Hace tres décadas para Maracaibo

 

Hace exactamente treinta años de que el diario La Columna, exitosamente posicionado como el diario metropolitano de Maracaibo, recibiera el Premio Nacional de Periodismo.* En La erección de una columna nueva (27 de junio de 2010), se lee:

…el 27 de junio de 1990, el diario La Columna (Maracaibo) ganaba el Premio Nacional de Periodismo a escasos nueve meses de su reaparición. Entre los otros candidatos al galardón se encontraban El Nacional y el periódico que entonces era todavía “el decano de la prensa nacional”, La Religión, que cumplía un siglo de existencia. La Columna había sido cerrado por su dueño, la Arquidiócesis de Maracaibo, en junio de 1988, y volvió a la vida el 8 de septiembre de 1989, coincidiendo con la fecha convencionalmente aceptada como la de la fundación de la ciudad. En un patio dominado por la presencia de Panorama, la hegemonía informativa de este periódico nunca había sido quebrada por otro diario; ni La Columna, que era más antigua, ni El Diario de Occidente, ni Crítica, ni El Nacional de Occidente, ni El Zuliano, habían podido hacer mella en un cuasi-monopolio que decidía el mundo que existiría oficialmente para los zulianos: el registrado en las páginas de Panorama. Pero La Columna nueva ya alcanzaba en febrero de 1990, a cinco meses de su reaparición, una circulación pagada que superaba la de ese periódico en unos seis a nueve mil ejemplares diarios en la ciudad de Maracaibo; en abril alcanzaba (en siete meses) el punto de equilibrio entre costos de operación e ingresos por publicidad (USA Today se conformaba con lograr esa meta en cuatro años) y en junio no hubo más remedio que reconocer su increíble proceso con el premio máximo del periodismo nacional.

Como es usual, la noticia se supo con antelación; así puede colegirse de la muy generosa carta que quince días antes me hiciera llegar Paúl Villasmil, el inteligente publicista y promotor marabino que apoyó calurosamente el proceso de relanzamiento y su consolidación. Hela aquí reproducida:

Maracaibo es mi segunda patria chica y más todavía. Acabo de contar a Marlene Nava, veterana profesional del periodismo a quien me cupo el honor de contratar, lo siguiente:

Para la operación de distribución, creé Distribuidora Onda y nombré a [Orlando] Espina como su Gerente. Él no podía creer que también le adjudicara, como parte de su contrato, y además de un sueldo que no esperaba, 30% de las acciones de esa empresa. Esto es, se sentaba en la misma asamblea de accionistas al lado de Monseñor Roa Pérez. Tal vez por eso vino un día a anunciarme que había propuesto en una reunión de guajiros—el padre de Orlando había sido vendido como esclavo a los tres años de edad—que se me tuviera como guajiro honorario, lo que me llenó de orgullo.

En mi trayectoria profesional no hay nada que pueda igualar la satisfacción de haber trabajado en La Columna, apoyado por gente competentísima mayormente joven.** Cerré la entrada mencionada al comienzo con una tajante convicción: «La Columna (…) fue—todavía lo es—el mejor periódico que se haya hecho en Venezuela». LEA

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Se me ofreció el cargo de Editor Ejecutivo de La Columna, comenzando el 1º de enero de 1989, a raíz de un memorándum mío (luego de una visita a Maracaibo) que convenció a Gómez López y López Castillo, la pareja bancario-episcopal que tanto gravitó sobre el subsiguiente destino del periódico. Proposiciones conceptuales previas, incluyendo una tuya y otra de Rodolfo Schmidt, no tuvieron la misma persuasividad estratégica. En ese memorándum, de diciembre de 1988, me atreví a pronosticar el Premio Nacional de Periodismo en no más de dos años, indicando que mi propensión al atrevimiento me inducía a imaginarlo en el primer año. Esta premonición resultó ser acertada. (En contestación a comentario de Víctor Suárez a La erección de una columna nueva).

** Casi toda la plantilla de periodistas había egresado de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Zulia. El premio, por tanto, fue en gran medida para esa institución y su principal maestro, Sergio Antillano, de quien todos se expresaban con veneración.

La gente del periódico, por supuesto, fue el factor principal, la columna de La Columna. Una decena de periodistas jóvenes, recién egresados de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Zulia—donde recibieron conocimiento y guía ética de profesores que incluyeron al legendario Sergio Antillano—conformó el equipo inicial, que el éxito permitió complementar luego con unos pocos más: Jesús Urbina Serjant, Lilia Montero, Carlos Caridad, Marco Tulio Socorro, Patricia Rincón, Vinicio Díaz, Judith Martorelli y los fotógrafos Gustavo Bauer y Fernando Bracho, un grupo al que se unían Paola Badaraco, Mayra Chirino y María Angélica Dávila desde la corresponsalía que se abrió en Caracas y, en Maracaibo mismo, Lucía Contreras, Sarita Chávez, Marlene Nava y Celalba Rivera. Con la excepción de unos muy pocos veteranos—como Francis Blackman, en deportes—La Columna de 1989-1990 fue la obra de jóvenes. Fueron ellos quienes hicieron el primer periódico venezolano compuesto íntegramente en computadores, desde la redacción, pasando por el diseño y la diagramación que comandaba el arquitecto Juan Bravo Sananes, hasta la impresión de planchas generadas mágicamente por máquinas RIB computarizadas y colocadas en la Color Press (que no imprimía color) que dirigía Mario Ojeda». (La erección de una columna nueva).

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Enlace para descargar en formato pdf material enviado a Marlene Nava en Maracaibo el 11 de este mes de junio de 2020: La Columna 1989-90

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