Ni siquiera la figura política paterna de Hugo Chávez, Fidel Castro, derramó sus bendiciones sobre la intentona del 4 de febrero de 1992; todo lo contrario, se apresuró a mandar a Carlos Andrés Pérez una clarísima misiva para apoyarlo. En ella dijo: “Confío en que las dificultades sean superadas totalmente y se preserve el orden constitucional, así como tu liderazgo al frente de los destinos de la hermana República de Venezuela”. Chávez tampoco “despertó simpatías” en Cuba, al menos en ese momento; éstas vendrían después, con la ayuda petrolera y lo obsecuente del chavismo con su propia dictadura.
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El diario El Nacional trae hoy un artículo del periodista—hoy cantante—Grant Torres, que asegura por el título conocer del Caracazo (27 y 28 de febrero de 1989) la historia de un plan orquestado que destruyó a Venezuela. Así expone al comienzo:
Más de 30 años han transcurrido desde que el gobierno de Carlos Andrés Pérez se tambaleó por el Caracazo. La gente rechazaba una serie de medidas bautizadas como el Paquetazo y eso desencadenó un estallido social. Hasta ahí la historia oficial suena lógica y coherente. Pero hay suficientes indicios que dejan entrever que todo pudo tratarse de un plan diseñado por los sectores más radicales de la izquierda nacional e internacional, encabezada por Fidel Castro.
Las medidas económicas que mayor impacto tuvieron y que habrían generado el estallido fueron el alza en el precio del combustible y el incremento en el valor del pasaje del transporte público. No obstante, en los periodos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro los problemas de los venezolanos se han agravado con creces y ha quedado demostrado en estos años, que ese tipo de protestas masivas en Venezuela no es algo que pueda surgir espontáneamente, sin una convocatoria abierta que haga un llamado a salir a las calles.
Permítaseme bautizar sucinta y groseramente (en inglés) tales afirmaciones: bullshit. Las «informaciones» incontrovertibles que aduce no pasan de ser alegatos hipotéticos. Por ejemplo:
De acuerdo con la información publicada por la periodista Milagros Socorro, el general de División Manuel Heinz Azpúrua, entonces Jefe del Comando Estratégico del Ejército situado en Caracas, —antes fue jefe de la Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención— consideró que las acciones fueron ocasionadas por grupos interesados en generar caos, quienes habrían iniciado los disturbios pero no pudieron controlar lo que pasó después, ya que a su juicio el control fue a parar a manos de la delincuencia. En su opinión el 27 de febrero estuvo vinculado con el golpe de Estado de 1992. (…) También hay testimonios que aseguran que Fidel Castro estuvo detrás de lo ocurrido el 27 de febrero y los sucesivos días, repartiendo armas y colocando francotiradores para generar un ambiente de confusión y desorden generalizado. El excomandante del Ejército de Venezuela Carlos Julio Peñaloza dio fe de ello, en una entrevista concedida al diario El Nuevo Herald, señaló que durante la toma de posición del presidente Carlos Andrés Pérez el 2 de febrero de 1989, Fidel Castro aprovechó su visita al país para preparar la insurrección con civiles y militares adeptos a la dictadura cubana, y se habrían introducido «numerosas cajas que contenían armas», señaló Peñaloza.
Bullshit. Para esa venida de Fidel Castro, fue justamente Milagros Socorro una de las casi mil firmas al pie de un manifiesto* publicado justamente en El Nacional el 1º de febrero de 1989 (y dos días más tarde en el diario 2001). Entre otras cosas, los «manifestantes», declaraban que Castro era «una entrañable referencia en lo hondo de nuestra esperanza». Y acerca del general Peñaloza, véase en este blog su modo de «razonar» en Horror vacui (25 de noviembre de 2012).
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No había entonces en Venezuela, como tampoco ahora, ninguna organización de las «más radicales de la izquierda nacional» que tuviera la capacidad de desatar y coordinar desórdenes públicos a la escala del Caracazo. A lo sumo, en dos o tres barrios. En cabezas ineducadas como la de Torres no cabe sino la interpretación conspirativa, pues ignoran cosas como la teoría del caos o la más general de la complejidad.
Naturalmente, ciertos episodios caóticos pueden tener consecuencias lamentables en magnitudes enormes. Los acontecimientos del 27 y el 28 de febrero de 1989, por ejemplo, son más fácilmente comprensibles si se les interpreta como un caso de proceso caótico, antes que como resultado de una acción subversiva intencional. En muchos sistemas físicos la transición de una fase ordenada a una fase caótica se produce al aumentar la magnitud de algún parámetro, la velocidad, por ejemplo. En el caso del más reciente crash del mercado de valores de Nueva York (octubre de 1987), ese parámetro ha podido ser la mayor velocidad de transmisión de datos que se había logrado luego de la completa computarización de las transacciones. El 27 de febrero de 1989 pudo observarse la propagación de la avalancha desde Guarenas, exacerbándose por la transmisión del evento a través de los medios de comunicación social, pero también a través de una cadena informal de transmisión de información: los mensajeros motorizados, que exhiben desde hace mucho una rápida solidaridad de conducta y que fueron propagando el descontento desde Guarenas a Petare, de allí a Chacaíto, a la estación del Metro en Bellas Artes, y así sucesivamente.
En contraposición a estas posibilidades caóticas, los sistemas sociales aprenden y se autorganizan. A pesar de la larga acumulación de tensiones sociales en el país, el apagón masivo del sistema eléctrico venezolano del pasado 29 de octubre no condujo a disturbios dignos de ser mencionados. La ciudadanía intuyó tal vez que los disturbios, de producirse, proporcionarían un pretexto para la toma del poder político por autoridades militares. La comunicación telefónica sirvió esta vez para generalizar la impresión de que se estaba frente a la preparación de un golpe de Estado: la conciencia política lograda en estos últimos años de tanto sufrimiento social evadió la posible trampa. (Los rasgos del próximo paradigma político referéndum #0, 1º de febrero de 1994).
Algo más en abono de esta interpretación (en Para pensar la política, 15 de agosto de 2012):
Un rasgo fundamental y definitorio de los sistemas complejos es su “sensible dependencia de las condiciones iniciales”. Esto es, que una pequeña variación en el inicio de un proceso complejo puede conducir a un futuro muy diferente. (“¿Desata el aleteo de una mariposa en Brasil un tornado en Texas?”, preguntaba en discurso de 1972 el meteorólogo Edward Lorenz, que ya en 1959 se había topado con esa sensibilidad esencial de los sistemas complejos). ¿Quién sabe si la señora que encendió la airada protesta por el costo del pasaje de autobús en Guarenas, el 27 de febrero de 1989, había recibido abuso del marido la noche anterior? Si Carlos Andrés Pérez no hubiera accedido a su segundo gobierno en acto fastuoso que parecía una coronación, poco antes de apretar el cinturón del pueblo ¿habría reaccionado la psiquis de los caraqueños de la misma forma al aumento de ese costo?
Las condiciones iniciales del Caracazo son irrepetibles. Desde entonces, el precio del transporte público urbano e interurbano ha aumentado en innumerables ocasiones, sin que por ello se haya suscitado una agitación ciudadana tan terrible como la de aquel febrero, cuando las abejas humanas de la urbe del Ávila se africanizaran.
(…)
Una política que no esté a la vez abierta y conectada a una percepción tan amplia y elevada como ésa, que no abreve de la ciencia y se conforme con catecismos resumidos de unas “humanidades” clásicas, no puede aspirar a entender la sociedad contemporánea, mucho menos guiarla. El intento de entrar al futuro con los lentes de Ezequiel Zamora puestos, o aun las gafas de un personaje tan visionario como Simón Bolívar, sólo puede desembocar en reflujo, en retroceso. No bastan, para enfrentar las complejísimas condiciones de una sociedad de hoy—la nuestra ya se compone de veintinueve millones de personas—un bagaje de retórica y la elección de un enemigo.
La pieza de Torres no puede afirmar que «ha quedado demostrado en estos años, que ese tipo de protestas masivas en Venezuela no es algo que pueda surgir espontáneamente, sin una convocatoria abierta que haga un llamado a salir a las calles». No ha quedado demostrado nada. Demostrar es, para el Diccionario de la Lengua Española (segunda y cuarta acepciones): «2. Probar, sirviéndose de cualquier género de demostración. 4. Mostrar, hacer ver que una verdad particular está comprendida en otra universal de la que se tiene entera certeza». En «estos años» no ha habido, por más que ciertos liderazgos opositores lo hayan intentado muchas veces, nada que se compare a la escala del Caracazo.
El Caracazo no «destruyó a Venezuela»; más dañinas han resultado ser las sanciones del extranjero que «patriotas» como Juan Guaidó o María Corina Machado han solicitado y saludado.
Sr. Torres: ocúpese del canto a dedicación exclusiva. LEA
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* Nosotros, intelectuales y artistas venezolanos al saludar su visita a nuestro país, queremos expresarle públicamente nuestro respeto hacia lo que usted, como conductor fundamental de la Revolución Cubana, ha logrado en favor de la dignidad de su pueblo y, en consecuencia, de toda América Latina. En esta hora dramática del Continente, sólo la ceguera ideológica puede negar el lugar que ocupa el proceso que usted representa en la historia de la liberación de nuestros pueblos. Hace treinta años vino usted a Venezuela, inmediatamente después de una victoria ejemplar sobre la tiranía, la corrupción y el vasallaje. Entonces fue recibido por nuestro pueblo como sólo se agasaja a un héroe que encarna y simboliza el ideal colectivo. Hoy, desde el seno de ese mismo pueblo, afirmamos que Fidel Castro, en medio de los terribles avatares que ha enfrentado la transformación social por él liderizada y de los nuevos desafíos que implica su propio avance colectivo, continúa siendo una entrañable referencia en lo hondo de nuestra esperanza, la de construir una América Latina justa, independiente y solidaria.
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