José Antonio Calcaño Calcaño (1900-1978) fue un músico, escritor y maestro venezolano del que la mayoría supo por sus programas de divulgación, como el muy importante Por el mundo de la cultura, y de los conciertos de la Coral Creole que fundara y dirigiera. Me unían a él dos cauces de parentesco; por el lado materno, era primo hermano de mi abuela, María Francisca (Mamá Mary) Chenel Calcaño, así que él y yo éramos primos terceros; por el lado de mi padre, mi tía Rita Alcalá Reverón estaba casada con Pablo Aurrecoechea Cobeña, hermano de la esposa de José Antonio, Carmen Aurrecoechea de Calcaño, y de la esposa de su hermano Eduardo Calcaño Calcaño, casado con Ana Dolores Aurrecoechea.
Aunque era mencionado con admiración en la familia, lo vi por primera vez en la televisión, en el estupendo programa aludido. (Radio Caracas Televisión, 1957-1958; Venezolana de Televisión, 1973-1976; Televisora Nacional, canal 5, 1976-1978 y Radio Caracas Radio, 1975-1978). Luego lo vi de visita en la casa vecina al sur de la de mi infancia, en la Calle Los Mangos de Las Delicias de Sabana Grande. Allí, en la quinta Churumbela, vivía su hermana, Rosalvina Calcaño Calcaño, casada con Don Jesús Flores Lairet.
Más tarde desarrollé una justificada admiración por quien fundara el Conservatorio Teresa Carreño, la Orquesta Sinfónica de Venezuela, la Coral Creole y el orfeón Los Madrigalistas.
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José Antonio no sólo era músico; era un humorista nato. («En 1918, en compañía de Francisco Pimentel (Job Pim), Leoncio Martínez y José Rafael Pocaterra,* funda el diario humorístico Pitorreos». Wikipedia en Español). También fue diplomático, y de esa actividad, cuando asistiera a la Conferencia de San Francisco que dio origen a la Organización de las Naciones Unidas, proviene la primera anécdota divertida que escuchara de él. Resulta que uno de sus compañeros de delegación, quien no hablaba tan bien el inglés como José Antonio, le pidió ayuda para que la recepcionista estadounidense de la delegación venezolana entendiera cuál era el apellido de su padre y cuál el de su madre. Digamos que se llamaba, en nuestro uso, Javier Gómez Rodríguez y la empleada le decía Javier Rodríguez Gómez. (Es uso estadounidense poner por delante el apellido de la madre, como en John Fitzgerald Kennedy). Bien, José Antonio interpeló a la funcionaria preguntándole como se llamaba él. La empleada respondió: «Muy fácil; Ud. se llama José Antonio Calcaño Calcaño». A lo que mi primo tercero repuso: «No; yo me llamo José Antonio Calcaño Calcaño, pero el Calcaño que usted pone delante es el de mi mamá».
Durante sus últimos años, intensifiqué mis contactos con él. Primero lo visitaba en su casa de la Calle Madrid de Las Mercedes, que compartía un jardín interno con la de mi tía paterna, Cecilia Alcalá, casada con Eduardo Mibelli. Allí me obsequió dos textos: 1. Clitova Culón, la historia del Descubridor contada por un chino, de la que sólo recuerdo una exclamación del almirante italiano al encontrarse con una india despampanante: «¿Santa Malía! ¡Qué pinta tiene la niña!» 2. Una lista con miembros de la familia de Hércules: el arzobispo Herculísimo; la monja Herculación, el torero Herculete y Herculo, el vago de la familia…
Luego se mudó a la Alta Florida, y nuestros encuentros eran ya más intelectuales. De esa época final recuerdo escucharle tocando el violonchelo en un cuarteto con amigos músicos y el regalo que me hiciera de La ciudad y su música, Premio Municipal de Literatura en 1958. A escasos metros de su casa vivían los Aurrecoechea Alcalá y también Críspula Aurrecoechea, otra cuñada de José Antonio y madre de mi compadre Eduardo Plaza Aurrecoechea, músico como el pariente Calcaño Calcaño y fundador de una coral a la que perteneció mi esposa. (Ver Tremenduras del sol de diciembre). ¶
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*Martínez tenía entonces treinta años de edad; Pimentel y Pocaterra veintinueve y Calcaño dieciocho. Precoz, el pariente.
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