El primer portal venezolano en Internet fue analitica.comEn él publiqué unos primeros trabajos, antes de que mi hijo mayor me explicara la noción de «marca personal» y montara para mí doctorpolitico.com. Había borrado de mis archivos, y encontré recientemente luego de una rápida búsqueda en la red, el trabajo que transcribo de seguidas, que se hizo necesario luego de difamación e injuria en mi contra alojadas en aquel espacio pionero.

 

Réplica a una calumnia de Basilio Plaza

28 de febrero de 2004

 

Haciendo una búsqueda en Internet me he topado con una página publicada en Analitica con fecha del 1º de marzo de 2000, en la que un tal señor Basilio Plaza, muy mal informado y, por ende, con gran irresponsabilidad, expone lo siguiente:

«Cerró El Diario de Caracas y su editor-gerente, Luis Enrique Alcalá, hombre de confianza de Hans Neumann, le echa la culpa a su exdirector Adolfo Herrera y al equipo periodístico de Herrera, al cual el mismo Alcalá había despedido hace algunos meses, como si los periodistas fueran los gestores de una operación financiera que fue siempre mala. De todos modos no hay problema, los periodistas están ya acostumbrados a que se les culpe de todo lo que no funciona.

Lo patético, en este caso, es que el señor Alcalá parece haber expuesto negativa e injustamente el prestigio personal y profesional de sus periodistas en público, como justificación ante el personal del periódico para su cierre. El señor Alcalá, por cierto, es el mismo que quebró La Columna de Maracaibo”.*

En ningún momento eché la culpa del cierre de El Diario de Caracas, acaecido en febrero de 2000, al periodista Adolfo Herrera, como tampoco al equipo periodístico allí reunido. Es más, en ningún momento he hecho pública opinión alguna respecto de esa circunstancia, por lo que no logro comprender cómo el Sr. Plaza hace sus afirmaciones. Por lo contrario, informé a los periodistas y el resto del personal a mi cargo sobre las intenciones de cierre de inmediato, contrariando expresos e interesados requerimientos de la gerencia del periódico, y expuse las razones que el dueño me ofrecía, entre las que nunca hubo un juicio negativo sobre el equipo de redacción.

Por otra parte, dirigí el periódico por escasos cuatro meses, cuando el hoy difunto Hans Neumann me llamó para que me encargara de un proyecto al que el mismo Neumann había ya desahuciado en razón de su poquísima circulación y casi inexistente inversión publicitaria. En esa ocasión pretendió que yo pudiera darle un vuelco al medio en dos meses, plazo que logré extender a tres. Cuando habían transcurrido los dos primeros meses (noviembre de 1999) fui llamado de nuevo por el Sr. Neumann, entonces confinado a una silla de ruedas, para decirme que estaba “muy, pero muy contento” con mi trabajo y que me “tomara mi tiempo”, pues en los momentos su condición financiera personal había mejorado y podía, por tanto, disminuir la presión que había colocado sobre mí al convocarme inicialmente. Ya el periódico había mostrado signos de recuperación en su circulación y un nuevo concepto propuesto por mí había suscitado el entusiasmo del personal, desde la redacción hasta el departamento de rotativa.

Las razones para el cierre del periódico me fueron expuestas el 6 de enero de 2000, y no se materializaron hasta el mes siguiente. Ese día Hans Neumann me expuso que él creía su deber patriótico hacer todo lo que estuviera en sus manos para combatir a Hugo Chávez (para quien las rotativas de Neumann, sin escrúpulo, imprimieron el fallecido “Correo del Presidente”), y que quería que le entregase la dirección del periódico a Teodoro Petkoff, cosa que le habría sido solicitada por representación de Allan Randolph Brewer Carías y Pedro Nikken en diciembre de 1999 en su casa de la isla Moustique. También me ofreció entonces que dirigiese el proyecto de un “Semanario de Caracas”, que en algún momento yo había sugerido como modo de salvar al periódico. De este intercambio hay testigos.

A esta exigencia respondí que el periódico era de su propiedad y que podía hacer con él lo que le pareciera conveniente. Si insistía sobre el punto entregaría el cargo de Editor a Petkoff, y le dije que no aceptaría la capiti diminutio del inexistente semanario. También predije que el proyecto editorial de Petkoff no funcionaría, porque no debe hacerse periodismo como proyecto político, en notas escritas remitidas a Neumann al día siguiente y de las que guardo copia. Las posteriores dificultades financieras de Tal Cual, así como su volumen de circulación, terminaron por darme la razón.

Por lo que respecta al personal periodístico de El Diario de Caracas que tuve el honor de dirigir, dificulto que otro director del mismo hubiera logrado mejor empatía y espíritu de equipo que el suscrito, como podrá comprobarse preguntando directamente a los periodistas. Los únicos periodistas de cuyos servicios prescindí no dieron, simplemente, la talla, y uno en particular exhibió grave irresponsabilidad. Otro evidenciaba manejos turbios. De resto, trabajé con los periodistas ensamblados por Adolfo Herrera, de quien en ningún momento me he expresado en términos negativos.

Y en lo tocante al diario La Columna de Maracaibo, dejé de ser su Editor Ejecutivo en abril de 1990, nueve años antes de su cierre, por lo que mal pudiera haber sido, como afirma maliciosamente el Sr. Plaza, quien “quebró La Columna de Maracaibo”. Dirigí el proyecto del relanzamiento de La Columna desde el 10 de marzo de 1989 hasta el 20 de abril de 1990. El periódico, cerrado a mediados de 1988, reapareció bajo mi conducción el 8 de septiembre de 1989. En seis meses (febrero de 1990) había alcanzado el primer lugar de circulación en Maracaibo, superando al formidable oponente de Panorama donde habían fracasado antes en el intento el Diario de Occidente, Crítica, El Zuliano y El Nacional de Occidente. En abril de ese mismo año la inversión publicitaria, jamás vista en La Columna, había llevado la gestión financiera del periódico a punto de equilibrio (en ocho meses). En julio de ese año el periódico obtuvo el Premio Nacional de Periodismo (a los diez meses del arranque), en competencia con El Nacional y La Religión, que cumplía entonces 100 años de existencia. No pude celebrar el premio con los periodistas, pues mi salida fue forzada a fines de abril por desavenencias de principios con el Dr. Gustavo Gómez López, financista de La Columna.

Nunca ha habido en Venezuela un proyecto periodístico más hermoso y mejor dirigido que La Columna de septiembre de 1989 hasta abril de 1990. Los periodistas no se iban a descansar a sus casas, pues el rico ambiente de trabajo les hacía permanecer, disfrutando, en los predios del periódico después que sus deberes habían terminado. Tanto en el caso de La Columna como en el de El Diario de Caracas mi mayor orgullo ha sido, justamente, la fraternal y feliz relación con sus periodistas, que tenían en mí a su mejor defensor. El tiempo y los recursos que fueron luego puestos a disposición de Petkoff jamás me fueron ofrecidos.

Dicho sea de paso, en La Columna quedaba bajo mi mando no sólo la redacción y edición del diario, sino también su gestión comercial. Éste no era el caso de El Diario de Caracas, donde el ámbito comercial respondía a una gerencia independiente, fuera de mi responsabilidad y no poco divergente de los criterios que en todo caso propuse.

No conocía la calumniosa y totalmente mentirosa difamación del Sr. Basilio Plaza hasta hoy, a casi cuatro años de su mal intencionada nota. Como es el caso, sin embargo, que sus falsas y maliciosas aseveraciones reposan aún en los archivos de Analítica, escribo la relación antecedente la que, para los periodistas de El Diario de Caracas y La Columna con quienes tuve el honor de hacer periodismo, sería totalmente innecesaria.¶

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difamar Desacreditar a alguien, de palabra o por escrito, publicando algo contra su buena opinión y fama.

calumniar Atribuir falsa y maliciosamente a alguien palabras, actos o intenciones deshonrosas.

Diccionario de la Lengua Española

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  • Nota de esta fecha: En diciembre de 1999 recibí una llamada desde Maracaibo, mientras aún ejercía como Editor Jefe de El Diario de Caracas. Quien estaba al otro lado se identificó como Director de La Columna, y solicitó ayuda financiera de nosotros. Supongo que tenía a Hans Neumann por persona a quien le sobraba el dinero, y si La Columna aún se editaba nueve años después de que me hubiera ido de Maracaibo difícilmente hubiera podido llevarla a la bancarrota.

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