Ichi-go ichi-e (一期一会 literalmente «una vez, un encuentro») es una frase japonesa que describe un concepto cultural vinculado con frecuencia al famoso maestro de té Sen no Rikyu. El término se traduce normalmente como «sólo por esta vez,» «nunca más,» o «una oportunidad en la vida.»
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Alguna vez asistí a un concierto en el Teatro Municipal de Caracas para escuchar a la Orquesta Sinfónica de Venezuela dirigida por el enorme Sergiu Celibidache (1912-1996), quien vino varias veces a esta tierra donde forjó amistad especial con el Maestro Vicente Emilio Sojo, fundador de esa agrupación. Por eso fue invitado especialísimo a la póstuma conmemoración de los noventa años del nacimiento de Sojo, ocasión en la que su empeño logró la publicación de un artículo—Mi amigo Sojo—que escribiera acá por esos días de diciembre de 1977. En él, opinó así:
Sojo no ha sido un regalo caído casualmente desde arriba, una feliz materialización de las fuerzas ciegas de la naturaleza, una óptima fuerza de herencia y azar. Sojo es un sencillo y limpio fenómeno natural, una flor espontánea del campo criollo, una canción de las estrellas del cielo vernáculo, una sinfonía augural de esta tierra generosa, que de vez en cuando logra emanciparse de todas las influencias contradictorias y revela en una forma incontenible, por encima de toda interpretación subjetiva y fuera de toda contemporaneidad, su inconfundible identidad. El maestro Sojo es Venezuela. Ojalá que un buen día Venezuela fuera también el maestro Sojo.
Eso no habría podido ser escrito sino desde la sinceridad de su aprecio por Sojo y nuestro país. Venezuela, «esta tierra generosa» y su gente ocuparon un lugar privilegiado en el corazón de Celibidache. No olvidemos que, según él, de vez en cuando logramos emanciparnos «de todas las influencias contradictorias» para revelar nuestra «inconfundible identidad». Si fuimos amados por él algo bueno debemos tener.
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Celibidache no era simplemente un director; también fue un filósofo de la dirección orquestal. Nacido en Rumania de descendencia griega (Σέργιος Τσελεπιδάκης; Sérgios Tselepidákis), resistía la difusión de sus grabaciones argumentando que ellas no podían capturar la individualidad de la audición in situ como experiencia única e irrepetible (Ichi-go ichi-e): la del público asistente a un auditorio particular en un momento particular. (Celibidache argumentaba así como cultor que era del budismo Zen).
En veces fue criticado por dirigir secciones de una obra con lentitud exagerada y otras con rapidez fuera de la común. Desde su propio punto de vista, la crítica de una grabación por su tempo es irrelevante como crítica de la interpretación, escuchada fuera del momento y el ambiente exacto en los que ocurriera. No conozco sino una fracción de su numerosa discografía, y sólo puedo certificar el alargamiento de pasajes lentos en su dirección de Romeo y Julieta de P. I. Tchaikovsky y justificarlo como eficaz regodeo en la hermosura de su tema amoroso.
Pero sus interpretaciones no tienen parangón en un aspecto fundamental: el de la definición instrumental. No conozco otras grabaciones, que no sean las suyas, que permitan la percepción de las distintas partes orquestales aun dentro de la más compleja textura. En los pasajes más ricamente orquestados, el aporte de cada instrumento o grupo instrumental se percibe con la mayor claridad, como un arroz cocido a la perfección para lograr granos totalmente separados. Se puede probar con una obra, que creamos conocer en detalle, dirigida por Celibidache y sorprenderse de oír lo que jamás habíamos escuchado. Es particularmente notable ése su logro distintivo, su asombrosa capacidad de hacernos escuchar nítidamente todas las voces orquestales, en esta lujosa y convincente versión de la Sinfonía #9 en Mi menor, la Sinfonía del Nuevo Mundo* de Antonin Dvořák—tal vez la mejor de todas las sinfonías que se haya compuesto—, con la Orquesta Filarmónica de Múnich, de la que fuera Director Musical desde 1979 hasta su muerte:
1. Adagio – Allegro molto
2. Largo
3. Scherzo
4. Allegro con fuoco
Nuestro Maestro Sojo tuvo un amigo rumano verdaderamente excepcional. LEA
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*En junio de 1891 Jeanette Thurber, fundadora del Conservatorio Nacional de Música de América en Nueva York, ofreció a Dvořák la dirección de este centro en condiciones muy favorables. Por eso, en septiembre de 1892, el compositor se trasladó a Estados Unidos, donde residiría hasta 1895. Durante su estancia en el país compuso la Sinfonía n.º 9 en Mi menor, conocida como «Del Nuevo Mundo». Dvořák compuso esta obra entre el 10 de enero y el 24 de mayo de 1893 y se estrenó el 15 de diciembre del mismo año en el Carnegie Hall de Nueva York, y fue dirigida por Anton Seidl e interpretada por la Orquesta Filarmónica de la ciudad. (Wikipedia en Español).
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