El laborioso triunfo de un nuevo paradigma

El descubridor del inconsciente, en su estudio en Londres

A Alberto Krygier

 

Irving Stone era un biógrafo de meticulosa investigación. El hecho de que su biografía de Miguelángel Buonarroti hubiera sido llevada al cine—La agonía y el éxtasis, con Charlton Heston—la hizo la más famosa de su obra. Pero es extraordinaria la que escribió de Sigmund Freud, Las pasiones del espíritu. En ella vi, a mediados de los ochenta, el modelo de las dificultades que el portador de un nuevo paradigma debe afrontar; creí que encerraba una importante lección para los innovadores en Política. Por esto hice un extracto de varios de sus pasajes, que traduje del original The Passions of the Mind (Doubleday, Nueva York, 1971). Es eso lo que sigue, con alguna que otra nota añadida en cursivas. LEA

………

 

1. «La ciencia que investiga debe operar fuera del reino de la moralidad convencional. En ciencia toda ignorancia es mala y todo conocimiento bueno». (Freud a su futura esposa, Martha). Pág. 18.

2. …él y un compañero aprendieron español por sí mismos de forma de poder leer el Quijote de Cervantes en el original. (Freud en época de sus estudios de bachillerato). Pág. 19.

3. «Tú eres doctor en medicina y sin embargo no practicas. ¿Por qué es eso?» (Pregunta a Freud de Martha). Pág. 19.

4. «Nunca tuve la intención de ocuparme de pacientes. Yo sé cuán digno es aliviar el sufrimiento individual, pero a través de la investigación en los laboratorios y del aumento del conocimiento de lo que hace que el cuerpo funcione o no funcione, podemos encontrar formas para erradicar enfermedades enteras.» (Freud a Martha). Pág. 20.

5. «Josef, tengo que confesarte que éste ha sido el día más agonizante de mi vida. Simplemente no puedo ver una salida para mí».

Breuer pareció no impresionarse en absoluto.

«No hay forma de salir. Sólo hay una forma de entrar. Tú me has dicho que prefieres erradicar enfermedades genéricas antes que el dolor individual. Siempre he sentido que había un toque de mesianismo en ese deseo.»

«¿Qué tiene de malo lo mesiánico si sirve de acicate al logro?»

«Nada. Pero debería llegar como resultado, no como un comienzo. Sabes, Sigismund, ya hace un buen tiempo que descubrí bajo tu superficial timidez un ser humano extremadamente atrevido y sin miedo.»

Sigmund, miró a su amigo boquiabierto.

«Yo también lo he pensado, Josef, pero ¿cómo me ayuda eso en mi actual problema? Siempre he querido la universidad como medio de vida, con dedicación completa a la investigación y la enseñanza. Me siento en mi casa en medio de un estímulo constante a las ideas. Nunca quise luchar por mi existencia sobre una base competitiva.»

«Prefieres el claustro.»

«Sí, solamente que la universidad es un claustro donde los hombres buscan el conocimiento del futuro más que las formas enterradas del pasado. Y francamente no me gusta el dinero.»

«¿No te gusta el dinero o no te gusta pensar en ganar dinero?»

Sigmund tuvo la decencia de sonrojarse: porque Breuer frecuentemente venía en su rescate cuando estaba desesperado por fondos, insistiendo en que, como su propio ingreso era considerable y el de Sigmund todavía no había comenzado, debería tener el derecho de hacer su vida más llevadera. Sigmund llevaba una meticulosa cuenta del dinero que debía a los Breuer, varios cientos de gulders hasta los momentos; pero pasarían años antes de que pudiera comenzar a pagarlo”.

«Sig, tú has presentado un buen argumento de la vida académica, pero no serías feliz en ella por mucho tiempo. Echarías de menos la libertad. Tendrías que conformarte. Se te permitiría ser radical solamente a lo largo de líneas estrictamente convencionales. Tendrías alguien encima, dirigiéndote para que cambiaras tu enfoque, para que te apresuraras a publicar sobre algo que aprobaran, o para que destruyeras aquello que les incomodara»

Se paró de la mesa y caminó por la habitación.

«Sig, esto te permitirá pararte sobre tus propios pies. La primera parte de la ciencia médica es ver pacientes. En ese trabajo básico, que todo doctor debiera realizar, puedes hacer descubrimientos más importantes que viendo a través de un microscopio.» (Josef Breuer y Sigmund Freud. Éste se preocupaba porque si continuaba la carrera profesoral tardaría mucho tiempo en casarse con Martha. Breuer aconsejaba completar los estudios de medicina y buscar una clientela que le permitiera casarse). Pág. 37.

Portada de una biografía

6. Suponte que ella me preguntara, “¿Por qué has cambiado repentinamente de parecer? ¿Es que no tienes constancia?” (Posible pregunta de Martha ante el anuncio de que Freud aceptaba el con­sejo de Breuer). Pág. 50.

7. Capaces cirujanos le instruían, pero mientras más observaba más se convencía de que no tenía talento para el arte de la cirugía. Podían pasar dos años completos, incluyendo la realización de operaciones sobre cadáveres extendidos en el laboratorio de disección, antes de que se le permitiera operar pacientes. En verdad, ¿no sería mejor para él, cuando ya fuese practicante, remitir rápidamente a los pacientes a un cirujano calificado? Esa era la convicción a la que había arribado seis años antes. (Freud mientras trataba de graduarse para tener pacientes que le permi­tieran ganar el sustento). Pág. 71.

8. «Para un joven que se ha reconciliado con los rigores de una práctica privada, debo decir que estás abandonando demasiado rápido”. (Breuer a Freud, al saber que otra vez cambiaba de dirección y deseaba ahora una posición académica). Pág. 75.

9. «¡Sólo a la primera oportunidad!» (Respuesta de Freud a Breuer). Pág. 76.

10. «Debemos curar sin cortar el cuerpo del paciente». (Freud. Esta es la formulación estricta de la posición hipocrática ante lo quirúrgico: «No cortaré a las personas que sufran de cálculos, sino que dejaré este trabajo a quienes son practicantes de ese arte»). Pág. 8.

11. Ignaz tenía dos hermanos a quienes les iba bien en los negocios y ayudaban a mantener el hogar de su madre pero no le daban nada a Ignaz. Decían, “Tienes que mantenerte por ti mismo. ¿Dónde se ha oído que alguien viva del sánscrito?»

La Sra. Bernays también había estado acosando a Ignaz. Y no era por el sánscrito. Su marido la había imbuído de respeto por la vida universitaria y sus reverenciados títulos. Era porque creía que estaba fingiéndose enfermo; creía que debía graduarse de una vez de modo que pudiera conseguirse un trabajo profesional.

Ignaz gritaba: “Necesito más años de estudio. Es un campo muy vasto. Debo dominarlo antes de graduarme».

«Yo creía que un estudioso trabajaba toda su vida para convertirse en un experto. ¿Por qué tienes que terminar el trabajo antes de empezarlo?» (Ignaz Schönberg era novio de una hermana de Martha, la futura Sra. Freud. La Sra. Bernays, madre de Martha, se quejaba de que todos sus yernos eran pobres). Pág. 86.

12. «Te aconsejaría ir poco a poco, Sig; sé discreto. No arriesgues la ridiculización de Viena con tu idea de la histeria masculina. Lo único que puedes es hacerte daño».

Sigmund caminaba nerviosamente por el cuarto.

«Pero Josef, ¿tú no me estarás pidiendo que abandone lo que he aprendido?»

«Usa tu intuición y tu adiestramiento en tus pacientes. Construye primero un portafolio de pruebas».

«Una vez que mi traducción de Charcot aparezca en alemán el material definitivo estará disponible para que todos lo lean. Estaré comprometido».

Breuer negaba con la cabeza, vacilante. «Leerán la neurología de Charcot con gran respeto; y cuando lleguen al material sobre la histeria masculina lo desecharán como el pecado venial pasajero de un gran científico. Y en cuanto a tu parte en el libro, estás traduciendo, no abogando”.

«Josef, estoy planeando escribir sobre el tema para mi conferencia en la Asociación Médica…»

«¡Entonces no lo hagas! Es demasiado peligroso. Los escépticos sólo pueden ser convencidos a su propio ritmo, no al ritmo del proselitista». (Discusión de Breuer y Freud). Pág. 199.

13. Su deuda más grande era con Josef y Mathilde Breuer. Ya llegaba a los dos mil dólares. Había sugerido comenzar a pagarla en pequeñas cantidades mensuales. Breuer lo rechazó con un gesto.

“Eso no está bien, Sig. No necesitamos el dinero ahora. Tómate diez años de plazo. Al final de ese tiempo estarás ganando sustancialmente”.

No había mucha posibilidad de que ganara los necesarios cien dólares durante los primeros meses de práctica. Algunos de sus colegas consideraban tonto de su parte comenzar con tan pocas reservas. El Dr. Politzer, el otólogo que lo había llamado a consulta cuando sólo llevaba dos días en Viena, comentó, al oir que Sigmund planeaba casarse en el otoño: “Estoy horrorizado. Sé por nuestra reunión de hace pocos días que  no tiene ningún medio de fortuna. ¿Por qué insiste en casarse con una muchacha pobre cuando podría obtener una dote de cien mil gulden?” Pág. 203.

14. «Esta es una ventaja inesperada del matrimonio: un hombro comprensivo sobre el cual pueda probar que yo tengo razón y el mundo no». (Freud a su mujer, luego de una mala recepción de su conferencia sobre histeria masculina en la Sociedad de Medicina en Viena). Pág. 233.

15. «Usted sabe, Dr. Freud, nos parecemos mucho en que no nos dejamos congelar en actitudes académicas y profesionales. Pensamos como Heráclito. ‘Todo fluye’. Cada día debemos aprender algo nuevo en nuestra ciencia o no hemos vivido esas veinticuatro horas». (Wilhelm Fliess a Freud). Pág. 256.

16. «Sigmund, el adversario que más te combate es el que está más convencido de que tienes razón”. (Theodor Meynert a Freud). Pág. 336.

17. «No soy un masoquista”, pensaba. “No disfruto que me aporreen. Anhelo la admiración y el respeto tanto como cualquier científico. Pero ¿cómo podré proceder con la publicación de mi descubrimiento más importante? Los que no se rían se burlarán. Murmurarán entre ellos a mis espaldas: ‘¡Allá va de nuevo el irresponsable de Freud, tratando de incendiar el mundo con un mechero Bunsen apagado¡’” (Freud al considerar la publicación de sus primeros casos exitosos). Pág. 350.

18. Breuer negaba con la cabeza. “No. No tenemos un vocabulario para describir lo que estamos encontrando. No tenemos mapas ni aparatos… porque los viejos son irrelevantes». (Breuer a Freud, cuando éste le decía «Hemos descubierto verdades universales acerca de la mente inconsciente y sobre cómo descarga la histeria. ¿Es que cincuenta casos concienzudamente investigados no son tan reveladores como cincuenta láminas de patología estudiadas con el microscopio?»  Freud pujaba para que Breuer se atreviera a la publicación conjunta de sus hallazgos, que lo eran más de Freud que de Breuer). Pág. 354.

19. «Josef, para no cambiar de tema, ¿ya escribiste la historia de Bertha Pappenheim y comenzaste tu último capítulo teórico?»

Josef dudaba, «…no. Pero he leído tus historias de casos».

«¿Te parecen claras? ¿Pueden ser seguidas lógicamente paso a paso?»

Josef sonrió con algo de tristeza.

«Por supuesto, por los convencidos. Es como cualquier otra religión. Los fieles no necesitan pruebas. Y para el infiel ninguna prueba es suficiente». (Breuer y Freud. El primero continuaba remolón ante la publicación de un libro conjunto). Pág. 392.

Martha Freud y su hija Sofía

20. «Creo que mis servicios y obligaciones para con un paciente se han completado una vez que he revelado el significado escondido y secreto de sus síntomas. La cura reside en ese mismo acto. Realmente no es mi responsabilidad si acepta mi diagnóstico o no, aunque por supuesto no habrá cura a menos que lo acepte. Por tanto, para mí es urgente que ella crea en mi solución y trabaje fielmente con mis indicaciones. Si los dolores son la culpa de Emma obviamente no soy yo el culpable; por tanto, ella ha fracasado en su propia cura y no soy responsable de ninguna parte del fracaso». (Freud comentándole a Martha un sueño que había tenido y que relacionaba con una paciente renuente a aceptar su diagnóstico y su tratamiento). Pág. 407.

21. «Freud, fuimos juntos a la Escuela de Medicina, trabajamos juntos en los laboratorios durante años, he admirado tu trabajo sobre parálisis en niños. Es por eso que te pido: no publiques tu conferencia. Eso te causará un daño irreparable. Perderás el respeto que ahora se tiene por ti. Tanto Kraft-Ebing como yo creemos que estás yendo demasiado rápido y tomando demasiados riesgos. Deberías trabajar varios años más, acumular evidencia adicional, probar tus hipótesis, erradicar la posibilidad de error».

Sigmund se sentía mal. Estudió los rostros de los dos hombres exitosos que tenía delante.

Kraft Ebing añadió con suavidad, “Hemos desarmado tu conferencia pieza por pieza, y estamos convencidos de que cometes un error fundamental con tu concepto de ‘sexualidad infantil’. Es completamente repugnante a la naturaleza humana. Te encarezco, mi querido Freud, que no permitas que tu creencia se lleve por delante las evidencias que hasta ahora has encontrado, como lo hiciste en tu conferencia. No abandones los precisos métodos de la ciencia a la que has dedicado tu vida. Una publicación prematura dañaría más que tu reputación.»

Sorprendido, Sigmund preguntó, “A quién más dañaría?»

«A la Escuela de Medicina. Rundschau se lee mucho. Podrías hacer un gran daño a tu universidad.» (Wagner-Jauregg y Kraft-Ebing, tratando de convencer a Freud de que no publicara su conferencia sobre la etiología de la histeria). Págs. 426 y 427.

22. Como era poco probable que fuese invitado de nuevo a hablar ante alguna sociedad médica, y la publicación de su conferencia había conducido, en sus propios términos, “a la ruptura de la mayor parte de mis contactos”, preguntó a un viejo conocido de su padre en los negocios acerca de un grupo con el que pudiera discutir sus descubrimientos.

«¿Dónde puedo encontrar un círculo escogido de personas de carácter que me reciban amigablemente a pesar de mi temeridad?»

El hombre mayor respondió: “El B’Nai Brith es un sitio donde se encuentran hombres de ese tipo. Pero para el propósito de la reunión a que te refieres, te recomiendo a los jóvenes del Círculo Académico de Lectura Judío.»

Cerca de treinta jóvenes se reunieron en el salón del club en la Ringstrassen Haus en una noche de sábado. Nada sabían de lo que Sigmund denominó “los primeros atisbos en las profundidades de la vida instintiva del hombre” ni habían oído jamás acerca de la estructura arquitectónica de la mente inconsciente. Escucharon con fascinado respeto y luego hicieron preguntas que indicaban que, aunque sólo comprendían elementalmente lo que el Dr. Sigmund Freud tenía que decir, estaban ansiosos por saber más. (Esta conferencia fue dictada por Freud a un público no iniciado luego de las primeras represalias de sus colegas. «Sus pacientes referidos por otros doctores se desvanecieron por completo, como si hubiera sido puesto en una lista negra. No venían los pacientes del Allgemeine Krankenhaus, del Instituto Kassowitz ni de los doctores que se los enviaban antes»). Pág. 430.

23. El resultado inmediato de su agitación por la pérdida de su padre fue el temor de los años venideros, en los que forzosamente tendría que ser un extraño en su profesión y su ciudad. No podía tolerar más la sensación de ser esquivado. Necesitaba una organización, una institución, algo a lo que pertenecer y que, en un sentido familiar, le perteneciera. Pág. 433.

24. Llegó a deprimirse, a hacerse introvertido, sin esperanzas por su propia vida y la del mundo, invadido por el temor de su propia muerte. Sufría toda clase de dolores corporales, que desaparecían tan misteriosamente como habían llegado, sólo para ser sustituidos por músculos adoloridos y huesos cansados. La autocensura hervía dentro de él; se sentía inhibido en todas sus actividades… perdió incluso la capacidad de hacer el amor. Pág. 457.

25. Sigmund se dió cuenta de que él tenía la culpa; durante diez años había alabado a Wilhelm hasta el cielo, diciendo de él que era el más audaz y más creativo científico médico en Europa. ¡Ahora el alumno estaba repudiando al maestro!

Aunque Sigmund había urgido a Wilhelm para que encontrase agujeros en el tejido de su propio razonamiento, y Wilhelm había respondido con entusiasmo, Sigmund Freud era el único hombre en el mundo del que Wilhelm Fliess no aceptaba la crítica. Pero, ¿no había sabido él mismo, Sigmund, desde hacía tres años, desde la operación de nariz de Emma Benn, que Wilhelm era un génie manqué, que cometía errores de juicio casi fatales? ¿Haciendo una operación que era innecesaria, y luego dejando la gasa en la nariz de Emma infectándose y casi matándola de la hemorragia? Mirando los hechos desnudos con el beneficio de su autoanálisis, comprendió que cuando le había escrito a Fliess, después de la infortunada operación, “Por supuesto, nadie te culpa de nada ni veo por qué tendría que hacerlo”, él había estado protegiendo su relación con un amigo que no podía aceptar la crítica, un amigo que no quería perder, un hombre que adoraba y necesitaba.

Su inconsciente había correctamente culpado a Fliess. ¿Sería ahora libre como para arriesgar esa tan querida amistad? (A raíz de una correspondencia cruzada entre Fliess y Freud, en la que este último cuestionaba las teorías del primero sobre bilateralidad y zur­dera). Págs. 470 y 471.

26. No podía darse el lujo de estos viajes, pero estaba viviendo según un viejo proverbio vienés: “El modo de volverse rico es vender tu última camisa”. (De vez en cuando Freud llevaba a su familia en cortos viajes al campo, en épocas cuando sus ingresos habían mermado considerablemente). Pág. 480.

27. «¿Por qué tienes que leer cada palabra de esos libros?”

“Porque no me puedo arriesgar a que me acusen de haber desatendido estas obras, por más fragmentarias que sean”

Martha suspiró.

“¿Pero ese material no tendrá el mismo efecto adormecedor sobre tus lectores que el que ha tenido contigo?”

“Desafortunadamente, puede ser”.

“Bueno, yo diría que ningún lector serio se rendirá ante una introducción de unas diez o quince páginas históricas”.

Sigmund se puso en pie, fue a la caja sobre la mesa, encendió un habano y echó unas primeras fumadas.

“No son diez o quince páginas, Marty. Más bien unas cien, para hacerle justicia al material”.

Martha – Minna y Martha Bernays (clic amplía)

Martha lo miró con incredulidad.

“¡Cien páginas! Eso es un libro por sí solo. ¿Por qué quieres poner esa infranqueable Muralla China ante tus lectores?”

Minna reía. “Bueno Martha, tú sabes que la más consistente ambición vital de Sigi es la de ser mártir”. Se volvió hacia su cuñado. “¿No estarás matando cadáveres? ¿Por qué citar a medio centenar de autores sólo para probar que están equivocados?”

“Porque esa es la manera científica: resumir todo lo que ya ha sido escrito sobre el tema y analizar su valor”.

“Pero ¿qué le pasará al lector que se extravíe en ese matorral?”

Sigmund sonrió con melancolía. “Nunca llegará a ver a la Bella Durmiente que está adentro. Es como una limpieza ritual del terreno, como los granjeros incendian los rastrojos del año anterior antes de la siembra de primavera”. (Acoso de Martha Freud y su hermana Minna a Freud, quien preparaba su texto sobre interpretación de los sueños con la lectura de unos ochenta vo­lúmenes). Pág. 485.

28. Existía una costumbre no escrita en la universidad que se centraba sobre la frase Tres faciunt collegium: tres hacen un colegio. Pág. 502.

29. «Sigi, tú dijiste que escribirías ese largo artículo para el público general. ¿Entonces por qué lo estás ofreciendo a la Revista de Psiquiatría y Neurología en vez de a una publicación periódica general? ¿Es porque les retiraste el manuscrito sobre Dora Giesl?”

“Sólo en parte. Simplemente no es correcto que un médico publique material médico en un periódico popular. Debe confinarse a las revistas científicas”.

“¿Entonces cómo le va a llegar tu material al público general?”

“Por ósmosis. Permea. Como el gas de la tierra o el agua de un tejado plano”. (Martha preguntando por el trabajo que Freud llamó La Psicopatología de la Vida Cotidiana). Pág. 516.

30. La conferencia fue anunciada en el Neue Freie Presse  y generó considerable interés. Por la mañana del día de la conferencia llegó una carta expresa a la Berggasse. Excusándose, el vocero de la Sociedad Filosófica explicaba: se había filtrado algo acerca del contenido de la conferencia del Dr. Freud; algunos de los miembros, los hombres, no las mujeres, habían objetado. ¿No podría el Dr. Freud ser tan considerado como para comenzar con casos y ejemplos inofensivos, no sexuales? Luego, cuando llegase al material que algunos pudieran considerar ofensivo, no podría él, tan delicadamente como fuese posible, que se disponía a detallar ciertos asuntos objetables; y luego esperar unos instantes, en silencio por supuesto, “durante los cuales las damas pudieran abandonar el salón?”

Canceló la conferencia con una nota tan indignada que casi quemaba el papel. Martha preguntó: “¿No podrías haber disertado sobre la psicopatología de la vida cotidiana? Tú mismo has dicho que ése es el camino fácil hacia el inconsciente, y hay muy poco material sexual en el libro».

“Sí hubiera podido, si para empezar me hubieran pedido esa conferencia. Pero después de que he presentado el cuerpo principal de mi obra, declarar noventa por ciento de ella indecente o reprensible sería admitir que estoy haciendo algo malo. Si estos hombres creen que los oídos de sus mujeres son demasiado delicados para oír acerca de la vida sexual de Homo Sapiens prefiero retirarme de su plaza de toros”.

“Si tuvieras que elegir” le echó en cara Minna, “¿qué preferirías ser, el matador o el toro?”

“En cada corrida salgo gloriosamente ataviado como el matador, pero al final de la prueba de algún modo me he transformado en el toro con la espada en el lomo, dobladas mis rodillas en la arena”. (Freud comentando su frustración amargamente ante su mujer y su cuñada, pues hacía cinco años, desde la conferencia ante la Sociedad de Psiquiatría y Neurología, que no recibía invitaciones. La que le hizo la Sociedad Filosófica le había alegrado enormemente, sólo para que la confe­rencia nunca se llevara a cabo). Pág. 517.

31. Esa noche Sigmund se sentó en su estudio y escribió a Fliess con sarcasmo:

“El Wiener Zeitung no lo ha publicado todavía, pero las noticias se han regado desde el Ministerio. ¡El entusiasmo público es inmenso! Las felicitaciones y los ramos de flores continúan lloviendo, como si el papel de la sexualidad hubiera sido reconocido súbitamente por Su Majestad, la interpretación de los sueños confirmada por el Consejo de Ministros, y la necesidad de la terapia psicoanalítica de la histeria aprobada por una mayoría de dos terceras partes del Parlamento. Obviamente, vuelvo a tener buena reputación, y mis más tímidos admiradores ahora me saludan desde lejos en la calle”.

Uno de los primeros en aparecer fue un efervescente Wilhelm Stekel. Su cara resplandecía de orgullo. Sigmund se sintió conmovido.

“¡Excelencia! Ahora que usted es el Profesor Sigmund Freud en vez de un simple e inferior Dozent, ¿no habrá llegado el momento de llevar a cabo su plan de formar su propio grupo? Creo que usted lo llamó un seminario, un círculo de gente interesada en el psicoanálisis…” (Después de largos años Freud había sido nombrado Profesor, distinción que en el Imperio Austro-Húngaro era conferida por el propio Emperador. En la campaña final fue ayudado por la presión a su favor de la Baronesa von Ferstel, a la que había curado). Pág. 536.

32. «Con todo, es mejor que ser ignorado. Es tradicional atacar salvajemente aquello que uno más teme». (Freud a Stekel). Pág. 562.

33. «La herejía de una generación es la ortodoxia de la siguiente». (Freud a Jung). Pág. 563.

34. «Cuando escribimos, disertamos, y por otros medios abogamos por la diseminación del psicoanálisis, ¿no cree usted que sería más sabio evitar el tema terapéutico al comienzo de nuestra exposición? No es que usted no haya logrado resultados significativos –incluso yo, en mis modestos inicios, he logrado ayudar mucho– sino más bien porque usted nos ha dado una ciencia de la psicología completamente nueva y revolucionaria, una que será capaz de aplicarse a todas las actividades del hombre. ¿Por qué entonces arriesgar la reputación y la validez del psicoanálisis, cuyo significado último será mil veces más amplio que la terapia misma, en manos de doctores que pudieran tomar casos inadecuados, que pueden incluso venir a su campo porque se imaginan que la teoría psiconalítica es fácil, y que dañarían nuestro movimiento por la ignorancia de nuestras técnicas?. ¿No sería mejor, en nuestras declaraciones públicas, minimizar nuestra pretensión de los poderes curativos de nuestra terapia hasta que nosotros mismos podamos dar adiestramiento especializado a un grupo de doctores que entonces sean capaces de practicar el análisis freudiano?

Sigmund buscó un cigarro y lo encendió pensativo. ¿Se le estaría pidiendo de nuevo ser el maquinista de un tren que tuviera ruedas de un solo lado? Él mismo ya le había escrito a Carl Jung en diciembre pasado, “He tenido el cuidado de no mantener en mis escritos algo más que ‘el método funciona mejor que cualquier otro’”. (Jung a Freud). Pág. 565.

35. «Bleuler debe ser un magnífico administrador”, observó Sigmund; “es un don raro, uno que he admirado pero nunca poseído”. (Freud a Jung). Pág. 634.

Freud, Stanley Hall, Jung; Brill, Jones, Ferenczi – Universidad Clark, EEUU, 1909 (clic amplía)

36. Viajaban hacia el puerto de Nueva York al final de una tarde de viernes, el 27 de agosto, un día claro y brillante. Sigmund se acomodó al frente de la proa con Jung a un lado y Ferenczi al otro, mientras la silueta de Manhattan aparecía a la vista, primero como un borrón en el horizonte y luego los edificios haciéndose más destacados: altos, majestuosos, aparentemente erectos directamente sobre las aguas de la bahía. Sigmund estaba fascinado por el contorno de la isla, la punta de aguja de Battery anchándose hacia el norte. Entonces pensó:

“Me pregunto si estoy viendo a los Estados Unidos del mismo modo que Bernays lo hizo. Él buscaba un nuevo hogar y una nueva manera de vivir; se preguntaba ‘¿Es acá donde debo estar? ¿Voy a convertirme en un americano?’ Millones de europeos han tenido esa misma esperanza y esa misma pregunta al ver por primera vez esta vista sensacional. Pero sólo estaré aquí unas pocas semanas. Cuando concluyan las conferencias me iré al patio de la posada, encontraré mi propio equipaje, me lo pondré a la espalda y regresaré a Viena”.

Al pasar ante la Estatua de la Libertad, Sigmund exclamó:

“¡Van a recibir una sorpresa cuando oigan lo que tenemos que decirles!”

Jung se volvió y replicó, no sin amabilidad:

“¡Cuán ambicioso es usted!” (Freud había sido invitado por la Universidad Clark para una serie de conferencias como parte de la celebración del vigésimo aniversario de su fundación). Págs. 653 y 654.

37. Cuando dos entre su gente se ponían a pelear, los invitaba a cenar juntos y les proporcionaba una noche interesante, revisando material de casos, trayendo a cada uno a la conversación, escuchando con cuidado, admirando su comprensión del tema, levantando su confianza no sólo en sí mismos sino también en el otro, a fin de que salieran del 19 de la Berggasse abrazados y se acompañaran en el camino. Si iba a tener que ser el paterfamilias no tenía elección: estos niños dispares vivían todos dentro de su hogar ideológico. Tenía que encontrar formas de mantenerlos felices. No obstante, había momentos cuando varios de los miembros mayores lo entristecían con sus guerras intestinas. (Problemas en el primer grupo de psicoanalistas). Págs. 662 y 663.

38. «El psicoanálisis como ciencia probará su valor conmigo o sin mí, porque contiene muchas verdades y porque es conducido por personas como usted y Jung. La introducción de la política de ‘puertas cerradas’ asustó a muchos amigos y convirtió a algunos de ellos en oponentes emocionales”. Volvió sus honestos y preocupados ojos hacia Sigmund. “No importa cuán grandes sean sus logros científicos, usted me parece psicológicamente un artista. Desde este punto de vista es comprensible que usted no quiera que el producto de su arte sea destruido. En el arte tenemos una unidad que no puede ser despedazada. En ciencia un descubrimiento que debe permanecer. Cuánto de lo que está vagamente conectado con eso sobrevivirá no es lo importante. Pero voy a hacer una predicción: usted verá que en el largo plazo yo permaneceré más cerca de sus creencias que su segundo al mando, Carl Jung». (Bleuler a Freud. Eugen Bleuler se había separado de la Sociedad Suiza de Psicoanálisis, presidida por Jung, a raíz de la cancelación de una ponencia de Max Isserlin, un psiquiatra de Munich, para el Segundo Congreso de Psicoanálisis en Nuremberg. El texto de Isserlin era un ataque violento contra el concepto del subconsciente. Varios miembros del grupo de Viena convencieron a Freud para cancelar la presentación de Isserlin). Pág. 692.

39. «Éste es un momento triste en mi vida. Es la primera vez en los nueve años que nuestro grupo se reúne que he perdido un discípulo”.

Adler replicó con firmeza, “Yo no soy ni nunca he sido su discípulo”

“Acepto la corrección: un colega. No es un suceso feliz el perder un colega de muchos años. Pero en verdad ya le habíamos perdido hace bastante tiempo”.

Adler se quitó sus anteojos. Sus ojos estaban encapotados. Dijo, sin mirar a Sigmund a la cara:

“La ruptura ha sido obra suya”.

“¿Cómo es eso, Doctor?”

“Al cometer el mismo crimen que usted ha atribuido a Charcot y Bernheim: ¡usted ha congelado su propia revolución!”

Sigmund quedó profundamente consternado. La acusación lo hirió más hondamente que cualquier cosa que le atribuyeran sus enemigos.

“Por lo contrario, Doctor, cuando he cometido errores los he admitido y continuado la búsqueda. He incorporado con orgullo en el cuerpo del psicoanálisis ideas que usted mismo ha contribuido. ¿Cuál es la razón real de su renuncia a la Sociedad Psicoanalítica de Viena?”

La angustia inundó el orgulloso y sensitivo rostro de Adler.

“¿Por qué siempre debo hacer mi trabajo bajo su sombra?» (Freud había abandonado la Presidencia de la sociedad poco después del Congreso de Nuremberg, y postulado a Adler en su lugar. En 1911 Adler habló por tres sesiones seguidas exponiendo un conjunto de conceptos totalmente incompatibles con el esquema freudiano, recibiendo un feroz ataque de los miembros de la sociedad. Adler renunció). Pág. 696.

40. Fijó su atención sobre Jung y le preguntó sobriamente:

“Mi querido colega, ¿por qué es que en sus recientes conferencias y publicaciones usted ya no me nombra?”

Hubo un incómodo momento de silencio, luego del cual Carl Jung sonrió y dijo despreocupadamente:

“Mi querido Profesor, todo el mundo sabe que Sigmund Freud es el fundador del psicoanálisis. Ya no hay ninguna necesidad de mencionar su nombre cuando hacemos recapitulaciones históricas”.

Una aguda estocada de dolor atravesó el pecho de Sigmund. ¡Se había estado engañando a sí mismo! La arrogante respuesta de Jung revelaba la verdad. En las profundidades del subconsciente de Carl Jung había una poderosa fuerza que crecía lentamente y buscaba romper la relación abiertamente. En su mente consciente Jung quería reconciliarse. Todavía amaba y veneraba a Sigmund Freud, y no estaba simulando cuando, en su paseo de dos horas, le había asegurado a Sigmund que todo lo bueno de su relación estaba restaurado y que trabajarían juntos en los años venideros. Pero en ese jirón de sonrisa en el rostro de Jung, y en su despreocupada respuesta, Sigmund percibió la represión que no podría negarse por mucho tiempo más; Carl Jung necesitaba ser libre e independiente, producir el rompimiento y hacerse su propio hombre. Pág. 719.

41. «Para las decisiones sin importancia busca en tu mente consciente. Para las grandes decisiones de tu vida, deja que domine tu mente inconsciente. De esa forma no te equivocarás». (Freud a Theodor Reik, que le pedía consejo sobre su matrimonio y su vida profesional). Pág. 721.

En portada de 1924

42. Lo escaso de su práctica era en realidad una bendición, puesto que su mayor deseo era escribir el manuscrito completo Sobre la Historia del Movimiento Psicoanalítico en los primeros meses del año, de modo que pudiera ser publicado en el Anuario para el momento cuando la noticia de la renuncia de Carl Jung se regara por Europa, Inglaterra y América. Siempre había sido su política la de no estar a la defensiva, sin embargo este manuscrito sería defensivo. Había una necesidad de establecer la verdad acerca del nacimiento y el desarrollo del psicoanálisis, acerca de lo que él había descubierto, desarrollado, puesto en movimiento; y acerca de cuáles habían sido las contribuciones subsiguientes debidas a Alfred Adler o Carl Jung. Trataría de escribir la historia con pleno candor y honestidad. Pág. 735.

43. Desde el Armisticio la Sociedad Psicoanalítica Internacional había crecido tremendamente; ahora tenía doscientos treinta y nueve miembros, de los cuales ciento doce habían asistido al Congreso, con la adición de otros ciento cincuenta interesados. Once miembros habían hecho el viaje desde América, treinta y uno de Inglaterra, noventa y uno de Berlín, un testimonio del trabajo hecho por Karl Abraham, Max Eitingon y luego Hanns Sachs y Theodor Reik en el centro de adiestramiento. A pesar de la continua oposición y adversidad, veinte miembros habían venido desde Suiza. Mirando al gran salón y recordando los desafortunados quebrantos en el Congreso de Munich de hacía una década, Sigmund reflexionaba:

Pregunta que sugiere la respuesta

“Tenemos la cantidad y la fortaleza para sostenernos. ¡Hemos llegado! Puede que perdamos miembros a lo largo de los años, por razones relevantes o irrelevantes; pero estamos tan firmes sobre nuestros pies como cualquier sociedad psiquiátrica o neurológica”.

El psicoanálisis había llegado para permanecer. (Congreso de Berlín de 1922). Pág. 764.

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