En Domingo de Resurrección

 

A Demetrio y Nazario

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La primera ópera que escuché por completo en mi vida fue Cavalleria rusticana, de Pietro Mascagni. Mi tío materno, Edgar Corothie Chenel, era más cultor de ópera que de música sinfónica, y una tarde de 1958 preparó una doble tanda que empezó por la nombrada y concluyó con Pagliacci, de Ruggiero Leoncavallo. Ambas óperas, más bien breves, habían sido grabadas por RCA Victor, convenientemente, en un solo álbum, así que mi tío presentó la doble audición como algo natural. Ambas, por otra parte, confiaban el papel de tenor principal a Jussi Bjoerling, la voz de titanio que era la favorita de mi tío y pronto sería la mía. Si bien creo que Payasos es mejor ópera que Caballerosidad rústica, me sobrecogió esa tarde tempranera un particular número de ésta: el coro de Pascua Innegiamo, il Signor é risorto. (La acción de la obra de Mascagni transcurre en Domingo de Resurrección). Éstos son sus versos:

Inneggiamo, il Signor non è morto! Ei fulgente ha dischiuso l’avel, inneggiamo al Signore risorto oggi asceso alla gloria del Ciel! (Cantemos himnos, ¡el Señor no ha muerto! Radiante ha abierto la tumba, cantemos himnos al Señor resucitado, ascendido este día a la gloria del Cielo).

Y acá está precisamente ese hermosísimo trozo en las voces que oí aquella tarde, acompañadas de la Orquesta RCA Victor y la Coral Robert Shaw bajo la dirección general de Renato Cellini. (La voz de mezzosoprano que se escucha sobre el coro es la de Margaret Roggero, quien cantó la parte de Mamma Lucia).

 

Franco Zeffirelli llevó Cavalleria rusticana al cine en 1982. He aquí la escena del Himno de Pascua, gracias a YouTube, con un sonido muchísimo mejor que el de RCA Victor hace casi setenta años, y un realismo y amplitud visual como es imposible lograr en el más grande de los teatros:

 

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Mi tío Edgar estuvo entre los invitados a mi casamiento con Cecilia Ignacia Sucre Anderson, a quien preguntó con su proverbial imprudencia: «¿A ti te gusta la ópera?» Nacha reaccionó monosilábicamente: «No», y su tío político, a quien acababa de conocer, sentenció más imprudentemente aún: «Le doy seis meses a este matrimonio». Dentro de dieciséis días cumpliremos 41 años de casados, y Edgar Corothie, químico y melómano, quien me abriera las puertas operísticas, ha fallecido hace tiempo. Ojalá, como il Signor, resucite el Día del Juicio Final. LEA

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Una invitada especialísima, madrina del matrimonio de mi señora y yo, Gisela Marrero Santana, y por razones distintas a las de Edgar, apostó una caja de champaña a que la duración de la pareja de casados no pasaría de seis meses. Aún no ha pagado ni un botellón de Coca-Cola.

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