Recuerdo de RIO

El grupo industrial al que dediqué nueve años de mi vida

 

En la primera de mis dos etapas en Corimón (1968-1974), mi oficina quedaba al lado de la de Ramón Illarramendi Ochoteco, primero Tesorero y luego Gerente General de la empresa. Me desempeñaba entonces en mi triple calidad de Gerente de la Fundación Neumann, Asistente de la Presidencia y Secretario de las Juntas Directivas de las subsidiarias de la Corporación Industrial Montana. Esa tercera función la llenaba haciendo las minutas de las reuniones y al poco tiempo las dirigía a sus destinatarios, para abreviar, no con los nombres completos sino con las iniciales de los miembros de las juntas. Así, HN correspondían a Hans Neumann, LN a su hermano Lotar, FP a Francisco Pick, RR a Rodolfo Rotter, GS a Gerardo Sichel, LR a Leonid Rozental, PJP a Pedro José Pick, WAC a William A. Conkright—todo el mundo lo llamaba Bill, para evitar las iniciales WC—, NK a Norman Kalén… En tal asignación, Ramón pasó a ser RIO.

Era un hombre de muy buen humor, a veces negro en la época que empezaron a circular los «chistes crueles». (Un gran amigo de juventud me obsequió un folleto de «sick jokes», que empezaba por registrar que un reportero entrevistaba a la esposa de Abraham Lincoln, quien fuera asesinado en representación del teatro Ford de Washington por John Wilkes Booth en 1865. El entrevistador habría preguntado a la viuda: «Y apartando lo demás, Sra. Lincoln… ¿qué le pareció la obra?») Ramón me comentaba el deceso de la esposa de un importante ejecutivo venezolano, con quien había tenido catorce hijos: «¡Por fin N. N. encontró un método para el control de la natalidad!»

Fue Ramón quien me obsequiara la tabla que abajo se reproduce. Según él, era un útil auxiliar en la selección de personal para una empresa, pues clasificaba a los entrevistados según su calidad general, manejo del tiempo, iniciativa, adaptabilidad y habilidad de comunicarse.

 

De vez en cuando te recuerdo, Ramón, y a tu primo Ramón Adolfo Illarramendi, persona muy cercana a Rafael Caldera Rodríguez. LEA

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¿Más claro? ¿Más raspao?

El periódico que Hans Neumann financió para Teodoro Petkoff

 

He tropezado con un artículo que lleva por título Una historia de TalCual con Teodoro como periodista y empresario, cuyo autor es Juan Carlos Zapata. En él se lee:

Eran los tiempos de la última crisis de El Diario de Caracas. Llegó el pitazo de por qué no encargarse de su dirección. En conjunto desechamos la idea. Era imposible su rescate. Lo mejor fue que su máximo accionista, Hans Neumann, estaba dispuesto a voltear la propuesta y hacerse socio del nuevo proyecto de Petkoff, sin importarle que ello implicara cerrar El Diario de Caracas, cuya circulación había caído al mínimo.

Tales afirmaciones no son verdaderas; ni era imposible el rescate del periódico ni su circulación había caído al mínimo. En entrevista que me hiciera Marco Gómez mientras me desempeñaba como Editor en Jefe de El Diario de Caracas (reproducida en Del proverbial baúl…) puede leerse lo siguiente:

…si servimos bien a los Lectores, inevitablemente aumentará nuestra circulación—ya lo está haciendo: en las últimas semanas la circulación del periódico ha llegado a incrementarse en porcentajes de hasta 12% intersemanal—y cuando aumente la circulación inevitablemente aumentará el flujo de publicidad.

El «rescate» estaba siendo exitoso.

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Mientras ejercía como Editor Jefe de El Diario de Caracas, Hans Neumann me refirió cómo le habían visitado Allan Randolph Brewer Carías y Pedro Nikken (ya fallecido) para pedirle, en la Navidad de 1999, que «le diera un periódico» a Teodoro Petkoff. Comenté esto a Neumann en tres páginas de notas, de las que guardo imágenes de escáner, no un archivo de texto. Ésta es una de sus secciones:

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Como Editor en Jefe del periódico, escribía semanalmente sus editoriales. A fines de 1999 dejé esta constancia en Las élites culposas:

Quien sí se animó a una interpretación traída por los cabellos fue el cardenal Antonio Ignacio Velasco García, Arzobispo de Caracas. El domingo 19 de diciembre, sugirió en sermón que pronunciara en la Catedral de la ciudad demudada que los deslaves* habían sido el resultado de la ira del Cielo por la soberbia del Presidente de la República. A la sazón, yo me desempeñaba como Editor en Jefe de un disminuido periódico, El Diario de Caracas, y en ese carácter escribía una página semanal. A la próxima oportunidad, comenté en ella el dislate cardenalicio y le solicité que nos propusiera “un Dios menos estúpido”.

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Del mismo libro, en nota al pie de su página 128:

Hans Neumann, dueño del periódico, me había ofrecido el cargo a fines de septiembre, con la desesperada petición de que lo sacara a flote ¡en dos meses! Conseguí plazo de un mes adicional pero, antes de cumplirse, Neumann me convocó a su casa para decirme que estaba “muy satisfecho” con mi trabajo—lo repitió tres veces—, que me tomara mi tiempo sin preocuparme por los fondos, pues su posición económica había mejorado sustancialmente con la venta de algunos activos. El 6 de enero de 2000 me sorprendió con otra convocatoria, de muy diferente tenor. Allan Randolph Brewer-Carías y Pedro Nikken lo habían visitado en su casa de la isla de Mustique durante la Navidad de 1999 para pedirle que diera a Teodoro Petkoff la Dirección de El Diario de Caracas, y me invitó a ocuparme de sacar un semanario que alguna vez le propusiera como forma de salvar el diario, que me había entregado en graves problemas. Llegué a pensar que mi invectiva contra el Cardenal había causado el horror de gente como Brewer y Nikken, y dije a Neumann que él podía disponer de mi cargo pero no renunciaría. Poco después, quiso decirme que había decidido financiar un periódico bajo Petkoff—sería Tal Cual—porque la misión final y trascendente de su vida sería combatir a Hugo Chávez. En tales circunstancias, no podría costear dos periódicos. En doble ironía, la rotativa de El Diario de Caracas, periódico que terminó vendiendo a un grupo afecto a Hernán Grüber Odremán**, imprimió hasta su cierre El Diario del Presidente, el efímero periódico gratuito de Chávez que dirigiera Juan Barreto.

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También de Las élites culposas:

El 27 de ese mes y ese año, [abril de 2000] asistí, por invitación de Gustavo Ghersy, a una reunión en casa de su suegro donde expondría Francisco Arias Cárdenas, a la que asistió un buen número de figuras importantes: «Lo más interesante que recuerdo de esa cita es la presencia de Teodoro Petkoff, quien se había acercado al cónclave con una copia del número cero o ensayo de su nuevo periódico. Sentado a su lado, pude examinarla. Me gustó el nombre del proyectado vespertino—Petkoff venía de un notorio éxito en la Dirección de El Mundo, del que fue despedido por presiones gubernamentales contra la sucesión de Miguel Ángel Capriles—y su lema: Claro y raspao»

El Diario de Caracas cerró operaciones en ese mismo mes. Entonces había gente que argumentaba a favor de la candidatura de Arias Cárdenas, participante del intento golpista del 4F, porque «no hay mejor cuña que la del mismo palo». Ghersy me invitó luego de ver una entrevista que me hicieran poco antes en Globovisión, admitiendo que lo había impresionado. Cuando Petkoff dejara El Mundo, le ofrecí una página semanal en El Diario de Caracas. No fue necesaria; ya estaba firmada el acta de defunción del periódico que me hizo feliz por unos pocos meses.

Marco Gómez cerró la entrevista mencionada con estas palabras: «Salgo a la Sala de Redacción, donde el enjambre se encuentra en plena faena. Caras alegres, animadas. Rostros de gente que se sabe perteneciente a un proyecto ganador. Y es que, verdaderamente, ahora El Diario de Caracas es otra cosa». No habría podido escribir eso si hubiera sido verdad lo que afirmara Zapata: «Eran los tiempos de la última crisis de El Diario de Caracas. (…) Era imposible su rescate».

Unos años después, Petkoff me ofreció espacio para artículos míos en Tal Cual. También conversamos mucho.

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Hans Neumann moriría al año siguiente, tres años después de que una hemiplejia inmovilizara su costado derecho. Siempre pensé que fue causada por el doloroso desmembramiento de Corimón presidido por Philippe Erard, yerno de Lotar (hermano mayor de mi jefe), luego de que el divorcio de Hans de su primera esposa le obligara a debilitar su posición accionaria. Al presentar Del proverbial baúl… dejé estas constancias: «María Cristina Anzola Etchevers, a quien considero la cuarta de mis hermanas (…) el sepelio de Hans Neumann Haasova tuvo lugar en Caracas el 11 de septiembre de 2001, el mismo día del ataque hiperterrorista contra las torres gemelas del World Trade Center en la ciudad de Nueva York. Ese día, llamé a María Cristina, ya separada de Hans y residenciada en la metrópolis atacada, para asegurarme de que hubiera sobrevivido y recordar a quien quisimos tanto».

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* Los deslaves de Vargas, que ocurrían cuando la Constitución de Venezuela era aprobada en referendo el 15 de diciembre de 1999. Mucha angustia pasamos en El Diario de Caracas, mientras restablecíamos la comunicación con reporteras que vivían en el litoral central. Por fortuna, sobrevivieron al cataclismo.

** Luego de la intentona liderada por Hugo Chávez el 4 de febrero de 1992, Grüber Odremán lideró otro levantamiento frustrado el 27 de noviembre de ese mismo año.

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Recuerdos de un amigo ido hoy

Henrique Machado Zuloaga a la izquierda de Luis Ugueto Arismendi, su gran amigo

 

El Informe Krisis ocupó buena parte de mi actividad en 1984, así como sirvió, además de fuente de ingresos, como canal para desaguar mis inquietudes sobre la política nacional e internacional. Nació, como dije antes, en octubre de 1983, en la recta final de las elecciones de ese año. La invasión a Grenada dominó por ese entonces la escena internacional, pues no faltó quien pensara que ese episodio presagiaba un ejercicio similar hacia Nicaragua. El conflicto centroamericano, junto con las vicisitudes del mercado petrolero internacional y el proceso de refinanciamiento que por entonces conducía el ministro Arturo Sosa, fueron los tres procesos de “interfase” externa que el informe analizó con asiduidad. Por lo que respecta a lo nacional, el Informe Krisis atendía a la actividad política, la actividad económica, la actividad “social” (más bien laboral) y a la más específica relación del gobierno con el sector empresarial.

Tuvo buena acogida. Algunos importantes personajes lo comentaron favorablemente. Ramón Escovar Salom estaba encantado y lo creía “refrescante”, mientras Eloy Anzola Etchevers me decía: “Se publican muchos informes destinados a la gerencia. Algunos son buenos y otros son malos, pero lo que tú escribes no lo está diciendo nadie más”. Hilarión Cardozo se acercó hasta mi oficina para hablarme bien de la publicación y al mismo tiempo tratar de convencerme de que, en vista de la explosiva situación en la que las elecciones habían dejado a COPEI, su propia figura resultaba la indicada para una secretaría general de salvamento y que él se comprometía a hacerlo sin pretender la candidatura a la Presidencia de la República. El amistoso optimismo de Frank Alcock Pérez-Matos auguraba un “imperio económico” que yo construiría a partir del informe. La verdad es que nunca estuve totalmente concentrado en la construcción del imperio. Más cerca de mis tendencias fue la invitación que me hizo Arturo Ramos Caldera. A fines de una mañana de marzo de 1984 me visitó. Arturo es el portador constante de su sinceridad. Es un alma noble que se dirige a las cosas sin enredarse por los vericuetos de la sofisticación intelectual. Sin mucho preámbulo me dijo: “Vengo a hacerte una invitación. Haz una revista. El informe está muy bien, pero sigue siendo una publicación para élites y tú debes hablar y escribir para todo el mundo”. En esto coincidiría, meses más tarde, la intuición de Allan Brewer. Corina Parisca de Machado había obtenido la autorización de Henrique, su marido, para invitar a su casa a varios amigos pudientes y tratar de convencerlos de aportar fondos para el desarrollo del informe. “Randy” preguntó en esa reunión si no “teníamos” planes de hacer una revista, entendiendo por esto la publicación de un semanario al estilo de la revista Resumen.

Esa reunión en la casa de los Machado fue, por mi culpa, un éxito fracasado o, tal vez, un fracaso exitoso. La cena fue programada para el 23 de agosto. Pocas horas antes de la reunión, y presa de una fuerte excitación, fui a hablar con Corina hasta su casa. Allí le dije que había decidido transparentar mi inquietud de fondo ante los invitados, pues no sentía sincero hablarles de un producto comercial de una empresa (el Informe Krisis), cuando lo que verdaderamente me movía era una vocación hacia una carrera pública. (La declaración de que esto era mi dirección la había confiado por primera vez a Francisco y Thaís Aguerrevere en 1983, durante la campaña electoral de ese año).

Corina reaccionó espantada y argumentó fuertemente en contra de ese discurso. Me dijo que no convenía y que lograría más cosas limitándome al plan establecido previamente, hablando del informe y solicitando de los circunstantes el aporte de capital necesario. (Henrique había sugerido que mis amigos gustosamente contribuirían para eso a título de fondo perdido). Creía Corina que los invitados de todos modos entenderían cuál era mi búsqueda a largo plazo sin necesidad de decírsela explícitamente. Por espacio de una hora traté de convencerla sin lograrlo. Después me rendí a la lealtad que uno debe a su anfitrión, especialmente si se trataba de personas que buscaban ayudarme, como Corina y Henrique, con gran desprendimiento. Así, hablé esa noche del informe sin coherencia y sin convicción. Fui presentado por Corina, quien abrió su discurso aclarando que Henrique le había dicho no tener “nada que ver con eso”. Después, al solicitar que me escucharan, me caracterizó como una persona que acostumbraba ver los procesos sociales “desde un helicóptero” el que a veces volaba demasiado alto. Cuando tomé la palabra ya estaba bastante desanimado. Pero fue mi culpa y mi equivocación. Yo he debido hacer una de dos cosas: o convencerme a mí mismo de que una apertura de mi espíritu era prematura y restringirme a hablar del informe y su evolución, o no haber advertido a Corina y haber dicho lo que sentía sin alarmarla previamente, aclarando en el momento de dirigirme a los presentes que ni ella ni su esposo sabían lo que yo iba a decir. En la forma torpe de ejecutarlo, después de haber asustado a la pobre Corina a última hora, lo que hice fue referirme al informe sintiendo que engañaba a los que escuchaban al no haber descubierto mis intenciones más profundas. A pesar de eso, Reinaldo Cervini, Ricardo Zuloaga y Eduardo Quintero se acercaron a ofrecerme su cooperación. Eduardo me dijo: “Espero que me llames para concretar”, lo que significaba tanto que quería ayudarme como que, en su correcta opinión, yo no había concretado nada. Ricardo me confió: “No entendí mucho, pero creo que lo que quieres hacer es algo como orientarnos en la interpretación de lo que pasa con tu informe. Estoy dispuesto a ayudarte”. Reinaldo hizo algo equivalente, algo así haría Gustavo Julio Vollmer y los Machado me despidieron aliviados.¶

(Tomado de Krisis: Memorias prematuras, 1986).

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En mayo de 1998 asistí a una reunión de análisis en el bufete de Humberto Bauder Fontúrvel, donde expuse mi argumentación sobre la conveniencia de la constituyente. Con metáfora informática, dije que el “sistema operativo” del Estado venezolano no funcionaba bien y había que instalar uno nuevo. (No se pasaba de Windows XP o Vista a Windows 7 poniendo remiendos al sistema más antiguo, sino dominándolo con la superposición del nuevo). El “constituyente ordinario” (el Congreso de la República) quedaría excedido en sus facultades, puesto que él mismo era creación de la constitución que había que sustituir enteramente con nuevos conceptos constitucionales. Ante esta declaración, Corina Parisca de Machado, presente en aquella sesión, encontró virtud en el planteamiento, al suponer que “le arrancaría una bandera a Chávez”. Admití ese efecto colateral beneficioso, pero recalqué que la constituyente debía operar aunque Chávez no existiera. De más está decir que si se hubiese seguido ese camino, la constituyente habría sido muy distinta de la que Chávez terminó convocando.

Corina Parisca se convirtió en entusiasta defensora de la noción, y me invitó a exponerla a su esposo, el importante industrial Henrique Machado Zuloaga, poco después de la reunión en el Escritorio Bauder. La Sra. Machado se animó, incluso, a promoverme, al decir a su marido: “Cuando ya 56% de los venezolanos quiere constituyente es hora de abrazarla. Tenemos que ayudar a Luis Enrique, porque no sabemos si lo que detendrá a Chávez es un acorazado, un cuerpo de ejército o un indiecito con una flecha”. Yo era el indiecito; la versión tropical de David, armado únicamente de una honda y una piedra, enfrentado al gigante Goliat.

El asunto quedó pendiente, hasta que llegó una fecha patria no laborable: el 24 de junio de 1998, día de la Batalla de Carabobo. A las 3 de la tarde quedamos convocados, además del suscrito, Pedro Carmona Estanga, José Rafael Revenga, Beatriz De Majo y el encuestador Alfredo Keller para discutir la situación política, en momentos cuando ya se veía con claridad que, de no ocurrir un milagro, Hugo Chávez sería el nuevo Presidente de la República. Entretanto, Salas Römer cabalgaba ese mismo día acompañado de su montonera electoral.

El anfitrión abrió fuegos sintéticamente: mientras Chávez subía en las encuestas, la cotización del bolívar bajaba. La economía rechazaba a Chávez; era preciso diseñar “una campaña inteligente, profunda y con mucho real” para detenerlo. Carmona Estanga añadió indicadores económicos que corroboraban lo dicho por Machado, y entonces los “políticos” presentes presentaron su evaluación.

De Majo dijo que era imposible que la candidatura copeyana de Barbie Sáez repuntara para ganarle a Chávez; Revenga emitió el mismo pronóstico para la candidatura de Alfaro Ucero, que aún estaba vigente. Keller apeló a sus mediciones para pronosticar—¡horror!—que tampoco Salas Römer podría parar el ascenso de Chávez y sería derrotado. Entonces propuso: “Yo auparía a una contrafigura de Chávez que fuera capaz de vencerlo con argumentos, aunque esa persona no vaya a ser candidato”. Keller daba a entender con esta última condición que Salas Römer ya estaba montado en el burro—¿caballo?—y que no convendría improvisar una candidatura de última hora. Al terminar su exposición, clavó en mí su mirada.

Tal vez Alfredo Keller no me diga nunca si pensaba en mi persona como capaz de hacer la tarea que había delineado; lo cierto es que mi tono extraña y escarmentadamente modesto de esa tarde me impuso no postularme para la misión, e intervine por la salida lateral de hablar una vez más acerca de la necesidad de promover un proceso constituyente, lo que no fue atendido por los circunstantes. Por un minuto, se examinó perentoriamente dos posibles contrafiguras que pudieran debatirle a Chávez: Alberto Quirós Corradi y Elías Santana, que no causaron mucho entusiasmo. La proposición de Keller ya no estaba sobre la mesa.

Tomado de Las élites culposas – Memorias imprudentes, 2012

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Sueño repetido

 

Caminaba la loma más bien suave de una colina, fácilmente superable en la neblina. (O quizá la noche, tal vez la madrugada). Iba, con muchos otros, en una dirección generalmente definida. Miraba mucho al sendero, el que aparecía bajo sus pies en cuanto los movía. Caminaba en penumbra hacia la luz.

En el trayecto sus ojos distinguían en el suelo, y querían entender, papeles impresos con letras muy negras que nunca llegaron a significar nada; los abría con sus manos y eran totalmente intrascendentes. Pero no podía evitar recogerlos, aunque nunca había leído algo importante, nada que ameritara concentrarse en su texto, distraerse del camino. Siguió cruzando la loma sin demasiada prisa. Sabía que tenía que hacer algo, cumplir una misión, decir alguna cosa. No podía cejar ante tan grave deber.

Después de un tiempo sin haber alcanzado su destino desconocido, oyó una voz grave y lejana que creyó ubicar en las alturas: “¡Apúrate!” La oyó dos veces, tal vez tres. Siguió caminando lentamente. Al cabo de un rato volvió a escuchar la urgencia: “¡Apúrate!” Aceleró el paso y cuando le pareció que llegaba adonde debía estar, la voz penetró su alma de nuevo y le dijo, tranquila pero decisivamente: “Demasiado tarde”.

Se trataba de un sueño, y despertó para vestirse y desayunar antes de ir a la pequeña plaza a esperar el autobús que lo llevaría al colegio. Hacía frío, por lo que vestía su chaqueta de cuero, y vio el rocío sobre las hojas y alguna telaraña perlada de gotas de agua. Entonces tenía seis años de edad, e ignoraba que soñaría lo mismo tres o cuatro veces más, la última en 1980. ¶

LEA

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Remembranza con música

El enorme maestro Abraham Abreu

 

Ground or Ground bass Perhaps the earliest type of variation. It consists of a short bass phrase repeated many times with varied upper parts, and was much cultivated during the Purcell and Handel-Bach periods.

The Concise Oxford Dictionary of Music*

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Ha debido ser a comienzos de 1974 cuando tuve la inesperada e inmensa fortuna de conocer a Abraham Abreu. Por entonces, aún ejercía yo la Gerencia de la Fundación Neumann, y un amigo común me indicó que el joven músico quería visitarme. Yo sabía poco de Abraham—sólo que era un aficionado al clavecín y pariente de José Antonio Abreu—pero todo era muy bueno y contesté que con mucho gusto lo atendería. En alguna mañana de ese año lo recibí.

Abreu pensaba que la Fundación Neumann pudiera ayudarle a costear un viaje y la estadía mientras recibía clases de perfeccionamiento en clavecín de nadie menos que el gran maestro holandés Gustav Leonhardt, especialista en el período barroco.

 

Gustav Leonhardt (Foto tomada de Wikipedia)

 

El planteamiento de Abreu era el de un préstamo que pudiera restituir, a su regreso, en varias cuotas. Ese día andaba yo de buenas, y contesté que el modo de pagar la ayuda que estaba dispuesto a darle era el de un concierto de clavecín, en sitio por determinar, a su regreso. Abraham agradeció la receptividad de la Fundación Neumann con un sonrojo.

………

Luego de pocos meses, el maestro venezolano me llamó para decirme que ya se encontraba en Caracas y quería pagar la deuda contraída. A mi vez, le informé que su concierto debía ofrecerlo en la casa de Hans Neumann y María Cristina Anzola, y le consulté sobre el transporte especializado que debía trasladar el clavecín de Abreu a la urbanización Los Chorros.

Mientras llegaba la fecha del evento, dediqué algún tiempo a escuchar grabaciones de clavecín. Mi vecino en el edificio Delta en Chuao, el arquitecto Johann Ossott Franklin**, llamó mi atención sobre una pieza en particular, el Ground en Re menor del compositor inglés Henry Purcell grabado en un cassette, y en una visita de Don Abraham a mi apartamento se lo hice escuchar. Abreu no lo conocía pero le gustó mucho; eso bastó para que se lo prestara sin autorización de Johann con promesa de devolución.

Llegó el día del concierto en casa de los Neumann-Anzola. No recuerdo en que consistió el programa del extraordinario concierto, salvo por una pieza de encore: el Ground de Purcell, cuya interpretación me dedicó. (Abreu no disponía de la partitura; memorizó cada nota al escuchar numerosas veces el cassette prestado).

En recuerdo de la felicidad y el orgullo que sentí, pongo la pieza interpretada por el mismísimo Leonhardt, maestro de mi nuevo amigo:

Ground en Re menor

Gracias una vez más, Abraham. Hace mucho que no te veo. LEA

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* «Quizás el tipo más antiguo de variación. Consiste en una frase de bajo corta repetida muchas veces con partes superiores variadas, y fue muy cultivada durante los períodos de Purcell y Handel-Bach».

** Johann Ossott era, para la época, el Director del Instituto de Diseño de la Fundación Neumann. (Mencionado en Tomás, entrada de este blog).

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Dr. Strangelove

Herman Kahn: «Estoy en contra de la ignorancia».

 

Herman Kahn (Bayonne, 15 de febrero de 1922-7 de julio de 1983) fue uno de los fundadores del Instituto Hudson y uno de los futuristas más destacados de la última parte del siglo XX. Originalmente saltó a la fama como estratega militar y teórico de sistemas mientras trabajaba en RAND Corporation. Se hizo conocido por analizar las posibles consecuencias de la guerra nuclear y recomendar formas de mejorar la capacidad de supervivencia, lo que lo convirtió en una de las inspiraciones históricas para el personaje principal de la sátira clásica de comedia negra de Stanley Kubrick, Dr. Strangelove. (Wikipedia en Español).

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Sin que quepa dudaHerman Kahn fue el futurólogo más destacado del siglo XX. Supe de él en 1967, el año de la publicación de The Year 2000, en colaboración con Anthony Wiener. En esa época, había sido encargado de la Dirección del Instituto para el Desarrollo Económico y Social, que fundara Arístides Calvani con José Rafael Revenga. El primer gran texto de futurología lo leímos como si se tratara de palabra revelada.

Diez años más tarde vino a Caracas por invitación de la Fundación Neumann (de la que fui gerente entre 1968 y 1974). En 1976, año del bicentenario de la independencia de trece colonias inglesas en Norteamérica, Kahn volvió a las andadas futurológicas, sólo que con una penetración de 200 años en lugar de los treinta y tres a los que se había atrevido en 1967. Esta vez era el único autor de The Next 200 Years.

Leonid Rozental, uno de los ejecutivos y directivos estrella de la Corporación Industrial Montana (Corimón), dirigió un seminario en el que Kahn—provisto de bastón y sentado en una silla de ruedas—fue conferencista único. Recibí de Leonid una invitación especial y, por supuesto, asistí con el mayor interés.

La exposición de Kahn se centró en un enfoque yanqui de las cosas, a lo que me opuse en una primera intervención. La cosa no gustó al conferencista, quien se puso incomprensiblemente agresivo de modo personal. En un momento, abrió con argumentos particularmente falaces la oportunidad de asestarle una estocada argumental que no supo rebatir. Le señalé que, por más prestigiosos que fueran The Year 2000 y The Next 200 Years habían sido particularmente miopes en lo que respectaba a la emergencia de una conciencia ecológica mundial. En ninguno de esos libros se mencionaba la cuestión ecológica para nada, a pesar de que en 1969 se publicara la colección Subversive Science: Essays Towards an Ecology of Man.

Hans Neumann, mi tres veces jefe, asistió a ese debate en otra silla de ruedas, pues había tenido un accidente mientras jugaba polo, un deporte que empezaba a practicar. Al pasar frente a él me dijo con aprobación: «¡Bien hecho!».

Kahn decidió vengarse por escrito. Al final del evento, le pedí que autografiara el ejemplar de The Next 200 Years que, como más de un asistente, había adquirido. Kahn asintió y escribió lo siguiente en su dedicatoria: «A Luis, quien es muy perspicaz y conocedor y que, si no hubiera sido venezolano, habría tenido razón».

He aquí la prueba:

Dedicatoria de Herman Kahn al suscrito

 

Había agotado todos sus argumentos. LEA

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