Recuerdo con tristeza

Diseño de mi hija Eugenia, para franelas que me regaló y llegué a usar en las últimas emisiones por RCR

 

Hace siete días registré en Recuerdo con orgullo (28 de abril) mi satisfacción y agradecimiento a Wolf Schneider, cafetalero, quien se reunía con 147 de sus colegas* en Rubio, estado Táchira, para escuchar el programa que conduje los sábados a mediodía por Radio Caracas Radio. Como puse allí, era “el punto alto de mi semana mientras duró”. (Fue transmitido 348 veces, entre el 7 de julio de 2012 y el 18 de mayo de 2019).

Año y medio antes del cierre había conversado con Jaime Nestares, Director General de Radio Caracas Radio, sobre la posibilidad de una candidatura mía a la Presidencia de la República. Entonces me dijo que yo era muy viejo—tenía 75 años—, a lo que observé que más lo era Ramón José Velásquez cuando le tocó presidir en Venezuela por ocho meses, y ese tiempo era lo que yo estaba pensando para mi ejercicio. En verdad, siempre he pensado en un período incompleto, tanto es así que la estipulación octava del código de conducta que juré cumplir en septiembre de 1995 por Unión Radio dice a la letra: «En cualquier circunstancia, procuraré desempeñar cualquier cargo que decida aceptar en el menor tiempo posible, para dejar su ejercicio a quien se haya preparado para hacerlo con idoneidad y cuente con la confianza de los Electores, en cuanto mi intervención deje de ser requerida».

Sobre el mismo asunto: el 18 de noviembre de 2014 se grabó un programa especial de Y así nos va que condujo Nehomar Hernández; fue transmitido el 30 de diciembre de ese año. He aquí un fragmento de esa grabación:

 

También es de esa ocasión mi pronóstico de que la oposición a Maduro ganaría la mayoría de curules en la Asamblea Nacional, en elecciones para las que faltaba un año entero:

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En El caso Venezuela: un deporte internacional (5 de febrero de 2019) dejé esta constancia:

Acerca del proceso venezolano he escuchado voces que postulan que ya se encuentra en una nueva etapa, que la cosa debe ser entendida en términos del Derecho Internacional, caracterizada por la inusual atención que ha despertado en el exterior y que, por tanto «lo importante es lo que piense Francia». (?)

Era Jaime Nestares, Director General de Radio Caracas Radio, quien me había dicho eso a fines de 2018, cuando todavía no se había desplegado la patraña de Guaidó, aunque ya se preparaba con su conocimiento y participación. Mi programa tenía tanta audiencia que la emisora lo retransmitía dos veces más durante la semana siguiente a cada emisión. Me enteré de que había dejado de hacerlo sin que tal cosa se me participara—algo de censura en mi contra, pues no dejé de repudiar la telenovela de Guaidó desde su puesta en escena—y en el fondo inventé la excusa de mi retirada para no dañar a la planta que me había alojado siete años. Luego empezó a enviarme mensajes con unos emojis sobre los que pedí explicación. Él mismo me dijo que eran ¡efigies de la Guardia Mora que empleaba Francisco Franco para sus más violentas operaciones contra quienes se le oponían! En sus mensajes querían decir que yo no me estaba portando bien. Por ejemplo, por estas cosas que recordé en Je m’accuse (23 de septiembre de 2019):

José Ignacio Hernández, el  cuestionado «Procurador Especial» nombrado inconstitucionalmente por Guaidó, escribió el 11 de enero de este año: «…el supuesto de hecho del artículo 233 es distinto a los hechos actuales. Con lo cual, y al contrario de lo que parece creerse, el artículo 233 de la Constitución no es la norma aplicable a la crisis actual». Luego argumentaría falsamente que correspondería a la Asamblea Nacional interpretar ese artículo para “ajustarlo” a la situación real, cuando el Artículo 336 confiere inequívocamente esa potestad al Tribunal Supremo de Justicia.

Entre Hernández y el suscrito se suscitó un intercambio en el espacio de Twitter. El domingo 27 de enero me envió un tuit con sólo dos signos de interrogación, porque contesté a alguien que su recomendación de que a la Asamblea Nacional le tocaba interpretar el Art. 233 de la Constitución era ir contra la Constitución. Entonces le expliqué:

En mi programa de ayer por RCR me referí a su afirmación de que corresponde a la AN la interpretación del Art. 233 de la Constitución. La jurisdicción constitucional es facultad exclusiva del TSJ.

A eso contestó:

Jurídicamente ello no es cierto. Todos los órganos del Poder Público deben interpretar y aplicar la Constitución, como dispone el artículo 7. La Sala Constitucional solo tiene la exclusividad del control concentrado de la constitucionalidad.

A mi vez, disparé esta andanada:

Esto dice el Art. 7 que Ud. esgrime: “La Constitución es la norma suprema y el fundamento del ordenamiento jurídico. Todas las personas y los órganos que ejercen el Poder Público están sujetos a esta Constitución”. Estar sujeto no es lo mismo que interpretar. Y el Art. 336 dice clarísimamente: “El Tribunal Supremo de Justicia garantizará la supremacía y efectividad de las normas y principios constitucionales; será el máximo y último intérprete de la Constitución y velará por su uniforme interpretación y aplicación”. Ud. no tiene razón en este punto; su afirmación de que corresponde a la AN interpretar el Art. 233 no se sostiene. Eso sería usurpación de una potestad exclusiva del TSJ.

Hasta ahora, no hay reacción ulterior de Hernández.

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Nestares era parte operativa de esa construcción patrañera. Por ejemplo, estaba dateado y envió cámaras y micrófonos para transmitir en vivo la presencia en La Carlota—el 30 de abril de 2019—de Guaidó, y un escapado Leopoldo López de su arresto domiciliario, en incitación de un alzamiento militar. Su conducta provocó el cese de transmisiones al aire de RCR ese mismo día, por orden de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (CONATEL). Dos semanas más tarde, hacía el último programa de Dr. Político en RCR.

«Lo que importa es lo que piense Francia» fue frase que anticipaba el más reiterado de los argumentos para la pretendida legitimidad de Juan Guaidó como Presidente «Encargado»:

Y por lo que respecta a la muletilla de «reconocido por al menos 50 países como presidente encargado», no le toca a ningún país del mundo definir quién es el Presidente de la República de Venezuela. Además, tal reconocimiento, absolutamente irrespetuoso de nuestro país y nuestra constitucionalidad, anda de capa caída. La Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó reconocer las credenciales del gobierno del Presidente Nicolás Maduro como representante legítimo de la República Bolivariana de Venezuela en sesión del pasado 7 de diciembre (en el octogésimo aniversario del ataque japonés a Pearl Harbor). Samuel Moncada, Embajador de Venezuela, destacó que sólo 16 países de los 193 que integran la ONU se negaron ese día a reconocer al presidente Maduro. (Persistencia de la patraña, Día de los Inocentes de 2021).

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* Para mi último programa, más de dos años después, los cultivadores se habían reducido de 147 a 130. También sufrían los cafetaleros la atrición de casi todo venezolano en el larguísimo y costoso gobierno de Chávez & Maduro.

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Un águila roja rojita

La india Tibisay. Parque Los Chorros de Milla, Estado Mérida, Venezuela.

 

Tulio Febres Cordero (1860-1938) fue el responsable de la fábula de las Cinco Águilas Blancas, que explicarían los cinco grandes picos cubiertos de nieve de nuestra Cordillera de Los Andes. Se llamaba Tibisay una de las cinco que habrían cubierto con su color blanco los picos de la Sierra Nevada de Mérida.

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El 15 de diciembre de 2018, en el programa #327 de Dr. Político en Radio Caracas Radio, mencioné una serie de resultados electorales que incluía un importantísimo incidente político acaecido en diciembre de 2007:

 

Era entonces la Rectora Presidente del Consejo Nacional Electoral la Dra. Tibisay Lucena, recientemente fallecida. Fue ella quien tuvo el valor de participar a Hugo Chávez que sus estratégicos proyectos de reforma constitucional habían sido derrotados por mayorías minúsculas. El entonces gobernante se refirió primero a tales resultados calificándolos como una «victoria pírrica«; luego, en acto celebrado en el auditorio de la Academia Militar de Fuerte Tiuna, tal vez sintiéndose en confianza que le permitía un lenguaje cuartelero, se refirió a ella como «una victoria de m…»

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El suscrito estudió los primeros tres años de Medicina en la Universidad de Los Andes. Alguna madrugada regresábamos Santos Erminy Capriles, Carlos Ruiz Diez, Tomás Fossi Villasmil y yo de alguna arepera, luego de una noche de estudio, cuando llegamos a la plaza que culminaba la Quinta Avenida de Mérida en una plazoleta con un busto de Febres Cordero. Una súbita idea hizo que pidiera a Santos que detuviera el vehículo, lo que hizo. Entonces me quité el calzoncillo y subí, ayudado por Tomás, para colocarlo como gorro en la cabeza del poeta. (La idea no era tan original. Ya había puesto un enorme sostén a la estatua de María Lonza en Caracas—entonces en la Autopista Francisco Fajardo—un grupo de bomberos voluntarios de la Universidad Central de Venezuela, entre los que estaba Charles Brewer Carías). Nunca fuimos descubiertos, aunque el busto sería mudado de sitio.

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Recuerdo de RIO

El grupo industrial al que dediqué nueve años de mi vida

 

En la primera de mis dos etapas en Corimón (1968-1974), mi oficina quedaba al lado de la de Ramón Illarramendi Ochoteco, primero Tesorero y luego Gerente General de la empresa. Me desempeñaba entonces en mi triple calidad de Gerente de la Fundación Neumann, Asistente de la Presidencia y Secretario de las Juntas Directivas de las subsidiarias de la Corporación Industrial Montana. Esa tercera función la llenaba haciendo las minutas de las reuniones y al poco tiempo las dirigía a sus destinatarios, para abreviar, no con los nombres completos sino con las iniciales de los miembros de las juntas. Así, HN correspondían a Hans Neumann, LN a su hermano Lotar, FP a Francisco Pick, RR a Rodolfo Rotter, GS a Gerardo Sichel, LR a Leonid Rozental, PJP a Pedro José Pick, WAC a William A. Conkright—todo el mundo lo llamaba Bill, para evitar las iniciales WC—, NK a Norman Kalén… En tal asignación, Ramón pasó a ser RIO.

Era un hombre de muy buen humor, a veces negro en la época que empezaron a circular los «chistes crueles». (Un gran amigo de juventud me obsequió un folleto de «sick jokes», que empezaba por registrar que un reportero entrevistaba a la esposa de Abraham Lincoln, quien fuera asesinado en representación del teatro Ford de Washington por John Wilkes Booth en 1865. El entrevistador habría preguntado a la viuda: «Y apartando lo demás, Sra. Lincoln… ¿qué le pareció la obra?») Ramón me comentaba el deceso de la esposa de un importante ejecutivo venezolano, con quien había tenido catorce hijos: «¡Por fin N. N. encontró un método para el control de la natalidad!»

Fue Ramón quien me obsequiara la tabla que abajo se reproduce. Según él, era un útil auxiliar en la selección de personal para una empresa, pues clasificaba a los entrevistados según su calidad general, manejo del tiempo, iniciativa, adaptabilidad y habilidad de comunicarse.

 

De vez en cuando te recuerdo, Ramón, y a tu primo Ramón Adolfo Illarramendi, persona muy cercana a Rafael Caldera Rodríguez. LEA

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¿Más claro? ¿Más raspao?

El periódico que Hans Neumann financió para Teodoro Petkoff

 

He tropezado con un artículo que lleva por título Una historia de TalCual con Teodoro como periodista y empresario, cuyo autor es Juan Carlos Zapata. En él se lee:

Eran los tiempos de la última crisis de El Diario de Caracas. Llegó el pitazo de por qué no encargarse de su dirección. En conjunto desechamos la idea. Era imposible su rescate. Lo mejor fue que su máximo accionista, Hans Neumann, estaba dispuesto a voltear la propuesta y hacerse socio del nuevo proyecto de Petkoff, sin importarle que ello implicara cerrar El Diario de Caracas, cuya circulación había caído al mínimo.

Tales afirmaciones no son verdaderas; ni era imposible el rescate del periódico ni su circulación había caído al mínimo. En entrevista que me hiciera Marco Gómez mientras me desempeñaba como Editor en Jefe de El Diario de Caracas (reproducida en Del proverbial baúl…) puede leerse lo siguiente:

…si servimos bien a los Lectores, inevitablemente aumentará nuestra circulación—ya lo está haciendo: en las últimas semanas la circulación del periódico ha llegado a incrementarse en porcentajes de hasta 12% intersemanal—y cuando aumente la circulación inevitablemente aumentará el flujo de publicidad.

El «rescate» estaba siendo exitoso.

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Mientras ejercía como Editor Jefe de El Diario de Caracas, Hans Neumann me refirió cómo le habían visitado Allan Randolph Brewer Carías y Pedro Nikken (ya fallecido) para pedirle, en la Navidad de 1999, que «le diera un periódico» a Teodoro Petkoff. Comenté esto a Neumann en tres páginas de notas, de las que guardo imágenes de escáner, no un archivo de texto. Ésta es una de sus secciones:

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Como Editor en Jefe del periódico, escribía semanalmente sus editoriales. A fines de 1999 dejé esta constancia en Las élites culposas:

Quien sí se animó a una interpretación traída por los cabellos fue el cardenal Antonio Ignacio Velasco García, Arzobispo de Caracas. El domingo 19 de diciembre, sugirió en sermón que pronunciara en la Catedral de la ciudad demudada que los deslaves* habían sido el resultado de la ira del Cielo por la soberbia del Presidente de la República. A la sazón, yo me desempeñaba como Editor en Jefe de un disminuido periódico, El Diario de Caracas, y en ese carácter escribía una página semanal. A la próxima oportunidad, comenté en ella el dislate cardenalicio y le solicité que nos propusiera “un Dios menos estúpido”.

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Del mismo libro, en nota al pie de su página 128:

Hans Neumann, dueño del periódico, me había ofrecido el cargo a fines de septiembre, con la desesperada petición de que lo sacara a flote ¡en dos meses! Conseguí plazo de un mes adicional pero, antes de cumplirse, Neumann me convocó a su casa para decirme que estaba “muy satisfecho” con mi trabajo—lo repitió tres veces—, que me tomara mi tiempo sin preocuparme por los fondos, pues su posición económica había mejorado sustancialmente con la venta de algunos activos. El 6 de enero de 2000 me sorprendió con otra convocatoria, de muy diferente tenor. Allan Randolph Brewer-Carías y Pedro Nikken lo habían visitado en su casa de la isla de Mustique durante la Navidad de 1999 para pedirle que diera a Teodoro Petkoff la Dirección de El Diario de Caracas, y me invitó a ocuparme de sacar un semanario que alguna vez le propusiera como forma de salvar el diario, que me había entregado en graves problemas. Llegué a pensar que mi invectiva contra el Cardenal había causado el horror de gente como Brewer y Nikken, y dije a Neumann que él podía disponer de mi cargo pero no renunciaría. Poco después, quiso decirme que había decidido financiar un periódico bajo Petkoff—sería Tal Cual—porque la misión final y trascendente de su vida sería combatir a Hugo Chávez. En tales circunstancias, no podría costear dos periódicos. En doble ironía, la rotativa de El Diario de Caracas, periódico que terminó vendiendo a un grupo afecto a Hernán Grüber Odremán**, imprimió hasta su cierre El Diario del Presidente, el efímero periódico gratuito de Chávez que dirigiera Juan Barreto.

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También de Las élites culposas:

El 27 de ese mes y ese año, [abril de 2000] asistí, por invitación de Gustavo Ghersy, a una reunión en casa de su suegro donde expondría Francisco Arias Cárdenas, a la que asistió un buen número de figuras importantes: «Lo más interesante que recuerdo de esa cita es la presencia de Teodoro Petkoff, quien se había acercado al cónclave con una copia del número cero o ensayo de su nuevo periódico. Sentado a su lado, pude examinarla. Me gustó el nombre del proyectado vespertino—Petkoff venía de un notorio éxito en la Dirección de El Mundo, del que fue despedido por presiones gubernamentales contra la sucesión de Miguel Ángel Capriles—y su lema: Claro y raspao»

El Diario de Caracas cerró operaciones en ese mismo mes. Entonces había gente que argumentaba a favor de la candidatura de Arias Cárdenas, participante del intento golpista del 4F, porque «no hay mejor cuña que la del mismo palo». Ghersy me invitó luego de ver una entrevista que me hicieran poco antes en Globovisión, admitiendo que lo había impresionado. Cuando Petkoff dejara El Mundo, le ofrecí una página semanal en El Diario de Caracas. No fue necesaria; ya estaba firmada el acta de defunción del periódico que me hizo feliz por unos pocos meses.

Marco Gómez cerró la entrevista mencionada con estas palabras: «Salgo a la Sala de Redacción, donde el enjambre se encuentra en plena faena. Caras alegres, animadas. Rostros de gente que se sabe perteneciente a un proyecto ganador. Y es que, verdaderamente, ahora El Diario de Caracas es otra cosa». No habría podido escribir eso si hubiera sido verdad lo que afirmara Zapata: «Eran los tiempos de la última crisis de El Diario de Caracas. (…) Era imposible su rescate».

Unos años después, Petkoff me ofreció espacio para artículos míos en Tal Cual. También conversamos mucho.

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Hans Neumann moriría al año siguiente, tres años después de que una hemiplejia inmovilizara su costado derecho. Siempre pensé que fue causada por el doloroso desmembramiento de Corimón presidido por Philippe Erard, yerno de Lotar (hermano mayor de mi jefe), luego de que el divorcio de Hans de su primera esposa le obligara a debilitar su posición accionaria. Al presentar Del proverbial baúl… dejé estas constancias: «María Cristina Anzola Etchevers, a quien considero la cuarta de mis hermanas (…) el sepelio de Hans Neumann Haasova tuvo lugar en Caracas el 11 de septiembre de 2001, el mismo día del ataque hiperterrorista contra las torres gemelas del World Trade Center en la ciudad de Nueva York. Ese día, llamé a María Cristina, ya separada de Hans y residenciada en la metrópolis atacada, para asegurarme de que hubiera sobrevivido y recordar a quien quisimos tanto».

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* Los deslaves de Vargas, que ocurrían cuando la Constitución de Venezuela era aprobada en referendo el 15 de diciembre de 1999. Mucha angustia pasamos en El Diario de Caracas, mientras restablecíamos la comunicación con reporteras que vivían en el litoral central. Por fortuna, sobrevivieron al cataclismo.

** Luego de la intentona liderada por Hugo Chávez el 4 de febrero de 1992, Grüber Odremán lideró otro levantamiento frustrado el 27 de noviembre de ese mismo año.

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Recuerdos de un amigo ido hoy

Henrique Machado Zuloaga a la izquierda de Luis Ugueto Arismendi, su gran amigo

 

El Informe Krisis ocupó buena parte de mi actividad en 1984, así como sirvió, además de fuente de ingresos, como canal para desaguar mis inquietudes sobre la política nacional e internacional. Nació, como dije antes, en octubre de 1983, en la recta final de las elecciones de ese año. La invasión a Grenada dominó por ese entonces la escena internacional, pues no faltó quien pensara que ese episodio presagiaba un ejercicio similar hacia Nicaragua. El conflicto centroamericano, junto con las vicisitudes del mercado petrolero internacional y el proceso de refinanciamiento que por entonces conducía el ministro Arturo Sosa, fueron los tres procesos de “interfase” externa que el informe analizó con asiduidad. Por lo que respecta a lo nacional, el Informe Krisis atendía a la actividad política, la actividad económica, la actividad “social” (más bien laboral) y a la más específica relación del gobierno con el sector empresarial.

Tuvo buena acogida. Algunos importantes personajes lo comentaron favorablemente. Ramón Escovar Salom estaba encantado y lo creía “refrescante”, mientras Eloy Anzola Etchevers me decía: “Se publican muchos informes destinados a la gerencia. Algunos son buenos y otros son malos, pero lo que tú escribes no lo está diciendo nadie más”. Hilarión Cardozo se acercó hasta mi oficina para hablarme bien de la publicación y al mismo tiempo tratar de convencerme de que, en vista de la explosiva situación en la que las elecciones habían dejado a COPEI, su propia figura resultaba la indicada para una secretaría general de salvamento y que él se comprometía a hacerlo sin pretender la candidatura a la Presidencia de la República. El amistoso optimismo de Frank Alcock Pérez-Matos auguraba un “imperio económico” que yo construiría a partir del informe. La verdad es que nunca estuve totalmente concentrado en la construcción del imperio. Más cerca de mis tendencias fue la invitación que me hizo Arturo Ramos Caldera. A fines de una mañana de marzo de 1984 me visitó. Arturo es el portador constante de su sinceridad. Es un alma noble que se dirige a las cosas sin enredarse por los vericuetos de la sofisticación intelectual. Sin mucho preámbulo me dijo: “Vengo a hacerte una invitación. Haz una revista. El informe está muy bien, pero sigue siendo una publicación para élites y tú debes hablar y escribir para todo el mundo”. En esto coincidiría, meses más tarde, la intuición de Allan Brewer. Corina Parisca de Machado había obtenido la autorización de Henrique, su marido, para invitar a su casa a varios amigos pudientes y tratar de convencerlos de aportar fondos para el desarrollo del informe. “Randy” preguntó en esa reunión si no “teníamos” planes de hacer una revista, entendiendo por esto la publicación de un semanario al estilo de la revista Resumen.

Esa reunión en la casa de los Machado fue, por mi culpa, un éxito fracasado o, tal vez, un fracaso exitoso. La cena fue programada para el 23 de agosto. Pocas horas antes de la reunión, y presa de una fuerte excitación, fui a hablar con Corina hasta su casa. Allí le dije que había decidido transparentar mi inquietud de fondo ante los invitados, pues no sentía sincero hablarles de un producto comercial de una empresa (el Informe Krisis), cuando lo que verdaderamente me movía era una vocación hacia una carrera pública. (La declaración de que esto era mi dirección la había confiado por primera vez a Francisco y Thaís Aguerrevere en 1983, durante la campaña electoral de ese año).

Corina reaccionó espantada y argumentó fuertemente en contra de ese discurso. Me dijo que no convenía y que lograría más cosas limitándome al plan establecido previamente, hablando del informe y solicitando de los circunstantes el aporte de capital necesario. (Henrique había sugerido que mis amigos gustosamente contribuirían para eso a título de fondo perdido). Creía Corina que los invitados de todos modos entenderían cuál era mi búsqueda a largo plazo sin necesidad de decírsela explícitamente. Por espacio de una hora traté de convencerla sin lograrlo. Después me rendí a la lealtad que uno debe a su anfitrión, especialmente si se trataba de personas que buscaban ayudarme, como Corina y Henrique, con gran desprendimiento. Así, hablé esa noche del informe sin coherencia y sin convicción. Fui presentado por Corina, quien abrió su discurso aclarando que Henrique le había dicho no tener “nada que ver con eso”. Después, al solicitar que me escucharan, me caracterizó como una persona que acostumbraba ver los procesos sociales “desde un helicóptero” el que a veces volaba demasiado alto. Cuando tomé la palabra ya estaba bastante desanimado. Pero fue mi culpa y mi equivocación. Yo he debido hacer una de dos cosas: o convencerme a mí mismo de que una apertura de mi espíritu era prematura y restringirme a hablar del informe y su evolución, o no haber advertido a Corina y haber dicho lo que sentía sin alarmarla previamente, aclarando en el momento de dirigirme a los presentes que ni ella ni su esposo sabían lo que yo iba a decir. En la forma torpe de ejecutarlo, después de haber asustado a la pobre Corina a última hora, lo que hice fue referirme al informe sintiendo que engañaba a los que escuchaban al no haber descubierto mis intenciones más profundas. A pesar de eso, Reinaldo Cervini, Ricardo Zuloaga y Eduardo Quintero se acercaron a ofrecerme su cooperación. Eduardo me dijo: “Espero que me llames para concretar”, lo que significaba tanto que quería ayudarme como que, en su correcta opinión, yo no había concretado nada. Ricardo me confió: “No entendí mucho, pero creo que lo que quieres hacer es algo como orientarnos en la interpretación de lo que pasa con tu informe. Estoy dispuesto a ayudarte”. Reinaldo hizo algo equivalente, algo así haría Gustavo Julio Vollmer y los Machado me despidieron aliviados.¶

(Tomado de Krisis: Memorias prematuras, 1986).

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En mayo de 1998 asistí a una reunión de análisis en el bufete de Humberto Bauder Fontúrvel, donde expuse mi argumentación sobre la conveniencia de la constituyente. Con metáfora informática, dije que el “sistema operativo” del Estado venezolano no funcionaba bien y había que instalar uno nuevo. (No se pasaba de Windows XP o Vista a Windows 7 poniendo remiendos al sistema más antiguo, sino dominándolo con la superposición del nuevo). El “constituyente ordinario” (el Congreso de la República) quedaría excedido en sus facultades, puesto que él mismo era creación de la constitución que había que sustituir enteramente con nuevos conceptos constitucionales. Ante esta declaración, Corina Parisca de Machado, presente en aquella sesión, encontró virtud en el planteamiento, al suponer que “le arrancaría una bandera a Chávez”. Admití ese efecto colateral beneficioso, pero recalqué que la constituyente debía operar aunque Chávez no existiera. De más está decir que si se hubiese seguido ese camino, la constituyente habría sido muy distinta de la que Chávez terminó convocando.

Corina Parisca se convirtió en entusiasta defensora de la noción, y me invitó a exponerla a su esposo, el importante industrial Henrique Machado Zuloaga, poco después de la reunión en el Escritorio Bauder. La Sra. Machado se animó, incluso, a promoverme, al decir a su marido: “Cuando ya 56% de los venezolanos quiere constituyente es hora de abrazarla. Tenemos que ayudar a Luis Enrique, porque no sabemos si lo que detendrá a Chávez es un acorazado, un cuerpo de ejército o un indiecito con una flecha”. Yo era el indiecito; la versión tropical de David, armado únicamente de una honda y una piedra, enfrentado al gigante Goliat.

El asunto quedó pendiente, hasta que llegó una fecha patria no laborable: el 24 de junio de 1998, día de la Batalla de Carabobo. A las 3 de la tarde quedamos convocados, además del suscrito, Pedro Carmona Estanga, José Rafael Revenga, Beatriz De Majo y el encuestador Alfredo Keller para discutir la situación política, en momentos cuando ya se veía con claridad que, de no ocurrir un milagro, Hugo Chávez sería el nuevo Presidente de la República. Entretanto, Salas Römer cabalgaba ese mismo día acompañado de su montonera electoral.

El anfitrión abrió fuegos sintéticamente: mientras Chávez subía en las encuestas, la cotización del bolívar bajaba. La economía rechazaba a Chávez; era preciso diseñar “una campaña inteligente, profunda y con mucho real” para detenerlo. Carmona Estanga añadió indicadores económicos que corroboraban lo dicho por Machado, y entonces los “políticos” presentes presentaron su evaluación.

De Majo dijo que era imposible que la candidatura copeyana de Barbie Sáez repuntara para ganarle a Chávez; Revenga emitió el mismo pronóstico para la candidatura de Alfaro Ucero, que aún estaba vigente. Keller apeló a sus mediciones para pronosticar—¡horror!—que tampoco Salas Römer podría parar el ascenso de Chávez y sería derrotado. Entonces propuso: “Yo auparía a una contrafigura de Chávez que fuera capaz de vencerlo con argumentos, aunque esa persona no vaya a ser candidato”. Keller daba a entender con esta última condición que Salas Römer ya estaba montado en el burro—¿caballo?—y que no convendría improvisar una candidatura de última hora. Al terminar su exposición, clavó en mí su mirada.

Tal vez Alfredo Keller no me diga nunca si pensaba en mi persona como capaz de hacer la tarea que había delineado; lo cierto es que mi tono extraña y escarmentadamente modesto de esa tarde me impuso no postularme para la misión, e intervine por la salida lateral de hablar una vez más acerca de la necesidad de promover un proceso constituyente, lo que no fue atendido por los circunstantes. Por un minuto, se examinó perentoriamente dos posibles contrafiguras que pudieran debatirle a Chávez: Alberto Quirós Corradi y Elías Santana, que no causaron mucho entusiasmo. La proposición de Keller ya no estaba sobre la mesa.

Tomado de Las élites culposas – Memorias imprudentes, 2012

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Sueño repetido

 

Caminaba la loma más bien suave de una colina, fácilmente superable en la neblina. (O quizá la noche, tal vez la madrugada). Iba, con muchos otros, en una dirección generalmente definida. Miraba mucho al sendero, el que aparecía bajo sus pies en cuanto los movía. Caminaba en penumbra hacia la luz.

En el trayecto sus ojos distinguían en el suelo, y querían entender, papeles impresos con letras muy negras que nunca llegaron a significar nada; los abría con sus manos y eran totalmente intrascendentes. Pero no podía evitar recogerlos, aunque nunca había leído algo importante, nada que ameritara concentrarse en su texto, distraerse del camino. Siguió cruzando la loma sin demasiada prisa. Sabía que tenía que hacer algo, cumplir una misión, decir alguna cosa. No podía cejar ante tan grave deber.

Después de un tiempo sin haber alcanzado su destino desconocido, oyó una voz grave y lejana que creyó ubicar en las alturas: “¡Apúrate!” La oyó dos veces, tal vez tres. Siguió caminando lentamente. Al cabo de un rato volvió a escuchar la urgencia: “¡Apúrate!” Aceleró el paso y cuando le pareció que llegaba adonde debía estar, la voz penetró su alma de nuevo y le dijo, tranquila pero decisivamente: “Demasiado tarde”.

Se trataba de un sueño, y despertó para vestirse y desayunar antes de ir a la pequeña plaza a esperar el autobús que lo llevaría al colegio. Hacía frío, por lo que vestía su chaqueta de cuero, y vio el rocío sobre las hojas y alguna telaraña perlada de gotas de agua. Entonces tenía seis años de edad, e ignoraba que soñaría lo mismo tres o cuatro veces más, la última en 1980. ¶

LEA

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