Antes he reconocido que aprecio a PRODAVINCI y sus publicaciones. Por ejemplo, he escrito: «Prodavinci, un sitio web que visito con frecuencia pues usualmente trae trabajos de calidad». (En La conspiración de los holgazanes, 1º de marzo de 2018). Por cierto, ayer anunció que el sitio había ganado el Premio Rey de España 2022 por la investigación «La promesa rota».
Hoy ha llamado mi atención un trabajo publicado allí y firmado por Ricardo Tavares Lourenço, que titulara «Se buscan* filósofos para la era cibernética». Al presentar su contenido, declara que se trata de la reseña de «un libro de reciente aparición y editado por la Fundación Centro Gumilla y la editorial ucabista abediciones (diciembre de 2021): Pensar comunicaciones hoy. Tendencias y atributos». Así declara al inicio:
Los historiadores tradicionalmente han denominado a nuestra era como contemporánea, la cual abarca desde la Revolución francesa hasta nuestros días. Es hora de considerar que estamos ante otra era de la historia del hombre, que proponemos aquí denominar cibernética, puesto que desde la aparición de la computación, y con ella internet, nuestras relaciones humanas, la construcción y difusión del conocimiento, los conflictos bélicos, el entretenimiento, el comercio y la economía, las telecomunicaciones, la educación, los deportes, la infraestructura, la salud, el turismo, la diplomacia, los lenguajes, las artes, la exploración espacial, la política, la ecología, la religión, entre otros tantísimos campos, han cambiado radicalmente.
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Bueno, en mayo de 1994, hace casi veintiocho años, dije lo siguiente:
Cuando aprendíamos Historia Universal en la escuela primaria nos enseñaban a dividirla en dos eras, la Prehistórica y la Histórica, y a dividir a la vez a ésta en cuatro edades: Antigua, Media, Moderna, Contemporánea. Pues bien, es tiempo de que tomemos conciencia de que estamos, no ya cerrando un siglo, no ya cerrando un milenio y abriendo otro, sino en el mismo comienzo de una nueva edad de la historia, la que me atreveré, en este auditorio de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad del Zulia, a bautizar con un nombre: la Edad Compleja.**
Este último párrafo pertenece a la disertación inaugural del coloquio El comunicador necesario, evento organizado en Maracaibo para conmemorar los primeros treinta y cinco años de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad del Zulia. Se me había pedido que disertara sobre esta disyuntiva: La formación del comunicador – ¿Generalista o especialista?
También señalé:
En el espacio del que dispongo destacaré solamente dos de los múltiples rasgos de la época actual, de este cierre y esta apertura de siglo y de milenio, que en particular me parecen pertinentes al dilema que se me ha encomendado comentar.
El primero de estos rasgos tiene una relación muy directa y esencial con los objetivos de una escuela de Comunicación Social, y es que estamos asistiendo a una brusca expansión del tejido nervioso societal, que no es otro que el tejido comunicacional: satélites, computadoras, módems y telefacsímiles, sensores remotos, fibras ópticas, telefonía celular, medios de almacenamiento compactos y compresión de la información.
Así como la embriología comparada muestra cómo es que el desarrollo de un sistema nervioso progresivamente cefalizado es el signo del crecimiento y humanización de la conciencia, así el desarrollo de la esfera comunicacional, a escalas inéditas de planetización, introduce toda una mutación histórica cualitativa y cuantitativamente insólita, por lo que no sé qué mosca ha llevado a Fukuyama a declarar el fin de la historia. Ahora es cuando la historia verdaderamente comienza.
Por un lado, pues, este desarrollo de las redes de comunicación a escalas imprevistas—salvo para algunos observadores privilegiados como Pierre Teilhard de Chardin—determina una situación radicalmente nueva y exige la presencia de un comunicador que se entienda a sí mismo como miembro de una función planetaria.
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Al año siguiente de esa conferencia, redactaba y juraba públicamente—el 24 de septiembre de 1995 a través de los micrófonos de Unión Radio—el Codigo de Conducta que desde entonces y hasta el día de hoy ha regido mi comportamiento político. Su séptima estipulación reza:
7. Reconoceré según mi conocimiento y en todo momento la precedencia de aquellos que hayan interpretado antes que yo o hayan recomendado antes que yo aquello que yo ofrezca como interpretación o recomendación, y estaré agradecido a aquellos que me enseñen del arte de la Política y procuraré corresponderles del mismo modo. (Código de Ética, 24 de septiembre de 1995)
Esto es, no soy un plagiario, no gano indulgencias con escapulario ajeno. LEA
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* En castellano, el verbo concuerda en número (singular o plural) con el sujeto, no con los complementos de la oración. Así, es incorrecto decir o escribir «Se ponen inyecciones» o «Se hacen viajes y mudanzas»; debe usarse «Se pone inyecciones» y «Se hace viajes y mudanzas». A tales oraciones se las conoce como cuasirreflejas, oraciones impersonales (que carecen de sujeto) con apariencia de reflejas. Una oración refleja es una en la que la acción del sujeto recae sobre sí mismo; por ejemplo, «Yo me peino», «Ella se baña». (Las inyecciones no se ponen a sí mismas). En cambio, «Hubo manifestaciones» es una oración impersonal, cuyo sujeto no existe o no está especificado, como en «Llueve». Nadie es el sujeto de esta oración, y la regla es que en las oraciones impersonales el sujeto se presuma en singular: «Llueve a cántaros» o, más claramente, «Llueve sapos y culebras», no «Llueven sapos y culebras». Uno escribe «Él comió tres arepas», con el verbo en singular aunque su complemento esté en plural, y «Ellos comieron un mango cada uno», con el complemento directo en singular y el verbo en plural para concordar en número con el sujeto. (Crimen y Castilla, 30 de enero de 2020).
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** Esta afirmación de Tavares es incorrecta: «Los historiadores tradicionalmente han denominado a nuestra era como contemporánea». No es lo mismo era que edad. Todavía vivimos en la Era Histórica, puesto que la historia es registrada y preservada desde la invención de la escritura. Lo que llamamos «contemporánea» es una «edad de la historia», el período que comenzara con la Revolución Francesa en 1789. Y el inventario que enumera deja de reconocer procesos que no son «cibernéticos»:
Ya no vivimos la Revolución Industrial, cuando toda ideología se inventara; ahora vivimos la de la Internet, la telefonía móvil, las tabletas, las interacciones instantáneas, las enciclopedias democráticas, las apps. La de la biogenética, la cirugía mínimamente invasiva, la posibilidad de introducir al planeta especies vegetales o animales nuevas. La de una sonda espacial posada sobre un cometa, la comprobación experimental de la partícula de Dios o Bosón de Higgs, la fotografía cada vez más extensa y detallada de los componentes del cosmos, la materia oscura, la geometría fractal y las ciencias de la complejidad. La de la explosión de la diversidad cultural, la del referendo, del escrutinio inmisericorde de la privacidad de los políticos y el espionaje universal. La del hiperterrorismo, las agitaciones políticas a escala subcontinental, el cambio climático. Nada de esta incompleta enumeración cabe en una ideología, en la cabeza de Stuart Mill, Marx, Bernstein o León XIII. Cualquier ideología—la pretensión de que se conoce cuál debe ser la sociedad perfecta o preferible y quién tiene la culpa de que aún no lo sea—es un envoltorio conceptual enteramente incapaz de contener ese enorme despliegue de factores novísimos y revolucionarios. Ésta es una revolución de revoluciones. (El medio es el medio, 24 de abril de 2015).
Se considera la Edad Antigua como la primera edad de la Era Histórica:
La Edad Antigua o Antigüedad es un periodo tradicional, muy utilizado en la periodización de la historia humana, definido por el surgimiento y desarrollo de las primeras civilizaciones que tuvieron escritura, llamadas por ello «civilizaciones antiguas». Tradicionalmente ha sido el período inicial de la historia propiamente dicha, iniciada con la invención de la escritura, precedida de la prehistoria. Algunos esquemas periódicos consideran que existe una etapa denominada «protohistoria», entre la prehistoria y la Edad Antigua, definida por el surgimiento de las primeras civilizaciones sin escritura. (Wikipedia en Español).
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No he podido avisar a PRODAVINCI de esta entrada. (Twitter me informa que no se puede enviarle mensajes). Por supuesto, ni el sitio como tal ni el articulista estaban obligados a conocerme como precursosr.
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