Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Declaración de Independencia de los Estados Unidos – 4 de julio de 1776
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Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros.
George Orwell – Rebelión en la granja
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Con fecha de ayer publica The New York Times en Español un artículo de Martín Caparrós, periodista y novelista argentino, que lleva por título: ¿Qué es la igualdad? Su inicio evoca la famosa frase con la que comienza el Manifiesto Comunista (Carlos Marx & Federico Engels, 1848):
Un fantasma recorre América Latina, y lo guía una palabra. Chile despertó, Bolivia se parte, ardió Ecuador, Colombia se levanta, Argentina votó, Perú se depura, Brasil desespera, México clama, y en todos lados la palabra es la misma: “desigualdad”, como en “efectos de la desigualdad”, “rechazo de la desigualdad”, “la lucha contra la desigualdad”.
Caparrós no podía dejar de mencionar un indicador que es hoy tan frecuentemente citado como impresionante, «que las 26 personas más ricas del mundo poseen lo mismo que la mitad de la población del planeta, unos 3.800 millones de personas». (Bueno, las antaño mayores fortunas de John D. Rockefeller o Henry Ford tardaron medio siglo en acumularse, pero la nueva economía digital permitió que Mark Zuckerberg fuera registrado por Time Magazine, a los 20 años de edad, en su lista de las 100 personas más ricas del mundo en 2010, sólo cuatro años después del lanzamiento público de su principal invención: Facebook. Asistimos a un juego muy distinto).
Luego certifica lo siguiente:
Latinoamérica es desigual por muchas razones pero, sobre todo, porque puede. Hay sociedades donde los más ricos necesitan que los más pobres sean menos pobres, donde los precisan para crear o consumir las riquezas que los enriquecen. Las economías latinoamericanas, en general (…) basadas en la extracción y exportación de materias primas—desde la soja al cobre, del petróleo a la coca—, pueden funcionar más allá de esos millones de personas que no son necesarios ni para producir ni para consumir. Solo se necesita contenerlos: que no hagan demasiado lío, para lo cual alcanza con darles su limosna.
Y para Venezuela, con una industria petrolera que produce hoy, a duras penas, menos de una tercera parte de su volumen habitual, centrada en una explotación que agrava la contaminación planetaria, la fuente principal de esa limosna «de la Patria», además asediada por sanciones internacionales, no puede ser indefinidamente el único recurso. («…es preciso encontrar actividades económicas distintas de la industria petrolera, pues necesitamos entrar en la economía del futuro, distinta de la mera extracción que es lo característico de una economía primaria, otra cosa que nuestra propia estimulación del calentamiento global». Recurso de Amparo, 14 de julio de 2015).
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El tema de la desigualdad en la distribución de las riquezas es tan antiguo como la humanidad, pero es sólo hace seis años cuando Thomas Piketty volvió a ponerlo en primer plano:
Piketty es un especialista en la economía de la desigualdad o desigualdad de ingreso, desde una aproximación estadística e histórica. En sus publicaciones analiza cómo la tasa de acumulación de capital en relación con el crecimiento económico aumentó desde el siglo XIX hasta la actualidad. Los registros sobre impuestos le han permitido reunir datos sobre las élites económicas, que tradicionalmente han sido poco estudiados, y que le permiten establecer las tasas de acumulación de la riqueza y su comparación con la situación económica del resto de la sociedad. Su libro más influyente, El capital en el siglo XXI, se nutre de datos económicos que se remonta 250 años para demostrar que se produce una concentración constante del aumento de la riqueza que no se autocorrige y que aumenta la desigualdad económica, problema que requiere para su solución una redistribución de la riqueza a través de un impuesto mundial sobre la misma. (…) Cuando la tasa de acumulación de capital crece más rápido que la economía, entonces la desigualdad aumenta. El autor propone, para evitar lo que denomina un capitalismo patrimonial, los impuestos progresivos y un impuesto mundial sobre la riqueza con el fin de ayudar a resolver el problema actual del aumento de la desigualdad. (Wikipedia en Español).
Volvamos al articulista de Time, quien concluye:
Los conceptos relativos siempre son incómodos: ¿quién define cuál es el grado razonable, el grado soportable de desigualdad? El absoluto, en cambio, es fácil de entender y muy difícil de realizar. Así que, aunque casi todos deploramos la desigualdad, casi nadie sabe o se atreve a definir su opuesto. Hay un gran acuerdo en que algo es malo, ningún acuerdo en cómo sería bueno. (…) Definir lo contrario de la tan denostada desigualdad sería definir el proyecto—político, económico, social—de cada sector. Sería empezar a aclarar ciertas cosas, a ponerse en camino. Que eso parezca tan lejano es, casi, un signo de los tiempos.
¿Será digno de notar que Caparrós, después de esa «denuncia», no aporta él mismo la más mínima noción constructiva?
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