María Teresa Boulton
Tomado de Emisora Costa del Sol 93.1 FM
Como nunca antes el mundo indígena es de especial interés para nuestros tiempos modernos. En un mundo tan convulso, de enormes diferencias, guerras atroces y lapidarias, una gran preocupación por el cambio climático, el efecto invernadero, la defensa de la naturaleza, invasiones de inmigrantes en busca de mejores calidad de vida (hasta se ha renombrado al Mediterráneo como un gran cementerio), sin hablar de las travesías por la temible y hasta ahora inexpugnable selva del Darién, con el resultado de las experiencias de niños, mujeres, hombres tragados por el embate de la naturaleza y la pobreza. Hasta ahora, el ser humano trató de combatir los efectos trágicos de la naturaleza, de dominarla para aprovecharla en su beneficio; ahora parecería que ésta se está vengando de su abuso y reclama su necesaria existencia.
En paralelo a estos efectos, el desarrollo tecnológico ha alcanzado avances inimaginables. Inteligencia artificial, robotización, metaverso, algoritmos, control de la información por redes sociales mundiales (infotecnología), biotecnología y su modificación de genes, medicina química… Acompañado de un afán de control por el poder mundial, hegemónico, de las grandes naciones.
En fin, estamos en presencia de un sinnúmero de acontecimientos que nos hace apreciar un futuro pleno de incertidumbre. Entonces, la humanidad busca otras maneras de alcanzar lo que se llamaría su desarrollo.
También estamos descubriendo como nunca la dimensión de nuestro universo, casi desconocido. Recientemente, el telescopio espacial James Webb nos ha dado a conocer con sus imágenes ese espacio al cual pertenecemos, pero del cual sabemos tan poco. Presentimos un cierto orden cósmico donde el renacer y la extinción existen, una multiplicidad creativa, donde cabe la violencia atenuada por un infinito orden no caótico. Nuestras religiones intuitivamente llamaron a este orden espacial de diferentes maneras. Una de estas fue Dios y otras, diferentes, relacionándolas con la vida concreta, pero mirando hacia lo sobrenatural como los tantos dioses existentes de nuestra historia diversa y milenaria.
Estos factores plenos de temores contemporáneos y el descubrimiento del origen de nuestro hábitat universal nos hacen reflexionar sobre otras vidas más acordes con la naturaleza y hasta quizás más ordenadas con la convivencia material y espiritual.
Es en ese sentido que con la curaduría de Johanna Pérez Daza y María Teresa Boulton, los espacios culturales de la Universidad Católica Andrés Bello, el apoyo económico del Departamento Federal de Asuntos Exteriores (DFAE) a través de la Embajada Suiza en Venezuela, la cooperación con su archivo de Brandli de c&fe hemos ideado la exposición “Orígenes y originarios” con el magnífico trabajo fotográfico de la artista suizo-venezolana Barbara Brändli (archivo c&fe), imágenes recientes del universo tomadas por el telescopio James Webb y la música electrónica de LaSirenLaZiren de Andrea Ludovic y Janis Denis. Esta exposición fue pensada con el propósito de ambientar y relacionar un mundo apartado de nuestras vidas, ahora mayormente cosmopolitas, pero que son instrumentos para la reflexión y aprendizaje.
Barbara Brändli, premio nacional de fotografía 1994, convivió con los yanomami* y senemá por varios años. Era cercana a su cultura y fundamentalmente a su humanidad y dignidad como seres humanos. Sus fotografías dan fe de esta búsqueda primordial. Aunque no estuvo específicamente interesada en la mitología, convivía con ésta como parte de la comunidad tribal. Descubrió que la importancia del mito para los integrantes de estas etnias va más allá de los relatos de creación del mundo, repetidos generación tras generación, sino que en sí mismos son expresión y sustancia del mundo espiritual, siendo para ellos realidades que expresan su cosmogonía, su visión del mundo y de la vida. (Isabel Aretz, 1992). El sol y la luna, astros cercanos a su visión y experiencias temporales cíclicas, fueron sus guías para relacionarlos con la vida terrestre. Por eso Barbara titula el libro que recoge su trabajo indigenista, “Los hijos de la Luna” (1974). Ronny Velásquez en Mitos de creación de la Cuenca del Orinoco, expresa que el mito es la primera elaboración que realizan los seres humanos en todas partes de la tierra (…) Así se conjugan los elementos arquetipales que se vuelven realidad en el ritual y, así, son explicados míticamente.
En esta búsqueda del origen cosmogénico inspirado por las imágenes de Barbara Brändli, hemos conocido asimismo el origen de nuestro universo mostrado a través de las pesquisas astronómicas del telescopio James Webb y decidimos relacionar el origen mitológico indígena con el origen de nuestro universo, acompañados de la creación de arquetipos terrenales. Una osada tentativa, que solo se puede emprender a través del arte y la imaginación.
Allí entonces tenemos que iniciarnos en el pensamiento diferenciado y coexistente. Según Einstein, las cosas pueden percibirse de manera distinta dependiendo del punto de vista del observador, incluso en lo referido a dimensiones que hasta el momento se pensaban absolutas, como el tiempo o el espacio. Las teorías de Einstein permitieron el surgimiento de la cosmología, que es una rama de la física dedicada a la determinación de las condiciones del origen del universo.
Por una parte, vale preguntarse: ¿Podría ser que estos relatos míticos nos enseñen algo del conocimiento de nuestro universo? ¿Por qué no contemplar y estudiar estos otros orígenes con nuevos conceptos más fluidos? En un libro de mi autoría, Los originarios contemporáneos, (2019), en una entrevista hecha al fotógrafo indigenista Emilio Guzmán, éste expresa que urgía la autoconciencia indígena y capacitarlos para que dieran continuidad a este conocimiento. De hecho se creó, del cual fue cofundador en 2010, la Universidad Experimental Indígena del Tauca, estado Bolívar, idea creada por el jesuita José María Korta y apoyada por el Gobierno Nacional de esos años, cuyo objetivo, además de la defensa cultural y organizativa, era desarrollar este pensamiento y quizás aliar mitología y matemática. El primer rector fue Esteban Monsonyi y últimamente su principal rector es un indígena jivi, ex-alumno. En este proyecto se incluía, por los ancianos de los pueblos, la versión oral de estas creencias para así conservar estos conocimientos del modo original como fueron trasmitidos de generación a generación. No sé si este intento prosperó en el tiempo: eran fuentes de conocimiento a ser integrados y aprovechados para el saber humano. Lamentablemente, en los últimos años esta única universidad en su género fue saqueada, estudiantes y profesores, algunos indígenas graduados, amenazados sin recibir algún apoyo gubernamental. No sé si ha logrado sobrevivir.
Por otra parte, hay que puntualizar que, desde el principio de la conciencia humana, la música fue parte de su expresión. Para acompañar este mundo de fuentes originales la música electrónica compuesta y cantada por Andrea Ludovic y la mezzosoprano Janis Denis acompañan estos sentimientos originarios. En la obra “Stella Maris” se encuentran dos referencias cosmogónicas: la primera es cristiana. “Stella Maris” es el significado en latín de “María del Mar” estrella del mar que le otorgaba esperanza y luz a los marineros. La otra es griega, “sirena blanca”, criatura que desviaba a los marinos y los arrobaba con su canto. Ambos símbolos son opuestos, pero tienen en común la relación panteísta del ser humano con su entorno, relación por la cual cielo, tierra y animales poseían un espíritu, un alma, una conciencia que dialoga directamente con los hombres por medio del rito. Es así como el ritual de hablar con los peces o de hablar con las estrellas se entroniza en esta canción o, mejor dicho, en las máquinas que hacen de esta una apuesta por unir el origen con el futuro. Objetivo que contiene asimismo el concepto de la exposición “Orígenes y originarios”, el cual es encontrar una síntesis de un universo, juntando y pensando el pasado con el presente y contemplar, a través de nuestra sensibilidad, el complejo legado ancestral para abrirnos a un igualmente complejo y beneficioso futuro. ¶
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* …en la cosmogonía Morales-Chávez los aborígenes del continente eran seres angélicos, intocados por la maldad que, como viruela, trajeron los españoles. ¿Cuántas muertes, cuántos genocidios conoció nuestro condominio continental antes de que a la Reina Isabel se le ocurriera financiar con sus joyas la atrevida aventura de Colón? La palabra makiritare significa sencillamente «hombre», por lo que estaba implicado que ninguna otra tribu era humana. Por eso los maquiritare decían waika o «infrahumano» a los yanomami, a quienes procuraron exterminar. Sostener que España vino a fregar la existencia a un idílico universo de hombres buenos y felices es una colosal tontería, pues antes del Descubrimiento estas tierras vieron la sangre que los humanos sabemos verter en toda latitud y toda época. (Cuentas por cobrar, 30 de octubre de 2003).
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Conocí a Bárbara Brändlï gracias a mi paso por la Fundación Neumann, que estableciera el Instituto de Diseño Neumann-INCE. Bárbara era allí Profesora de Fotografía. Luego la visitaría en su casa de la urbanización Santa Cecilia (cerca de La Casona), donde vivía con su esposo, el arquitecto Augusto Tobito, mencionado en este blog en Tomás. Los hijos de la luna tuvo como coautor al sacerdote antropólogo Daniel de Barandiarán, uno de los numerosos profesores de Religión—ninguno nos aguantaba—que tuvimos quienes nos graduamos en la primera promoción de bachilleres del Colegio La Salle en La Colina (1959). En el texto de María Teresa Boulton se menciona a Esteban Emilio Monsonyi, de quien supe en 1962 en una reunión del Movimiento Universitario Católico de la Universidad Central de Venezuela. Allí tomó la palabra y dijo: «Seré breve. Empezaré por la creación». Las risas y abucheos no le permitieron decir más nada.
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Uno de los grandes éxitos del maravilloso grupo Mecano es justamente Hijo de la luna (1986). Helo aquí:
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