El poder sintético de una caricatura inteligente

 

El político que tiene el poder en sus manos es, por su misma posición, un inevitable modelo de conducta. Si es deshonesto se convierte en modelo de deshonestidad, y daña así el temple moral de la sociedad entera. Convierte a la comunidad en organismo cínico, desvergonzado, que se siente autorizado a la corrupción porque sus hombres más encumbrados se conducen deshonestamente.

El político virtuoso – 18 de octubre de 2007

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El 28 de junio de 2015, publicó el semanario La Razón la entrevista que me hiciera Edgardo Agüero diecisiete días antes; ella incluyó este intercambio:

Hay quienes afirman que existen factores dentro de la MUD que en función de sus intereses políticos y pecuniarios, juegan a favor del gobierno. ¿Qué habrá de cierto en ello?

Mi aproximación a la política es clínica. Si un médico intentara curar un hígado enfermo tratando célula por célula se volvería loco; por eso no me intereso por la chismografía política acerca de actores particulares. Si tuviera que descalificar a algún actor político no lo haría por su negatividad, sino por la insuficiencia de su positividad. No me intereso por esa clase de asuntos.

Ése es justamente el motivo por el que había descuidado enterarme de los detalles en la explosiva denuncia, del portal Armando Info, acerca de un presunto esquema de corrupción en el seno de la oposición profesional venezolana: «El medio de comunicación Armando Info publicó un reportaje en el que un grupo de diputados a la Asamblea Nacional (AN) pertenecientes a partidos políticos de oposición estarían participando en tramas de corrupción con empresarios colombianos vinculados con el Gobierno de Nicolás Maduro. (…) Armando Info detalló que desde comienzo de 2018 ‘se venía tejiendo una trama para otorgar indulgencias a los responsables de los negocios (…) de importaciones para los combos CLAP’, en la cual participaron diputados opositores, ‘algunos de ellos integrantes de la Comisión de Contraloría’ de la AN». También había leído someramente acerca de la destitución del «embajador» de Juan Guaidó en Colombia, Humberto Calderón Berti, quien se había referido precisamente a tales corruptelas y que destaca Rayma en su certera caricatura.

En cambio, llamó mi atención un artículo de ayer en El Universal—¿Qué es un político puro?—escrito por Luis Vicente León, el presidente de la encuestadora Datanálisis. En él sostiene, con sus palabras iniciales, una tesis que me alarmó más que la noticia de corruptelas concretas: «Un político puro no es una persona éticamente irreprochable, ni tiene porque [sic] serlo. En efecto es insuficiente o mezquino juzgar éticamente a un político: hay que juzgarlo políticamente». Más adelante completa el planteamiento:

…no existe forma de resolver el problema venezolano sin contar con, al menos, un político puro, capaz de enamorar a la población para que confíe en él, aunque su tarea luzca inalcanzable, y que luego sepa convertir esa fuerza en presión de cambio, en tensión para lograr una negociación exitosa, en la que tendrá que sacrificar a veces legalidad, a veces justicia y siempre derechos propios para lograr el objetivo final, que en definitiva será el éxito político por el que deberá ser evaluado.

Opino en este punto en diametral oposición a León; si a algún oficio debe exigírsele limitaciones de orden ético es a la política. «Comoquiera que los políticos, cuando tienen éxito en hacerse con una cierta cantidad de poder, adquieren sobre nuestras vidas una influencia que supera la habitual en transacciones interpersonales cotidianas, y como nadie tiene original derecho (…) de imponer su voluntad a otro en virtud de la igualdad de principio (…) entre los seres humanos, deben por aquella ventaja comportarse de forma que satisfagan criterios más astringentes que los comunes, exigibles a todo el mundo. Puesto de otra forma: entre los más fundamentales derechos políticos de los miembros de una comunidad, se encuentra el de exigir a sus líderes un comportamiento virtuoso. Nos lo deben». (El político virtuoso).

Pero León consideró oportuno tuitear apresuradamente, ayer mismo: «Algunos pueden pensar que los escándalos recientes afectarán focalmente el liderazgo de Guaidó. Esa es una visión miope». Me parece que el líder de una empresa dedicada al registro de la opinión pública venezolana, lo que debe ser imparcial, no debe quebrar lanzas en defensa de ningún político concreto. Estaría yo equivocado, claro, si la prescripción de León se aplicara a él mismo, si fuese «insuficiente o mezquino juzgar éticamente» a un encuestador.

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Anoche inicié el sueño afectado por una incomodidad indefinida, cuya causa emergió con toda claridad al despertar hoy: ya yo había leído antes, y hasta comentado acá, el infeliz artículo de León. En efecto, exactamente la misma pieza fue publicada por El Universal el 13 de enero de este año. ¿Por qué escogió León repetirse íntegra y textualmente para decir, justamente en estos momentos de hedores corruptos, que sería «insuficiente o mezquino juzgar éticamente a un político: hay que juzgarlo políticamente»?

En Impureza pura (15 de enero de 2019) se puso:

…León sobresimplifica al postular que la oposición única a su político “puro”, a quien sería “insuficiente o mezquino—DRAE: Falto de generosidad y nobleza de espíritu—juzgar éticamente”, es la de alguien “que se encierra en luchas intestinas, discursos emocionales y amenazas de perro echado que no puede operacionalizar”. La bondad no está reñida con la eficacia, ni obliga a luchas intestinas, a discursos emocionales o la incompetencia operativa; creer que ella castra la eficacia política es una simpleza. (…) Me rebelo ante la dicotomía postulada por Luis Vicente León; no se necesita la inmoralidad para ser político eficaz, y ser un intelectual no es óbice de lo mismo. Admitir lo que él postula es acoger el error, y éste sólo se supera con la verdad, no con otra equivocación. Si alguna profesión debe ejercerse con bondad es la política, puesto que la visibilidad de los dirigentes políticos les convierte en modelos de conducta.

Reconozco que, sanado ya de la incomodidad nocturna, permanezco decepcionado y triste, pero me curaré reflexionando una vez más en la poderosa máxima que nos legara el gigante Pedro Grases: «La bondad nunca se equivoca».

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De todos modos, a una persona de persistente conducta moral no le es fácil entender a quienes se comporten distintamente; para ella, un comportamiento éticamente correcto es enteramente natural y no requiere especial esfuerzo. La mayoría de la gente buena, por consiguiente, no debe reivindicar mucho mérito en ser bondadosa, puesto que la mayor parte del tiempo sólo se conduce instintivamente.

Cristopher Hodgkinson propone estas prescripciones en La filosofía del liderazgo:

El actor no debe atarse afectivamente al resultado sino al proceso. El compromiso es con la obra misma; con la carrera y no con el premio; con la batalla y no con la victoria. El trabajo se vuelve en este sentido intrínsecamente honorable y satisfactorio a través de un proceso de compromiso moral y comprensión. (…) La indiferencia debe entenderse acá, naturalmente, en un sentido especial. No es que al líder no le importe. Al líder le importan y tienen que importarle los resultados, especialmente aquellos resultados humanos y organizacionales en los que tiene responsabilidad plena o parcial. A lo que, en razón del honor, debe ser indiferente es a los resultados de las acciones en tanto le afecten personalmente. Suponiendo que su curso de acción sea correcto, que ha descubierto cuál es su deber y cumplido con él, lo que es entonces un asunto de indiferencia, de despreocupación, es su propio éxito o fracaso. Ése es el ideal. Su propio ego debe dejar de importar, tiene que ser eliminado de la ecuación de las variables organizacionales. Tiene que ser trascendido. Y aunque esto pueda parecer escandalosamente idealista, esa praxis es también posible.

Recomiendo a Luis Vicente León la lectura de Hodgkinson; puede conseguir un ejemplar usado de su libro en Amazon por poco más de seis dólares. LEA

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