Fichero

La prestigiosa Editorial Tecnos de Madrid publicó en 1978 un libro que sería un extraordinario aporte conceptual a la comprensión del sistema político venezolano. Era «El reto de las élites», obra del sociólogo venezolano José Antonio Gil Yepes. (Gil Yepes es, por supuesto, el fundador y Presidente de una de las más serias y reconocidas firmas encuestadoras del país: Datanálisis).

Muy orientado a estudiar el problema de las relaciones políticas del sector empresarial privado en Venezuela, el libro contenía, sin embargo, una buena cantidad de observaciones sociológicas acerca del país como conjunto, y estuvo sólidamente fundamentado en los más modernos hallazgos de la Sociología en general y de la Sociología Política en particular.

El estudio sistemático de las élites venezolanas había sido preocupación del Centro de Estudios del Desarrollo (CENDES) de la Universidad Central de Venezuela, desde que su fundador-director, el inolvidable chileno Jorge Ahumada, publicara su trabajo-programa «Hipótesis del cambio social en Venezuela». En efecto, el breve ensayo de Ahumada, en su clarísima y pertinente teorización, fue el punto de partida de tres programas de investigación del instituto: VENUTOPIA (un modelo cuantitativo para el desarrollo venezolano), VENELITE (un estudio de las élites nacionales) y CONVEN, o estudio del conflicto y el consenso en Venezuela, manifestado a través de las posturas de sus élites.

José Antonio Gil escribe justo al comienzo de la introducción a su libro: «El reto de las élites consiste en acelerar el desarrollo, eliminando distorsiones que ellas mismas han introducido en los procesos de formación de las políticas económicas. Estas distorsiones se deben principalmente a los dogmatismos ideológicos tanto de políticos como de empresarios. Los primeros empeñados en ver el mundo a través de un exagerado populismo e intervencionismo estatal y los segundos en función de sus intereses económicos». Es obvio que una observación como ésa mantiene plena vigencia en nuestros días.

La Ficha Semanal #108 de doctorpolítico reproduce la sección cuarta (Los partidos Políticos y el Sector Empresarial) del segundo capítulo (El Sistema de Partidos y el Sistema Político) de «El reto de las élites» de José Antonio Gil Yepes, egresado en 1967 de la Universidad Central de Venezuela y Ph. D. de Northwestern University en 1971. Esta escueta mención de algunos entre sus logros académicos es injusta presentación de su importancia como pensador del proceso político venezolano.

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El reto de Gil

La organización política de sectores tradicionales y marginales en partidos democráticos y reformistas, y el poco éxito de los partidos revolucionarios en organizar a las masas, han permitido al sistema político cierta estabilidad, a la vez que se ha ido mejorando la condición de los menos favorecidos. Sin embargo, el hecho de que el sector político más activo en la función de comunicación política sea la izquierda revolucionaria y la misma inspiración marxista que caracterizó a la mayoría de los jóvenes de la generación de 1928, han permitido que prevalezca la interpretación de que la marginalidad se debe, en su mayor parte, al imperialismo y al capitalismo o, según la versión popular tradicional en Venezuela, a la existencia de pobres y ricos y, en menor grado, a la deficiente acción del gobierno en no eliminar dichos problemas. Ya señalamos que esta interpretación simplista, si bien incluye reclamos en parte válidos, no se ajusta a la realidad ni como explicación ni como solución de los problemas, pero es la principal fuente de inspiración para interpretar la situación social venezolana. Esta interpretación pone en tela de juicio la legitimidad del fundamento más importante de dicho sistema, el pluralismo, al proponer como solución la eliminación de las relativas libertades económicas existentes y la eliminación de la posibilidad de que cada sector social pueda organizarse, mantener su autonomía, presionar al gobierno y reflejar sus intereses en la conducción de la política pública.

En el capítulo introductorio indicamos que la actividad económica y la repartición de cargos públicos son los focos primordiales de atención de la política en Venezuela. Las principales orientaciones de la política pública: el nacionalismo, el populismo, el estatismo y el desarrollismo, se manifiestan principalmente en programas económicos que afectan al sector empresarial, ya que todas las ideologías políticas predominantes: socialdemocracia, democracia cristiana y marxismo, definen un papel importante para el Estado, el cual en materia económica resulta francamente intervencionista. Desde este punto de vista común, los partidos presentan diferentes posiciones con respecto a la medida en que debería existir la empresa privada, las condiciones en que debe operar y las facilidades que deben o no dársele.

En realidad, para ser más precisos, debería decirse que todos los partidos explotan la lucha de clases, y más específicamente las diferencias entre pobres y ricos, como enfoque principal para el análisis de los problemas sociales, la formulación de la política pública y para la movilización electoral. Esta posición de los partidos, evidentemente, pone al sector empresarial en una situación problemática dentro del sistema político, pues los tiende a utilizar para explicar todos los males del país, los hace políticamente embarazosos y, por ende, limita su participación en los canales de acceso para la formación de la política pública.

Las fracciones fundamentales dentro de cada partido están formadas por trabajadores, estudiantes, campesinos y profesionales. Los empresarios no tienen ninguna fracción organizada dentro de ningún partido y sería políticamente embarazoso que la tuvieran, así como lo es para cualquier partido aparecer públicamente en términos amigables con el empresariado. Con la excepción del Movimiento Desarrollista, no existe un partido que refleje los intereses empresariales. Y este movimiento no ha logrado apoyo popular y en la actualidad se encuentra en estado latente.

No existe ningún partido conservador o de derecha que equilibre las opiniones anticapitalistas y antiempresariales de los sectores de izquierda, que sí se encuentran presentes en todos los partidos de importancia electoral. Además, la mayoría de los líderes empresariales tampoco tienden a manifestar preferencias partidistas.

Desde su formación, el partido socialdemócrata AD se ha hecho cada vez más tolerante con respecto a la empresa privada. Los líderes del partido no sólo parecen haber deducido de su experiencia de gobierno de 1945 a 1948 la lección de evitar conflictos sin restricciones, sino que también mientras estuvieron en el poder desde 1959 hasta 1969 el partido se dividió tres veces, y en cada división el partido perdió su facción más revolucionaria, de izquierda y, por ende, antiempresarial (MIR, 1961; AD-ARS, 1963, y MEP, 1968). Este proceso ha homogeneizado AD hacia una posición centrista y pragmática. Esto no ha significado que el partido no haya ido realizando muchos de los cambios de estructuras que se propuso desde su fundación, inclusive la transformación del sector empresarial, sólo que lo ha hecho paso a paso, sin las estridencias del pasado, y en un proceso de negociaciones con los diferentes sectores nacionales que, a su vez, parece asegurar una mayor estabilidad e institucionalización de los cambios que se han realizado.

Los socialcristianos (COPEI) contrastan con AD en el sentido de que su evolución los ha hecho menos tolerantes del sector privado de lo que eran al momento de su fundación. Originalmente, COPEI recibió el apoyo de la clase media alta, de los empresarios y de la Iglesia católica. Pero en sus esfuerzos por conseguir partidarios en los segmentos más populares, en la juventud y el sector obrero, han tenido que competir por el apoyo de masas ya politizadas por los grupos de izquierda, y ello ha significado no sólo la utilización de la misma retórica de sus competidores, sino que en este proceso COPEI se ha hecho cada vez menos pragmático, más dogmático y con un ala de izquierda cada vez más fuerte. También, en contraste con AD, a medida que COPEI ha ido desarrollando esta ala de izquierda, ha evitado su separación del partido.

Los partidos marxistas han concentrado sus esfuerzos en construir organizaciones verticales y disciplinadas entre los trabajadores, estudiantes, profesores y profesionales de la comunicación. Esto implica que sus recursos han sido concentrados en la producción y transmisión de la cultura política, en la penetración cultural de la población, y no en la organización directa de sus masas.

La izquierda trata de difundir las siguientes actitudes en la cultura política venezolana: a) El «sistema» es una especie de conspiración de «los pocos» en contra de «los muchos». b) El sector privado controla la nación. c) Los partidos políticos demócrata-reformistas son simples títeres de los intereses empresariales. d) Los empresarios son responsables por los problemas económicos y sociales del país. e) El capitalismo y el incentivo de lucro son moralmente malos. f) El exigir disciplina y productividad en el trabajo son síntomas del sistema de explotación imperante. Si a esto sumamos que los demás partidos no tienen interés en legitimizar al capitalismo ni el principio de iniciativa privada y que la empresa hace muy poco por legitimarse a sí misma, es lógico encontrar una tendencia creciente a rechazar la actividad empresarial privada y, sobre todo, a propugnar la estatización de múltiples áreas de actividad social, económica, cultural, etc. Pero la izquierda no ha enfatizado la organización política en los estratos socioeconómicos más bajos. Por el contrario, la izquierda se ha comunicado con las masas principalmente a través de campañas de opinión pública mediante los medios de comunicación y, tal como predicen las teorías de comunicación y difusión de innovaciones, los contactos impersonales resultan poco efectivos para cambiar actitudes y comportamientos. Así, en una encuesta sobre actitudes realizada en 1967 solamente un 3 por ciento de los entrevistados pensaban que «el capitalismo era la fuente de todos los males», tal como el dogma marxista supone. Sin embargo, la mitad de los entrevistados consideraba que el gobierno era el responsable de corregir todos los males, y un 59 por ciento opinó que «Venezuela estaría mejor si el gobierno tuviera un control absoluto sobre todo lo que ocurre en el país». Solamente un 11 por ciento consideró que el país estaría en una situación peor si el gobierno lo controlara todo.

Las respuestas anteriores reflejan una orientación actitudinal importante en la cultura política venezolana hacia lo que se ha denominado «paternalismo», para indicar que el pueblo necesita una figura fuerte o de padre para resolver sus problemas. Los principios de la izquierda moderna refuerzan esta actitud, pero históricamente esta actitud los precede.

El paternalismo está relacionado con una baja motivación al logro y una elevada necesidad de poder, que también han sido encontradas como rasgos actitudinales del venezolano. Dichos rasgos no sólo señalan limitaciones en el civismo y la autonomía requeridos para institucionalizar y consolidar la democracia y el capitalismo, sino que también constituyen un terreno sobre el cual se pueden promover totalitarismos mesiánicos y paternalistas, tanto de derecha como de izquierda. Así, la misma encuesta antes mencionada revela que un 62 por ciento de los entrevistados prefería a un «hombre fuerte» para presidente, y un 45 por ciento afirmó que aquellos que son responsables (las autoridades) deberían «ocuparse de ellos». Es interesante notar que de las personas que tendían a dar estas respuestas, el 64 por ciento se autodenominaban «izquierdistas», el 61 por ciento se autodenominaba «activistas sociales» y el 54 por ciento «pobres».

La profusión y la falta de contraposición bajo las cuales se difunden actitudes y opiniones en contra del sistema democrático y del capitalismo reducen progresivamente la capacidad de supervivencia de dicho sistema. Este tendrá cada vez más que reclutar el personal de sus organizaciones entre jóvenes con serias dudas morales acerca del trabajo en la empresa privada, en el gobierno o como empresario mismo, ya que éstas son supuestas formas de explotación. Como hay pocas otras alternativas para ganarse la vida y las organizaciones convencionales del sistema hacen muy poco por legitimarse a sí mismas, el cinismo y el oportunismo deberán tender cada vez más a sustituir el entusiasmo y la solidaridad social como patrones de orientación de conducta. Si bien la izquierda contribuye, en el sentido antes descrito, a promover el cinismo y la ambivalencia moral hacia el sistema venezolano, estos atavismos tienen también otros orígenes, anteriores y más importantes. Una de estas otras causas es el canibalismo entre los partidos políticos convencionales y su efecto de estancar la formación de la política pública y, por ende, el desarrollo del país. La indiferencia del empresariado ante los problemas sociales, la corrupción de políticos y empresarios convencionales, también alimentan la ambivalencia o el rechazo hacia el sistema y son bases que sirven de argumento a los críticos del primero.

José Antonio Gil

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