por Luis Enrique Alcalá | Mar 20, 2019 | Memorias, Política |

La verdad respecto de un hombre es, ante todo, lo que él oculta.
André Malraux
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Preámbulo
Hace unos días me escribió desde Los Ángeles un noble amigo—Leopoldo Hellmund Blanco—cuyo nombre de pila puse a mi hijo mayor, nacido en 1969. Este primer hijo ha sido apoyo fundamental, conceptual y tecnológico, del esfuerzo de treinta y seis años en mi peculiar política: me asistió en la escritura y diagramación de Krisis*, mis «memorias prematuras» (1986), me animó en 2002 a producir lo que en un comienzo fue la Carta de Política Venezolana y luego—desde el #86 del 12 de mayo de 2004 hasta el #356 del 5 de noviembre de 2009—la Carta Semanal de Dr. Político. De hecho, fue él la fuente de tal denominación al instruirme en el concepto de «marca personal» (personal brand) que yo desconocía; me convocó una mañana a su casa para explicármelo y advertirme que mi marca personal debía expresar lo que yo era, lo que yo hacía. Respondiendo a su estímulo, sugerí que si lo que yo hacía era una política médica, clínica, tal vez Dr. Político fuera la marca adecuada. (Muchas veces he explicado que no tengo doctorado alguno, a pesar de nueve años de educación universitaria—tres en Medicina, uno de Estudios Internacionales y cinco de Sociología—; el «doctor» de mi marca es simplemente sinónimo de médico: «Vengo del doctor, el doctor me recetó»). Más adelante, estableció y diseñó este blog y financió sus gastos (lo que hace todavía), y descubrió para mí la maravillosa gratuidad de ivoox.com en el montaje de archivos de audio, que permitió entradas musicales (88 hasta la fecha) y más tarde el almacenamiento de mis programas sabatinos en Radio Caracas Radio. Toda ignorancia mía en el mundo digital es cubierta por él, y le he encargado asegurarse de que este blog me sobreviva como repositorio abierto de los productos de una trayectoria intelectual que se remontan a 1969.
No podía menos que expedir tan insuficiente constancia en esta entrada, que es la número 2.000 de este blog en materia política, cuyo epígrafe es el mismo escogido para Krisis.
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Materia
No he ocultado que, al menos en cinco ocasiones, he sentido mi deber intentar una campaña por la Presidencia de la República en Venezuela. La más reciente es de hace algo más de tres años, motivada por la pregunta de una dama preocupada por el acontecer nacional:
Doña Amparo Schacher de Wiedenhofer tuvo la amabilidad de preguntarme (en comentario a Una orgullosa alegría): “Tomando en cuenta su visión de la política como acto médico ¿cuál sería el método y cuáles las primeras medidas a tomar si Ud. fuese elegido Presidente actualmente?” (Recurso de Amparo, 14 de julio de 2015).
Cerré ésa, mi contestación, con estas palabras:
Dije anteayer a la Sra. Schacher de Wiedenhofer: “Gracias, Doña Amparo, por la confianza implicada en sus preguntas. Me propongo contestarlas con las mayores seriedad y responsabilidad. Deme Ud. unas horas, al cabo de las cuales sustituiré este inmediato acuse de recibo por una verdadera respuesta. Le avisaré a su dirección electrónica”. Lo que antecede es una contestación provisional, tal vez ilustrativa; un trabajo serio con asesores idóneos producirá un programa de mayor corrección. Naturalmente, lo aquí propuesto no es otra cosa que el arranque, lo que creo deben ser “las primeras medidas a tomar”, como lo pone la Sra. Wiedenhofer; mucho más puede y debe hacerse durante el resto del período constitucional. Una cosa sí no haría: buscar la reelección al término de ese plazo. Es estipulación de mi código de ética política—compuesto y jurado públicamente en septiembre de 1995—ésta que me obliga:
Podré admitir mi postulación para cargos públicos cuyo nombramiento dependa de los Electores en caso de que suficientes entre éstos consideren y manifiesten que realmente pueda ejercer tales cargos con suficiencia y honradamente. En cualquier circunstancia, procuraré desempeñar cualquier cargo que decida aceptar en el menor tiempo posible, para dejar su ejercicio a quien se haya preparado para hacerlo con idoneidad y cuente con la confianza de los Electores, en cuanto mi intervención deje de ser requerida.
El mejor médico es el que se hace prescindible cuanto antes.
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Establecido el orden inverso, refiero la penúltima inquietud, esta vez detonada por otras preguntas; las de un íntimo amigo—Carlos Blunck—en una cena en su casa a fines de 2007, quien me disparó a quemarropa: «¿Cómo ves la vaina? ¿Qué crees que va a pasar?»
Veníamos del frenazo del Pueblo a las intenciones socializantes de Hugo Chávez Frías en el referendo del 2 de diciembre del aquel año. (Sobre su proyecto y el de la Asamblea Nacional para reformar la Constitución). Mientras cortaba un trozo de salmón en el plato que tenía por delante, encendí el reproductor de mi cerebro que contenía respuestas ya elaboradas; así le dije automáticamente: «Acabamos de lograr algo importante el pasado 2 de diciembre y la oposición se nota algo más articulada. Pero si no ponemos en la calle una contrafigura eficaz a la de Chávez el mandado no estará hecho porque, como dicen los gringos, You can’t fight somebody with nobody». Callé y puse el salmón en mi boca.
Entonces sentí que me caería mal la comida porque, si yo creía tener los rasgos apropiados de tal contrafigura ¿qué hacía allí comiendo salmón en vez de estar en la calle? (El 3 de enero siguiente, Teodoro Petkoff me invitó a desayunar solos el día de su cumpleaños y le referí el episodio, a lo que repuso: «Yo también creo que tú tienes lo que se necesita. Lo que falta es el plan». De allí no pasó la cosa).
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La misma desazón me había asaltado pocos años atrás; de esto doy cuenta en Cuestionario prerrevocatorio: «Diez meses antes del referendo revocatorio del mandato de Chávez en agosto de 2004, el Dr. José Raúl González Ágreda, el hombre de los cuatro acentos, conversaba con Orlando Amaya y conmigo acerca del presunto término del mandato de Hugo Chávez y sobre quién sería un sucesor preferible. Consideró que yo pudiera serlo, si contestaba satisfactoriamente un cuestionario que luego redactó y me hizo llegar». En el enlace precedente puede ser leída mi contestación de las preguntas, cuya «justificación general» anticipaba:
Según puede predecirse como desenlace probable—no inexorable—de la actual situación política venezolana, estamos ante la posibilidad de una inminente cesación pacífica del actual gobierno y la elección de un nuevo presidente que complete el período constitucional. (…) Tal circunstancia determina de por sí un lapso corto y extraordinario que, por una parte, estará signado por grandes dificultades y, por la otra, convendrá tomar como oportunidad especialísima para introducir cambios sustanciales y suficientes en el esquema político nacional.
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En fecha próxima a la elección presidencial de 1998 ocurrió lo que refiero en Las élites culposas (Memorias imprudentes):
Gustavo Tarre Briceño me invitó a almorzar en enero de 1997 para reclutarme a su proyecto de entonces: convertir a Luis Giusti, Presidente de PDVSA, en el candidato presidencial de COPEI en 1998. (…) Pero luego de ensalzar las indudables capacidades de liderazgo presentes en Giusti, yo le respondí diciéndole que, si era por eso, yo también las tenía. Tarre contestó: “Yo creo que tú serías un buen Presidente de la República, pero ¿quién te conoce?” Rápidamente, respondí que eso era una ventaja cuando la mayoría de los votantes prefería una cara nueva. No hablamos más de este asunto. (En 1989, Alberto Fujimori, un outsider, alcanzó la Presidencia de Perú tras una campaña de tres meses. Dos años antes, yo había prescrito exactamente una campaña corta para un candidato de ese tipo en Sobre la posibilidad de una sorpresa política en Venezuela).
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Pero la primera vez que sentí el peso del deber fue en 1985. Cuento en Krisis:
Era el día viernes 16 de agosto. Yo había trabajado por la mañana en las oficinas de La Florida y me había ido a almorzar a la casa. Reposando el almuerzo, me encontraba viendo el noticiero de televisión por el canal cuatro, cuando escuché una entrevista que se le hacía a un connotadísimo líder político, de quien uno podría esperar, por su relativa juventud, una postura más moderna respecto de los problemas nacionales. Las respuestas del entrevistado fueron deplorables, y, en gran medida, irresponsables. Sentí un profundo malestar.
“La persona que cree que su propio juicio, aunque falible, es el mejor, y que se impacienta viendo a hombres de menos categoría manejar mal las riendas del poder, por fuerza tiene que ansiar, hasta dolorosamente, hacerse con esas riendas. Ver las chapuzas y los patinazos de otros puede resultar hasta físicamente atormentador para él”. Estas son palabras de Richard Nixon en el capítulo final de aquel libro que me había regalado Arturo Ramos Caldera. Describen cabalmente la sensación que me dominaba ese mediodía. Recuerdo que casi me indigesto de la furia ante la inanidad de las frases del entrevistado, ante su ceguera y falta de comprensión de lo que verdaderamente hervía en Venezuela. No sería la primera vez que lo sentía, no sería la primera vez que pensaba en el asunto, pero ese mediodía sentí como si fuese mi deber intentar una carrera hacia la Presidencia, así luciese imposible desde cualquier punto de vista.
En la introducción de ese mismo libro doy fe de lo siguiente:
El fin de semana, como tantos otros, lo pasé trabajando protegido por mi mujer de los reclamos de los niños. Por la madrugada del domingo 15, revisando textos comenzados e interrumpidos días atrás, encontré uno que implicaba un grave paso. Entonces supe que lo daría y sentí paz. Me sentí incomparablemente mejor que cuando fui por el empleo. Al día siguiente, 16 de diciembre de 1985, di el paso. Me presenté en la Notaría Primera del Distrito Sucre y allí autentiqué un documento. El texto es el que sigue:
Yo, Luís Enrique Alcalá Corothie, venezolano, mayor de edad, casado, titular de la cédula de identidad número dos millones ciento treinta y nueve mil cuatrocientos ocho, ocurro ante Notario Público para certificar la siguiente declaración:
Primero. Que en ejercicio de mis derechos políticos, según lo dispuesto en los Artículos 112 y 182 de la Constitución de la República de Venezuela, he decidido solicitar de los electores venezolanos el apoyo necesario para ser postulado candidato a la Presidencia de la República en la próxima oportunidad constitucional.
Segundo. Que buscaré esta postulación directamente de los electores, según lo contemplado en el parágrafo segundo del Artículo 95 de la Ley Orgánica del Sufragio.
Tercero. Que he tomado esta decisión, en pleno uso de mis facultades y con plena conciencia de mis muchas debilidades, porque, después de un severo y laborioso examen de ambas y de una concienzuda consideración del actual proceso nacional y su posible evolución, creo reunir los requisitos que estimo necesarios para desempeñar el cargo de la Presidencia de la República con eficacia.
Cuarto. Que estoy asimismo plenamente consciente de la enorme dificultad del intento que me propongo y que, también considerada debidamente esa dificultad, creo poder vencerla, con la ayuda de Dios.
Quinto. Que en procura de tal finalidad no cabe otra conducta responsable que la de prepararme más aún, en el tiempo que me es disponible, para el servicio a la Nación desde su más obligante magistratura.
Es declaración dada en Caracas, a los dieciséis días del mes de diciembre de mil novecientos ochenta y cinco.
Con esto último se completa el registro de esa cíclica precandidatura tan gastronómica. (Sólo la contestación a la Sra. Wiedenhofer no tuvo que ver con algún condumio; menos aún con el peligro de indigestión).
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Es inocultable que vuelve a presentarse en Venezuela una circunstancia de inminente elección presidencial, casi universalmente deseada por su ciudadanía. Estoy a la orden, y lo que pongo a la orden es lo siguiente:
Una aproximación a la Política como arte de carácter médico, definida por la solución a los problemas de carácter público dentro de un código de ética profesional; esto es, distinta de una mera lucha por el poder sobre la base de alguna ideología. Dicho de otra manera, desde un discurso transideológico que está por encima del paradigma decimonónico del eje izquierda-derecha.
Una demostrable capacidad de anticipación del futuro. (Alexis de Tocqueville: «…el verdadero arte del Estado: una clara percepción de la forma como la sociedad evoluciona, una conciencia de las tendencias de la opinión de las masas y una capacidad para predecir el futuro”).
Una inclinación contraria a la pretensión de perpetuarse en el poder, orientada a un ejercicio breve de la Presidencia de la República.
Una ausencia de intenciones de vindicta, apropiada para la unificación de un país dividido, e independencia de cualquier grupo de interés, aun del más saludable.
Una exitosa trayectoria ejecutiva comprobada.
LEA
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*Krisis fue el segundo libro impreso en Editorial Ex Libris poco después de fundada por el premiado editor Javier Aizpúrua, y el primer libro venezolano en escribirse y componerse íntegramente en un computador personal (con MacWrite desde un Macintosh Plus con ¡un megabyte de memoria RAM!) Ésta fue su dedicatoria:
Mi padre fue quien me enseñó aquello de que un hombre no está completo si no ha tenido un hijo, si no ha sembrado un árbol y si no ha escrito un libro. Este es mi primer libro y si no sé cuál es el primer árbol que sembré no tengo dudas de quien fue mi primer hijo. Es causa de un amor y de un orgullo de los que no he podido recuperarme. Dedico mi primer libro a Leopoldo Enrique Alcalá Manzanilla.
Leopoldo Enrique también me auxilió en 1989 en Maracaibo (mientras me ocupaba como Editor Ejecutivo del diario La Columna), al instalar la red local para los computadores de la Redacción y el Departamento de Diseño. (Venía de un distinguido empleo en Manapro, una empresa venezolana precursora en el mundo del software, adonde se le conocía como Superchamo).
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Algunos otros enlaces pertinentes (atención a las fechas):
Si yo fuera Presidente
Solón y Cafreca
Tío Conejo como outsider
Retrato hablado
Hallado lobo estepario en el trópico
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por Luis Enrique Alcalá | Ago 9, 2023 | Notas, Política |

La despedida
Este primer hijo ha sido apoyo fundamental, conceptual y tecnológico, del esfuerzo de treinta y seis años en mi peculiar política (…) le he encargado asegurarse de que este blog me sobreviva como repositorio abierto de los productos de una trayectoria intelectual que se remontan a 1969.
Millar segundo, 20 de marzo de 2019.
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La pestaña superior de este depósito—En este blog—daba cuenta de sus entradas sobre tema político hasta el 16 de febrero de este año: 2.322. A la fecha de hoy se ha añadido unas cuantas, y ésta es la última de todas. Estoy harto de no tener éxito con mis proposiciones. En Citas favoritas se lee ésta de André Gide (El mito de Narciso): «Todas las cosas ya están dichas; pero como nadie escucha, siempre hay que empezar de nuevo«. He empezado de nuevo demasiadas veces.
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Anteayer remití, a un apreciado amigo, una nota en la que argumentaba a favor de una candidatura presidencial que prometiera una presidencia corta, de ocho meses tan sólo, al cabo de los cuales renunciaría luego de poner en práctica un esquema al estilo del descrito en Recurso de Amparo, sólo que esta vez yo no sería el candidato, sino un político profesional que admiro desde hace tiempo. Se trataría de una sorpresa que pudiera resultar ganadora. Maduro, Machado, Er Conde del Guácharo, Capriles, etcétera, pudieran relanzarse al año siguiente, para una presidencia de cinco años en lugar de seis.* Cerré mi comunicación con esta autocita de hace treinta y seis años:
A favor de esta posibilidad jugaría la amplificación que se daría por el efecto de novedad. Por el mismo hecho de plantearse una campaña de estilo diferente es como se daría la posibilidad de distinguir el mensaje en un mar de ruido electoral, en la cacofonía de las abrumantes campañas tradicionales, como un minúsculo flautín clarísimo lo hace dentro de un tutti orquestal.
(Sobre la posibilidad de una sorpresa política en Venezuela, 22 de septiembre de 1987).
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* Artículo 233 de la Constitución vigente: «Serán faltas absolutas del Presidente o Presidenta de la República: la muerte, su renuncia, la destitución decretada por sentencia del Tribunal Supremo de Justicia, la incapacidad física o mental permanente certificada por una junta médica designada por el Tribunal Supremo de Justicia y con aprobación de la Asamblea Nacional, el abandono del cargo, declarado éste por la Asamblea Nacional, así como la revocatoria popular de su mandato. (…) Cuando se produzca la falta absoluta del Presidente o Presidenta de la República durante los primeros cuatro años del período constitucional, se procederá a una nueva elección universal y directa dentro de los treinta días consecutivos siguientes».
LEA
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por Luis Enrique Alcalá | Mar 20, 2022 | Notas

Dos millares y medio
Este blog llegó a 2.500 entradas hace exactamente una semana, y no me había percatado del nuevo hito. Entre hoy y la entrada dos mil (Millar segundo) transcurrieron exactamente tres años, pero tal coincidencia no fue planificada. Del total de entradas, 2.282 son de tema político (91,28%), mientras que 136 son de música; entre ambas, alcanzan 2.418. (Sólo 82 del total no entran en esas categorías).
La primera de las piezas en aparecer acá fue la primera marcha ceremonial de las cinco que Edward Elgar denominara Pompa y circunstancia, cuyo tema solemne coloqué el 12 de abril de 2010. He aquí, para celebrar, el trozo en cuestión:
Georg Solti y la Orquesta Filarmónica de Londres
Este blog alcanzó su audiencia máxima diaria el pasado 27 de febrero, con una entrada referida a palabras de Volodymir Zelenski, cuando recibiera 1.343 visitas.
Muchas gracias.
LEA
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por Luis Enrique Alcalá | Ene 6, 2022 | General, Política |

Esa presentación conduciría ese mismo año a un taller de cinco días sobre Política Clínica*
A Atenaida Escobar
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Lo que sigue ha sido tomado del capítulo final de Las élites culposas, libro del suscrito de mediados de 2012
Esencialmente, la Política Clínica es la práctica de la Política como un arte de carácter médico. De tan simple postulación, se desprende una buena cantidad de consecuencias.
Primero que nada, que la Política no es una ciencia; es un arte, un oficio, una ocupación, un métier, como la Medicina o la Ingeniería, que tampoco son ciencias, y mucho menos es la Política una ciencia deductiva, como la Geometría. (En un viejo y erróneo concepto, la Política se derivaría, como un teorema, a partir de primeros principios: las ideologías). Hay ciencias médicas, por supuesto—la anatomía y la histología, la fisiología y la fisiopatología, la bioquímica y la biofísica—como se habla de “las ciencias de la Ingeniería” (Matemática, Física, Ciencia de los Materiales). Pero el médico y el ingeniero no son investigadores que contestan preguntas y expanden el campo del conocimiento teórico; son profesionales que resuelven problemas. Son practicantes de un arte. Claro, porque quieren ejercerlo responsablemente buscan el auxilio de la ciencia, el modo más riguroso y serio de obtener conocimiento.
El arte de la Política es el de resolver problemas de carácter público. Muchos problemas humanos, la gran mayoría, encuentran solución en el intercambio privado: las interacciones de personas individuales que componen el reino del Derecho Civil o Mercantil. Otros adquieren una dimensión que escapa a esa capacidad de la interacción privada y afectan a grandes contingentes de personas, a pueblos enteros, incluso al mundo todo. Entonces se hacen necesarias las instancias que puedan tramitarlos, entenderlos y resolverlos: las instituciones públicas.
El diseño, la invención de las instituciones y su operación—mediante “las políticas”, ahora en plural—para resolver los problemas públicos, es la médula del arte de la Política. Ninguna otra cosa—otra vez—que la solución a esta clase de problemas justifica a los actores públicos: partidos y líderes, instituciones y ministros, estados y gobernantes. Es para eso, y solamente para eso, que las sociedades constituyen estados; ninguno se justifica sino por eso.
Por consiguiente, los dirigentes de los estados no son los jefes de los pueblos o sociedades; son quienes comandan un aparato institucional que resuelve problemas públicos, los que aquejan a las sociedades, a los pueblos. Un médico no es el jefe de sus pacientes; es su servidor, su consejero.
Las fuentes paradigmáticas más adecuadas a la Política Clínica están en la moderna Ciencia de los Sistemas Complejos, la que incluye la Teoría del Caos. Ella, a su vez, se maneja mejor con las llamadas “matemáticas fractales”, cuyo fundador consciente es Benoît Mandelbrot, matemático franco-americano nacido en Varsovia y autor de La Geometría Fractal de la Naturaleza (1982).
Un sistema complejo es un conjunto de muy numerosos componentes que interactúan entre sí. El clima de la tierra, por ejemplo, es un sistema complejo, como lo son el aparato circulatorio humano, la dinámica turbulenta de los fluidos, los mercados de valores, las sociedades en general y, naturalmente, el mismo universo entero. Las Ciencias Sociales clásicas procuraban construir modelos lineales y simples en imitación de la Física Clásica; ahora disponen de las estructuras conceptuales provistas por la Ciencia de la Complejidad, que son mucho más poderosas para modelar entes complejos como las sociedades y su desenvolvimiento histórico. Si Carlos Marx hubiera tenido a la mano la Ciencia de la Complejidad, nunca hubiera desarrollado su “materialismo histórico”.
Uno de los rasgos definitorios de los sistemas complejos es la presencia en el conjunto de “propiedades emergentes”, las que no están presentes en los componentes individuales y por esto son impredecibles a partir de ellos.
En ilustración de Ilya Prigogine, Premio Nobel de Química: si ante un ejército de hormigas que se desplaza por una pared, uno fija la atención en cualquier hormiga elegida al azar, podrá notar que la hormiga en cuestión despliega un comportamiento verdaderamente errático. El pequeño insecto se dirigirá hacia adelante, luego se detendrá, dará una vuelta, se comunicará con una vecina, tornará a darse vuelta, etcétera; uno concluirá que esa hormiga no tiene la menor idea de adónde dirigirse. Pero el conjunto de las hormigas tendrá una dirección claramente definida, la propiedad emergente de su direccionalidad.
Para la economía clásica, la mano misteriosa del mercado estaba basada en la eficiencia del decisor individual. Se lo postulaba como miembro de la especie homo œconomicus, hombre económicamente racional. Los modelos del comportamiento microeconómico postulaban competencia perfecta e información transparente. El mercado era perfecto porque el átomo que lo componía, el decisor individual, era perfecto. La propiedad del conjunto estaba presente en el componente.
Hoy en día, no es necesario suponer esa racionalidad individual para postular la racionalidad del conjunto: el mercado es un mecanismo eficiente independientemente y por encima de la lógica de las decisiones individuales.
Es esta característica natural de los sistemas complejos el más sólido fundamento de la democracia y el mercado. A pesar de la imperfección política de los ciudadanos concretos, la democracia sabe encontrar el bien común mejor que otras formas de gobierno; a pesar de la imperfección económica de los consumidores, el mercado es preferible como distribuidor social. Tanto la democracia como el mercado, naturalmente, pueden enfermar.
No se trata de nociones tan abstrusas o hallazgos tan misteriosos que una persona común no pueda entender. La gente de CEDICE pudiera sustentar su defensa de la actividad empresarial sobre bases más actuales, y cualquier militante de Un Nuevo Tiempo o el PSUV podría aprender estas cosas si se lo propusiera, pero la dirigencia de ambos partidos insiste en que lo ideológico es lo fundamental. Son cosas como éstas las que hacen obsoleto el marco mental de los actores políticos convencionales, las que determinan su insuficiencia política.¶
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Estructura del taller (clic amplía)
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Nota necesaria
En Millar segundo (20 de marzo de 2019):
Hace unos días me escribió desde Los Ángeles un noble amigo—Leopoldo Hellmund Blanco—cuyo nombre de pila puse a mi hijo mayor, nacido en 1969. Este primer hijo ha sido apoyo fundamental, conceptual y tecnológico, del esfuerzo de treinta y seis años en mi peculiar política: me asistió en la escritura y diagramación de Krisis, mis «memorias prematuras» (1986), me animó en 2002 a producir lo que en un comienzo fue la Carta de Política Venezolana y luego—desde el #86 del 12 de mayo de 2004 hasta el #356 del 5 de noviembre de 2009—la Carta Semanal de Dr. Político. De hecho, fue él la fuente de tal denominación al instruirme en el concepto de «marca personal» (personal brand) que yo desconocía; me convocó una mañana a su casa para explicármelo y advertirme que mi marca personal debía expresar lo que yo era, lo que yo hacía. Respondiendo a su estímulo, sugerí que si lo que yo hacía era una política médica, clínica, tal vez Dr. Político fuera la marca adecuada. (Muchas veces he explicado que no tengo doctorado alguno, a pesar de nueve años de educación universitaria—tres en Medicina, uno de Estudios Internacionales y cinco de Sociología—; el «doctor» de mi marca es simplemente sinónimo de médico: «Vengo del doctor, el doctor me recetó»).
La explicación precedente fue ofrecida por mí a la Profra. Ana Blanco, promotora y organizadora del taller en la Escuela Luis Razetti, a pesar de lo cual fui presentado como «doctor» en materiales de promoción. El último día del programa dije que soñaba con obtener de la Escuela de Medicina de la Universidad Central de Venezuela un doctorado honoris causa en Medicina. También que intentaría repagar, con la donación de mi cadáver a la escuela, los que había disecado en la Universidad de Los Andes en 1959-60.
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Me encuentro preparando una versión actualizada y aumentada de ese taller, con la esperanza de atraer principalmente a personas de oficio o vocación pública, aunque estará abierto a cualquier persona que se interese. Estaré informando de localización, fechas y requisitos de inscripción por este medio. LEA
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por Luis Enrique Alcalá | Mar 10, 2021 | Argumentos, Política |

Del maestro del suspenso
Con fecha de hoy, efectococuyo trae una nota centrada sobre un elocuente hallazgo de Datanálisis: «Un outsider le gana en intención de votos a Maduro y a Guaidó, según encuesta». En el cuerpo de la información, asienta:
Una encuesta de Datanálisis revela que en unas hipotéticas elecciones presidenciales, 45,8% de los electores votaría por un candidato independiente, 12% por el dirigente chavista Nicolás Maduro y 11,4% por el líder opositor Juan Guaidó. 30,8% opta por la opción de No sabe / No responde.
En el estudio, de febrero de este año, el outsider representa casi el doble de intención de votos de los que reúnen Maduro y Guaidó juntos.
“Lo que la encuesta dice es que hay decepción y desconexión con las ofertas políticas existentes llámense oficialistas, que tienen el mayor nivel de rechazo empezando por Maduro, u opositoras (…) la gente quiere una propuesta distinta a las estrategias pasadas, a la polarización actual”, responde el director de Datanálisis Luis Vicente León.
Para el analista político es evidente que en Venezuela aumenta el terreno para un outsider frente a la crisis de partidos y el desgaste de los dirigentes políticos: “El campo del outsider es el campo de las decepciones de la población frente al liderazgo”.
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El próximo mes de septiembre se cumplirán treinta y cuatro años del estudio Sobre la Posibilidad de una Sorpresa Política en Venezuela, que consideró dos clases de sorpresa en el acontecer político venezolano: 1. un golpe de Estado y 2. justamente, la llegada de un outsider democrático a la Presidencia de la República. Respecto del primer tipo, ese estudio postuló: «…de ganar las elecciones de 1988 uno de los candidatos tradicionales, probablemente lo haría con un porcentaje muy reducido de votos. En ese caso el próximo gobierno sería, por un lado, débil; por el otro, ineficaz, en razón de su tradicionalidad. Así, la probabilidad de un deterioro acusadísimo sería muy elevada y, en consecuencia, la probabilidad de un golpe militar hacia 1991, o aun antes, sería considerable». Poco después de la fracasada intentona de Hugo Chávez, Francisco Arias Cárdenas, Diosdado Cabello et al., se sabría que su alzamiento estuvo planeado para el 16 de diciembre ¡de 1991! Los golpistas proyectaban amanecer mandando desde Miraflores en un nuevo aniversario de la muerte de Simón Bolívar.
Pero la sección pertinente de ese trabajo de 1987 versa sobre el asunto que fuera medido por Datanálisis el pasado mes de febrero. Puede resultar de interés reproducir aquélla prácticamente en su totalidad.
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SORPRESA #2: OUTSIDER DEMOCRATICO
Es posible también una sorpresa más democrática que un golpe de Estado. Es más, la probabilidad de ese tipo de sorpresa es significativamente mayor que la de una «solución» militar. No obstante, sigue siendo una sorpresa. Es decir, la probabilidad de un evento tal es baja. No es altamente probable que un candidato no postulado por Acción Democrática o COPEI llegue a ganar las elecciones. Pero de esto se trata precisamente, de considerar cualitativamente las sorpresas, pues de su ocurrencia se ocupará el curso de los acontecimientos y el signo de los tiempos, según el cual, para recordar a Dror, la sorpresa es ahora un fenómeno endémico.
El tipo de análisis que haremos acá es el de estipular cuáles serían los requisitos necesarios en un candidato sorpresa y en su campaña, sin los que no podría darse su triunfo.
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- Rasgos necesarios del candidato
El primer rasgo indispensable en el líder que pueda orientar a su favor la considerable potencialidad de un voto harto de lo tradicional y de su ineficacia, es que sea un verdadero outsider. Hay, al menos, dos sentidos en los que este concepto de outsider se aplicaría en este contexto.
Para comenzar, el candidato debe ser un político que pueda ser percibido como estando fuera del establishment de poder venezolano. No necesariamente significa esto que el candidato deba estar contra la actual articulación de poder en Venezuela. Simplemente es necesario que no se le perciba como formando parte de la red de compromisos que caracterizan a la configuración actual.
(…)
El pueblo sabe, empírica o intuitivamente, que una persona, participante directo de la configuración de poder actual, carece de la libertad necesaria para acometer los cambios que sería necesario introducir a través de tratamientos novedosos a la situación política. Para ponerlo en otros términos: un líder que ostente en los momentos actuales una cantidad significativa de poder, estará al mismo tiempo muy impedido por la serie de transacciones en las que, con toda probabilidad, habrá debido incurrir para acceder a la posición que ocupa y para mantenerla.
(…)
Hay un segundo sentido, más específico, en el que el candidato que pueda resultar la sorpresa debe ser un outsider. Debe serlo también en términos de estar afuera o por encima del eje tradicional del «espacio» político. Tal eje viene determinado por un continuum más o menos lineal, que va desde las posiciones de «izquierda» hasta las posiciones de «derecha». Esta es una división tradicional del campo político, pues responde al criterio de que el principal «problema social» (o político), consiste en distribuir la renta social: si se acomete este asunto con preferencia para «los pobres» entonces se es izquierdista; si esto se hace con preferencia por «los ricos», entonces se es derechista.
No es éste el sitio para describir otra noción política más moderna que considera obsoleto el planteamiento anterior, definitorio de «derechas» e «izquierdas». Pero el candidato que pretenda tener éxito en 1988 deberá ser outsider también en el sentido de no situarse en alguna posición del eje referido, sino en un plano diferente.
(…)
La segunda característica importante (a nuestro juicio más importante que la condición de outsider) que debe ostentar un candidato con posibilidades de «dar la sorpresa», es la posesión de tratamientos suficientes y convincentes para la crisis.
La base de esta condición consiste en poder partir de una concepción de lo político que comprenda importantes y hasta radicales diferencias con las concepciones convencionales. En la raíz de tal concepción está la necesidad de una sustitución de paradigmas políticos, en el sentido que Tomás Kuhn da al término paradigma. Es decir, nos hallamos ante una realidad social y política que ya no puede ser comprendida por los planteamientos y enfoques convencionales, lo que es la causa de fondo de la crisis de gobernabilidad. No es el caso que los políticos tradicionales tengan las recetas adecuadas y por «maldad» se resistan a aplicarlas. El punto es que no las saben.
(…)
A partir de una concepción diferente, más científica y moderna de la política y sus posibilidades tecnológicas reales, es como podría ser posible la generación de tratamientos que cumplan con tres condiciones necesarias a la persuasión pública requerida:
1. Deben ser radicales pero pocos: dos extremos resultan imposibles, dañinos o inútiles: el planteamiento de una reforma radical y global, que se ocupe de todo a la vez, en el mejor de los casos será altamente traumático y, más probablemente, imposible de aplicar por falta de capacidad para gerenciar un grado de cambio tan exhaustivo; la estrategia de cambiar lo menos posible e ir ajustando las cosas de modo incrementalista es derrotada por la complejidad original del problema y su velocidad de complicación creciente. Este dilema es comprendido intuitivamente por el elector promedio. De allí la poca credibilidad de los programas de gobierno exhaustivos, así como la de los programas tímidos e incrementalistas. Para que un programa alcance la credibilidad necesaria deberá ser del tipo radical selectivo, es decir, identificador de pocos puntos estratégicos sobre los que se ejerza una acción transformadora a fondo. Y a esta condición deberá sumarse la de concreción, pues no bastará la enumeración de pocas áreas si éstas son vagamente definidas.
2. Deben ser eficaces: no se trata por tanto de pseudotratamientos. «Reactivar la economía» no es la solución, sino el estado final que debe alcanzarse una vez aplicada la solución. Combatir el «centralismo», combatir el «presidencialismo», etcétera, son orientaciones generales muy loables pero poco concretas. Los tratamientos deberán venir explicados en forma tan concreta que se pueda especificar su beneficio y su costo. Los tratamientos deberán dirigirse al ataque de causas problemáticas antes que a la moderacion temporal de sintomatologías anormales.
3. Deben ser positivos: se necesita un planteamiento terapéutico que trascienda la política quejumbrosa para ofrecer salidas que permitan un razonable optimismo.
Por último, el candidato debiera tener la capacidad de «librar por todos». (En el juego infantil del escondite se estipula a veces una regla por la que al quedar sólo un jugador por descubrir, éste puede salvarse, no únicamente a sí mismo, sino a todos los anteriores que hayan sido atrapados). (…) El cargo de Presidente de la República tiene de por sí mucha capacidad de convocatoria, y lo tendría mucho más si tal cargo lo ocupase un outsider que hubiera logrado dar la sorpresa. El punto está más bien en la voluntad real de convocar que tenga el involucrado, en la medida en que no esté atado a intereses tan específicos que no pueda verdaderamente pasar por encima de rencores de asiento grupal. Si un aspirante a outsider sorpresivo, a «tajo» de las elecciones, plantea su campaña con un grado apreciable de vindicta, de falta de comprensión de lo que en materia de logros políticos debemos aun a los adversarios, obtendrá temprana resonancia y fracaso final. El outsider con posibilidad de éxito no se impondrá por una mera descalificación de sus contendientes y, en todo caso, no por descalificación que se base en la negatividad de éstos sino en la insuficiencia de su positividad. El propio Issac Newton reconoció: «Si pude ver más lejos fue porque me subí sobre los hombros de gigantes».
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- Rasgos necesarios de la campaña
Suponiendo que exista el verdadero outsider y que éste posea un arsenal terapéutico eficaz, concentrado y positivo, capaz de ser asumido voluntariamente como programa por el público en general, todavía queda el problema de ejecución de su campaña en forma correcta.
El eje básico de una campaña correctamente ejecutada pasa nuevamente por la suficiencia de los tratamientos que el outsider proponga. La campaña debe ser planteada en esos términos: suficiencia vs. insuficiencia.
Luego viene la consideración del tiempo estratégico. Por diversas razones el tiempo de lanzamiento de la candidatura con posibilidades debe ser lo más tardío posible. Por un lado está el problema de los recursos: es improbable que un verdadero outsider pueda conseguir los fondos necesarios a una campaña prolongada. Por otra parte, el intento debe ser hecho contraviniendo los intentos de actores muy poderosos. En tales condiciones una guerra de atrición no es sostenible. No puede un outsider trenzarse en una larga «guerra de trincheras» contra Acción Democrática y COPEI, pues caería en el asedio. Nuestro outsider se encuentra en la situación de Israel, país pequeño y rodeado de enemigos mucho más numerosos y de mayor poder. Así, su estrategia indica un golpe sorpresivo y contundente y definitivo. Por último, el tiempo debe ser tardío porque lo que es necesario producir corresponde a lo que los psicólogos de la percepción llaman un gestalt switch. Es un cambio súbito en la manera de percibir una misma cosa. De este modo, o el cambio de percepción se produce o no se produce, o se entiende o no se entiende, y para esto no es necesaria o correcta una campaña de convencimiento gradual, sino una argumentación suficiente que tienda a producir una respuesta más instantánea.
Este punto viene ligado, como dijimos, al tema de los recursos, pues una condición de corrección de la campaña deberá ser por fuerza la de su economía. La campaña deberá ser económica, tanto porque no se dispondrá de muchos recursos como porque un gasto excesivo produciría un rechazo de la misma. Así, la campaña debiera ser diseñada en términos económicos.
Esto será posible si la campaña es planteada en términos de calidad vs. cantidad. Contra la reiteración esloganista de millares de cuñas y pancartas, una concentración en mensajes más completos, más densos y contundentes.
A favor de esta posibilidad jugaría la amplificación que se daría por el efecto de novedad. Por el mismo hecho de plantearse una campaña de estilo diferente es como se daría la posibilidad de distinguir el mensaje en un mar de ruido electoral, en la cacofonía de las abrumadoras campañas tradicionales, como un minúsculo flautín clarísimo lo hace dentro de un tutti orquestal.
La campaña deberá caracterizarse, además, por una extraordinaria capacidad organizativa. Se trata, para mencionar sólo un problema, de disponer de testigos en unas treinta mil mesas electorales, con su correspondiente apoyo logístico y de comunicación. Para un outsider este problema es de gran cuantía puesto que, por definición, al ser outsider no dispone de la «maquinaria» de antemano.
Finalmente, el outsider deberá ser capaz de resistir los ataques que sobrevendrían, en una gama que puede ir desde el enlodamiento de su reputación hasta la eliminación física. El riesgo aumentará a medida que la opción que representa comience a significar una posibilidad clara de victoria.
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- Las probabilidades
Siendo lo que antecede las condiciones indispensables a una «sorpresa» exitosa ¿qué puede decirse de las probabilidades de tal aventura?
La condición crítica será seguramente la de disponibilidad de los recursos. Acá se enfrentaría un outsider con la incredulidad básica ante una aventura no convencional y con la tendencia conservadora que aún en casos de crisis encuentra difícil ensayar algo novedoso. Aquellos que pudieran dotar a una campaña como la esbozada de los recursos suficientes estarán oscilando entre los extremos de más de un dilema.
Uno de los dilemas es el de seguridad vs. corrección. Se sabe de lo inadecuado de los actores políticos tradicionales, pero ante un planteamiento correcto por un outsider habría la incomodidad de abandonar lo conocido. Es queja perpetua del sector privado que el Gobierno no establece reglas de juego estables. La verdad es que hay reglas tácitas de conducta establecidas desde hace tiempo, incluyendo las que regulan la urbanidad de la corrupción. Stafford Beer decía, refiriéndose a la sociedad inglesa de hoy, que su problema era que “los hombres aceptables ya no son competentes, mientras los hombres competentes no son aceptables todavía”. En forma similar Yehezkel Dror destaca otro dilema: si se quiere eficacia es necesaria una transparencia en los valores, la exposición descarnada de los mismos; si lo que se quiere, en cambio, es consenso, entonces es necesaria la opacidad de los valores, no discutirlos más allá de vaguedades y abstracciones.
Así, pues, se estaría ante un dilema de tradicionalidad vs. eficacia, de poder vs. autoridad. Es pronosticable que la mayoría de los actores con recursos, ante una solicitud de cooperación por parte de un outsider con tratamientos realmente eficaces, se pronunciarían por los términos dilemáticos más conservadores.
Pero es concebible que una minoría lúcida entre los mismos pueda proveer los recursos exigidos por una campaña poco costosa en grado suficiente, al menos para cebar la bomba que pueda absorber los recursos totales del mercado político general, pues si la aventura cala en el ánimo del público, una multitud de pequeños aportes puede sustituir o complementar a un número reducido de aportes cuantiosos.*
Pero el obstáculo principal consistirá en salvar la diferencia entre una percepción de improbabilidad y una de imposibilidad. Ni aún el menos conservador de los hombres dará un céntimo a una campaña de este tipo si considera que todo el esfuerzo sería inútil, si piensa que un resultado exitoso es, más allá de lo improbable, completamente imposible. El análisis que hemos hecho indica que, si bien el éxito de una aventura así es por definición improbable—a fin de cuentas se trataría de una sorpresa**—no es necesariamente imposible y que, por lo contrario, la dinámica del proceso político venezolano hace que esa baja probabilidad inicial vaya en aumento. Si esto es percibido de este modo, entonces tal vez las fuentes de apoyo necesarias quieran comportarse como un jugador racional de la ruleta con cien dólares en la mano. Apartará cincuenta dólares como reserva y de los cincuenta restantes apostará la mayoría, cuarenta y cinco quizás, a las posibilidades de mayor probabilidad, rojo, negro, par, impar. Pero jugará cinco de los cien dólares en pleno al diecisiete negro (outsider), porque sabe que si la apuesta es de éxito menos probable, si pierde pierde poco y si gana ganará mucho más que lo que invirtió.
Finalmente, y nuevamente en la analogía de los juegos, bastante dependerá de la lectura que se tenga de la crisis. Para aquellos para los que la abrumadora acumulación de evidencias no sea suficiente para creer que la crisis no es de carácter coyuntural y pasajero, será lo indicado negar su apoyo al outsider. Sólo aquellos que ya se hayan convencido de que la crisis es estructural y requiere por tanto terapias no convencionales, podrán pensar como el buen jugador de dominó (o de bridge) que carezca de información completa sobre la localización de las piezas o cartas clave. En esas condiciones, un buen jugador identificará cómo tendría que darse esa ubicación de piezas para poder ganar la mano. Entonces jugará como si en verdad la disposición fuese esa única forma de ganar, rogando para que así sea.
Yehezkel Dror nos dice que la situación del agente de decisión de hoy es cada vez más la de una apuesta difusa.
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* Veintiún años después, Barack Obama lograría precisamente eso en su campaña de 2008: 70% de los recursos financieros de su campaña fue provisto por numerosas donaciones individuales con un promedio de 50 dólares por aporte.
** Una sorpresa es la ocurrencia de un evento improbable. Para el Diccionario de la Lengua Española, sorpresa es «Acción y efecto de sorprender», y sorprender es «Conmover, suspender o maravillar con algo imprevisto, raro o incomprensible».
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Un complemento a esta entrada es Retrato hablado, del 30 de octubre de 2008.
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