Fichero

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La editorial Libros Marcados, presidida por el penetrante periodista Fausto Masó, ha publicado un libro que hacía mucha falta. Se trata de La 4ta. República (Lo bueno, lo malo y lo feo de los civiles en el poder), cuyo autor es Ramón Guillermo Aveledo. Su título emplea deliberadamente la etiqueta de procedencia chavista, que inexactamente se refiere con ella a los gobiernos democráticos venezolanos entre la caída de Pérez Jiménez y la asunción de Chávez al poder.

Fernando Luis Egaña ha explicado lo que nos tragamos como marco lingüístico cada vez que admitimos la denominación “cuarta república”. Como las primeras tres ocurren entre 1811 y 1830, y la quinta habría empezado propiamente el 15 de diciembre de 1999, entonces la “cuarta” comprende “los 168 años que incluyen el paecismo, la Federación, el dominio andino y el surgimiento de la democracia”. Para la nueva enciclopedia del régimen “son un mismo magma tenebroso que separa la gesta libertadora de la ‘revolución bolivariana’. Semejante mamarracho historiológico no resiste el menor soplido y, sin embargo, es la ‘versión oficial’ que el actual régimen difunde a diestra y siniestra, con el conformismo escandaloso de buena parte de la opinión pública y publicada”. En sentido amplio, pues, “cuarta república” es un cognomento despectivo que denota, para Chávez, “lo malo” de nuestra historia republicana. Es decir, desde la muerte de Bolívar hasta su propia encaramada. En sentido estricto, que es el que usa más comúnmente, la expresión designa sólo a los gobiernos democráticos que le precedieron.

Y son estos gobiernos, precisamente, los que Aveledo presenta al balance, sobriamente, sin que una cifra en su recuento sea inexacta o una referencia manipulada. Su serena exposición está organizada, muy útilmente, al modo temático. De ella emerge una convincente y justa imagen: los gobiernos civiles en Venezuela, con todas sus criticables equivocaciones, trajeron más progreso al país que todos los gobiernos militares juntos, que fueron muchos más. De hecho, es su construcción de la democracia en la conciencia nacional lo que todavía resiste al intento militarista de más reciente cuño: el proyecto desmesurado de Hugo Chávez. Éste será superado precisamente porque antes de él se sembró la democracia con raíces muy profundas, aunque habrá que asegurarse que su término no dé paso a la mera restauración de un ancien régime que se había hecho insuficiente.

Hacía tiempo que un balance como el escrito por Aveledo se requería con urgencia, para refutar las distorsiones interesadas del discurso chavista. Se trata, pues, de un libro inteligente, como lo es su autor. Doctor en Ciencias Políticas, Ramón Guillermo Aveledo ha tenido una destacada carrera pública, cuyo punto más elevado se alcanzara—por ahora—con su doble Presidencia de la Cámara de Diputados. Este señor tan importante presidió también, entre 2001 y 2007, la Liga Venezolana de Béisbol Profesional, y aunque siempre ejerció la imparcialidad, uno sospecha que su corazón estaba con los Cardenales de Lara, su tierra natal, a la que representó con brillantez como Diputado en tres períodos constitucionales.

La Ficha Semanal #173 de doctorpolítico reproduce la apostilla final del libro de Aveledo: Conclusión – Créditos, débitos y el privilegio exigente de vivir en libertad.

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Privilegio exigente

El único presidente de Venezuela que se ha equivocado es José Antonio Páez, al menos fue el único en admitirlo. El dos veces Jefe de Estado concluye así su Autobiografía: “Termino, pues, la historia de mi vida donde debió haber acabado mi carrera pública…”, esto es, en 1850. Reconoce así que se equivocó al seguir en el protagonismo político y volver al poder, y todavía más:

“Es seguro que en tantos años de carrera pública habré cometido yerros de más o menos consecuencia; pero bien merece perdón quien sólo pecó por ignorancia, o por concepto equivocado. Mi propio naufragio habrá señalado a mis conciudadanos los escollos que deben evitar”.

Los demás presidentes no se equivocaron jamás. Tal es su convicción, o su declaración. En cambio, los venezolanos pensamos mayoritariamente que los únicos en equivocarse fueron, precisamente, los presidentes, y que nosotros nunca hemos errado, ni siquiera al elegirlos. Que este país sería una maravilla si no hubiéramos tenido presidentes, gobiernos y políticos así.

En la investigación realizada para escribir estas páginas no encontré evidencias que sustentaran la infalibilidad popular o la sabia pureza popular. Los venezolanos, y nuestros gobernantes, juntos o por separado, nos hemos equivocado. Pero también, como hemos podido darnos cuenta, hemos sabido acertar.

Siempre se nos dijo que el poder en Venezuela es para los hombres de armas. “El mundo es de los valientes” en la frase carujana. Que esta tierra brava, rebelde, parejera, este “cuero seco” no podía ser gobernado “por las buenas”. Los civiles podían redactar proclamas”, escribir constituciones y leyes para no cumplirlas, pero no mandar. Los cuarenta años más estables y de más progresos en la vida de este país demuestra exactamente lo contrario.

Se ha diagnosticado que esas cuatro décadas cerraron su ciclo a causa de la corrupción, un fenómeno que antecedió a la democracia y que la ha sobrevivido con una salud y una fortaleza que impactan al menos impresionable de los observadores. Creo que la verdad es que su ocaso está más relacionado con el colapso del modelo rentista que no supo superar y con el alejamiento entre los partidos políticos y la sociedad toda, desde los sectores organizados con intereses grandes, medianos y pequeños, hasta el pueblo llano y sus mismas bases.

En el tiempo de los civiles en el poder, el único estable como tal en la Historia de Venezuela, la contabilidad política tiene sus créditos y sus débitos.

En cuanto a convivencia, el haber fue lograrla y mantenerla. Y el debe no valorarla.

En cuanto a instituciones, el haber fue organizar poderes equilibrados y ensayar la primera, y hasta ahora única, experiencia sostenida de poder distribuido, limitado, despersonalizado de nuestra existencia republicana. Y el debe, no desarrollar conciencia institucional.

En lo social, el haber fue la transformación radical de Venezuela y la educación de la abrumadora mayoría de los venezolanos. Y el debe, no haber logrado en la medida deseable la integración de esa sociedad nueva y compleja.

En lo económico, el haber es la modernización y diversificación de un aparato productivo que no es ni la sombra de lo que había. Y el debe, no haber superado el rentismo para poder generar prosperidad sustentable para todos.

En lo petrolero, el haber es la madurez para buscar y lograr el progresivo dominio de nuestro principal negocio. Y el debe, no haber sacado todo el provecho posible en desarrollos aguas abajo y con la inversión de los ciudadanos.

En la infraestructura y el medio ambiente, el haber es una descomunal transformación dl escenario nacional, y el debe nuestro inveterado descuido con el mantenimiento.

En lo internacional, el haber es una diplomacia vinculada a valores e intereses nacionales que nos ganó prestigio y respetabilidad en el mundo. El debes es una inmodesta sobrestimación de nuestras posibilidades que nos llevó, y nos sigue llevando, a empresas que nos exceden y no necesariamente nos convienen.

¿Es mayor la columna azul del crédito que la roja del débito?

Me parece que sí. Pero, en todo caso, he procurado poner honradamente en manos del lector los elementos de juicio que le permitan tomar su posición.

El logro más grande de los cuarenta años es haber demostrado que podíamos vivir en libertad y en paz, y el fracaso más triste no haber aprendido a defenderla y a mejorarla.

Si miramos la historia de este país, de Latinoamérica y del mundo, veremos que vivir en libertad es un privilegio, pero también una labor muy exigente. En la opresión sólo hay que obedecer. En la democracia hay que decidir. Porque la libertad se trata de atreverse cada uno a asumir su responsabilidad.

Ramón Guillermo Aveledo

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