La sabiduría del enjambre

Una bandada de estorninos que vuelan juntos sin impedirse

 

A O. P. C.

 

Dudo en verdad que exista para el ser pensante otro minuto más decisivo para él que aquel en que, al caer las vendas de sus ojos, descubre que no es de ninguna manera un elemento perdido en las soledades cósmicas, sino que existe una voluntad de vivir universal que converge y se hominiza en él.

Pierre Teilhard de Chardin – Ver (Preámbulo a El Fenómeno Humano)

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Esto nos lleva a preguntarnos qué otras cosas están almacenadas en una abeja que aún no hemos visto. O qué otras cosas están almacenadas en la colmena que todavía no han aparecido porque no ha habido suficientes colmenas en fila simultáneamente. Si a ver vamos, qué está contenido en un humano que no emergerá hasta que estemos todos interconectados por alambres y política. Las cosas más inesperadas fermentarán en esta supermente-colmena biónica.

Kevin Kelly – Out of control

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El amable Oscar Pérez Castillo me hizo llegar una nota personal acerca de Elinor Ostrom. En ella decía: «Comparto la Weltanschauung de Elinor Ostrom, defensora de los comunes, la gente popular. Ella propiciaba y defendía los proyectos o tareas entre los comunes. Dejados solos, los pueblos, la gente encontraba solución a su propios problemas en combinación entre todos, no desde arriba, no impuesto por alguien, por algún sabihondo».

A mi vez, correspondí con la nota-obituario de la revista TIME del 25 de junio de este año, escrita por Rana Foroohar:

La profesora en Bloomington

Ella fue a enseñar en la Universidad de Indiana en 1965 porque la escuela ofreció un empleo a su esposo en el departamento de ciencias políticas. Pero Elinor Ostrom, que en 2009 se convirtió en la primera mujer en ganar el Premio Nobel de Economía, pronto se convirtió en la atracción principal. Su trabajo, enfocado sobre cómo la gente ordinaria que usa recursos naturales—como bosques, pesquerías y campos petroleros—puede manejarlos más inteligentemente que las compañías o los gobiernos, nunca ha sido más oportuno que ahora. «Después de los rescates del TARP* y la devastación de las democracias en Europa a manos de tecnócratas financistas, el mundo está comenzando a apreciar lo que Elinor Ostrom ha venido alumbrando profunda, persistente y serenamente durante casi 50 años»; eso escribió el año pasado Robert Johnson, Director del Instituto para el Nuevo Pensamiento Económico, cuando Ostrom, que falleció el 12 de junio a sus 78 años,** fue incluida en la lista de TIME de las cien personas más influyentes. A diferencia de muchas estrellas de la economía, Ostrom pensaba de abajo hacia arriba en lugar de arriba hacia abajo, pues creía que los ciudadanos tienen «poder y capacidades» más allá de las de las burocracias gobernantes y que los individuos pueden hacer una gran diferencia, aun en los mayores problemas del mundo. En momentos cuando casi todos nuestros problemas más urgentes—desde la degradación ambiental hasta la creciente desigualdad—requieren una acción colectiva, sus ideas son un mensaje que los líderes del mundo harían bien en recordar y hacerles caso.

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*TARP (Troubled Assets Relief Program), es un programa federal de los Estados Unidos para adquirir activos débiles y acciones de entidades financieras privadas en problemas, creado mediante ley firmada por el presidente George W. Bush el 3 de octubre de 2008. (Nota de Dr. Político).

**Su esposo, Vincent, autoridad mundial en gobierno democrático, la sobrevivió por escasos 17 días. (Ídem).

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La insensatez es la regla

Pensé que la nota de Pérez Castillo se relacionaba con mi mención de la conjetura de Bárbara Tuchman—La marcha de la locura—en el programa radial Dr. Político del pasado sábado 4 de agosto: «The problem may not be so much a matter of educating officials for government as educating the electorate to recognize and reward integrity of character and to reject the ersatz». (El problema pudiera ser no tanto un asunto de educar a los funcionarios para el gobierno como el de educar al electorado para que reconozca y premie la integridad de carácter y rechace lo postizo). También resonaba la cosa con la anterior emisión del programa (28 de julio), cuando sonó en él la Fanfarria para el hombre común de Aaron Copland y se citó palabras de Will Durant (en Los placeres de la Filosofía):

Quizás la causa de nuestro pesimismo contemporáneo es nuestra tendencia a ver la historia como una turbulenta corriente de conflictos—entre individuos en la vida económica, entre grupos en política, entre credos en la religión, entre estados en la guerra. Éste es el lado más dramático de la historia, que captura el ojo del historiador y el interés del lector. Pero si nos alejamos de ese Mississippi de lucha, caliente de odio y oscurecido con sangre, para ver hacia las riberas de la corriente, encontramos escenas más tranquilas pero más inspiradoras: mujeres que crían niños, hombres que construyen hogares, campesinos que extraen alimento del suelo, artesanos que hacen las comodidades de la vida, estadistas que a veces organizan la paz en lugar de la guerra, maestros que forman ciudadanos de salvajes, músicos que doman nuestros corazones con armonía y ritmo, científicos que acumulan conocimiento pacientemente, filósofos que buscan asir la verdad, santos que sugieren la sabiduría del amor. La historia ha sido demasiado frecuentemente una imagen de la sangrienta corriente. La historia de la civilización es un registro de lo que ha ocurrido en las riberas.

 

Fanfarria para el hombre común – Eugene Ormandy, Orquesta de Filadelfia

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Todavía aportó Pérez Castillo un recuerdo pertinente: el de la obra de Ernst Friedrich Schumacher: Small is beautiful – Economics as if people mattered (1973). Este libro de 290 páginas (en la edición de Harper Torchbooks) se convirtió en la biblia del movimiento de tecnologías apropiadas: aplicaciones a pequeña escala, trabajo-intensivas, energéticamente eficientes, ambientalmente sensatas y localmente controladas. Es tecnología centrada en la gente, la base tecnológica del desarrollo sustentable.

La cosa, pues, tiene detrás la obra de poderosos pensadores, y en el fondo están los marcos mentales desarrollados a partir de los años sesenta en disciplinas como la teoría de sistemas complejos y la teoría de los enjambres. Escribe Kevin Kelly en el primer capítulo de Out of control (Addison Wesley 1994, Perseus Books, 1995), en referencia al trabajo pionero de William Morton Wheeler (1865-1937):

La organización de una minúscula abeja produce un patrón para su minúscula décima de gramo de células de las alas, otros tejidos y quitina. El organismo de una colmena produce la integración para su comunidad de obreras, zánganos, polen y prole. Todo un organismo de 50 libras de colmena emerge con su propia identidad de las pequeñas partes-abeja. La colmena posee mucho que ninguna de sus partes posee. La mota que es el cerebro de una abeja opera con una memoria de seis días; la colmena como conjunto opera con una memoria de tres meses, el doble de la vida promedio de una abeja.

Las hormigas, también, tienen mente de colmena. Una colonia de hormigas, en movimiento de un nido a otro, exhibe el substrato kafkiano del control emergente. Cuando hordas de hormigas abandonan su campamento y se dirigen al oeste, llevando huevos, larvas, pupas—las joyas de la corona—en sus picos, otras hormigas de la misma colonia, obreras patrióticas, cargan el tesoro hacia el este con la misma velocidad, mientras aun otras obreras, quizás reconociendo mensajes conflictivos, corren en una y otra dirección con las manos vacías. Un día de oficina típico. Y, sin embargo, la colonia se mueve. Sin que haya una toma de decisiones visible en un nivel superior, escoge un nuevo sitio para anidar, instruye a las obreras que comiencen a construir y se gobierna a sí misma.

Los seres humanos somos perfectamente capaces de trabajar en enjambres sin autoridad centralizada. El mismo Kelly refiere con detalle los asombrosos experimentos de Loren Carpenter con grandes audiencias, a las que pone a jugar ping-pong—2.500 personas a cargo de una sola raqueta vs. un número equivalente que controla la otra—o con un simulador de vuelo, en una secuencia de decisiones distribuidas, sin que un líder central las oriente o determine. He aquí el audio de una descripción leída de tales experimentos:

 

Los juegos de Carpenter

Ilya Prigogine (Premio Nobel de Química en 1977) también usa ejemplos formíceos para ilustrar una característica de los sistemas complejos—compuestos por numerosos elementos interconectados—: sus propiedades emergentes, que se manifiestan a nivel del conjunto aunque estén ausentes en los componentes. Así se describe en este blog, en Temas de Política Clínica (3), la imagen que nos ofrece: «En ilustración de Ilya Prigogine, Premio Nóbel de Química: si ante un ejército de hormigas que se desplaza por una pared, uno fija la atención en cualquier hormiga elegida al azar, podrá notar que la hormiga en cuestión despliega un comportamiento verdaderamente errático. El pequeño insecto se dirigirá hacia adelante, luego se detendrá, dará una vuelta, se comunicará con una vecina, tornará a darse vuelta, etcétera. Pero el conjunto de las hormigas tendrá una dirección claramente definida». (Ver también Democracia de enjambres, para una oposición de estos conceptos al simplista centralismo socialista). Como lo ponen técni­camente Gregoire Nicolis y el mismo Ilya Prigogine en Exploring Com­plexity (Freeman, 1989): “Lo que es más sorprendente en muchas socie­dades de insectos es la existencia de dos escalas: una a nivel del indivi­duo y otra a nivel de la sociedad como conjunto donde, a pesar de la inefi­ciencia e impredecibilidad de los individuos, se desarrollan patrones cohe­rentes característicos de la especie a la escala de toda la colonia”.

Es esta característica natural de los sistemas complejos el más poderoso fundamento de la democracia y el mercado. A pesar de la imperfección política de los ciudadanos concretos, la democracia sabe encontrar el bien común mejor que otras formas de gobierno; a pesar de la imperfec­ción económica de los consumidores el mercado es preferible como distribuidor social.

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No Hugo Chávez, que hablaba de «constituciones moribundas», sino el muy estadounidense futurólogo John Naisbitt, escribía en Megatendencias (1982):

Hemos creado un sistema representativo hace doscientos años, cuando ésa era la manera práctica de organizar una democracia. La participación ciudadana directa simplemente no era factible… Pero sobrevino la revolución en las comunicaciones y con ella un electorado extremadamente bien educado. Hoy en día, con una información compartida instantáneamente, sabemos tanto acerca de lo que está pasando como nuestros representantes y lo sabemos tan rápidamente como ellos. (…) La democracia participativa está revolucionando la política local en América y borbotea hacia arriba para cambiar también la dirección del gobierno nacional. Los años 70 marcaron el comienzo de la era participativa en política, con un crecimiento sin precedentes en el empleo de iniciativas y referenda… Políticamente, estamos en un proceso de desplazamiento masivo de una democracia representativa a una democracia participativa… El hecho es que hemos superado la utilidad histórica de la democracia representativa y todos sentimos intuitivamente que es obsoleta… Esta muerte de la democracia representativa también significa el fin del sistema de partidos tradicionales.

Las ideas de Naisbitt no dejan lugar a equívocos, y vale la pena recordar que fueron escritas bastante antes de la explosión de posibilidades abiertas por la Internet, que durante las últimas dos décadas ha comenzado la construcción, cada vez más acelerada, de la mente del mundo.

Fishkin y Luskin

Pero ya se mueve una nueva tendencia que rebasa y complementa la democracia participativa. La democracia deliberativa ha hecho su aparición. Ella fundamenta la legitimidad de una decisión democrática no ya en la mera agregación de preferencias que se manifiesta en los votos, sino en una auténtica deliberación de los ciudadanos—en la práctica, de una muestra representativa de ellos—sobre asuntos tan concretos como la aprobación del presupuesto de un municipio. James Fishkin (Democracy and deliberation, 1991), profesor de la Universidad de Stanford, ya ha logrado implementaciones prácticas del concepto en más de una docena de países, y reporta la sensatez de las decisiones ciudadanas en los asuntos que se somete a su consideración mediante deliberative opinion polls. Robert Luskin ha contribuido conceptualizaciones fundamentales a la idea en el Centro de Votación Deliberativa.

La democracia no se ha detenido, entonces. No es cierto que se haya agotado, como ciertos teóricos del autoritarismo quisieran hacernos creer. Pero tampoco debe entenderse que estos nuevos procedimientos pueden sustituir por entero las instituciones políticas a las que nos hemos acostumbrado. No toda clase de decisión se toma mejor en enjambre. El cerebro humano no ha abandonado el cerebro del reptil, que sigue existiendo, esencialmente idéntico al del dinosaurio, en nuestros mesencéfalos. La sabia estrategia de la naturaleza es la de construir pisos superiores, más evolucionados, preservando las funciones que hace magníficamente el Complejo R. (Ver en este blog Política natural).

Lo pequeño es hermoso, sin duda; la gente común puede tomar, en algunos casos, mejores decisiones que los ministerios de un gobierno o el directorio de alguna corporación. No en todo; un enjambre ciudadano sería torpe manejando crisis y, como nos alertara el cibernetista inglés Stafford Beer (Platform for change, Wiley, 1975), un debate maniqueo entre centralización y descentralización es en gran medida una trampa lingüística: cualquier sistema biológico viable tiene procesos vitales muy centralizados en feliz convivencia con otros perfectamente descentralizados. En el más desarrollado de todos, el cuerpo humano, coexisten para complementarse el sistema nervioso central y el sistema nervioso autónomo. La nueva democracia, potenciada por la maravillosa bendición de la Internet, no debe ser la anarquía. No somos una primitiva bandada de estorninos. LEA

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La insuficiencia de la «política realista»

Otto von Bismarck, cultor de la Realpolitik, ante el Reichstag en 1888

El texto de John A. Vásquez, The power of power politics: A critique* (1983, 1991), destaca la crisis de ineficacia explicativa y predictiva del paradigma que concibe a la actividad política como proceso de adquisición, intercambio y aumento del poder detentado por un sujeto de cualquier escala. (Individuo, corporación, estado). Aun cuando su investigación se centra sobre la inadecuación de esa visión en el campo académico de las ciencias políticas, este fenómeno tiene su correspondencia en el campo de la política práctica. (A fin de cuentas, lo que la baja capacidad predictiva de ese paradigma significa es que en la práctica política el estilo de la Realpolitik parece, al menos, haber entrado en una fase de rendimientos decrecientes).

Una de las razones para esta situación de crisis del paradigma del poder por el poder, puede ser encontrada en la informatización acelerada del planeta y sus consecuencias. La Realpolitik ha necesitado siempre del secreto para garantizar su eficacia. Pero en los últimos tiempos hemos sido testigos del descubrimiento y exposición pública de los más elaborados planes de ocultamiento político. Un caso particularmente notable fue el del financiamiento de la Administración Reagan a los «contras» en Nicaragua. Un complicadísimo y retorcido esquema de ocultamiento, que involucraba a insospechables aliados momentáneos (Irán, que para los efectos de relaciones públicas era enemigo de los Estados Unidos), resultó ser imposible de ocultar.

Por esto es que el glasnost, la política de «transparencia» declarada por Gorbachov en la antigua Unión Soviética, más que un deseo inspirado en valores éticos, era una necesidad. Ante el asedio de los medios de comunicación, que se ha unido a las previsibles acciones de los adversarios políticos que intentan descifrar las intenciones del contrario, el actor político de hoy se ve forzado, cada vez más, a determinar sus planes suponiendo que van a ser, a la postre, conocidos públicamente. La política de hoy tiende a parecerse cada vez más a un juego de ajedrez, en el que cada oponente posee información completa acerca de la cantidad, calidad y ubicación de las piezas del contendor.

Otra razón, más de fondo, para explicar la pérdida de eficacia de una postura de Realpolitik, consiste en la simple constatación de que una versión cínica de los actores políticos es decididamente una sobresimplificación, Esto es, constituye un error teórico y perceptual, a la vez que práctico, considerar que todo actor político tiene como único objeto la procura del engrandecimiento de su propio poder como un fin en sí mismo, y como si estuviese convencido de que la base de su poder descansa sobre la amenaza y el empleo de la fuerza física o la coerción económica. Los actores políticos, en tanto personas, son bastante más complicados y ricos que lo que esa simplista descripción postula que son. Entre sus motivaciones entran no sólo los fines egoístas o maquiavélicos; también poseen motivaciones altruistas, limitaciones éticas, interés por un juicio favorable de la historia, etcétera.

Pero también explica la erosión del paradigma de la Realpolitik la admisión, cada vez más amplia, de que la bondad tiene un valor funcional. La práctica gerencial redescubre a cada momento el valor motivante de los estímulos positivos, y este conocimiento pasa con rapidez a los predios de la doctrina de la gestión.

No obstante, no puede caber duda de que la práctica de la Realpolitik está todavía muy generalizada, sobre todo en los casos agudos de aquellas personalidades que experimentan un placer patológico en la destrucción del adversario.

En La Marcha de la Insensatez, Bárbara Tuchman nos presenta cuatro estudios a fondo de cuatro grandes casos de insensatez política. La autora entiende este término como el designante de la conducta de un actor político que, en contra de reiterados consejos y evaluaciones que le muestran que sigue un curso equivocado, persiste en él, aun a costa de sus mejores intereses. Uno de los más interesantes capítulos, dentro de la parte que dedica a la Iglesia del Renacimiento, trata de las actuaciones de Julio II, Sumo Pontífice entre 1503 y 1513. Papa guerrero, Julio II atendió poco o nada a las proposiciones internas de reforma, preocupándose más por conquistas territoriales que por componer el deplorable estado de corrupción de la Iglesia de la época. A su equivocada política se debe en gran medida la explosión de Lutero y su Reforma Protestante.

Al cierre del capítulo que le dedica, Bárbara Tuchman recapitula su tránsito por el papado en los siguientes términos: “Los defensores de Julio II le acreditan el haber seguido una política consciente que se basaba en la convicción de que «la virtud sin el poder», como había dicho un orador en el Concilio de Basilea medio siglo antes que él, “sólo sería objeto de burla, y el Papa romano, sin el patrimonio de la iglesia, sería un mero esclavo de reyes y de príncipes”, que, en breve, con el fin de ejercer su autoridad, el papado debía lograr primero la solidez temporal antes de emprender la reforma. Éste es el persuasivo argumento de la Realpolitik que, como la historia ha demostrado a menudo, tiene este corolario: que el proceso de ganar poder emplea medios que degradan o brutalizan al que lo busca, quien despierta para darse cuenta de que el poder ha sido poseído al precio de la pérdida de la virtud y el propósito moral.”

LEA

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*El poder de la política de poder, Gernika, México.

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