Portada de un estímulo escrito

 

Rafael Tomás Caldera Pietri lleva el nombre y el apellido de su padre, pero también el de Santo Tomás de Aquino, el «Doctor Angélico», canonizado en 1323. Hoy se acercó por mi casa a obsequiarme—debo decirle que su obra ya no cabe en mis estantes—dos libros de su autoría: Educar en VenezuelaEl poder y la justicia—Para jóvenes políticos. Es de este último, cuya primera edición es de este año recién nacido, que reproduzco la décima sección de su primer capítulo, pues su lectura me hizo reflexionar sobre mi propia lucha política, lo que agradezco profundamente aunque ya yo no sea joven.

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No puede haber acción política buena sin sabiduría práctica, sin rectitud en la búsqueda de la justicia, sin conocimiento de las circunstancias en las cuales nos toca actuar. Sin embargo, para conservar la sabiduría práctica debemos tener una cualidad imprescindible, de la que se habla poco: la fortaleza.

Necesitamos fortaleza para soportar los golpes adversos de la Fortuna y no dejarnos vencer por ellos. Fortaleza para luchar contra la corriente y abrir camino a los ideales que guían nuestra acción. Necesitamos fortaleza, también, bajo forma de constancia, sin la cual los mejores proyectos no llegan nunca a ser realizados.

Sólo Dios gobierna el destino, no los hombres. Puede uno tener un plan de gobierno bien pensado, que se vea frustrado por una catástrofe natural. Un terremoto, cuya intensidad y capacidad de daño pueden sobrepasar todas las estimaciones razonables dentro de un plan de contingencia. O una guerra entre diversas naciones, que de algún modo nos afecta. O una pandemia. Cualquier cambio grave en las circunstancias exige en el político mucho temple para no perder el rumbo.

Debe ser capaz de luchar contra la opinión adversa. Unas veces serán prejuicios ancestrales, otras una matriz divulgada por los grupos que han controlado los medios de comunicación o el poder del Estado. Hemos conocido la lucha de Gandhi, la de Martin Luther King, la de Vaclav Havel o Nelson Mandela. Resulta fácil, y grato, evocar tales luchas cuando han culminado con 1éxito. Pero no puede minimizarse el esfuerzo que les ha costado. Sufrimientos, fatiga, cárcel, contradicción, muerte violenta. Quien quiera estar siempre tranquilo, será mejor que se dedique a ver televisión y olvide su ideal y su compromiso de mejorar las cosas en este mundo.

Pero requiere también constancia, que no es sino otro nombre de la fortaleza. Mantener en el tiempo el empeño para alcanzar los objetivos. Quizá los venezolanos somos más inclinados a soñar que a llevar a la realidad nuestros sueños. A lo mejor es consecuencia de haber tenido, por el petróleo, una ilusión de riqueza. O acaso la costumbre de buscar la ayuda del Estado para toda actividad que queremos emprender. O quizás—sería más grave—una falta de responsabilidad personal, de asumir de verdad el proyecto de vida como algo propio.

No puede dejar de preocuparnos ver, todos los días, cómo se enfocan los problemas que padecemos como algo a lo que basta con dar soluciones técnicas. Éste se equivocó, o lo hizo mal: vamos a cambiarlo por otro que lo haga mejor. ¿No será, sin embargo, que muchos de de esos problemas, buena parte de ellos, derivan de nuestra falta de responsabilidad personal?

Antes mencioné la corrupción que, sin duda, es un problema ético. Pero mencioné también la indiferencia. Porque cuando procuramos hacer nuestra vida sin preocuparnos verdaderamente por los problemas de los demás—ocurre en los estratos más ricos de la población y ocurre también en los estratos más pobres—¿cómo podemos pretender que mejore la vida del país, que Venezuela alcance el desarrollo que debería tener.

Hay una vara para medir la responsabilidad personal que no falla: la capacidad de arrepentirse, de decir no sólo “me equivoqué”, sino “tuve la culpa”. ¿Somos capaces de reconocer la culpa que tenemos de muchos de los males que padece nuestra sociedad? ¡Qué fácil resulta decir la culpa es del Imperio, o de los partidos políticos, o de los corruptos! ¡Qué fácil es tomar la justicia no como guía sino como pretexto, como arma de lucha para una campaña! Pero si mido las acciones en términos de resultados, y los resultados en términos de conveniencia propia, la conclusión será la amargura, el fracaso, la frustración. Sólo el arrepentimiento—por lo que hemos hecho mal y por lo que hemos dejado de hacer—puede sanarnos, porque significa asumir, con la responsabilidad, la libertad de una vida verdaderamente personal. ¶

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Rafael Tomás produce como el Doctor de la Iglesia que anticipó su segundo nombre; no en balde es miembro de la Academia Pontificia Santo Tomás de Aquino, y siendo que asimismo es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua, entenderá que al texto antecedente lo llame sermón.

sermón

Del lat. sermo, -ōnis ‘conversación’, ‘lenguaje coloquial’, ‘lengua, estilo’.

        1. m. Discurso cristiano u oración evangélica que predica el sacerdote ante los fieles para la enseñanza de la buena doctrina. Diccionario de la Lengua Española.

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