propósito de la manifestación que Machado convocara en combinación con Leopoldo López, previo aviso a NTN24 de Colombia para que los entrevistara a ambos junto con Diego Arria y ¡Otto Reich!).
Ciertas cosas deben ser repetidas. LEA
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* Debe admitirse algo de imaginación en Juan Guaidó o, más bien, en sus libretistas de Washington; a pesar de su falsedad intrínseca, su autoproclamación es al menos ocurrente, más que la declaratoria de abandono del cargo por parte de Nicolás Maduro que inventara Julio Borges y ya nadie menciona.
** La expresión «se han cometido errores garrafales» es gramaticalmente incorrecta. En castellano, el verbo concuerda en número (singular o plural) con el sujeto de la oración, no con su complemento directo, que en este caso es «errores garrafales». Debe decirse «Él comió (sujeto y verbo en singular) muchas arepas» (complemento directo en plural). Ese tipo de oración—»Se hace viajes y mudanzas», «Se pone inyecciones»—es una oración cuasirrefleja, con apariencia de refleja, como «Él se peina», en la que el sujeto y el complemento directo son lo mismo; la acción del sujeto recae sobre sí mismo; el sujeto es su propio complemento directo. Es un tipo de oración impersonal—»Llueve», por ejemplo—, una cuyo sujeto no está especificado y debe ser presumido en singular; no se dice «Llueven sapos y culebras», sino «Llueve sapos y culebras». Lo correcto es decir «se ha cometido errores garrafales», a pesar de una lamentable difusión del feo vicio gramatical.
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