Mortalidad por semana en París, Berlín, Londres y Nueva York. El pico es atribuible a la gripe. (Wikipedia en Español)

 

La más grave de las pandemias conocidas es la causada por la gripe española de 1918:

La pandemia de gripe de 1918, también conocida como la gran pandemia de gripe o la gripe española,* fue una pandemia de inusitada gravedad. A diferencia de otras epidemias de gripe que afectan básicamente a niños y ancianos, muchas de sus víctimas fueron jóvenes y adultos saludables, y animales, entre ellos perros y gatos.​ Es considerada la pandemia más devastadora de la historia humana, ya que en solo un año mató entre 20 y 40 millones de personas.​ Esta cifra de muertos, que incluía una alta mortalidad infantil, se considera uno de los ejemplos de crisis de mortalidad. (Wikipedia en Español).

Ese mismo año concluía la I Guerra Mundial, cuyas bajas también se estiman en un nivel idéntico de 40 millones. «…las estimaciones van desde 20,5 a 22 millones de muertes y alrededor de 20 a 22 millones de personal militar herido, ubicándola entre los más mortales conflictos de la historia de la humanidad». (Wikipedia). Se supone que el virus de aquella gripe entró a Francia desde los Estados Unidos cuando este país entró finalmente en esa conflagración.

En Estados Unidos la enfermedad se observó por primera vez en Fort Riley (Kansas) el 4 de marzo de 1918, aunque ya en el otoño de 1917 se había producido una primera oleada heraldo en al menos catorce campamentos militares.​ Un investigador asegura que la enfermedad apareció en el Condado de Haskell, en abril de 1918. Y, en algún momento del verano de ese mismo año, este virus sufrió una mutación o grupo de mutaciones que lo transformó en un agente infeccioso letal; el primer caso confirmado de la mutación se dio el 22 de agosto de 1918 en Brest, el puerto francés por el que entraba la mitad de las tropas estadounidenses Aliadas en la Primera Guerra Mundial.

Tal como pronosticara Winston Churchill con asombrosa exactitud, a los veinte años del Tratado de Versalles que encontrara a Alemania culpable de la «Gran Guerra», estalló una segunda pandemia política: la Segunda Guerra Mundial, que causó directamente entre 70 a 85 millones de muertes humanas.

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¿Qué sabemos de la fisiopatología de estas epidemias sucesivas? El mecanismo principal es lo que conocemos, desde justamente Alemania, como Realpolitik, o política «realista»:

Su argumento límite va así: «A mí me gustaría que las cosas fuesen de otro modo, pero mi oponente, que en la práctica es todo aquel que no me está subordinado, es una persona a quien debo entender como perpetuamente en procura del engrandecimiento de su propio poder como un fin en sí mismo, y convencido de que la base de su poder descansa sobre la amenaza y el empleo de la fuerza física o la coerción económica. Es así como estoy moralmente justificado, por autopreservación, para emplear cualquier medio de ganarle; es así como estoy moralmente obligado a ganar. Lo único inmoral es no ganar».** (Dictamen, 21 de junio de 1986).

Más simplemente, la identificación de política y lucha (por el poder), incluso por líderes que dicen guiarse por principios cristianos. (¿Mansedumbre? ¿Poner la otra mejilla? ¿Amor? ¿Caridad?).

La causa profunda de la insuficiencia política venezolana, y la de todo el mundo, es esa idea orgullosa de que los políticos son luchadores: “Al término de una extensa parábola vital, puedo decir que he sido un luchador. Desde mi primera juventud, cuando Venezuela salía de la larga dictadura de Juan Vicente Gómez, hasta comienzos del siglo xxi, mi meta ha sido la lucha por la justicia social y la libertad”. (Último discurso de Rafael Caldera). Esa comprensión de la política como arte marcial está en la raíz de nuestros problemas de sociedad; aquí y en todo el mundo. (Dos perlas, 3 de marzo de 2020).

Uno de los más famosos discursos de Rafael Caldera incluía esta declaración: «Porque yo no estoy en las alturas del poder, sino en las arenas de la lucha política». 

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El fundador de la profilaxis más común

Hay, entonces, en el genoma del virus de la Realpolitik, una sección de su ADN que es muy peligrosa, fácilmente letal, y para prevenir su mortal virulencia no basta con lavarse las manos. Es preciso erradicar la Realpolitik. «El político que piensa de ese modo, o que por lo menos enfatiza demasiado los aspectos egoísta y codicioso en la imagen que se forma del  otro, ha comenzado a ser anacrónico, y si se sustenta es sólo por la tendencia de los pueblos a que el logro de su felicidad sea al menor costo posible. Una revolución, un cambio repentino, es recurso que los pueblos preferirían no emplear. Por eso se sostiene el político de la Realpolitik. Porque sería preferible, en vista de lo profundo de los cambios que hay que hacer, que el relevo en el mando se hiciera gradualmente, para no añadir un cambio más. Es por tal razón que los pueblos esperan, primero, que sus gobernantes aprendan y entiendan, que sus gobernantes resincronicen y favorezcan los cambios. A menos que sus gobernantes decidan no cambiar, y entonces también todo el pueblo se pasa, por un trágico momento, al bando de la ‘política realista’. También le ocurre a los pueblos que en ocasiones se sienten moralmente obligados a ganar por todos los medios». (De la Introducción a Dictamen).

Los pueblos se agitan en esta época de peligrosa amplificación de la lucha por el poder. Además de las armas nucleares, hay hoy en día la muy poderosa epidemia informática, una de cuyas cepas más virulentas responde al nombre de fake news, y una técnica poderosamente aumentada de guerra biológica.

En Kalki o El futuro de la Civilización, Sri Radhakrishnan (…) discutía el fundamento ético del protocolo de Ginebra que proscribe el empleo de gases y armas bacteriológicas (1925) en los conflictos bélicos. No le parecía consistente que fuera permitido achicharrar a decenas de personas con bombas incendiarias o que fuese comme il faut atravesar el cerebro de alguien con una bayoneta, mientras se consideraba un atentado contra la urbanidad de la guerra el uso de un gas venenoso. Para Radhakrishnan esto equivalía a criticar a un lobo “no porque se comiese al cordero, sino porque no lo hacía con cubiertos”. Es decir, opinaba que el protocolo de Ginebra no era otra cosa que un ejercicio de hipocresía típicamente occidental. (Carta Semanal #38 de doctorpolítico, 29 de mayo de 2003).

En el fondo de todo, es la insatisfacción popular con los resultados de la política como lucha lo que ha convertido en pandémica la protesta social, la extensión global de la protesta. Así lo registra hace cinco días este gráfico de la epidemia protestaria publicado en The Economist:

 

Epidemiología de la protesta

 

Seis años antes del año inicial registrado en el gráfico, se advertía:

¿Es que podemos afirmar que falta mucho para que ocurran “caracazos” a escala planetaria, continental o subcontinental? ¿Podemos decir que son imposibles? Por más que avancen las tecnologías del poder, el poder último es el de la humanidad, que perfectamente puede manifestarse en alteraciones del orden público a escala del mundo, como la misma tierra parece alterar el clima, la marcha de los océanos, el vulcanismo, en reclamo por nuestras agresiones. Pobladas simultáneas en las principales ciudades suramericanas tendrían efectos tan drásticos y extensos como los del Niño. (La crisis como antifaz – Carta Semanal #42 de doctorpolítico, 26 de junio de 2003).

La virología política ha logrado determinar el segmento peligroso en el ADN del virus de la Realpolitik, la fracción nucleica que se conoce como ideología: «La ideología fue para la vida pública lo que un buen arranque de cólera es a la vida privada: consigue resultados. Y, como la cólera, puede también tener desagradables efectos colaterales, tales como la multiplicación de las inútiles antipatías generalizadas». (Kenneth Minogue, Alien Powers: The Pure Theory of Ideology, 1985). El virólogo Jean-François Revel describió sus más prominentes aspectos fisiopatológicos:

Contemplemos la cuádruple función de la ideología: es un instrumento de poder; un mecanismo de defensa contra la información; un pretexto para sustraerse a la moral haciendo el mal o aprobándolo con una buena conciencia; y también es un medio para prescindir del criterio de la experiencia, es decir, de eliminar completamente o de aplazar indefinidamente los criterios de éxito o fracaso. (El conocimiento inútil).

¿Aceleradores patógenos? «Líderes» como Trump, Johnson, Bolsonaro, Le Pen, Kim Jong-un, bin Salman, Maduro, Guaidó…

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El pueblo de Venezuela, los pueblos de todo el mundo, deben darle la espalda a los «luchadores políticos», pues podemos hacer cosas más constructivas. Hacia el final de Recurso de Amparo (14 de julio de 2015) se ponía:

Naturalmente, algunas cosas positivas vendrán de la mera omisión de lo negativo. La erradicación instantánea, por ejemplo, del abuso comunicacional del Ejecutivo Nacional actual y del estilo pugnaz y condenatorio en la retórica de los altos funcionarios del Estado. Un tratamiento respetuoso de nuestros empresarios, de nuestros universitarios, de nuestros obreros, de nuestros científicos, junto con la inmediata mejora del clima nacional, restañaría significativamente la hemorragia de la dolorosa emigración de nuestros talentos. Lo económico es en gran medida climático, y el solo hecho de la cesación de lo malo actual, del cambio de rumbo y de estilo, producirá efectos beneficiosos. Entonces escamparía.

La esperanza renacería, y con ella la energía necesaria para acometer metas ambiciosas. El país debe ser estimulado para que responda con su ingenio y su trabajo en pos de direcciones no tradicionales; es preciso encontrar actividades económicas distintas de la industria petrolera, pues necesitamos entrar en la economía del futuro, distinta de la mera extracción que es lo característico de una economía primaria, otra cosa que nuestra propia estimulación del calentamiento global. Es la marca de los tiempos la expansión indetenible de las actividades informáticas en la Internet o las de ingeniería genética; en actividades como ésas, en la nueva economía—ver New Rules for the New Economyde Kevin Kelly—siempre habrá espacio, siempre será posible, como demostró Irlanda, saltar de una economía tradicional a lo más adelantado.

Esa audacia es necesaria; esa audacia será bienvenida por los venezolanos, que queremos reto y acicate. Nada hay en nuestra composición de pueblo que nos prohíba entender el mundo del futuro. Venezuela tiene las posibilidades, por poner un caso, de convertirse, a la vuelta de no demasiados años, en una de las primeras democracias electrónicamente comunicadas del planeta, en una de las democracias de la Internet. En una sociedad en la que prácticamente esté conectado cada uno de sus hogares con los restantes, con las instituciones del Estado, con los aparatos de procesamiento electoral, con centros de diseminación de conocimiento. No es imposible que en el año 2015 el venezolano promedio tenga un nivel de conocimientos equivalente a una licenciatura de estudios generales. La educación primaria garantizada estaba bien para el país de Guzmán Blanco. A comienzos del siglo XXI los venezolanos todos deberíamos disponer de una educación superior. (En El mes de Janoreferéndum #11, 21 de enero de 1995. Digamos ahora, luego del tiempo perdido, en 2035).

Actuemos antes de que sea tarde. Alcemos nuestra voz referendaria para mandar en vez de protestar, ante la reiterada y peligrosísima convocatoria a «luchar» de un liderazgo obsoleto, que sólo atina a empeorar localmente la pandemia política mundial. LEA

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Recibió el nombre de gripe española porque la pandemia ocupó una mayor atención de la prensa en España que en el resto de Europa, ya que no estaba involucrada en la guerra y por tanto no se censuró la información sobre la enfermedad. Aunque el origen del virus se acepta que fue Estados Unidos—fue el 4 de marzo de 1918 en Camp Funston, uno de los campamentos militares establecidos en Kansas tras el comienzo de la I Guerra Mundial donde se registró el primer caso—, un estudio de 2014 indica que el origen de una de las cepas letales del virus pudo estar en Madrid. (Wikipedia en Español).

** Durante esta entrevista llegué a pensar que Álvarez Paz, quien mostraba cierta renuencia a aceptar la totalidad de mis planteamientos, pudiera estar convencido de la indignidad del gobierno de Luís Herrera. Así se lo pregunté. Fue la primera vez que Oswaldo Álvarez Paz me dijera: “Lo único inmoral es no ganar”. (Krisis – Memorias Prematuras, 1986).

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