En río revuelto
Nuestro proceso bolivariano se inició en esta etapa bicentenaria por la vía electoral, y queremos seguir por allí, por una vía pacífica que permita construir el socialismo bolivariano, pero conscientes de los peligros que nos acechan y seguros de que el enemigo no descansa, no podemos olvidar otros métodos de lucha. Sería imperdonable limitarse tan sólo a lo electoral y no ver otros métodos, incluso la lucha armada, para obtener el poder.
Adán Chávez, 27 de junio de 2011
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La verdadera naturaleza del problema no es electoral. Algo está por nacer.
Oswaldo Álvarez Paz, 27 de abril de 2005
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El «absceso bolivariano», en efecto, se inició en fecha bicentenaria, pero no por la vía electoral. El grupo conspirativo inicial—Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, o MBR 200—inició formalmente sus actividades en tiempos de Luis Herrera Campíns, cuando se celebrara en 1983 el bicentenario del nacimiento de Simón Bolívar. Por esos días juraron, ante los míseros restos de un decrépito samán en Güere, otrora vigoroso, los conjurados que darían la cara pintada por la tarde del 4 de febrero de 1992.
Claro que las ridículas declaraciones de Adán Chávez, que ya se imagina Doppelgänger—el doble tangible de una persona viviente en la ficción, el folclor o la cultura popular que típicamente personifica al mal—de Raúl Castro, resuenan con las que ofreciera el general Henry Rangel Silva el 8 de noviembre de 2010, al complaciente diario Últimas Noticias: «La hipótesis de un gobierno de la oposición es difícil, sería vender al país, eso no lo va a aceptar la gente, la FAN no, y el pueblo menos”. El mismo hermano menor—la sucesión en Cuba es al revés—premió esta amenaza con un sol adicional en las charreteras del Jefe del Comando Estratégico Operacional.
Pero Rangel Silva, o su superior inmediato, el general Carlos José Mata Figueroa, Ministro de la Defensa, no se calarían al adánico gobernador de Barinas como Presidente de la República, y el Artículo 238 de la Constitución dice en su segundo párrafo: «El Vicepresidente Ejecutivo o Vicepresidenta Ejecutiva reunirán las mismas condiciones exigidas para ser Presidente o Presidenta de la República, y no podrá tener ningún parentesco de consanguinidad ni de afinidad con éste».
De modo que el hermano mayor del Presidente lo que ha logrado es emitir una patética y doble señal de debilidad: por un lado, admite la gravedad de las dolencias que abruman a Hugo Chávez; por el otro, da a entender que tiene por perdidas las elecciones presidenciales de 2012.
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Quien si corre con algún chance, en esto de la sucesión de Hugo Chávez, es Diosdado Cabello. El 17 de marzo de este año, relaté—en Infidencias riesgosas—una conversación que sostuve con quien la comenzara en alabanza insistente acerca de un distinguido miembro del absceso bolivariano:
Hubo los consabidos planteamientos preliminares; por ellos me enteré de la relación profesional amistosa que había tenido—no indicó que continuara a estas alturas—con un importante funcionario del gobierno del presidente Chávez, de cómo le había hecho un favor, ayudando a clarificar una cierta circunstancia en gestión personal ante el Presidente. El funcionario en cuestión hizo carrera militar y hoy está en situación de retiro. Supongo que está muy agradecido de los buenos oficios de mi interlocutor. (…) Y disparó, acto seguido, la pregunta cuyo destino era el establecimiento de la premisa mayor que quería fijar: “Dime una cosa: ¿tú crees que Chávez va a entregar el gobierno por las buenas?” (…) De inmediato aproveché la ventaja de esta posición para decirle: “Está claro que tu pregunta inicial era para establecer, como premisa mayor de lo que querías plantearme, que Chávez no entregaría nunca el poder por las buenas y, por tanto, tu conclusión iba a ser que había que sacarlo por las malas”. En eso llegaron los croissants, los jugos y los cafés que habíamos ordenado, admitió que eso era exactamente lo que quería sugerir y comenzó a comer. (…) A la salida de la panadería-pastelería me dijo: “Yo lo que creo es que el que debe suceder a Chávez es un militar”. (…) Ya en mi casa me preguntaba si él tenía en mente un militar en particular. ¿Sería el que me había mencionado al principio, en aparente comentario casual? Entonces me reconvine por mi apresuramiento; al matarle en la mano el gallo de su premisa, al no haber preguntado qué militar concreto podía ser el sucesor que prefería, posiblemente dejé de enterarme del chisme del año: la identidad del funcionario del gobierno que conspira para sacar a Chávez por las malas.
Quien me invitara y pagara una merienda para decirme estas cosas, hablaba concretamente de Diosdado Cabello en sus elogios anecdóticos iniciales. Él mismo es militar retirado.
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Ahora llevamos tres días preparativos de efemérides, tres actos de una obra de teatro aéreo militar sobre Caracas, ordenados por jefes sin jefe que no ignoran el efecto sobrecogedor que el ruido y la visión de naves rusas y helicópteros ejercen sobre los pobladores de la capital. Es para que nos quedemos tranquilos, mientras rumiamos rumores. En la Lectura de la semana—Ciencia y conciencia—decía:
Es así como la muy mayor parte de la historia política venezolana ha sido transitada por actores que pensaron dentro de un paradigma jurídico-militar. Con una que otra excepción, nuestros más influyentes políticos se han formado en leyes o en el arte castrense. La política que secretan no puede ser otra que una en la que se cree que el acto político supremo es una ley, o la que presume que la política es asunto de fuerza. Y como nuestra historia, con abrumadora ventaja, está más llena de jefes militares que de hombres de leyes, es la segunda noción la que predomina.
Pero Adán Chávez no es hombre de leyes, y tampoco es militar. No es él quien ordena los vuelos. Su ominosa declaración lo es menos porque su importancia es muy menor. Se fue de bruces y dijo lo que no convenía, en estos días de intestinos reacomodos, pescueceos y, quizás, precoces saltos de talanquera. Ha podido coger seña de Rod Blagojevich, ex Gobernador del estado de Illinois quien, a la salida del tribunal que acaba de encontrarlo culpable de diecisiete delitos de corrupción, declaró: «Entre las muchas lecciones que he aprendido de toda esta experiencia está que debo tratar de hablar un poco menos».
Claro, la familia Chávez es locuaz, pero Adán haría un mejor servicio a su hermano si se ocupara exclusivamente de su enfermedad. El Dr. Daniel George, del Instituto Duke de Cáncer, proclamó a comienzos de junio en la reunión anual de la Sociedad Americana de Oncología Clínica: «Estamos en un tiempo magnífico en cuanto al cáncer de próstata». Y hay ahora drogas que parecen ser remedio eficaz y novísimo a la enfermedad: Provenge, Zytyga, Jevtana… Que el tratamiento con alguna de ellas cueste 93.000 dólares no debe amilanar a las partidas de la casa presidencial.
En lugar, pues, de arengar al desconocimiento de la Constitución, sería mejor que Adán Chávez se pusiera urgentemente al habla con Locatel. Por de pronto, cabe una paráfrasis de palabras de Oswaldo Álvarez Paz: «Algo está por morir». LEA
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