El húngaro llega a consolarnos

 

El país, que sufre agudos dolores y privaciones, está atrapado en la tenaza de la perniciosidad del gobierno y la incompetencia de la oposición, mientras ambos se pegan mutuamente etiquetas en las solapas: ¡Dictadura! ¡Fascismo! Pobre país.

Etiqueta negra, 11 de abril de 2016

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Éstos son tiempos de intenso dolor venezolano, por consiguiente apropiados para el consuelo, y si algo tiene virtud balsámica es la bella música de sustancia noble. He aquí cuatro piezas que pueden causar en nosotros el efecto deseado.

Primeramente, una de las piezas que Franz Liszt llamó Consolaciones, la más hermosa y famosa de ellas, la #3 en Re bemol mayor. Es Peter Katin el ejecutante de esta interpretación:

 Consolación #3

Luego, propongo que escuchemos el coro que cierra el Requiem de Gabriel Fauré. Entre las misas de difuntos que conozco, éste es el único que concluye en nota optimista, pues su número final se llama In Paradisum. (En el Paraíso, y no precisamente el de la Cota 905 de Caracas). Está a cargo del Coro del King’s College de Cambridge:

 In Paradisum

A continuación, escuchemos el tema sereno de Tod und Verklärung (Muerte y transfiguración) de Richard Strauss. «La música representa la muerte de un artista. A petición de Strauss, ésta se describe en un poema por el amigo del compositor Alexander Ritter como una interpretación de la Muerte y Transfiguración, después de que fuera compuesta. Mientras yace moribundo, pensamientos de su vida pasan por su cabeza: la inocencia de su infancia, las luchas de su hombría, la consecución de sus metas mundanas; y al final, recibe la ansiada transfiguración ‘del alcance infinito de los cielos'». (Wikipedia en Español). Esta versión es de la Orquesta Filarmónica de Berlín, bajo la batuta de Herbert von Karajan:

 Muerte y transfiguración

Por último, Eugene Ormandy dirige a la Orquesta de Filadelfia en la primera de las Danzas Sinfónicas de Sergei Rachmaninoff: Non allegro. Comienza con un motivo melancólico en las maderas, contrapuesto a rápidas ráfagas de los violines, para dar paso a la música más enérgica y poderosa que compusiera el ruso—¿simbolizará nuestra protesta?—, seguida de un tema de gran belleza, expuesto inicialmente por un saxofón. Luego retoma el discurso en voz alta, airada y explosiva. Esto sucede hasta que emerge, justamente a los diez minutos del inicio, uno de los temas más hermosos que inventara «el hombre que sudaba melodías». Rachmaninoff no lo emplea sino allí, brevemente, pero su emergencia logra calmar la violencia general de la composición, que concluye apaciblemente.

 Non allegro

Cerré una entrada musical del año pasado—Partitura del Pueblo, 4 de agosto de 2019—con estas palabras:

Eso sí es una ruta: la del Pueblo de Venezuela, que debe hablar desde la belleza de su supraconstitucionalidad, desde la seguridad de su fuerza, que no requiere violencia o insulto, que no necesita condenar sino mandar serenamente, lo que es ciertamente preferible a protestar o execrar.

(Invito a la consulta de otra entrada de este año: Los propios venezolanos, 7 de julio de 2020). LEA

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