El corresponsal de la ODCA, hijo y ministro de Rafael Caldera

 

 

Yo no tengo ideología, amigo mío. Yo lo que tengo es biblioteca.

Arturo Pérez Reverte

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Acabo de recibir de Andrés Caldera Pietri el texto de sus palabras en la instalación del Consejo Superior de la Democracia Cristiana ODCA, evento previsto en comunicado que se comentara acá el 15 de este mes de enero. En ellas encuentro un intento de refutación de mi comentario crítico—»Vamos en el siglo XXI, en el tercer milenio, a un mundo postideológico, transideológico, pero la ODCA no se ha percatado de esa profundísima búsqueda»—, comenzando por esta proposición de Caldera Pietri en el segundo párrafo de su texto: «Por años hemos escuchado hablar del fin de las ideologías, como si pudiera reducirse la política a un mero pragmatismo vacío, enfocado en obtener o conservar el poder».

Tal vez no esperase él una respuesta en andanadas, que transcribo parcialmente a continuación:

Sostener que vamos a un mundo postideológico no es lo mismo que “reducir la política a un mero pragmatismo vacío, enfocado en obtener o conservar el poder”. Esto puse al inicio en El caso de una licenciatura en Política (19 de septiembre de 2003):

La Política es un arte. A pesar de la legítima existencia de “ciencias políticas”, la Política no es en sí misma una ciencia, sino una profesión, un arte, un oficio. Del mismo modo que la Medicina es una profesión y no una ciencia, por más que se apoye en las llamadas “ciencias médicas”, la Política es la profesión de aquellos que se ocupan de encontrar soluciones a los problemas públicos. Por tal razón, las soluciones a esta clase de problemas no se obtiene, sino muy rara vez, por la vía deductiva. La esencia del arte de la Política, en cambio, es la de ser un oficio de invención y aplicación de tratamientos. En este sentido, hay un “estado del arte” de la Política.

El paradigma así delineado se contrapone a una visión tradicional de la Política como el oficio de obtener poder, acrecentarlo e impedir que un competidor acceda al poder. Esta formulación, que los alemanes bautizaron con el nombre de Realpolitik, es el enfoque convencional, que en el fondo es responsable por la insuficiencia política—exactamente en el mismo sentido que se habla de insuficiencia cardiaca o renal—de los actores políticos tradicionales. El tránsito de un paradigma de Realpolitik a un paradigma “clínico” o “médico” de la política se hará inevitable en la medida en que la sociedad en general crezca en informatización y acreciente de ese modo el nivel general de cultura política de los ciudadanos.

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Ese ejercicio profesional clínico, he argumentado, debe estar sujeto a un código de ética, tal como la Medicina se rige por el Juramento de Hipócrates. Puedes leer el que compuse en 1995 acá: Código de conducta.*

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Las ideologías, como asenté en el material que te enviara al recibir de ti la noticia de la reunión de ODCA, son guías obsoletas que en la gran mayoría de los casos sirven como justificación (o coartada) precisamente para una mera lucha por el poder. Pedro Pablo Aguilar [ex Secretario General de COPEI],** declarando a El Nacional el 7 de junio de 1986: “Mi planteamiento es que los intelectuales, los sectores profesionales y empresariales, los líderes de la sociedad civil no pueden seguir de espaldas a la realidad de los partidos, y sobre todo, a la realidad de los partidos que protagonizan la lucha por el poder».

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También anexé, a una de las respuestas, un texto de veinte páginas que compusiera entre el 18 y el 19 de febrero de 2013 para los amigos Marcel Granier y Luis Penzini, este último dolorosamente fallecido. (El lugar de los valores en la política). Ese documento se inició con esta explicación:

En las últimas dos visitas que he hecho, dos amigos de gran inteligencia y solidez moral me han planteado, con diferencia de unos pocos días, el mismo problema metapolítico: la función de los valores en el ejercicio de la política. No hay razón para sorprenderse de la coincidencia; ambos han compartido importantes pedazos de historia personal y cívica y son, por tanto, espíritus afines. El primero de ellos explicó que ha asumido antes la posición que defiendo acerca de la obsolescencia de las ideologías, pero que más recientemente se pregunta por la conveniencia de su preservación porque este asunto de los valores le parece central al buen ejercicio de la política. El segundo contrastó el discurso de «la Cuarta República» con el actual discurso militarista del hombre fuerte (una particular reencarnación del cesarismo democrático) y cree que el discurso político que podía dejar atrás a ambos es «el discurso de los valores». Este tema del lugar de los valores en el ejercicio político, pues, es tanto importante como recurrente, tal como señala el epígrafe*** que fuera tomado de un texto de hace más de dos décadas.

Y siendo que el caso venezolano que más conozco es el de COPEI, me valí de él en esa comunicación para argumentar mi propia comprensión del tema ideológico:

Antes de la llegada del sistema chavista, fue COPEI la formación del bipartidismo que más tiempo y esfuerzo invirtió en el problema de la ideología, al punto que celebró su «congreso ideológico» en octubre de 1986. (Acción Democrática manejó este asunto de modo más íntimo y discreto, con las tesis internas de su Secretaría de Doctrina. Esta unidad, dirigida a la caída de Pérez Jiménez por Domingo Alberto Rangel, definía en su documento base: Acción Democrática es un partido marxista. Luego aclaraba que su empleo del marxismo era estrictamente para fines analíticos, no terapéuticos. Naturalmente, el Partido Comunista de Venezuela y el Movimiento Al Socialismo tenían una importante carga ideológica, más el primero que el segundo, así como organizaciones como La Causa R—fundada por el marxista Alfredo Maneiro—y Bandera Roja; pero estos partidos, sumados, por mucho tiempo no pasaron del «6% histórico de la izquierda venezolana»).

Fundado en 1946

COPEI, en cambio, se distinguió siempre por su definición ideológica. Rafael Caldera precisó la ubicación del partido en el mitin de cierre de su campaña presidencial en 1963; en su discurso dijo enfáticamente: «COPEI es un partido de centro-izquierda», a pesar de que en su origen admiraba el falangismo español y había establecido su fuerza electoral en los estados andinos, que expresaban su descontento con AD, el partido que había interrumpido la hegemonía andina en 1945. La sección juvenil de COPEI buscó posicionarse al lado izquierdo con su propio nombre: Juventud Revolucionaria Copeyana. Nada de esto impidió que su práctica política se orientara inequívocamente a la búsqueda del poder, como indicó de nuevo Rafael Caldera: «Yo no estoy en las alturas del poder, sino en las arenas de la lucha política…»

Si el estilo inconfundible de la Realpolitik, de la política del poder por el poder, pudo entronizarse en tal grado en la práctica de la dirigencia copeyana, eso fue posible gracias al anquilosamiento de la función ideológica socialcristiana. En términos sobresimplificados, el esquema de actuación del político copeyano, en especial de su dirigencia, consistía en conocer los principios de la democracia cristiana—contenidos, como se ha explicado aquí antes, en el libro de Pérez Olivares y en la obra posterior de Rafael Caldera: Especificidad de la Democracia Cristiana—procurarse un adiestramiento retórico y de oratoria y manejarse dentro de los estatutos y reglamentos del partido, anotándose en alguno de los “ismos” determinados por el liderazgo de alguna figura en particular: calderismo, herrerismo, eduardismo, oswaldismo. El supuesto simplista de este esquema residía en la idea de que los principios funcionarían como axiomas geométricos, a partir de las cuales sería posible deducir la política concreta.

Es así como, tan tarde como en 1985, Eduardo Fernández y Gustavo Tarre Briceño entendían las labores del Congreso Ideológico Nacional como partiendo de un “nivel filosófico-principista” e incluyendo un “nivel de la política concreta”. Ambos niveles, pensaban, requerían un “puente sociológico” que les comunicase, lo que revelaba la dificultad con la que se habían topado: la incomunicabilidad entre principios y práctica política.

El problema era éste: no bastaba reflexionar intensamente sobre, digamos, el principio de la dignidad de la persona humana para extraer deductivamente una solución al problema de la deuda externa que fuese una solución demócrata cristiana.

Esa creencia en una relación deductiva entre principios y política es un rasgo bastante común del paradigma político clásico, y se manifestaba con particular intensidad en el pensamiento de los líderes de la democracia cristiana venezolana. Un destacado ejemplo lo constituyó el debate sobre el “agotamiento del modelo de desarrollo venezolano”, tema de moda por los comienzos de la década de los ochenta y en el que terció el Dr. Rafael Caldera con una tesis bastante típica de las formulaciones clásicas. Caldera argumentó, desde un discurso pronunciado en tierras mexicanas, que no era cierto que el modelo de desarrollo venezolano hubiese caducado; más bien, por lo contrario, el asunto era que no había sido llevado a la práctica, y que debía buscarse la descripción del susodicho modelo en el Preámbulo de la Constitución Nacional de 1961.

Una postura idéntica podía encontrarse en muchos otros discursos como, por ejemplo, en la estereotipada conferencia sobre “objetivos nacionales” del curso del Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional: “Los Objetivos Nacionales se dividen en Objetivos Nacionales Permanentes y Objetivos Nacionales Transitorios. Los Objetivos Nacionales Permanentes están enumerados en el Preámbulo de la Constitución Nacional”.

Vale la pena transcribir acá el texto pertinente del Preámbulo de la Constitución:

“…con el propósito de mantener la independencia y la integridad territorial de la Nación, fortalecer su unidad, asegurar la libertad, la paz y la estabilidad de las instituciones; proteger y enaltecer el trabajo, amparar la dignidad humana, promover el bienestar general y la seguridad social; lograr la participación equitativa de todos en el disfrute de la riqueza, según los principios de la justicia social, y fomentar el desarrollo de la economía al servicio del hombre; mantener la igualdad social y jurídica, sin discriminaciones derivadas de raza, sexo, credo o condición social; cooperar con las demás naciones y, de modo especial, con las repúblicas hermanas del continente, en los fines de la comunidad internacional, sobre la base del recíproco respeto de las soberanías, la autodeterminación de los pueblos, la garantía universal de los derechos individuales y sociales de la persona humana, y el repudio de la guerra, de la conquista y del predominio económico como instrumentos de política internacional; sustentar el orden democrático como único e irrenunciable medio de asegurar los derechos y la dignidad de los ciudadanos, y favorecer pacíficamente su extensión a todos los pueblos de la Tierra; y conservar y acrecer el patrimonio moral e histórico de la Nación…”

Obviamente el texto que antecede es un recuento de valores y criterios más que de objetivos, por lo que difícilmente puede llamarse al Preámbulo de la Constitución de 1961 un “modelo de desarrollo”.

Hoy la casa de Eduardo Fernández y su hijo

Ante tales dificultades llegó a hacerse doctrina del Instituto de Formación Demócrata Cristiana, IFEDEC, fundado por Arístides Calvani, la existencia de unos “planos de mediación”: pisos sucesivos de concreción mediante los cuales sería posible “descender” del techo de los principios hasta la planta baja de las políticas específicas. El invento era una elaboración de tesis formuladas en Chile, hacia la época de los años sesenta, por el padre jesuita Roger Vekemans, de gran influencia ideológica en la democracia cristiana continental.

Tales elaboraciones no hacían otra cosa, por supuesto, que complicar el problema, introduciendo una serie de pasos conceptuales que equivalía a “correr la arruga” una y otra vez. Una formulación alternativa, que les fue ofrecida, no contó con mucha acogida. (En 1985 ya les había sugerido que los valores no debían ser vistos como “objetivos”, sino como criterios de selección de tratamientos políticos. La idea subyacente, en este caso, es que la política no se deduce sino que se inventa. Frente a un determinado problema surge— dependiendo del “estado del arte” de las disciplinas analíticas—un grupo de soluciones diferentes, ante las que los valores son útiles para escoger aquella solución “más democrática” o “más justa” o que mejor parada deje a la “dignidad” o, a lo Moronta, a la “centralidad de la persona humana”).

Pero esta bizantina salida de postular la existencia—inobservable—de unos supuestos “planos de mediación” no obstaba para que en IFEDEC se admitiera que en política era inevitable “derramar sangre”, por lo que además del discurso principista y ético se manejaba una soterrada autorización a la práctica de la Realpolitik.

(En Estudio copeyano, referéndum, Vol. I, No 8, 19 de octubre de 1994).

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En el estudio sobre el lugar de los «valores» en la política inserté esta observación: «El Movimiento Al Socialismo, Podemos, Patria Para Todos ondean banderas marxistas; Acción Democrática y Un Nuevo Tiempo son partidos de la socialdemocracia; COPEI, Primero Justicia, Proyecto Venezuela y lo que quede de Convergencia son organizaciones socialcristianas. La misma redundancia de opciones dentro de una misma corriente ideológica ya es signo de que, incluso para ellas, lo ideológico no es lo importante». (Olvidé mencionar en esta enumeración la formación de Henri Falcón, de la corriente «progresista» de la socialdemocracia y Voluntad Popular, partido inscrito en ¡la Internacional Socialista!, algo así como la ODCA adeca).

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Todos los argumentos arriba transcritos están sujetos a la quinta estipulación de mi Código de Ética Política:

Consideraré mis apreciaciones y dictámenes como susceptibles de mejora o superación, por lo que escucharé opiniones diferentes a las mías, someteré yo mismo a revisión tales apreciaciones y dictámenes y compensaré justamente los daños que mi intervención haya causado cuando éstos se debiesen a mi negligencia.

De antes debiera Andrés Caldera Pietri estar persuadido de que no hablo por la tapa de la barriga; de ahora, que he considerado el asunto ideológico en profundidad. LEA

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* En la comunicación a Granier y Penzini apunté: «Como tal oficio o profesión, debe estar sujeta la Política a un código de ética, algo que es mucho más específico y práctico que una doctrina centrada en valores abstractos, puesto que estipula los comportamientos correctos. En septiembre de 1995, sentí la necesidad de componer uno para la Política y opté por seguir, en su orden expositivo, el manifiesto en el Juramento de Hipócrates, el primer código deontológico de la humanidad. (El 26 de ese mes, juré cumplirlo públicamente en el programa Argumento, un espacio dominical que por entonces conducía en Unión Radio)».

** Aguilar es uno de los firmantes del comunicado de ODCA, igualmente suscrito por Oswaldo Álvarez Paz, quien compitiera por el poder y perdiera ante Rafael Caldera en 1993 a pesar de ser fiel de su misma ideología—¿misma religión, distinta secta?—, Humberto Calderón Berti (defenestrado por Juan Guaidó), Abdón Vivas Terán (destituido de la Secretaría General de la Juventud Revolucionaria Copeyana por ser demasiado rojito para Caldera), Román Duque Corredor (próximo a Eduardo Fernández, inasistente ¿no invitado?), José Rodríguez Iturbe (fugaz Canciller del efímero Pedro Carmona Estanga), etcétera.

*** Es cada vez más frecuente encontrar (…) en los diagnósticos que intentan establecer las causas de la erosión institucional y la patología de la conducta societal, una referencia a una crisis de los valores. Sería igualmente sorprendente que la solución a esta mentada crisis de los valores (…) fuese a encontrarse en una vuelta a imágenes que fueron funcionales en un pasado. (Un tratamiento al problema de la calidad de la educación superior no vocacional en Venezuela, 15 de diciembre de 1990).

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