No hay quinta mala

John Martin: Manfredo en el Jungfrau (1837)

 

Cinco quintas y una quinta vienen acá para certificar que el número cinco es auspicioso en materia de sinfonías. Después del enorme impacto de la Quinta Sinfonía en Do menor de Ludwig van Beethoven (1770-1827), su opus 67 y una de las piezas más conocidas y apreciadas del mundo, cada compositor que hubiera compuesto ya cuatro sinfonías ha debido sentirse en estado reverente, dispuesto a dar lo mejor de su arte en ese quinto puesto de su producción sinfónica.

Los cinco primeros compases de «la» Quinta Sinfonía

El Theater an der Wien en 1815

 

 

 

 

 

Claro que prácticamente todo el mundo sabe quién compuso el famoso motivo ta, ta, ta, taaaa, (Sol, Sol, Sol, Mi bemol), que el grandísimo director Wilhelm Furtwängler marcó como ninguno. El público que lo escuchó por primera vez asistía a un concierto de más de cuatro horas en el Teatro sobre el Río Wien en Viena, el 22 de diciembre de 1808, que incluyó además la première de la Sexta Sinfonía (Pastoral) y siete obras más del compositor; el propio Beethoven dirigió la orquesta. No fue un estreno auspicioso; en un momento dado, Beethoven decidió detener la ejecución de la Fantasía Coral y comenzar de nuevo luego de una fea equivocación de la orquesta. El agotamiento de la audiencia le ofreció a la gran obra una fría recepción, pero un poco más tarde ya ocupaba un sitial de honor en el repertorio sinfónico de la época: el influyente crítico E. T. A. Hoffman escribió un definitivo elogio de la pieza en el Allgemeine musikalische Zeitung. Acá está su primer movimiento, Allegro con brio, en interpretación de Herbert von Karajan al frente de su Filarmónica de Berlín.

Beethoven

Dirk Bogarde y Björn Andresen en Venecia

Algo menos conocida es la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler (1860-1911), una obra monumental que a veces es reportada como escrita en la tonalidad de Do sostenido menor. El propio compositor, sin embargo, aconsejaba no denominarla así, pues otros movimientos están en clave diferente. (El primero está en esa tonalidad; el último en Re mayor). Fue, de nuevo, el autor quien dirigiera el estreno de su sinfonía, el 18 de octubre de 1904 en Colonia. Al año siguiente se la presentaba en Cincinatti, pero pasarían cuarenta más antes de que los londinenses la escucharan completa, aunque el Adagietto colocado abajo—cuarto movimiento: Sehr Langsam—fue interpretado en 1909 en uno de los conciertos Proms de ese año, anticipando la popularidad que alcanzaría con Muerte en Venecia, la película (1971) de Luchino Visconti sobre la novela (1912) de Thomas Mann. Era la canción de amor de Mahler a Alma Schindler, su esposa. La acompañó de estas líneas: «Cuánto te quiero a ti, tú mi sol, no puedo decirte con palabras. Sólo puedo lamentar ante ti mi añoranza y mi amor». Georg Solti dirige ahora la Orquesta Sinfónica de Chicago.

Mahler

Shostakovich sobre Mravinsky según Russov

Ya en pleno siglo XX, Dmitri Shostakovich (1906-1975) liberaría su propia Quinta, op. 47 en Re menor. El 21 de noviembre de 1937, Yevgeny Mravinsky la dirigió por primera vez en Leningrado, tocada por los músicos de la orquesta filarmónica de la ciudad; más de media hora de aplausos recibió la interpretación, y se dice que Mravinsky celebró el triunfo agitando la partitura sobre su cabeza en alegre reacción al entusiasmo del público. (Habría tenido que ser con ambas manos, por el peso del gran tomo, y Mravinsky era una persona muy delgada. Tuve la inmensa fortuna de escuchar a esa misma orquesta y su director en el Royal Festival Hall del South Bank de Londres en el otoño de 1971, en un concierto que cerró con otra quinta sinfonía, la de Tchaikovsky. Fue una experiencia musical—dentro de una opulenta acústica que no desfallecía en el lejano balcón donde escuchaba—que perdurará en mi memoria mientras viva). Son esos mismos músicos quienes tocan de seguidas el magnífico segundo movimiento de la obra, Allegretto, en grabación de 1973. Es un movimiento jocoso, algo al estilo ácido de Prokofiev, construido como variaciones del motivo que abre la sinfonía. No queda sino decir, a Shostakovich, Mravinsky y los músicos de Leningrado, спасибо большое!

Shostakovich

Del país con sol de medianoche

Para Jan Sibelius (1865-1957) su Quinta Sinfonía en Mi bemol mayor, op. 82, marcaba una ocasión especialísima, puesto que le fue encargada por el gobierno finlandés y estrenada el 8 de diciembre de 1915, el día de su quincuagésimo cumpleaños, que había sido declarado fiesta nacional. Ya Sibelius había compuesto, en 1899, el poema sinfónico Finlandia, su opus 26, que en sí mismo era un grito de emancipación del yugo de los rusos. (La obra llegó a ser ejecutada bajo diversos nombres para escapar a la atención de la policía de ocupación; por ejemplo, Sentimientos de felicidad al despertar de la primavera finesa. Su sección final fue más tarde arreglada como el Himno Finlandia, aunque el himno nacional de este país es oficialmente otra pieza). Era, por tanto, un amado héroe viviente de los finlandeses, que son una gente tan particular que el monto de sus multas de tránsito en carreteras depende del ingreso del infractor. Como en casi todos los casos anteriores, el compositor dirigió para el estreno de su sinfonía aniversaria a la Orquesta Filarmónica de Helsinki. Es el primer movimiento de la tercera versión de la composición, que data de 1919, el que toca aquí la Orquesta Filarmónica de Viena bajo la batuta de Leonard Bernstein.

Sibelius

Jugaba bien al ajedrez

En el caso de Sergei Prokofiev (1891-1953), en cambio, su Quinta Sinfonía en Si bemol mayor era nada menos que exactamente su opus 100. Era el líder de una colonia de compositores en las afueras de Moscú, establecida por el gobierno soviético para alejarlos de peligros de la Segunda Guerra Mundial, cuando compuso la sinfonía en un mes del verano de 1944. El 13 de enero del año siguiente, sería estrenada en el Gran Salón del Conservatorio de Moscú y, sí, era Prokofiev quien dirigía la Orquesta Sinfónica del Estado de la URSS. Poco después, sufriría una caída por problemas de tensión arterial de la que nunca se recuperó por completo. Un músico alineado con la revolución bolchevique, moriría apropiadamente el mismo día cuando se anunciara la muerte de Josef Stalin, el 5 de marzo de 1953. Prokofiev fue probablemente el compositor ruso más popular del siglo XX; también fue un buen jugador de ajedrez: en 1914 llegó a ganar una partida al mismísimo José Raúl Capablanca en un tercer intento de partidas simultáneas de exhibición. La ocasión se presentó en San Petersburgo, donde el genio cubano de 26 años quedó al frente de su torneo internacional de grandes maestros con punto y medio de ventaja sobre Emanuel Lasker, a quien arrebataría el título de campeón mundial siete años más tarde. Prokofiev y Capablanca iniciaron entonces una larga amistad. André Previn conduce a la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles, la misma que ahora dirige Gustavo Dudamel, para ofrecernos el segundo movimiento de la obra, Allegro marcato.

Prokofiev

Aquí la estrenó Tchaikovsky

Ahora llegamos a la Quinta Sinfonía en Mi menor, op. 64. de Pyotr Illyitch Tchaikovsky (1840-1893), la que oí en Londres en 1971 y en el Teatro Municipal de Caracas el domingo 20 de abril de 1975, en el segundo concierto de la Orquesta de Cleveland conducida por Lorin Maazel. (No impidió mi asistencia, y no lo hubiera hecho otra cosa, una fractura triple de la cabeza del húmero izquierdo que sufrí cuatro días antes. Logré sentarme en un asiento que daba al pasillo central desde el ala derecha, para no molestar con mi brazo erguido e inmovilizado por un chaleco de once kilos de yeso). Acá sonará su glorioso cuarto movimiento (Finale: Andante maestoso — Allegro vivace — Molto vivace — Moderato assai e molto maestoso — Presto) en los instrumentos de la lujosa Orquesta de Filadelfia, bajo la conducción de Eugene Ormandy. La música modula de Mi mayor a Mi menor, para regresar triunfante a Mi mayor con el tema expuesto tranquilamente al comienzo. Esta sección final de recapitulación fue el tema original de Valores humanos, el iluminador programa de televisión de Arturo Úslar Pietri. (En una temporada posterior, el tema cambió al del inicio de Primavera, el concerto grosso que comienza el grupo de Las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi). El 6 de noviembre de 1888, el propio Tchaikovsky—¡qué raro!—dirigió la première de la sinfonía en el Salón de la Nobleza de San Petersburgo. En el asedio a Leningrado (que es la misma ciudad) por la Wehrmacht durante la Segunda Guerra Mundial, la sinfonía levantó los ánimos de sus pobladores el 20 de agosto de 1941; la Orquesta Sinfónica de la Radio de Leningrado la interpretó impávida hasta el final—fue transmitida por radio a Londres—aunque se escuchara las bombas explotar cercanas desde el inicio del segundo movimiento.

Tchaikovsky

La primera edición de Manfredo

Bueno, una «quinta» de ñapa y con justificación. La Sinfonía Manfredo en Si Menor, op. 58 de Tchaikovsky, es una sinfonía «de programa» compuesta entre la que acabamos de escuchar y su Cuarta Sinfonía en Fa menor, op. 36; fue, por tanto, su verdadera quinta sinfonía o, si se quiere, la 4.5. Sigue musicalmente la línea expositiva del poema dramático de Lord Byron en una estructura cíclica en la que el tema de Manfredo, de gran poder expresivo, se repite bajo diferente guisa en cada movimiento. Es un placer colocar acá el primero de ellos, Lento lugubre, en potente interpretación de Riccardo Muti y la londinense Orquesta Filarmonia, aunque así tengamos a cinco quintas y dos quintas. En cierto sentido adelantado a su época, el movimiento se aleja de la estricta forma sonata para seguir el guión textual. Cincuenta y cuatro años antes, un más decidido innovador de la forma musical, Hector Berlioz, había compuesto Haroldo en Italia, igualmente inspirado en un poema de Byron; tal vez Tchaikovsky no quiso ser menos y produjo esta obra que superaba en concepto y orquestación a la del francés. De hecho, el programa que guió la composición, provisto por Vladimir Stasov, fue remitido primeramente por Mily Balakirev—él mismo se consideró incompetente para la tarea—a Berlioz, quien declinó hacer el trabajo por razones de edad y salud. El gran compositor ruso completó la labor en septiembre de 1885, y el 11 de marzo del año siguiente dirigía Max Erdmannsdörfer con gran éxito el estreno de esta obra colosal que requiere, además de una orquesta sinfónica grande, el concurso de un órgano para cerrarla.

Tchaikovsky 2

He puesto acá esta última pieza en memoria de mi amigo y compadre Eduardo Plaza Aurrecoechea, con quien la oyera muchas veces por la misma orquesta dirigida por Muti en versión del conductor Paul Kletzki para el sello Angel Records. Él me enseñó de música y dirigió mi deficiente voz de barítono en un coro que sonaba bajo su magia. LEA

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Pastichos sinfónicos

Gustav Klimt: Friso de Beethoven (1901)

La música tonal a la que estamos acostumbrados se construye, por su mayor parte, con notas y acordes que pertenecen a una cualquiera de las 24 escalas mayores y menores, cada una de ellas hecha con siete notas ascendentes; Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si, por ejemplo, que forman la escala de Do mayor. Así, cuando decimos que una pieza está en la tonalidad de Do mayor, encontraremos que la mayoría de sus notas son de la escala que acabamos de describir y, comúnmente, concluye con el acorde fundamental o básico de Do mayor: Do, Mi, Sol. Lo mismo ocurre con las tonalidades menores; la escala de Do menor, por caso, se construye con la serie Do, Re, Mi bemol (un semitono más grave que Mi natural), Fa, Sol, La bemol y Si bemol. Por supuesto, dentro de una misma pieza la música puede «modular» de una tonalidad a otra, pero siempre regresa (en la música tonal) a la tonalidad principal.

En principio, pues, dos piezas diferentes en una misma tonalidad deben tener afinidad sonora; se convienen. (DRAE: convenir. 6. prnl. Ajustarse, componerse, concordarse). Esto es el pretexto para construir aquí un concierto para violín y orquesta y una sinfonía, armados ambos a partir de compositores y obras dispares con la única excusa de que han sido compuestos en una misma tonalidad.

Hagamos, primero, un Concierto para Violín y Orquesta en Re mayor. Hay muchos compuestos en esa tonalidad (Mozart, Beethoven, Brahms, Paganini, Tchaikovsky, Stravinsky, Prokofiev…) La razón es que la digitación de Re mayor en un violín es más cómoda que la de otras tonalidades. (Cualquiera que haya tocado Compadre Pancho en un modesto cuatro criollo habrá comenzado por Re mayor su aventura en ese instrumento; no exige mucho a los dedos de la mano izquierda de un principiante).

Compuso lo que le dio la gana

El primer movimiento de nuestro Concierto potpourri para violín y orquesta, Allegro moderato, es del opus 35 de Pyotr Illich Tchaikovsky. Compuesto en 1878 a orillas del Lago de Ginebra—donde el compositor se recuperaba del desastre de su matrimonio—fue completado en un mes y luego revisado. Tardó tres años en estrenarse y no fue muy auspiciosamente recibido; algunos críticos lo encontaron «largo y pretencioso», incluso «olorosamente ruso» como obra que «hedía al oído». (Las metáforas olfativas son de Eduard Hanslick, un influyente crítico de la época). Tchaikovsky había pensado dedicarlo a su alumno de composición, el violinista Iosif Kotek, quien le había aconsejado técnicamente en varias partes del solista, pero creyó que el tributo se entendería mal, como prueba de una relación amorosa con su discípulo, la que de todos modos tuvo por un tiempo. Terminó dedicándolo a Leopold Auer, quien se sorprendió y agradeció la distinción, aunque sólo consideró de valor el primer movimiento y se excusó de estrenarlo en marzo de 1879. Fue finalmente presentado al público en Viena por Adolph Brodsky, y en éste recayó la dedicatoria definitiva. En todo caso, esta obra se ha convertido en uno de los más apreciados conciertos de violín, y es ciertamente uno de los de mayor dificultad. Henryk Szerying toca de seguidas su primer movimiento mientras Antal Doráti dirige la Orquesta Sinfónica de Londres.

Allegro moderato

La nobleza humana y musical

Exactamente el mismo año en que se compuso el concierto anterior, Johannes Brahms concluía su Concierto en Re mayor para violín y orquesta, que dedicó al gran violinista Joseph Joachim. El día de Año Nuevo de 1879, Joachim estrenaba en Leipzig el concierto, al que contribuyó con asesoría técnica y consideraba uno de los cuatro más grandes conciertos para violín de la música alemana. El virtuoso ejecutante fue quien determinó el curioso programa: comenzaría con el Concierto, también en Re mayor, de Ludwig van Beethoven y concluiría con el de Brahms. Éste comentó que había demasiado Re mayor en la sesión. Tal como con Tchaikovsky, el concierto de Brahms fue criticado por los entendidos, quienes se apresuraron a calificarlo como un «concierto contra el violín». Pero el público lo recibió con entusiasmo, mientras continuaban las críticas. Acá oiremos el segundo movimiento, Adagio, en el violín de Itzhak Perlman «contra» la Orquesta Sinfónica de Chicago dirigida por Carlo Maria Giulini. (Este movimiento era la razón por la que el violinista español Pablo de Sarasate se negaba a tocar la obra; no quería estar en el proscenio sosteniendo el violín mientras escuchaba «al oboe tocar la única melodía del Adagio»). Advertencia de una trampa: aunque el concierto, en su conjunto, pertenece a la tonalidad de Re mayor, el Adagio está armado en la de Fa mayor, que se conviene con la tonalidad principal.

Adagio

Sordo, pero no mudo

Podemos aprovechar la ocurrencia de Joseph Joachim para cerrar el mosaico de conciertos de violín con el de Ludwig van Beethoven que, como ha quedado dicho, también fue compuesto en Re mayor. Éste, su opus 61, fue completado en 1806 y estrenado el mismo año en Viena. No fue bien recibido y desapareció del circuito de conciertos, hasta que Joachim lo tocara, cuando tenía 12 años—en 1844, diecisiete años después de la muerte del compositor—, acompañado de una orquesta dirigida por Félix Mendelssohn Bartholdy. Al igual que la obra de Brahms, son el primero y el tercer movimiento los segmentos que están en Re mayor; el movimiento lento está en Sol mayor. Es el último movimiento—Rondó-Allegro—el que aquí interpreta, de nuevo, Itzhak Perlman con Daniel Barenboim al frente de la Orquesta Filarmónica de Berlín.

Rondó – Allegro

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Bueno, hagamos ahora una sinfonía. Me apetece componer una en Mi menor, y la ensamblaré con movimientos de Brahms, Khachaturian, Rachmaminoff y Dvořák.

Comenzaré por la cuarta y última sinfonía de Johannes Brahms, una de sus más nobles composiciones (op. 98). Le tomó un año escribirla; fue estrenada en concierto dirigido por el compositor el 25 de octubre de 1885, en Meiningen. El necio de Eduard Hanslick volvió a repetir su desaprobación. Del primer movimiento que aquí se escucha—Allegro non troppo—en los instrumentos de la Sinfónica (no Filarmónica) de Viena conducidos por Wolfgang Sawallisch, el arrogante crítico dijo: «Durante todo este movimiento tuve la sensación de recibir una paliza de manos de gente increíblemente inteligente». Bueno, la sinfonía es muy inteligente y Hanslick merecía sin duda ser apaleado.

Allegro non troppo

Los sonidos de Armenia

En agudo contraste con el movimiento anterior, el segundo—Allegro risoluto—de la Sinfonía #2 de Aram Khachaturian (de la Campana) introduce los típicos ritmos y armonías armenias de este compositor soviético, dueño de una rica paleta orquestal. (El apodo de la sinfonía se debe al uso de campanas en un motivo del primer movimiento que se repite en el movimiento final). Es el propio compositor quien dirige a la Orquesta Filarmónica (no Sinfónica) de Viena, uno de los primeros conjuntos musicales del mundo. (A lo largo del movimiento se escucha el sonido del piano como miembro de una sinfónica, no como solista, cosa del todo impensable en la época de Brahms).

Allegro risoluto

El hombre melodioso

El tercer movimiento—Adagio—de la Segunda Sinfonía en Mi menor, op. 27 de Sergei Rachmaninoff, es característico del compositor. Su marca de fábrica es la dulzura de sus melodías, que producía copiosamente. Uno de sus grandes intérpretes fue Eugene Ormandy, quien dirige para nosotros, en la que puede ser la versión definitiva de la sinfonía, el lujoso sonido que supo extraer de la opulenta Orquesta de Filadelfia. En ese movimiento también puede apreciarse la textura contrapuntística de muchas de las obras de Rachmaninoff: el canto simultáneo de dos melodías distintas, a cual más bella.

Adagio

El visitante de América

La conclusión de nuestra abigarrada sinfonía en Mi menor queda confiada al compositor bohemio Antonín Dvořák. De su Sinfonía #9 (del Nuevo Mundo, antes Sinfonía #5) es su cuarto movimiento (Allegro con fuoco) el cierre de este experimento. La Orquesta Sinfónica de la Radio de Stuttgart es dirigida aquí por Gustavo Dudamel, ciertamente un director con fuoco, en concierto ante Benedicto XVI y buena parte de la Curia Romana. Como se sabe, la sinfonía de Dvořák fue llamada del Nuevo Mundo porque la compuso durante su estadía en los Estados Unidos entre 1892 y 1895, cuando dirigió la orquesta del Conservatorio de Nueva York; melodías del folk afroamericano se colaron en sus compases. Es un movimiento digno de clausurar nuestro concierto.

Allegro con fuoco

¿Encore? Está bien. Para no salirnos de la tonalidad de Mi menor, he aquí el primer movimiento—Allegro piacevole—de la Serenata para cuerdas de Edward Elgar, a cargo de Vernon Handley y la Orquesta Filarmónica de Londres.
Allegro piacevole

Ya es hora de conseguir una buena arepera. Buen provecho. LEA

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De la música como retrato

La cabalgata de las valkirias musicalizó el filme de Francis Ford Coppola

La música es arte que comunica, como todas. Estamos acostumbrados, mayormente por su eficaz empleo en las películas, a tenerla por arte esencialmente expresiva. Un estado de ánimo o mood—melancólico, temeroso, desesperado, desenfadado, alegre, triunfal—se refuerza en el cine con el poder de la música como transmisora de sentimientos. Pero aun sin la imagen, es capaz de transmitirnos emoción con gran elocuencia.

Esta comunicación es, sin embargo, imprecisa. El maestro José Antonio Calcaño, en su Curso de Apreciación Musical, apuntaba que si la música podía transmitir dolor no precisaba si éste era causado por un pinchazo o porque la esposa le hubiera montado cuernos al doliente. La música es tan fuerte como la indefinición oceánica de un sentimiento intenso, aunque el agrado o desagrado que suscita en nosotros no es tan nítido como un dibujo de Alberto Durero o Héctor Poleo. Es más expresión que percepción.

Beethoven, 1808

Pero en ocasiones se ha compuesto música descriptiva. Un ejemplo temprano ocurre en la Sexta Sinfonía de Ludwig van Beethoven. Entre los ideales del Romanticismo era la adoración de la Naturaleza un elemento esencial, y Beethoven quiso expresarlo en lo que se conoció, apropiadamente, como su Sinfonía Pastoral. Más allá de la celebración sonora y abstracta de lo natural, el cuarto movimiento de esa obra incluye la vívida descripción de una tormenta, incluyendo el alejamiento del fragor de los truenos al ceder el chubasco. He aquí la sección del 4º movimiento que lo describe. (Leonard Bernstein dirige la Orquesta Filarmónica de Viena).

Tormenta

 

Grofé, 1929-1931

Fue ese mismo fenómeno atmosférico el pintado por Ferde Grofé en el último movimiento—Cloudburst—de su Suite del Gran Cañón, toda ella música descriptiva. (El segundo movimiento, por ejemplo, lleva el nombre Desierto pintado; el cuarto Puesta de sol). Su empleo de la orquesta, más moderna que la que usaba Beethoven, es mucho más literal; es más fácil identificar en esta pieza los golpes de relámpago o de trueno. Al cesar la lluvia, la sobrecogedora belleza del Gran Cañón del Colorado se manifiesta límpida e imponentemente. La orquesta Mannheim Steamroller, fundada por Chip Davis y Jackson Berkey, se encarga de tocarnos este chaparrón.

Chaparrón

 

Wagner, 1870

No sólo paisajes, sino también la acción puede ser registrada por la música. En La valkiria, una de las óperas de Richard Wagner que integran la tetralogía de El anillo de los nibelungos, ocurre la Cabalgata de las valkirias, interpretada en conciertos y grabada abundantemente. El noticiero de guerra alemán Die Deutsche Wochenschau empleaba el tema durante la II Guerra Mundial, y en Apocalyse Now es reproducido, por los altavoces de helicópteros de guerra de los EEUU, en el bombardeo de un villorrio en Vietnam para amedrentar a los habitantes. La conocida pieza evoca perfectamente a las semidiosas del panteón nórdico arreando a sus corceles. Daniel Barenboim dirige a la Orquesta de París en esta versión.

Cabalgata

Prokofiev, 1938

 

El combate es una acción típicamente humana, y la literatura musical se ha ocupado del tema en más de una ocasión. Sergei Prokofiev se presenta aquí con dos ejemplos: en primer lugar, la Batalla sobre el hielo, de la cantata Alexander Nevsky, que compusiera para la película de Sergei Einsenstein; luego, de su ballet Romeo y Julieta, la Muerte de Teobaldo, que describe su esgrima mortal con Romeo. Otro ruso, Pyotr Illich Tchaikovsky, usó música descriptiva en Cascanueces para una pelea fantástica: la Batalla del Cascanueces y el Rey de los Ratones. Finalmente, no sólo ha pintado la música luchas épicas o trágicas o de cuentos infantiles; en Billy the Kid, de Aaron Copland, uno de sus pasajes refiere el tiroteo previo a la captura del famoso forajido. En sucesión, André Previn y la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles, Riccardo Muti con la Orquesta de Filadelfia, el mismo Previn al frente de la Orquesta Sinfónica de Londres y Eugene Ormandy repitiendo en Filadelfia interpretan las pugnaces piezas.

Batalla

Muerte

Batalla 2

Tiroteo

Holst, 1914-1916

La música puede dejar de ser estrictamente descriptiva para representar sugerentemente: Marte es, por supuesto, el dios romano de la guerra. El planeta rojo, nuestro vecino que tiene su nombre, tiene, además de valor mitológico, contenido astrológico. En su suite Los planetas, Gustav Holst llama a su primer movimiento Marte, el portador de la guerra. (Piezas como las de la obra de Holst eran usadas frecuentemente por musicalizadores en la radio. La radionovela que sucedió a El derecho de nacer, también de Félix B. Caignet, se llamó Los ángeles de la calle, y el tema escogido por Radio Caracas fue Júpiter, el portador de la jovialidad). Marte es representado por música ominosa, con carácter parecido a la que usaba Globovisión para reportar algún evento tenso y molestaba particularmente a Hugo Chávez. Lorin Maazel, un director que viniera a Venezuela en 1975, queda a cargo de la Orquesta Nacional de Francia en esta ejecución.

Marte

Saint-Säens, 1886

Camille Saint-Säens compuso la suite Carnaval de los animales; sus catorce movimientos tienen clara intención descriptiva. El más famoso y más hermoso es El cisne, que con frecuencia se interpreta separadamente, a veces como número de ballet. También se presenta en arreglos diferentes. Aquí tocan la pieza Jacqueline du Pré, en el violonchelo, y Osian Ellis que acompaña al arpa.

Cisne

Debussy, 1903-1905

Alejándonos de animales y personas, regresamos al paisaje, y esta vez con el de una entidad en incesante movimiento. Tenía que ser el Padre del Impresionismo musical, Claude Debussy, quien acometiera exitosamente la descripción del mar. La mer, en tres movimientos, es una obra maestra de la música, con una complejidad armónica y rítmica que representa fielmente distintas facetas del agua que baña las costas de los continentes. El segundo de ellos, Juego de las olas, es tal vez el más hermoso de los tres. La Orquesta Philharmonia es conducida por Carlo Maria Giulini en esta ocasión.

Juego

Britten, 1945

Es asimismo música de mar el grupo de cuatro Interludios marinos de la ópera Peter Grimes, compuesta por Benjamin Britten, que usualmente se graba con la Passacaglia de la misma obra. El segundo interludio, menos ácido que sus compañeros, es Mañana de domingo. Una estupenda versión es la que logra André Previn con la Orquesta Sinfónica de Londres.

Mañana

Respighi, 1924

Ottorino Respighi tenía una hábil paleta orquestal que empleaba inteligentemente para describir. En la suite Los pinos de Roma, sus cuatro movimientos retratan los pinos de la Villa Borghese, los que rodean a una catacumba, los del Janículo, aquellos que bordean la Vía Appia. Es este último movimiento el que cierra la obra, y más bien narra el paso de las legiones del Imperio Romano en marcha por la clásica avenida. Eugene Ormandy conduce, una vez más, la Orquesta de Filadelfia que sonaba tan bien bajo su mando.

Pinos

Cerramos esta incompleta selección de música descriptiva con la obra que dio fama a Arthur Honnneger: Pacific 231. Este «movimiento sinfónico» compuesto en 1923 representa a una locomotora. Las cifras aluden al número de ejes de la máquina, según la costumbre francesa. El modelo representado tenía 2 ejes de ruedas direccionales, 3 ejes de ruedas motrices y 1 eje de ruedas de cola. Jean Mitry hizo con la pieza una película premiada en 1949, y es ella la que se muestra en este video de despedida. Ud. concederá que Honneger describía muy bien. LEA


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Música política

Música y política, tema de la XIX Conferencia de la Asociación Argentina de Musicología (2010)

Cuando oigo a Wagner, me entran ganas de invadir Polonia.

Woody Allen

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La música ha acompañado la pena y las alegrías del hombre desde que en la tierra se escuchara la primera melodía. Desde siempre, por tanto, las tensiones políticas han suscitado la composición de obras musicales. En la entrada precedente en este blog, se trajo al recuerdo una de las más famosas, la Tercera Sinfonía, Heroica, de Ludwig van Beethoven. Cuando todavía no había recibido el título por el que hoy la conocemos, Beethoven la había denominado Sinfonía Grande y bajo este nombre estaba la inscripción Intitulata Buonaparte, que luego tachó y rasgó por las razones conocidas. El Romanticismo musical, que esta pieza anticipa, fue una época de rebelión en el arte y la política que desatara Goethe en literatura (Las desventuras del joven Werther, 1775), Beethoven en música, Goya, Delacroix y Géricault en pintura. He aquí el movimiento final, Allegro molto, de la Tercera Sinfonía en Mi bemol mayor (op. 55, 1805) de Beethoven, interpretada por la Orquesta Real del Concertgebouw de Amsterdam, bajo la dirección de Wolfgang Sawallisch:

Dedicatoria tachada y rasgada

Cinco años más tarde, Beethoven quiso expresar musicalmente su repudio de Bonaparte con la Obertura Egmont, op. 84, que exalta la figura heroica de Lamoral, el holandés Conde de Egmont, condenado a muerte por su valeroso rechazo de la tiranía y cuyo sacrificio redundaría a la postre en la emancipación de los Países Bajos. Aquí está tocada por la orquesta Sinfónica NBC, el conjunto creado para ser dirigido por Arturo Toscanini, en audio tomado de una transmisión radial histórica del 18 de noviembre de 1939, poco después del inicio de la Segunda Guerra Mundial con la invasión de Polonia por Hitler.

Polonia ha sido, precisamente, una nación muy atribulada, políticamente hablando. Hace mucho tiempo, eran los polacos quienes predominaban sobre los rusos, pero en tiempos más recientes los papeles se invirtieron. En época de Federico Chopin (1810-1839), el Levantamiento de Noviembre, acaecido simultáneamente en Lituania, Ucrania, Bielorrusia y Polonia (1830), duró todo un año antes de ser aplastado sin miramientos por el Imperio Ruso. Chopin compuso su famoso Estudio Revolucionario (op. 10, #12) o Estudio sobre el Bombardeo de Varsovia, en 1831. Lo interpreta aquí Alfred Cortot quien, irónicamente, fue un connotado colaboracionista de los nazis en Francia:

Chopin por Delacroix

La ironía permanece en la siguiente rendición del coro Va, pensiero, de la ópera Nabucco, de Giuseppe Verdi, por el Coro (ampliado) del Ejército Rojo de la Unión Soviética, destacada nación opresora. Verdi fue figura importante del Risorgimento italiano; llegó a ser diputado y senador, nombrado a este último cargo por Víctor Emanuel II. Muchas de sus óperas tienen obvias connotaciones políticas; Nabucco trata del sojuzgamiento de los esclavos hebreos a manos de Nabucodonosor, Rey de Babilonia.

Letra de Va, pensiero (clic para ampliar)

Pero los rusos pueden también ser víctimas. Como dijimos antes, de los polacos, pero también de los alemanes. En 1938, el cineasta soviético Sergei Eisenstein produjo la película Alexander Nevsky, sobre las batallas heroicas de este héroe contra la invasión de los Caballeros Teutones del Sacro Imperio Romano, en el siglo XIII. Al año siguiente, Stalin y Hitler firmaban el Pacto de Acero entre la Unión Soviética y Alemania, pronto roto por la invasión de Hitler a Rusia en 1941. El tocayo del gran director de cine, Sergei Prokofiev, compuso la música del filme en forma de cantata. Su séptimo y último número (Entrada de Alexander en Pskov) es interpretado de seguidas por la Orquesta y Coros de la Filarmónica de Los Ángeles, que conduce André Previn:

Prokofiev y Eisenstein

Naturalmente, las más de las veces son los rusos victimarios opresores. Finlandia ha sido coto de caza de Rusia desde hace mucho tiempo, y el poema tonal que lleva ese nombre (op. 26), compuesto por el músico finés Jan Sibelius, es tenido hoy como una declaración acerca de su libertad, como himno sentimental. Fue compuesto en 1899 para las Celebraciones de Prensa de ese año, que fueron una mal disimulada protesta por la censura de prensa impuesta por el Imperio Ruso. Eugene Ormandy dirige esta versión sinfónico-coral que ejecutan la Orquesta de Filadelfia y el Coro del Tabernáculo Mormón.

Finlandia: Castillo Olavinlinna

Las obras anteriores son de épocas de reyes y emperadores. Es una pieza enteramente democrática, en cambio, la Fanfarria para el hombre común, del estadounidense Aaron Copland, compuesta cuando aún faltaba un año para que la Segunda Guerra Mundial concluyera. De hecho, el título de la obra es antítesis de la noción nazi del superhombre ario. Es música muy poderosa, sugestiva de la fuerza que reside en el enjambre de los ciudadanos comunes. Cerremos, pues, esta excursión por la música política con una obra de la democracia, escuchándola en los instrumentos de la Orquesta Sinfónica de Detroit, dirigida por el gran maestro Antal Doráti.

Partitura de trompeta (en Si bemol) de la Fanfarria de Copland

La partitura lleva como indicación esta exigencia de Copland a los intérpretes: Muy deliberadamente. LEA

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Nuestro líder es Egipto

La historia del joven y el soldado

Los egipcios forman hoy la vanguardia del mundo, la punta de la conciencia política del planeta. ¡Qué hermosura!

Jorge Guillermo Federico Hegel creía filosóficamente en eso de la punta de lanza de la conciencia del mundo, del Weltgeist. Él creía que eso era en su tiempo Napoleón Bonaparte, quien hacía la guerra a escasos metros del manuscrito de La filosofía del espíritu, por cuya preservación temió Hegel mientras se desarrollaba la Batalla de Jena. Otros también lo creyeron, y Beethoven era uno de ellos. Su Tercera Sinfonía, la Heroica, que da inicio al romanticismo musical, estaba dedicada a Napoleón. Al saber que Bonaparte se había proclamado emperador, fue al escritorio, tomó la partitura original y rasgó la porción donde había puesto la dedicatoria a una obra que debió llamarse Sinfonía Buonaparte, como había sido Intitulata Bonaparte, Geschriben auf Bonaparte, escrita en honor de Bonaparte. Ludwig comulgaba con los ideales de la Revolución Francesa, no con un tirano.

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Nacha Sucre me dijo: «¿No y que los egipcios son subdesarrollados y violentos? ¡Mira la lección que nos dan! Sin ninguna violencia han salido del dictador. Eso va a influir en muchas partes. ¡Que se preparen!»

En Egipto, Pueblo y Ejército juntos. No es un golpe de Estado. Se trata de un referendum en sauvage, como diría un amigo: una manifestación inequívoca de la voluntad del Poder Constituyente Originario de Egipto, su Corona, la que ha mandado: «¡Vete, Hosni Mubarak!» Ese poder está fuera y por encima de la Constitución de Egipto. Esta constitución no puede limitar lo que la Corona apruebe. Por los momentos, aprueba que el poder pase al Ejército.

¡El mundo está hoy de fiesta! Gracias, Egipto. De tu sensatez y tu sabiduría dependerá que continúes estando, como hoy, a la cabeza de nosotros. LEA

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A ustedes, hermanos egipcios, el Scherzo de la Sinfonía Heroica por los jóvenes músicos venezolanos:

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