La tortura de la lengua es práctica antigua (friso en la Catedral de Santiago de Compostela, s. XII)

 

En agradecimiento de la visita de Ana Luisa Capdeviele

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¿Qué importan las palabras si expresan lo que queremos decir?

Fiódor Dostoyevski – Crimen y castigo, Capítulo IV

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Prescribe el Artículo 9 de la Constitución: «El idioma oficial es el castellano» (idéntica provisión a la del Artículo 6 de la constitución precedente, de 1961) y la autoridad suprema sobre ese idioma es la Real Academia de la Lengua, de la que pudiera decirse parafraseando nuestro vigente lenguaje constitucional (Art. 336):

La Real Academia de la Lengua garantizará la supremacía y efectividad de las normas y principios gramaticales; será la máxima y última intérprete del castellano y velará por su uniforme interpretación y aplicación.

El significado de castellano, por supuesto, nos informa esa misma Academia, es «Natural de Castilla, región de España» y también «Perteneciente o relativo al castellano», en tanto lengua, dialecto o variedad. (En total, lo que llamamos el DRAE, herramienta fundamental de nuestros tribunales, registra 18 acepciones del término.

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El libro de Rosenblat

En la introducción de su libro Buenas y malas palabras, ya advertía el gran filólogo Ángel Rosenblat:

Si una expresión es del habla popular o familiar, tiene su legitimidad en sí misma. La manera de hablar del pueblo venezolano, o del colombiano, argentino, castellano o andaluz, debe inspirar siempre el mayor respeto. La voz del pueblo es casi siempre la voz de Dios. Pero con el habla culta, la del libro, del periódico o de la conferencia, la actitud debe ser distinta. La lengua se afina desde la escuela hasta la universidad, desde la carta hasta el libro o el periódico, desde la conversación hasta la conferencia, y el filólogo no puede de ningún modo permanecer indiferente ante el uso del lenguaje o la educación del lenguaje. La lengua popular y familiar debe tener color local, debe ser espontánea y vivaz. En cambio, la lengua culta obedece a normas generales de unidad hispánica.

Antes había explicado el título de la más famosa de sus obras: «…fue el que me sugirió Mariano Picón Salas, con cierta picardía, para mi colaboración en el «Papel Literario» de El Nacional. Desde mi punto de vista filológico no hay «malas palabras». Toda palabra, cualquiera que sea la esfera de la vida material o espiritual a que pertenezca, tiene dignidad e interés histórico y humano».

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Otra cosa es lo gramatical, la fisiología del lenguaje, su mecánica, sus reglas para combinar palabras, que son sólo los átomos de las moléculas del discurso: las oraciones, cuya composición está igualmente sujeta a la gramática («Parte de la lingüística que estudia los elementos de una lengua, así como la forma en que estos se organizan y se combinan» Diccionario de la Lengua Española).

En el plano meramente léxico, como asentara Rosenblat, si una palabra es empleada y entendida por un número apreciable de parlantes de una lengua específica entonces debe ser admitida. Desde la publicación póstuma (1916) del Curso General de Lingüística de Ferdinand de Saussure, sin embargo, se distingue entre lengua y habla: «Una de las dicotomías más importantes que realiza se da al separar el lenguaje en lengua o langue (sistema de signos) y en habla o parole (manifestación particular de ese sistema en el acto de comunicación)». (Wikipedia en Español). Es lo primero, el sistema de signos, lo que se define por un conjunto de reglas gramaticales. En castellano, por caso, es gramaticalmente incorrecto el cierre de una oración con una preposición, como sí es posible en el terrible (y preciso) idioma alemán: «Ich mache die tür mit dem schlüssel…» Hasta allí sabemos que se le va a hacer—mache, de donde proviene el inglés make—algo a la puerta (tür, door) con la llave (schlüssel), y no es sino al cierre de la oración en aufzu cuando nos enteramos de si es abrirla o cerrarla. ¡Uf! Una lengua que se construye para el suspenso.

La gramática del castellano, especialmente después del monumental trabajo de Andrés Bello, es extraordinariamente lógica* y coherente, y a eso contribuye una pronunciación consistente. Otras lenguas no son tan uniformes; para burlarse del inglés en el que escribía, George Bernard Shaw retó al público que asistía a una de sus conferencias a que pronunciara una palabra por él inventada, la que escribió en un pizarrón: ghoti. Algunos asistentes propusieron (en aproximación fonética castellana) goutigotái. Shaw les dijo que la pronunciación correcta era ¡la de fish! (pez) y argumentó: «En enough (enof, suficiente) la combinación gh suena como efe; en women (uimen, mujeres) la o se pronuncia como i, y en rationnation (reishon o neishon, ración o nación) las letras ti suenan como sh». No tenemos ese problema de inestabilidad en la pronunciación** española; tampoco lo tenemos con nuestra gramática, en la que hay sólo muy pocas excepciones a sus perfectas y muy razonables reglas.

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Las causas del cambio lingüístico son diversas; una particularmente frecuente es la de series cortas de verbos a los que corresponde un sustantivo que a su vez da origen a otro verbo. Por ejemplo, la serie promover, promoción, promocionar, o la de influir, influencia, influenciar. (Una noción relativamente reciente es la inglesa de influencer, y el diccionario aún no reconoce «influenciador», lo que no arredra a la parla ejecutiva, que simplemente opta por decirlo en inglés). Más de una vez, ese mecanismo generador arriba a vocablos tan innecesarios como feos, como en el caso de abrir, apertura y el horrible aperturar de la jerga bancaria; no se necesita este barbarismo—DRAE: Incorrección lingüística que consiste en pronunciar o escribir mal las palabras, o en emplear vocablos impropios—para abrir una cuenta de ahorros. (Para no hablar de printear en lugar de imprimir).

¿Enemigo del buen lenguaje?

Muy explicablemente, el impacto de la poderosa tecnología de la informática y sus «redes» ha sido enorme sobre ese proceso de cambio, y no siempre para bien. El periodismo es desde hace tiempo un asunto digital, y como leemos más noticias que libros bien curados—curar. Cuidar de algo, poner cuidado—estamos expuestos a los vicios de lenguaje de más de un periodista, graduado sin que alcanzara un dominio responsable del idioma en el que escribe. (A mi paso por El Diario de Caracas, me vi forzado a dictar para los redactores un «taller de castellano instantáneo», a fin de moderar sus frecuentes errores de escritura; antes, en el diario marabino La Columna, encontré periodistas jóvenes mejor formados en lenguaje).

Mencionaré unos pocos ejemplos de esta notoria y creciente falta de calidad en la escritura periodística. Del primero, repetido frecuentemente, sospecho que su causa es tecnológica. Una oración como «El ministro explicó ya la vez justificó…» debe provenir de un corrector automático con instrucciones defectuosas; lo correcto es escribir «El ministro explicó y a la vez justificó…»

Luego, está el caso de emplear adjetivos en lugar de adverbios, lo que ya ocurre desde hace décadas, bastante antes de que los correctores de celulares modificaran la escritura de algún «comunicador» que envíe sus trabajos desde su teléfono portátil. Este caso, por ejemplo: «El 19 de abril, se reunió un grupo de ciudadanos ante la Catedral de Caracas; paralelo a esto, el Alcalde Metropolitano colocó una ofrenda floral a los pies de la estatua del Libertador». Gramaticalmente hablando, estaría uno autorizado a imaginar a Antonio Ledezma acostado en perfecta alineación entre las aceras de la catedral y la plaza Bolívar. Ha debido escribirse «paralelamente a esto».

Finalmente, es redacción común algo como este ejemplo tomado de BBC Mundo:

Solecismos Se trata de la falta de sintaxis o un error cometido contra las normas del idioma. Un ejemplo:«hubieron manifestaciones tras la polémica medida tomada por el gobierno». Cuando lo correcto debería ser: «hubo manifestaciones tras la polémica medida tomada por el gobierno».

La misma fuente, al corregir la frecuente equivocación, incurre en dos errores: 1. «lo correcto» sería que escribiese «debiera» o «debiese» (formas subjuntivas) en lugar de la empleada conjugación condicional («debería») sin que la condición haya sido especificada; 2. «lo correcto» sería escribir «Un ejemplo: ‘hubieron manifestaciones tras la polémica medida tomada por el gobierno’, cuando lo correcto debiera ser ‘hubo manifestaciones tras la polémica medida tomada por el gobierno'». En este caso, el adverbio de tiempo cuando no debe iniciar una oración separada sino enlazar de seguidas a ambas oraciones, sin separarlas por un punto.

Vale la pena usar ese ejemplo para explicar la causa de la incorrección (lo que BBC Mundo no hace) en casos similares. En castellano, el verbo concuerda en número (singular o plural) con el sujeto, no con los complementos de la oración. Así, es incorrecto decir o escribir «Se ponen inyecciones» o «Se hacen viajes y mudanzas»; debe usarse «Se pone inyecciones» y «Se hace viajes y mudanzas». A tales oraciones se las conoce como cuasirreflejas, oraciones impersonales (que carecen de sujeto) con apariencia de reflejas. Una oración refleja es una en la que la acción del sujeto recae sobre sí mismo; por ejemplo, «Yo me peino», «Ella se baña». (Las inyecciones no se ponen a sí mismas). En cambio, «Hubo manifestaciones» es una oración impersonal, cuyo sujeto no existe o no está especificado, como en «Llueve». Nadie es el sujeto de esta oración, y la regla es que en las oraciones impersonales el sujeto se presuma en singular: «Llueve a cántaros» o, más claramente, «Llueve sapos y culebras», no «Llueven sapos y culebras». Uno escribe «Él comió tres arepas», con el verbo en singular aunque su complemento esté en plural, y «Ellos comieron un mango cada uno», con el complemento directo en singular y el verbo en plural para concordar en número con el sujeto.

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Hace tiempo que planeaba escribir una nota como ésta; que la hubiera postergado tanto obedece a una triste presunción de causa perdida. Los enemigos son demasiados y muy poderosos, pero me consuelan estas palabras de Mahatma Gandhi, asesinado hace setenta y dos años un día como hoy:

Mucha gente, especialmente la ignorante, desea castigarte por decir la verdad, por ser correcto, por ser tú. Nunca pidas disculpas por ser correcto, o por estar años por delante de tu tiempo. Si estás en lo cierto, y lo sabes, que hable tu razón. Incluso si eres una minoría de uno solo, la verdad es siempre la verdad.

Espero que algo de responsabilidad gramatical penetre a la mayoría de nuestros periodistas. Repitamos el artículo de fe de Ángel Rosenblat: «La lengua se afina desde la escuela hasta la universidad, desde la carta hasta el libro o el periódico, desde la conversación hasta la conferencia, y el filólogo no puede de ningún modo permanecer indiferente ante el uso del lenguaje o la educación del lenguaje. La lengua popular y familiar debe tener color local, debe ser espontánea y vivaz.*** En cambio, la lengua culta obedece a normas generales de unidad hispánica». Los profesionales de la comunicación social que maltratan nuestra lengua incurren en conducta criminal. LEA

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Quienes cursamos el bachillerato en el Colegio de La Salle de La Colina en los años cincuenta tuvimos el privilegio de contar, como profesor de Castellano y Literatura, con el pedagógico y elegante catalán Antonio Pons. Pronto captamos que cuando nos enseñaba a emplear nuestra lengua correctamente en verdad nos enseñaba Lógica.

** En el inglés estadounidense, se pronuncia arcansas cuando se menciona al río y arcansó para referirse al estado, y en ambos casos la escritura es la misma: Arkansas.

*** Rosenblat sostenía igualmente que la lengua es, como el vino, un organismo vivo; de allí que cambie.

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