A una prole de excepción
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El gran repositorio documental que es YouTube preserva un discurso excepcional de un orador que fue siempre excepcional. Así lo presenta:
A un mes del 4 de febrero de 1992, Rafael Caldera enfrenta a partidarios de los militares alzados en un foro en el que participó en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela. Invitado por el rector Luis Fuenmayor y compartiendo el escenario con Andrés Velázquez, Caldera ataca al militarismo, a la tesis del gendarme necesario, al Cesarismo Democrático y hace una defensa de la institucionalidad democrática.
Dice el presidente Caldera que la culpa no la tiene la democracia sino los dirigentes que han abusado de ella para su provecho personal e insiste en que hay salida democrática y tenemos que luchar por ella.
«Traicionaría mi vida si viniera aquí por acto de demagogia a instarlos a ustedes a realizar acciones insurreccionales», dijo en esa ocasión ante una UCV a la que volvía después de muchos años, desde antes de haber ejercido la presidencia por primera vez.
Sobre el impresionante discurso de Rafael Caldera Rodríguez, Senador Vitalicio, en el Congreso de la República el 4 de febrero de 1992, puse en Las élites culposas:
Caldera estaba diciendo, valientemente, la verdad. Más valientemente continuó: “Es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia, cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer y de impedir el alza exorbitante en los costos de la subsistencia; cuando no ha sido capaz de poner un coto definitivo al morbo terrible de la corrupción, que a los ojos de todo el mundo está consumiendo todos los días la institucionalidad… El golpe militar es censurable y condenable en toda forma, pero sería ingenuo pensar que se trata solamente de una aventura de unos cuantos ambiciosos que por su cuenta se lanzaron precipitadamente y sin darse cuenta de aquello en que se estaban metiendo”. Tenía razón, como lo hemos comprobado los venezolanos hasta la saciedad. Cuatro días después del primer levantamiento militar de 1992, el diario El Nacional publicó un artículo firmado por Manuel Alfredo Rodríguez, llamado sencillamente “Caldera”. En éste expuso: “El discurso pronunciado por el Maestro Rafael Caldera el 4 de febrero, es un elevado testimonio de patriotismo y un diáfano manifiesto de venezolanidad y humanidad. Pocas veces en la historia de Venezuela un orador pudo decir, con tan pocas palabras, tantas cosas fundamentales y expresar, a través de su angustia, la congoja y las ansias de la patria ensangrentada”. Y para que no cupieran sospechas aclaró: “Nunca había alabado públicamente a Rafael Caldera, aunque siempre he tenido a honra el haber sido su discípulo en nuestra materna Universidad Central. Nunca he sido lisonjero o adulador, y hasta hoy sólo había loado a políticos muertos que no producen ganancias burocráticas ni de ninguna otra naturaleza. Pero me sentiría miserablemente mezquino si ahora no escribiera lo que escribo, y si no le diera gracias al Maestro por haber reforzado mi fe en la inmanencia de Venezuela”. Nada menos que eso después de declarar: “La piedra de toque de los hombres superiores es su capacidad para distinguir lo fundamental de lo accesorio y para sobreponerse a los dictados de lo menudo y contingente. Quien alcanza este estado de ánimo puede meter en su garganta la voz del común, y mirar más allá del horizonte”.
Pero todavía hay hoy contradictorios cobradores de muy escasa inteligencia política:
La misma fauna que cobra odiosamente a Caldera sus palabras, aplaude en Facebook éstas de Nelson Mandela: “La libertad es inútil si la gente no puede llenar de comida sus estómagos, si no puede tener refugio, si el analfabetismo y las enfermedades siguen persiguiéndole”.
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La compañera de ese hombre plenamente excepcional fue, ella misma, una dama excepcional.
La prole que nos legaron—Mireya Alicia, Rafael Tomás, Juan José, Alicia Elena, Cecilia Antonia, Andrés Antonio—es asimismo excepcional. No podía ser de otra manera.
He dejado constancia de esta inconmovible opinión:
De los Caldera Pietri puedo afirmar lo mismo que dije de los hermanos Sucre-Eduardo—Andrés, el mayor de éstos, firmó con Caldera el acta fundacional de COPEI el 13 de enero de 1946—en el prólogo a Alicia Eduardo: Una parte de la vida (Fundación Empresas Polar), el libro de mi esposa sobre sus abuelos paternos:
La nobleza, la solidaridad, la discreción, la alegría, el sentido de realidad, la noción del deber ineludible, la paciencia, el respeto del prójimo y lo ajeno, el espíritu de cuerpo, la seriedad, (…) la falta de pretensión y una orientación práctica y desenredada hacia la vida, son rasgos comunes a los Sucre Eduardo, y esa múltiple conjunción, reiterada doce veces, sólo puede explicarse en la labor paternal y maternal de Andrés y Alicia.
Los Caldera-Pietri sólo se explican a partir de la labor familiar de Rafael Caldera y Alicia Pietri, y su excelencia es la cosecha de su séxtuple siembra.
Siempre estaré agradecido de su amistad. LEA
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