Sesión en el Instituto Pedro Gual

 

El 2 de junio de 2017 hice constar, en De un proyecto irrealizado, que emprendí por empujones de José Rafael Revenga y Victoria Destefano, prologuistas—junto con Ramón J. Velásquez—de Las élites culposas, todos desaparecidos, un ejercicio de política ficción. De tal emprendimiento guardo pocos trozos, como el que se pone abajo. La comparecencia del imaginario Santiago de Las Casas al Instituto Pedro Gual—dirigido en tiempos pasados por el increíble Alfredo Toro Hardy, quien alguna vez me invitó a exponer allí—jamás tuvo lugar. Las iniciales JACD corresponden a un tal José Antonio Caballero Díaz, quien redactara las minutas de las imaginarias sesiones de unos tales Coloquios de Juan Griego.

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Nociones elementales de Política

El texto que sigue es versión escrita, compendiada y editada de una grabación de la charla que, con el título que antecede, fue ofrecida por el Dr. Santiago De Las Casas, el 18 de enero de 2008, en el Instituto de Altos Estudios Diplomáticos Pedro Gual, adscrito al Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela. No ha recibido el visto bueno del conferencista, aunque sí el disgusto de la Cancillería. Quien lo invitó a hablar, pensó que en virtud de antiguas posiciones, y de su amistad con Iñaki Anasagasti, disertaría con simpatía mayor por el gobierno venezolano. De Las Casas no hizo ninguna crítica especial contra el proyecto oficial, pero sí se declaró contrario a toda ideología. JACD

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Hola a todos. Es un gran gusto conversar con ustedes en este nuevo programa del Instituto Pedro Gual. Este sobrino de Manuel, quien luchó ya en 1797 para independizar a los venezolanos de la nación que se llama como su socio revolucionario, José María España, sufrió junto con su familia las represalias españolas por los hechos de su tío; es decir, de gente como yo y como mis padres, que somos peninsulares.

La Independencia de las colonias americanas de España fue, ciertamente, un desgarrón inmenso. Para España fue una amputación que no quiere recordar. En los siete tomos de la historia española de Alfaguara, la relación de sus vicisitudes no alcanza a las diez páginas, procurando minimizar su significado. Hoy España ha cambiado, y si antes era madre de la que los hijos se emanciparon con violencia que respondía a la suya, ahora entiende que no es otra cosa que vuestra hermana. Por lo demás, el Maestro Pedro Grases demostró a la Generalitat catalana cómo el Bolívar tardío era un Bolívar hispánico, cómo su último sueño era un gobierno republicano en la Península, al que hubiera dedicado otro juramento y otras batallas si las fuerzas no le hubieran faltado.

Me siento aquí, pues, como en mi propia casa, donde declaro mi admiración por Pedro Gual, el gran político y diplomático nacido en esta ciudad de Caracas el mismo año que el Libertador, secretario personal de Francisco de Miranda, tres veces Presidente de la Sociedad Patriótica, Ministro de Hacienda y Relaciones Exteriores de la Gran Colombia.

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Hoy quiero proponer a ustedes tan sólo tres nociones elementales pero también fundamentales de política: que ella no es una ciencia, sino una profesión; que los pueblos son el sujeto que la ocupa; que no son las naciones la última unidad significativa de esos pueblos.

Naturalmente, hay escuelas de ciencias políticas. Yo mismo he dado clases en una. ¿No es, entonces, la política una ciencia? ¿Qué aprenden sus estudiantes sino, precisamente, política?

De la política lo más importante es aprender a hacerla como se debe. Pero no es esto lo que enseñan los estudios de ciencias políticas, puesto que no enseñan el oficio. En los centros que las enseñan, por cierto, se habla cada vez más acerca de la ciencia y la tecnología de la decisión, pero las técnicas de cálculo de esta disciplina se aplican, lamentablemente, sólo a muy contados casos. Lo que las ciencias políticas logran es ayudar a entender la política, no a hacerla.

Un ejemplo puede aclarar lo que quiero decir. Creo que fue a mediados de los ochenta cuando vi, por casualidad, un capítulo de una telenovela brasileña: “Una mujer llamada Malú”. Malú era una madre soltera con una hija de unos doce o trece años de edad, y llegaba a su casa después de una más de sus jornadas infructuosas en busca de empleo. La hija le preguntó por qué le resultaba tan difícil conseguirlo y ella contestó: “Es que la sociología no es una profesión”.

Malú tenía razón. La sociología no es una profesión, sino una ciencia, bastante incipiente, por cierto. Si uno va a los laboratorios del IVIC y se topa con alguien que trabaje, digamos, en fisiología celular y uno le pregunta cuál es su profesión, no oiremos que nos contesta que su profesión es la fisiología. Nos dirá que su profesión es la de investigador. La fisiología es un campo, una disciplina, una ciencia, pero no una profesión. Del mismo modo son ciencias y no profesiones la sociología, la antropología, la politología y aún la misma economía. Es la política, la ocupación de resolver problemas públicos, lo que es una profesión, que se ejerce desde distintas posiciones. Hay algunos políticos que ejercen su profesión clínicamente, limitando su acción hasta la prescripción de los tratamientos. Otros son más médicos de cabecera o políticos terapeutas o cirujanos, más directamente involucrados en operaciones o aplicaciones de los tratamientos. Hay políticos generales, análogos a los médicos que hacen medicina general. Hay políticos especialistas, como los hay también en la profesión médica.

Debiera haber, por supuesto, escuelas de Política como las hay de Medicina. La Medicina tampoco es una ciencia. Existe lo que se llama «ciencias médicas», ciencias auxiliares de la Medicina como la Fisiología o la Bioquímica o la Embriología. Pero ella es, en sí misma, una profesión, un oficio.¶

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